Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

sábado, 27 de febrero de 2021

Qué importa lo que diga Victoria Abril sobre la pandemia

Me impactó su Gloria en Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto, de un debutante Agustín Díaz Yanes. Sufrí con su Marina en Átame, de Pedro Almodóvar. Odié a su Luisa en Amantes, de Vicente Aranda. Y me sedujo su Miranda de Entre las piernas, de Manuel Gómez Pereira. 

Victoria Abril nos ha regalado fabulosos momentos como actriz. Era y es una de las grandes y, por lo que dicen en la industria del cine, muy profesional en su campo. Se merece todos y cada uno de los premios que le han concedido por su carrera cinematográfica. También el Feroz de Honor que va a recibir el martes en la gala de estos premios que concede la Asociación de Informadores Cinematográficos de España.

La actriz se ha ganado a pulso todo el reconocimiento de los críticos, el público y la profesión. Aunque luego en las entrevistas y en los discursos deje brotar la mala leche que lleva dentro. No creo que sus salidas de tiesto le pillen a nadie por sorpresa. Fuera del set de rodaje y de la pantalla grande, Victoria Mérida Rojas siempre ha tenido un carácter muy particular. Impertinente, marisabidilla, por no decir sobrada, antipática, borde, maleducada, visceral, excéntrica, insoportable… Todos estos calificativos encajan con la mujer que proyecta cuando no está representando ningún personaje. Y a esa lista hay que añadirle ahora el de ‘cuñada’ negacionista. Bueno, nadie es perfecto y cada uno tiene lo suyo.

A mí no me ha escandalizado lo que ha dicho Victoria Abril sobre la pandemia. Ese discurso no es nuevo. Lo comparten muchos otros ciudadanos que cuestionan la Covid-19, las medidas sanitarias, las vacunas exprés y las restricciones adoptadas para combatir el virus. La diferencia es que esos ciudadanos anónimos no tienen unos preciosos minutos de atención mediática para esparcir sus teorías sin fundamento. Pero ni ellos ni la actriz tienen ninguna autoridad como líderes de opinión en esa materia específica. El problema es que alguien pueda adoptar como propias esas ideas tan descabelladas y dar crédito a quien las verbaliza por el simple hecho de ser un personaje popular

Que conste que defiendo el derecho de Victoria Abril y cualquier otra celebridad a hablar y opinar sobre lo que le dé la gana, aunque no tenga que ver con su oficio. Igual que hacemos el resto. Si no, la vida sería un aburrimiento y los temas de conversación se nos acabarían pronto. 

Afortunadamente vivimos en un país donde hay libertad de expresión, así que todos opinamos sobre todo y creemos entender de todo. De fútbol, de política, de música, de educación, de salud o de la pandemia. Pero asumamos, eso sí, que cuando se trata de materias sensibles que no dominamos y en las que hablamos de oídas, nuestro punto de vista importa lo mismo que el de Victoria Abril. Es decir, una mierda. 

Dejadme acabar con alguien que explica todo esto mucho mejor que yo: el entrenador de fútbol alemán Jürgen Klopp. Al comienzo de la pandemia en Europa, allá por marzo de 2020, le preguntaban en una rueda de prensa si estaba preocupado por el coronavirus y él respondía así.

   

La opinión de Jürgen Klopp sobre el coronavirus no es relevante. Ni la de Victoria Abril. Ni la mía. Lo que de verdad importa es lo que tengan que decir quienes tienen en su mano la solución a esta crisis sanitaria. No le demos ya más vueltas. 

sábado, 20 de febrero de 2021

Resistir hasta que se cansen

He visto un vídeo de Betevé, el canal de televisión de Barcelona, que refleja muy gráficamente el momento que vivimos y que incluso podría ser interpretado como una metáfora de por dónde podría pasar la solución a la violencia en las calles

En la imagen aparecen varios de los alborotadores de estas guerrillas urbanas que durante las últimas noches han provocados disturbios en distintos puntos del país tras la entrada en prisión del rapero Pablo Hasel. Están en una calle de la capital catalana e intentan sin éxito derribar una jardinera. Por mucho que la zarandean, en solitario o en equipo, la jardinera se mantiene anclada al suelo y no hay quien la tumbe. 

El vídeo dura 35 segundos e ignoro si el intento desesperado por destrozar ese elemento es previo al momento en que alguien le dio a grabar, aunque sospecho que no. Estoy convencida de que los chavales fueron incapaces de llegar siquiera al minuto de empeño, una actitud muy a tono con la vida actual, donde impera la filosofía de la inmediatez, el deseo satisfecho al instante, el “lo veo, lo quiero”. Cualquier cosa que implique un esfuerzo extra, una dedicación, un sacrificio o un proceso lento, se desecha, deja de ser interesante, no merece la pena perder el tiempo en ella. 

No he podido evitar fijarme en el gesto final de uno de los derrotados por la jardinera. Ese que se rendía ante la evidencia de que aquel elemento del mobiliario urbano estaba más enraizado en la ciudad que él mismo, pero evitaba asumir su suspenso en 1º de Vandalismo. Y me ha dado por pensar que quizá ahí está la clave. La democracia sería esa jardinera. Si está bien anclada, soportará cualquier embestida. El resto es resistir y esperar a que los que la atacan se cansen. 

Imagen de Pablo Hasel en uno de sus vídeos

Por cierto, yo tampoco creo que Pablo Hasel deba estar en prisión, por muchas barbaridades que diga en sus rapeos, tuits y entrevistas. En alguna ocasión he hablado en este blog sobre las canciones que sonaban en los bares de mi pueblo allá por los años 80, que coreábamos y bailábamos a pesar de lo delirante de sus letras. Que yo recuerde, ninguna de las bandas de rock radical vasco que firmaban esos temas, desde La Polla Records a Eskorbuto o Kortatu, terminaron en un proceso judicial ni esas letras nos incitaron a cometer ningún delito. 

Otra cosa es que después de enaltecer el terrorismo y sembrar odio, Hasel haya reincidido y desafiado al Código Penal rociando de lejía a un periodista y amenazando a un testigo. Debería entender que la violencia ni sale gratis ni es la solución, por muy amargado y frustrado que esté. Lo único que ha ganado, eso sí, es que ahora su nombre suene más de lo que han sonado y sonarán nunca sus canciones. 

Aún así, defiendo el derecho de los que no piensan como yo, porque no se han informado o porque les pierde la pasión antisistema, a salir a manifestarse y exigir que dejen libre a Hasel. Ahora, también espero que sean conscientes de que insultar, escupir y arrojar botellas a los policías que vigilan las protestas dista bastante de considerarse defensa propia. Las ideas tampoco se defienden quemando contenedores, reventando lunas, saqueando comercios o atizándole a un ‘madero’ con un adoquín. Más bien se desinflan.

Imagino que algunos pueden sentirse tentados de aprovechar el barullo para comprobar si la descarga de adrenalina que experimentan con los videojuegos en su habitación es similar a la lucha real en la calle. Si lo hacen, habrán cruzado la línea entre la realidad y la ficción. Pasarán al lado oscuro de verdad y se arriesgarán a ser detenidos y acabar mal. No podrán alegar que ejercían su libertad de expresión. Ese derecho no se ejerce lanzando piedras, sino argumentos.