Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

sábado, 29 de octubre de 2016

El tiempo perdido

Mi hijo de 11 años tiene la costumbre de discutirlo todo y negarse por sistema a acatar cualquier orden. Su estrategia es la de desgaste. Puede tirarse todo el tiempo que sea necesario cuestionando lo que se le ha pedido, regateando como si estuviera en un mercado persa, probando suerte a ver si su interlocutor pierde la paciencia y/o los nervios, para al final, librarse del marrón por agotamiento del contrincante o terminar asumiéndolo a regañadientes bajo amenaza. Ya le he cogido el truco. El secreto está en no claudicar. Armarse de paciencia, aguantar el tirón y esperar. ‘Pon la mesa’. Y antes de terminar la frase oyes que dice ‘no, que yo ya la puse ayer’. Y comienza una ristra de reivindicaciones y agravios comparativos que te despiertan la tentación de hacer tú misma lo que estabas pidiendo. Si no caes en la trampa de dejarle que gane, sabes que al final lo hará, aunque tengas que esperar casi un año. Y luego, cuando termina de poner la mesa, le intentas hacer ver -con escaso éxito- que no tiene sentido toda esa pérdida de tiempo y que si hubiera obedecido desde el principio nos habríamos ahorrado la discusión, los gritos, las amenazas y, sobre todo, ese valioso tiempo perdido.


Hace más de 10 meses los españoles fuimos a las urnas con la intención de elegir un nuevo gobierno para este país y resultó que nuestros votos enriquecieron con otras tonalidades el paisaje bicolor del Congreso. El PP ganó las elecciones, pero sin mayoría absoluta, lo que le obligaba a encontrar la manera de entenderse con el resto de fuerzas políticas, cada una de su padre y de su madre, pero cuyos votos sumados doblaban holgadamente a los obtenidos por el partido vencedor. El mensaje había quedado claro. Los ciudadanos pedían una nueva era en la que el diálogo y el consenso fueran las palabras mágicas, el abracadabra del nuevo país. Pero pedíamos un imposible. Así que, en vista de que nadie daba su brazo a torcer, tuvimos que volver a votar. Y de nuevo las urnas escupieron el mismo mensaje. Y una vez más se repitieron las líneas rojas y los reproches. Y a punto hemos estado de pasar por el tercer trance electoral consecutivo en busca de un resultado más claro que les permitiera a unos y otros saltarse el engorroso protocolo negociador. Afortunadamente parece que hoy los elegidos democráticamente van a poner punto final a este episodio de la misma manera que podría haberse puesto punto final en su momento: Con una abstención que no compromete a nada y sirve para desbloquear la situación. ¡Tantos escrúpulos para unas cosas y tan pocos para otras...!

Se han portado como mi hijo. Si desde el principio hubieran sido capaces de entender y afrontar la orden de los votantes y hubieran obedecido, nos habríamos ahorrado discusiones, escenas y sainetes. Hemos perdido casi un año que solo ha servido para que cada uno se retratara. ¡Ah! Y para regalarle a Rajoy un año extra de Moncloa 'en funciones'. Por el camino también se ha perdido un secretario general del PSOE, un partido que tal día como hoy, en 1989, ganaba por tercera vez consecutiva las elecciones generales con el mismo candidato, Felipe González, pieza clave en todo este 'twister' que les ha dejado descabezados. Definitivamente, son como niños.

miércoles, 26 de octubre de 2016

Serán ceniza, mas tendrá sentido

No sé si el post de hoy le va a hacer gracia a mi madre. Lo digo porque ella es de fuertes convicciones religiosas, asidua a la iglesia y yo diría que casi sacristana… y como voy a embestir por ahí, quizá le escueza lo que voy a mencionar. Bueno, me arriesgaré, porque en el fondo es una persona muy razonable y, además, madre no hay más que una. 

Aviso que pretendo evitar entrar en profundidades religiosas o en creencias. Que cada uno profese la fe que considere y la viva íntimamente. Pero hay noticias clericales que la dejan a una estupefacta. Como por ejemplo la campaña del Obispado de Cádiz, dispuesto a combatir la cada vez más arraigada fiesta de Halloween contraatacando con Holywins. Ha enviado un manual a sus fieles (parroquias, colegios religiosos y asociaciones cristianas) para que los niños se disfracen de santos, vírgenes y otros personajes sacros, ‘de modo sencillo y alegre’ para celebrar la tradicional fiesta de Todos los Santos y arrinconar esa otra fiesta pagana y satánica que inunda de calabazas, murciélagos y telas de araña supermercados, restaurantes, tiendas y colegios.

