Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

miércoles, 28 de junio de 2017

Feliz Día del Orgullo

¿Os habéis preguntado alguna vez por qué las conversaciones sobre asuntos sexuales siguen provocando risas, ira, discusión, controversia…? Se llama inmadurez. Cuando seamos capaces de hablar de sexo sin ruborizarnos, sin descender al fango y echar mano del chascarrillo soez, de las exageraciones o del insulto, de una manera natural, como quien habla de su juanete, la cicatriz de una apendicitis o su dermatitis seborreica, entonces habremos superado la fase infantil en la que estamos instalados.

Hoy es el Día del Orgullo Gay y mientras unos defienden su libertad para amar y mantener relaciones sexuales con las personas que quieran, hay quien recibe esta fecha con urticaria. Las banderas del arco iris que enarbolan unos provocan acidez de estómago en quienes desde hace algunos días van comprobando cómo balcones oficiales, moscas de la tele, marcas comerciales y hasta el cupón de la ONCE van tiñéndose de todos los colores para significarse, aprovechar el tirón comercial del evento o, simplemente, parecer muy enrollado.

Madrid tiene el honor de ser este año sede mundial de la celebración del WorldPride, con todo lo que eso conlleva de visibilización a gran escala e ingresos. Así que el alboroto gay habitual por estas fechas se ha multiplicado, lo que a su vez amplifica las distintas maneras de afrontar la homosexualidad. Hay gente que sigue viéndola pecaminosa, enfermiza y ‘contra natura’ y que considera unos pervertidos a quienes se declaran gays. Y gente que sufre por no poder hablar abiertamente de lo que siente, cohibida por lo que esa confesión podría desatar. Al final todo se reduce a la herencia recibida -aquí sí que sí-, a una manera mojigata y poco sana de afrontar la sexualidad marcada por una educación católica tradicional que a fuerza de repetir siglo tras siglo este anatema, ha sembrado en la mente colectiva, particularmente la de las personas de mayor edad, el rechazo hacia este colectivo. 

A mí no me importa la condición sexual de la gente que conozco, con la que hablo, me cruzo o coincido. Cuando me presentan a alguien, no me interesa conocer su modo de desenvolverse en el amor o el sexo, prefiero saber antes su nombre y a qué se dedica en la vida, encontrar temas interesantes de conversación e intuir que se trata de una buena persona. Y no creo que nadie deba ir mostrando su tendencia sexual como si fuera su carta de presentación: ‘Hola soy fulanito y soy gay’. Igual que no vamos diciendo el resto ‘Hola, qué tal. Soy tu nueva vecina y te aviso que soy muy hetero’. Nunca he entendido tanto empeño en querer sacar del armario a la fuerza. Que cada uno actúe con naturalidad. Que respete y se haga respetar.

Creo y espero que las futuras generaciones sepan gestionar mejor que las nuestras este tipo de cuestiones. Que no variemos la manera de tratar a alguien cuando descubrimos que no es heterosexual. Que cambiemos la manida expresión ‘lo normal’, por ‘lo más común’. Que se destierre el insulto ‘maricón’ del vocabulario pensado para hacer daño y la violencia contra el distinto o el que no se ajusta a la idea socialmente establecida. Y que deje de recurrirse a los mismos tópicos para definir a estas personas, porque os aseguro que no por pertenecer al colectivo LGTBI te han tocado más papeletas para ser libertino y promiscuo. También los heterosexuales pueden llegar a ser muy ‘viva la virgen’. Y en cuanto a la pluma, que tanto molesta particularmente a los que no entienden la diversidad, conozco a muchos heterosexuales excesivos en sus maneras y modales, exhibicionistas y gesticuladores a los que nadie les recrimina. Somos distintos, cada uno de su padre y de su madre, y la riqueza reside precisamente en toda esa variedad. La aceptación y el respeto al que no es como tú debería ser la norma.

Como decimos cada vez que conmemoramos el Día de la Mujer, el día que no haya que salir a la calle para celebrar el Orgullo Gay será que hemos madurado. Entonces sí que será un orgullo. Hasta entonces, que salga quien quiera a celebrar, independientemente de su orientación sexual y aunque solo sea por el efecto contagio que generan el ambiente, el desmadre y el buen rollo. Quien quiera disfrazarse, que lo haga. Quien quiera besarse subido a una carroza o unos tacones, que lo haga también. Y al que le incomode o le moleste, incluidos los gays discretos, contrarios a la exaltación de la homosexualidad o el exceso de pluma, que no miren.

