Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

sábado, 19 de diciembre de 2015

Tengo el móvil en la UVI

Se me ha caído el móvil a la taza del váter. La he cagado, literalmente. Llevaba el aparato en el bolsillo trasero del pantalón y se me ha olvidado, así que cuando he ido al cuarto de baño… No daré más detalles, el caso es que no habrá estado sumergido más de dos segundos, el tiempo que he tardado en reaccionar e introducir mi mano en el agua estancada al fondo del inodoro. Luego he intentado secarlo y sacudirlo, como si así fuera a extraerle la humedad. Al principio, optimista que soy, he pensado que sobreviviría al ahogamiento, dado que seguían apareciendo las caras de mis hijos en la pantalla. Pero luego, cuando he querido desbloquearlo, las cosas se han complicado. Leo que este hecho es bastante común (a tres mujeres más de mi entorno les ha pasado, un dato que me inquieta)…y compruebo también que hay un montón de páginas en internet donde te dan consejos para una recuperación del terminal tras un suceso de esta magnitud. Hay incluso un invento español, pero lo he descubierto demasiado tarde. 


Lo primero y fundamental antes de dar ningún otro paso –según leo- es apagar el terminal. Yo tardé unos minutos en hacerlo, un tiempo precioso que podría marcar la diferencia.

Luego, ya es un clásico al parecer, hay que introducirlo en arroz, para que el cereal le absorba el agua que haya podido quedar almacenada en su interior. Allí sigue el pobre desde ayer (como el bogavante de una paella, con ingredientes extra, supongo).

El paso siguiente ha sido hacerme con un aparato cualquiera para salir del paso temporalmente. En estas circunstancias uno no está para exigir, así que no he sido muy selectiva y me he apañado con un aparato desechado previamente por mi suegra, un Samsung Galaxy Ace bla bla bla –que hay que ver los nombre en código que les plantan a los móviles- que en cuanto lo he restaurado de fábrica y he intentado instalarle el Whatsapp para saber qué me estaba perdiendo, ha colapsado. En fin, que me he visto obligada a volver a desinstalar “extras” y dejarlo con lo básico, es decir, como teléfono que recibe y hace llamadas.

Con este incidente me he dado cuenta de algunas cosas:

-He llegado a desarrollar una dependencia casi enfermiza del móvil, más bien de los datos para acceder a internet, aunque no sé si sería acertado calificar este síndrome como nomofobia.

-No solo gestiono mis redes sociales a través de ese maldito aparato, también me recuerda cumpleaños, renovación de contratos, pago de impuestos… es mi puñetera agenda

-Tengo instaladas aplicaciones que me hacen la vida más fácil. Por ejemplo, si ahora enfermo y necesito pedir cita al médico, ya no podré hacerlo cómodamente a través de la aplicación de la Cita Sanitaria de la Comunidad de Madrid, tendré que recurrir a la llamada tradicional… y ni siquiera recuerdo el número del Centro de Atención Primaria.

-Tampoco puedo saber qué canción suena en una tienda porque no dispongo de espacio para Shazam, ni puedo practicar mi inglés, porque por supuesto en este aparato de sustitución que me he agenciado ni se me ocurre probar a ver si me permite instalar Duolingo

-Ya nadie me llama, todo el mundo me cuenta las cosas por Whatsapp, así que sin esta aplicación de mensajería estoy incomunicada. Tanto que desde ayer tengo la impresión de estar perdiéndome algo.

Por eso me urge solucionar este problema cuanto antes. Aún confío en que el arroz pueda devolverle la vida a mi teléfono, aunque me dicen que si sale de ésta, ya no será el mismo. Quizá ha llegado el momento de buscar el relevo para seguir siendo una más de los millones de personas que no saben vivir sin datos en su móvil. 

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