Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

domingo, 12 de marzo de 2023

Adiós a mi mejor lectora

Ayer, cuando despedía a una mujer excepcional que nos ha dejado estos días, eché de menos que nuestros funerales se parecieran a los de las películas americanas. Que, en vez de tener sobre el altar a un sacerdote encorsetado en la liturgia del tercer domingo de cuaresma, pudieran ir tomando el micrófono quienes conocieron a la fallecida y desearan compartir con los demás sus recuerdos a modo de homenaje.

De haber sido así, en el hipotético caso de tener la oportunidad de rendirle tributo públicamente sin que se me quebrara la voz, habría destacado sobre ella que era mi mejor lectora, mi fan número uno, con permiso de mi madre, la primera en escribir un comentario y compartir las entradas de este blog en cuanto las difundía en Facebook. Siempre atinada, divertida y generosa.

Diría que la conocí siendo yo una adolescente, cuando nos mudamos al piso contiguo al suyo, al pie de la Colegiata de Toro, y con el tiempo evolucionamos de vecinos a casi familia. Aún recuerdo aquellas noches de verano, sentados en nuestras respectivas terrazas, contándonos historias a través de los barrotes que separaban ambas viviendas.

Desde la primera toma de contacto me fascinó. La niña que yo era entonces no estaba habituada a encontrar en mi entorno mujeres que fumaran y bebieran vino, salvo en bodas, bautizos y comuniones. Así que aquello debió parecerme de lo más audaz y exótico.

Nunca la vi enfadada, ni siquiera cuando intercambiaba pullas con el que fue el amor de su vida durante 70 años, una hazaña digna de figurar en el Libro Guinness (lo de durar y lo de no salir tarifando). 

Fue “la yaya” de repuesto para mis cachorros incluso después de convertirse en la orgullosa abuela de su propio nieto, al que adoraba tanto como a sus dos hijos, hombres de ciencia de los que presumía a base de bien. Así que, cuando yo me desahogaba por aquí sobre mi incompetencia en eso de la maternidad, me consolaba hallar en ella a una aliada.

Ejerció de ‘chica de oro’, alumna ejemplar de la Universidad de la Experiencia y durante mucho tiempo usuaria activa de Internet, compartiendo recomendaciones literarias de la Casa de Cultura y alguna foto del atardecer desde la ventana del ático con ascensor al que se mudaron cuando los años empezaron a pasar factura.

La edad, la enfermedad, la vida… fue agotando su batería. La última vez que la vi fue el verano pasado. Compartía confidencias, bromas y un refresco con sus amigas de la infancia en la terraza de una cafetería. Un par de meses después hablamos por teléfono. Su voz seguía sonando optimista y jovial, aceptando con más dignidad que resignación la certeza de su destino. Hoy Maricarmen habría cumplido 85 años. Me tomaré un tinto de Toro en su honor y esperaré inútilmente a leer su comentario sobre estas líneas.