Hace algunos años escribí una novelita de amor gay, una comedia de enredos con la que disfruté mucho y en la que volqué más o menos lo que acabo de apuntar y que se resume en cuatro palabras: vive y deja vivir. Cada vez que llega esta fecha me acuerdo de ella. Si la queréis leer, está disponible en Amazon por poco más de un eurito.

Aunque la palabra orgullo no me termina de gustar por su principal acepción en el diccionario de la RAE (Arrogancia, vanidad, exceso de estimación propia, que a veces es disimulable por nacer de causas nobles y virtuosas), hoy es un día para no andarse con menudencias y desear a todos los que creen en la libertad y la riqueza de la diversidad un Feliz Día del Orgullo.

jueves, 22 de junio de 2017

Cinco razones de peso por las que no soporto los festivales escolares

Creo que no he tenido oportunidad de hablar en este blog de los festivales escolares, esas actuaciones con las que suelen deleitarnos nuestros hijos en Navidad y fin de curso, animados por el colegio o los centros donde realizan extraescolares. A esta categoría se suman también las inevitables graduaciones, esos actos solemnes que hemos instituido al final de cada etapa educativa. Debía parecernos poco aguantar esas dos galas anuales, así que nos han dado un extra. Quienes tengan hijos me entenderán. Los graduamos al terminar la antes llamada guardería; los graduamos con cinco años, cuando acaban Educación Infantil; los graduamos al llegar a 6º de Primaria; los graduamos en 4º de la ESO; y los volvemos a graduar en 2º de Bachillerato. Así que cuando alcanzan la educación superior, yo creo que ya estamos saturados. Y es precisamente al finalizar ese periodo cuando deberíamos celebrar a lo grande la graduación más importante de su vida, la que supondrá completar su formación para ir de cabeza al paro o a un contrato basura de becario.


Desde su entrada en Infantil hasta hoy mismo, que el pequeño se despide de Primaria, he cumplido con mis obligaciones como madre y he asistido uno por uno, religiosamente, a todos los festivales, actuaciones, shows, funciones, exhibiciones, conciertos, bailes y demás eventos protagonizados por mis hijos y sus compañeros de colegio. Así que hablo con conocimiento de causa -y quizá se deba a ese exceso- cuando afirmo que detesto este género artístico. Aunque siempre he tratado de disimularlo. Por si fuera necesario argumentar mi radical postura, ahí van cinco razones de peso por las que no soporto los festivales escolares:

1.-El infierno de la intendencia para el Evento. Conseguir el atuendo adecuado para cada actuación resulta un engorro. En cualquier fondo de armario de una familia con hijos debe haber un gorro de Papá Noel o cualquier otro elemento navideño susceptible de ser solicitado por el centro para disfrazar al niño por Navidad. Un polo o camiseta blanca es otro de los básicos. pero digamos que esto es lo fácil. Pero para el resto de eventos, todo depende de la imaginación desbordada de la profe. También influye mucho en este aspecto la madre hiperactiva, la que colabora estrechamente con el colegio y siempre tiene alguna idea que proponer. Este tipo de madres suelen florecer en las graduaciones y tienen fijación por calzarles a los niños una réplica del tradicional atuendo de graduado: la toga y el birrete con su borla. De esa guisa se graduó mi hijo en infantil y, lo que tiene más delito, me tocó fabricar artesanalmente con cartulina, lana y tela todo el disfraz. Ay, las inevitables manualidades escolares, también darían para otro post.

2.-La duración del Evento. Todos los padres disfrutan viendo a sus hijos hacer monerías. Sobre todo les encanta grabarles en vídeo para la posteridad y luego distribuirlo por el Whatsapp familiar, para que la abuela pueda disfrutarlo. De hecho sé de muchos padres que piden el día libre en el trabajo para acudir a este tipo de festejos, pero luego no aparecen por las reuniones escolares o las tutorías. En cualquier caso, ¿dónde viene escrito que el evento deba ser interminable? Debería ser suficiente con que cada grupo cantara una canción o se marcara un baile, pero claro, por lo general las líneas por curso en los colegios suelen ser dos o tres, así que ya de entrada sale una media de 18 actuaciones solo en Primaria; a tres minutos cada una, echad cuentas y sumadle el tiempo perdido entre entradas, salidas, colocación, fallo en la megafonía, etc. Hay colegios que establecen distintos días en función de los cursos para evitar que el show se haga insoportable. Aún así, no queda más remedio que aguantar las monerías de los demás mientras esperas que le toque triunfar al tuyo. La única receta, a falta de alcohol, mucha paciencia.