Esto del Holywins no se lo han inventado en Cádiz, aunque tengan guasa para mucho más. Por lo visto nació en 2002 en París con ese mismo espíritu combativo y desde entonces parece que allí cada 31 de octubre algunos niños cambian la sangre por disfraces con temática cristiana. La cosa es liberarse de ese espíritu negativo que representa Halloween y apostar por la esperanza en la resurrección con Holywins (que significa ‘lo santo gana’).

En fin, no es que Halloween sea santo de mi devoción, pero soy consciente de que la globalización termina extendiendo tradiciones por el mundo e intercambiando costumbres entre unos países y otros, hasta que importamos y adoptamos las que más nos convienen. Así que me da un poco igual cruzarme estos días con gente disfrazada de bruja o vampiro. Mientras no sean payasos asesinos... Lo que sí me fastidia es tener que andar abriendo la puerta de casa cada vez que suena el timbre para encontrarme con críos gritando 'truco o trato', pero lo resuelvo dándole salida a los caramelos duros como piedras que conservo de cabalgatas del siglo pasado. En cuanto a mis hijos, afortunadamente empiezan a ser autónomos y ya organizan ellos mismos sus caracterizaciones, así que yo me limito a preparar alguna merienda divertida a la par que monstruosa, por eso de parecer una madre enrollada a ojos de sus amigos. Por supuesto, ni les animaré a disfrazarse de vírgenes o ángeles, ni les prohibiré Halloween a favor de Holywins. Ya resulta lo suficientemente complicado manejarlos en el día a día como para encima ahora provocar un nuevo motivo de conflicto. Eso sí. También les tocará visitar algún cementerio y llevar flores a sus difuntos, que es por ahí, por la tradición autóctona, por donde debería insistir la Iglesia católica, no por cambiar la temática del disfraz.

Hay otra noticia religiosa que me tiene probablemente más trastornada que esta. Es la prohibición por parte de la Iglesia católica de esparcir las cenizas de los difuntos o guardarlas en casa. Me extraña que el Papa Francisco, con lo majete que parecía, haya firmado este documento en el que se amenaza con no oficiarle un funeral al alma del fallecido cuyos descendientes se salten esta norma. Si los católicos del mundo acatan la directiva, se acabó lo de lanzar al mar al abuelo marino. O soltar al viento al aficionado al alpinismo desde lo alto de una montaña. O eso de introducir al padre para los restos en una urna que presida el hogar desde la repisa de la chimenea. Sospecho que hay algún punto que no hemos entendido bien en esta información, pero de ser como nos la cuentan, creo que con esto de querer meterse en un ritual tan íntimo, el Vaticano ha patinado hasta el fondo, sobre todo por la ruin amenaza que pende sobre los que osen desobedecer la orden: privar al alma del habitual responso para su descanso eterno. ¡Venga ya! Qué necesidad tendrá la Iglesia católica de meterse en estos berenjenales. ¿Así es como pretende aumentar el número de fieles? Pues no parece la mejor campaña de captación. 

Ya sabíamos que a los doctos de la fe les va más lo de dar sepultura y que nunca les ha hecho gracia la cremación; no la prohíben, pero insisten en la necesidad de depositar las cenizas del finado en un lugar sagrado. Mi padrino, mejor dicho, sus cenizas están enterradas en una pequeña finca en la que se volcó al jubilarse y donde fue muy feliz. Era un lugar sagrado… para él. Y eso es lo que pensaron su mujer e hijos cuando lo escogieron. Un frondoso almendro debería haber crecido en el punto exacto donde se enterró su urna biodegradable, marcando de manera simbólica el lugar que ocupa en esa tierra. Pero por algún motivo que desconozco, la enclenque rama se resiste a crecer, así que sigue pareciendo un palo seco. Seguro que él habría conseguido algo más. A los que quedamos aquí no se nos da tan bien trabajar la tierra. En su momento mi padrino tuvo su funeral, pero si no lo hubiera tenido creo que nos habría dado igual. Y sospecho que a él también. Cada día le recordamos con cariño. Incluso rezamos alguna oración pensando en él sin necesidad de tener que ir a un camposanto.

Cuando yo muera también me gustaría que me incineraran. Y que con mis cenizas hicieran lo que quisieran, soltarlas al viento, enterrarlas o sumergirlas en el océano. Lo que costara y contaminara menos. ¡Ah! Y les diría a quienes me sobrevivan que no se preocupen por las represalias. No me importa que la iglesia desprecie mis restos quemados y castigue a mi alma sin descanso eterno. Como diría Quevedo, ‘serán ceniza, mas tendrá sentido; polvo serán, mas polvo enamorado’.

lunes, 24 de octubre de 2016

El bienestar, fuera de la oficina

Hoy que es lunes y cuesta más volver a la trabajo después del fin de semana, podíamos hablar de la moda de incorporar espacios de bienestar en las oficinas para fidelizar, tener contentos y animar la productividad de los empleados.  Al pasar por la sede de ING en Las Rozas he reparado en que hay una zona ajardinada tras el gran edificio donde se sitúan unas pistas de pádel, unas mesas de ping-pong y una zona de picnic. Supongo que es para que sus trabajadores no tengan que salir del recinto a la hora de almorzar, o para que, en sus ratos de mayor estrés, puedan liberar adrenalina dándole a la pelota con la raqueta y oxigenarse mediante el ocio y el esparcimiento.