3.-La lucha por el mejor sitio en el Evento. Me provoca urticaria hacer cola a la puerta del gimnasio para entrar en el evento. Y mucho más pelearme por los asientos en primera fila. O discutir con el que se levanta y te tapa la visión justo cuando tú estabas grabando el número de tu hijo. Pero es lo que fomenta este tipo de eventos: padres, madres, abuelos, tíos y demás parientes enloquecidos cual paparazzis cazando una exclusiva. Codazos e improperios es lo mínimo que puedes encontrarte, a no ser que llegues tarde y te quedes al fondo de pie, ajeno a la histeria, respirando profundamente.

4.-La calidad del Evento. Desengañémonos. Atrevámonos. Aunque alguien se ofenda. Seamos políticamente incorrectos. Los espectáculos escolares son basura. Vas para que tu hijo no sienta que le has abandonado y, ya de paso, para ir comprobando si mejora su coordinación y la sincronización con sus compañeros, pero como espectáculo es francamente mejorable. No hay ternura que valga. Bailes desacompasados, canciones desafinadas, meteduras de pata… Ya sé que no es la Juilliard School de Nueva York, es solo un colegio de Primaria, todo el mundo trabaja de manera desinteresada, por amor al arte, pero precisamente por eso. Quizá si el claustro, en vez de imponer el repertorio, consensuara con las criaturas aquello en lo que se sienten más cómodos o lo que les hace brillar, nos harían un favor a todos.

5.-El Pos-Evento. Cuando tu hijo te pregunta qué tal lo ha hecho, si te ha gustado. Cuando te pide machaconamente poder ver las grabaciones y las fotos que le has sacado. Cuando te repite una y otra vez la coreografía, que ya te la sabes de memoria, mucho mejor que él, porque llevas un mes ayudándole a ensayar en casa. Cuando por el grupo de Whatsapp de la clase se comparte más material gráfico, y tu móvil echa humo. Es entonces, solo entonces, cuando piensas en esta parte de la vida que se están perdiendo los que no tienen hijos a los que ir a aplaudir en una función escolar.

Justamente ayer asistí a mi último evento escolar de Primaria, la graduación de mi hijo. No me preguntéis qué tal. Solo os diré que seríamos más de 300 personas metidas en un gimnasio durante cerca de dos horas a 40 grados y sin climatización. Creo que hasta se me saltó una lágrima.



jueves, 15 de junio de 2017

Si tiene calor, abaníquese

Hay un refrán popular que dice ‘Más vale caer en gracia que ser gracioso’. No existe, pero habría que inventarla, una variación sobre el mismo que se resumiría en ‘Más vale no intentar hacerte el gracioso sin serlo, porque terminarás cayendo en desgracia”. Y esto es lo que le ha pasado al consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, Jesús Sánchez Martos, todo un Diplomado en Enfermería y Doctor en Medicina, Especialista en Medicina y Salud Laboral y Prevención de Riesgos Laborales, según reza su biografía, que cuando aportaba consejos de cara a soportar la ola de calor que nos visita, e interrogado por las altas temperaturas que se alcanzan en los colegios de la región, ha desaconsejado la instalación de aire acondicionado en las aulas. Con la excusa de que perjudica a la salud de los más pequeños, pudiendo ‘provocar alteraciones en ojos y cuello’, el consejero ha apostado más por la ventilación natural de estos espacios y por animar a los críos a hacer abanicos de papel. Se ha permitido incluso la licencia de dar instrucciones sobre como hacerlos: ‘Dobla, dobla, dobla, dobla y tienes el abanico’, como hacía él cuando era pequeño. Para terminar de redondear la ocurrencia, este insospechado fan de Locomía, ha calificado de terapia ocupacional esto de hacer papiroflexia para airearse. Y por si no se había cubierto de gloria lo suficiente, ha rematado diciendo que él no había tenido ningún problema dando clases a las cuatro de la tarde con este calor.

El señor Jesús Sánchez Martos se podía haber ahorrado esta lamentable actuación que anonada y avergüenza a partes iguales. Me voy a limitar a apuntar solo tres cuestiones:

1.-Los niños no necesitan terapia ocupacional, están en el colegio para aprender. Así que tranquilo, que no se aburren ni necesitan ningún tratamiento de choque, es la escuela, no un reformatorio.

2.-Si el aire acondicionado perjudica a la salud del niño y por eso no aclimatamos las aulas, ¿les decimos entonces a los padres que se abstengan de refrigerar su casa y su coche para no someter a sus hijos a la misma tortura, o que no les lleven a los socorridos centros comerciales, a la biblioteca o al cine, únicos lugares donde con estas temperaturas apetece estar?

3.-Y usted, señor consejero, ¿tiene aire acondicionado en su despacho, en su coche, en su casa, o mantiene esa bonita costumbre de dobla, dobla, dobla…? 

Está claro que es económicamente inviable climatizar todas las aulas de los más de 1.500 centros educativos públicos de la región, pero está en el ADN de padres y periodistas sugerirlo. Y lo que le toca al político es capear el temporal y, si no lo hace correctamente, aguantar ahora el nada refrescante chaparrón que le está viniendo encima. 

Qué bien podía haber quedado el señor Sánchez Martos limitándose a recordar esos sencillos consejos que cada año, impepinablemente por estas fechas, nos dan las autoridades para soportar el calor: llevar ropa fresca, estar a la sombra, hidratarse y evitar el ejercicio físico a pleno sol. Podía haber aprovechado también para incidir en que, precisamente, la jornada intensiva de verano, con clases hasta la 13:30, se estableció para mitigar en la medida de lo posible los efectos de la canícula sobre los jóvenes cerebros estudiantiles. E incluso no nos habría escandalizado si hubiera echado mano de esa estrategia tan recurrente en estos tiempos de anunciar una comisión de expertos para estudiar soluciones. Cualquier cosa mejor que arriesgarse a intentar ser gracioso sin tener ni pizca de gracia.

domingo, 11 de junio de 2017

La afición por el libro dedicado

Hoy que cierra sus puertas la Feria del Libro de Madrid, me apetece divagar sobre la afición por los autógrafos, últimamente casi arrinconada por la incursión del selfie, salvo cuando se trata -eso sí- de este evento cultural donde el mitómano cultiva ambas modalidades.

Nunca he guardado cola para que me firmaran un libro, me puede el pudor. Es más, nunca le he pedido a ningún escritor una dedicatoria, aunque sí conservo algún ejemplar que cayó en mis manos ya con la firma estampada por su propio autor, que tuvo el detalle de considerarme merecedora de tan alta distinción.  



El problema que acarrean los libros con dedicatoria es que tu conciencia te impide incluirlos en la lista de los prescindibles cuando llega la hora de limpiar la estantería y tomar la dura decisión de aligerarla para ganar espacio. Pero eso no le pasa a todo el mundo. Cuentan que una vez el autor mejicano Artemio de Valle-Arizpe encontró en un puesto de venta de libros usados a orillas del Sena un libro suyo dedicado a un amigo “Con afecto”. Así que decidió comprarlo y enviárselo a su traidor lector añadiéndole otra dedicatoria en la que se podía leer “Con renovado afecto”. 

Que a los autores no les suele desagradar firmar sus libros a los lectores queda patente en la larga lista de escritores que han pasado por esta edición de la Feria del Libro de Madrid, los que se dejaron ver en Sant Jordi o los que aparecen por cualquier pequeña feria literaria de las muchas que se prodigan a lo largo y ancho del país. Una tarea aparentemente tan anodina debe proporcionar un íntimo placer, visto lo visto. La liturgia de la firma de libros viene de antaño y cada autor vive y afronta este peaje a su estilo. A los clásicos, algunos fieles a su costumbre de escribir su dedicatoria con tinta verde, como el hispanista Ian Gibson, se añaden personajes televisivos, que juegan con la ventaja de la popularidad catódica, y las nuevas estrellas del Retiro, los youtubers que han dado el salto a la literatura con el mismo éxito con el que ‘lo petan’ en internet.

Siempre he pensado que los autores que firman en este tipo de convocatorias tienen mucho mérito al exponerse públicamente de esta manera, quedando a merced de las sinceras muestras de afecto de los lectores y, en el peor de los casos, de su fanatismo, su pesadez e incluso su desidia. Cuando no estás en el ranking de los más vendidos, que te inviten a firmar en la Feria debe ser un honor, así que imagino que no te detienes más que a saborear el momento. Pero hay que tener mucho valor, primero para arriesgarse a que la gente solo pase de largo mientras te observa aguardando impaciente, con el boli en la mano. Casi alcanzarías a leer su pensamiento: ‘Mira este pobre, muerto de asco, aburrimiento y vergüenza’. Y te sentirías como ese viejo mono del zoo al que ya nadie le lanza cacahuetes ni le saca fotos. Imagino que esa horrorosa sensación se verá multiplicada cuando en la misma caseta o en la contigua se arremolina la gente para conseguir la dedicatoria de otro autor con mucho más tirón. Algo como lo que presencié la semana pasada. Todo un ilustrado José Luis Garci se refrescaba esperando que algún fan se acercara a saludarle, mientras en la caseta de al lado un tipo disfrazado de ratón peludo, reproducción del héroe infantil Gerónimo Stilton, congregaba a familias enteras deseosas de retratarse con él. 


Hay que ser también muy valiente para estar dispuesto a tirarse dos horas sentado en una silla, saludando uno por uno a los lectores que han guardado pacientemente una larga cola para conocerte, darte la mano, quizá un beso, pedirte que anotes unas líneas brillantes en su ejemplar recién comprado y terminar posando contigo para la foto de rigor que acredite que estuvo allí. En dos horas, si eres un escritor de renombre, puedes firmar muchos libros. Dicen que Jorge Luis Borges, allá por 1985, cargando a cuestas con su ceguera, estuvo en la Feria del Libro de Madrid garabateando cada libro que le dieron a firmar hasta contar 333 lectores. En ese punto, el poeta decidió parar. Había alcanzado un número mágico. Guardó su bolígrafo y con ayuda de sus asistentes se marchó tan dignamente como había llegado.

Hay que tenerlos bien puestos también para saber qué dedicatoria escribir a cada admirador. Imposible ser original más de 300 veces seguidas. Es evidente que se debe optar por algo neutro, con poca profundidad, dado que no conoces a los fulanos que se te presentan, y que a la vez satisfaga a tu lector. Como recordaba Juan Tallón en el programa ‘A vivir que son dos días’, de la Cadena Ser, el escritor Javier Marías se encontró una vez a una lectora que le sugirió directamente el texto a escribir. “Ponga Para Manoli, que tiene el mejor cuerpo de Madrid”. Y él, escogió una variante que le comprometía menos: “Para Manoli, que dicen que tiene el mejor cuerpo de Madrid”.

Hay escritores especialmente dotados de ingenio e imaginación, que se crecen aún más en función del destinatario. Se comenta que hace años los humoristas Tip y Coll, dedicaron uno de sus libros a los reyes Don Juan Carlos y Doña Sofía con la siguiente dedicatoria: "A Don Juan Carlos Primero y a Doña Sofía Después".

No quiero cerrar este post sin mencionar otro tipo de dedicatorias, las que no están escritas a mano, sino que ya vienen de imprenta. La frase con la que el autor encabeza su relato. Esa que dice tanto (o más) de él como la breve reseña biográfica que se adjunta en la solapa del libro. De esas sí que soy muy fan.

Dicen los organizadores de esta feria que han aumentado las ventas un 8%, unas buenas cifras que nos animan a vislumbrar un repunte del consumo cultural, aunque la realidad aplastante de los datos nos recuerde cada año que el 40% de los españoles no lee un libro ni con dedicatoria.

  

viernes, 9 de junio de 2017

El despatarre y otros despiporres

El Ayuntamiento de Madrid, a petición popular, va a luchar contra el despatarre masculino. De momento se va a empezar por alertar a los escarranchados a través de pegatinas que estarán bien visibles en los autobuses de la EMT. Todo con el fin de que aquellas personas con tendencia a repanchigarse con las piernas bien separadas, invadiendo el terreno natural de sus vecinos de asiento, desistan de tan molesta costumbre. 

Por lo general suelen ser hombres, que se escudan en sus atributos para no sentarse correctamente. Pero no es un problema de presión testicular, lo corroboran los expertos, es básicamente un no saber estar, un abuso y una falta de respeto hacia quienes te rodean. Y esto –creo yo- no tiene que ver con el género o la huella genética; también existen casos de féminas invasoras de espacio común, aunque son pocas, más que nada porque las mujeres, sobre todo si vamos con falda, preferimos cruzar las piernas o juntarlas, así que ocupamos la mitad.

El despatarre, o manspreading, como lo llaman los anglófilos ilustrados, es más común de lo que creéis y resulta particularmente molesto en verano. Decidme si no os ha llegado a pasar eso de ir en pantalón corto, sentaros en el metro y que en el asiento de al lado otro viajero, también con atuendo estival, separe sus extremidades y pegue su muslo sudoroso al vuestro en un contacto indeseado que violenta a la más pintada. Igual de asqueroso que cuando en hora punta te toca hacer equilibrios al lado de un pasajero poco dado a la higiene y tu nariz queda a la altura de su axila.

El despatarre es un despiporre aquí y en todo el mundo. No somos los primeros ni seremos los últimos que tengamos que recurrir a pictogramas para que algunos individuos entiendan de qué va convivir. Otra cosa es que sean capaces de descifrar lo que quiere decir el dibujo y entender que va con ellos. Hay múltiples ejemplos de falta de urbanidad en espacios de uso colectivo donde están bien indicadas las reglas del juego y todavía te encuentras gente que hace caso omiso. Me refiero, por ejemplo, a esos que ponen los pies encima del asiento que tienen delante, ya sea en el metro, el autobús y hasta en el cine, y cuando osas pedirles que te dejne utilizarlo, tienes la sensación de estar arruinándoles el día. O los que depositan la bolsa de basura fuera del contenedor en vez de arrojarla dentro, una tarea nada complicada de ejecutar, basta con levantar la tapa. O esos conductores que ocupan dos plazas de aparcamiento, así los coches contiguos no les rozan el suyo al abrir la puerta. O los que siguen dejando encendido el móvil en el teatro a pesar de los continuos avisos sonoros previos a la función que piden lo contrario, y luego, por culpa de Murphy y su ley, suena bien alta una llamada en el mejor momento de la trama.

Podría seguir desgranando ejemplos y seguro que vosotros también, pero tampoco quiero abusar. Solo una cosa más dirigida a quienes se han tomado a chufla este movimiento: os aseguro que va más allá de la simple anécdota. Y nada tiene que ver con los micromachismos. Reflexionen.

lunes, 5 de junio de 2017

Cuando interesarse por la cultura a los 11 está mal visto

La revista Tiempo dedica su última portada a la princesa Leonor con un titular que ha dado mucho que hablar. Parece ser que la niña a sus 11 años lee a Stevenson y Carroll, y le gusta el cine de Kurosawa. Al conocer tales revelaciones, rápidamente el populacho tuitero ha comenzado a competir por ver quién hace la broma más graciosa al respecto. Vale que las películas del japonés Kurosawa a simple vista echan para atrás, o mejor, no se parecen a las que suele demandar la infancia. Pero leer ‘La isla del tesoro’ o ‘Alicia en el país de las maravillas’ es lo mínimo que se espera de un niño que se inicia en la literatura. Así que tampoco es para tanto. Resulta que criticamos que los niños quieran ser youtubers, que se tiren todo el día colgados de la Play, o que las niñas den el salto de ñoñas a lobas en un clic, pero un día encontramos un ejemplo de lo que deberíamos considerar admirable y también tiramos piedras.


Los niños son lo que ven en casa, lo que maman de sus padres, lo que les inculcan sus mayores; si a unos niños desde pequeños les lees cuentos antes de dormir, les llevas a la biblioteca, les animas a elegir un libro para su cumpleaños y a que te cuenten qué les ha parecido, probablemente crearás en ellos un hábito que durará toda su vida. Si en una casa hay gusto por el cine, se establece la costumbre de ver películas con frecuencia, de todo tipo y estilo, y se comentan entre todos, los pequeños de la casa considerarán un hábito más el de ver cine. Lo mismo ocurrirá si desde su más tierna infancia visitan museos y exposiciones o les llevas a conciertos. Está en manos de quienes educan a esos mocosos que evolucionen hacia más o menos becerros a través de la cultura. Cierto es que algunas veces el crío te sale poco motivado, con una vida interior a la que te cuesta acceder y que ni chantajeándole consigues sembrar nada en él. Pero entonces lo que hay que cuestionarse es si la estrategia que estás utilizando con él es la adecuada o debes replanteártela. 

En cualquier caso, a todos aquellos que se mofan públicamente de esa niña para, de paso, atacar a la madre a la que -imagino- atribuyen los ramalazos culturetas de la criatura, debería darles vergüenza. Mejor, lean a Stevenson y Carroll, vean ‘Dersu Uzala’ (El cazador) y entonces, al menos, ya estarán en igualdad de condiciones.