Hace unos días veía un reportaje de Jalis de la Serna en La Sexta sobre la sede de Google en Silicon Valley. Es una pequeña ciudad con un montón de restaurantes y espacios en los que sus empleados pueden hacer su vida sin salir de su lugar de trabajo. Sus trabajadores no ocupan escritorios alineados en interminables filas bajo la fría luz de fluorescentes, sino que cualquiera de sus numerosas cafeterías, un banco de un parque o un asiento en una sala de juegos es un buen sitio para acomodarse y trabajar enganchado al ordenador. Y las oportunidades de entretenimiento son múltiples, de hecho dicen que sus oficinas son de las más divertidas, no solo en esta sede, sino a lo largo de todo el mundo.

Existen otras empresas casi tan modernas y concienciadas con la responsabilidad social corporativa hacia dentro, que lo mismo ofrecen a sus empleados en sus instalaciones fisioterapia, gimnasio, lavandería o guardería para sus hijos, todo por tenerlos contentos. Aunque no es una tendencia generalizada, sí es cierto que la mayoría de las empresas han entendido que hacer una oficina más cómoda para su plantilla redunda en su propio beneficio.


Qué queréis que os diga. Soy de las que piensan que en el trabajo no hay que pasar ni un minuto más del tiempo estrictamente necesario para ser productivo. La inspiración, el desahogo, los masajes si me apuras… hay que hallarlos fuera. Es de agradecer que las empresas se preocupen por hacer más cómoda la vida laboral de sus trabajadores, pero deberían empezar por racionalizar los horarios, algo que me temo que no servirá de nada ordenar mediante legislación si luego cada negocio defiende su independencia y autonomía en ese aspecto. Cuando en España ocurra como en otros países, sobre todo nórdicos, donde se mira mal al que echa horas de más en la oficina, porque significa que no ha sido capaz de sacar su trabajo a tiempo, habremos avanzado algo en este sentido.

Qué conciliación laboral, por no decir simplemente qué vida, puede tener una persona que sale de casa a las siete de la mañana para meterse en un atasco de camino al trabajo y regresa a su hogar, embotellado de nuevo, a las ocho de la tarde... La mejor decoración de empresa, el mejor espacio de bienestar laboral, es acabar con la jornada partida que incluyo dos horas para comer o las interminables reuniones después de las seis. La mejor estrategia empresarial es promover el tele-trabajo y los horarios flexibles, de manera que el tiempo que se pase en la oficina sea trabajando de verdad, no simplemente haciendo tiempo entre el fichaje de entrada y el de salida.


miércoles, 19 de octubre de 2016

Lluvia de premios

Estamos en las semanas de los premios, esos reconocimientos a la contribución a la humanidad de una persona en su campo de actividad y que en muchos casos se convierten en simple y oscuro objeto de deseo para vanidosos. La Academia sueca ya ha repartido sus Nobel; el viernes que viene se entregan en Oviedo los Princesa de Asturias; el viernes pasado se falló el Planeta –uno de mis sueños más inalcanzables-; y esta misma tarde se han fallado los Ondas, los históricos y prestigiosos premios de la Cadena SER. Yo antes también soñaba con que me dieran uno. Era cuando tenía la suerte de trabajar en ese medio tan mágico. Pero no me dio ni el tiempo ni el talento.


A cambio recuerdo que una vez me llamaron para comunicarme que me habían concedido una Antena de Plata, la hermana pobre de la Antena de Oro. Para ser justa y precisa explicaré que ambas las concede anualmente la Federación de Asociaciones de Radio y TV, que preside el insigne Federico Sánchez Aguilar, periodista de dilatada trayectoria y especializado en su última etapa profesional en el mundo taurino. Las de oro tienen un carácter nacional y las de plata se circunscriben al ámbito más local, al madrileño. Bueno, el caso es que a mí me llamó -creo recordar- la secretaria del susodicho para notificarme que era una de las agraciadas en aquella edición. Debía correr el año 2004, coincidió con el arranque de una temporada en la que la emisora en la que ‘militaba’ me había confiado un proyecto. La noticia me sorprendió, aún no había demostrado mi valía como directora y presentadora del programa, pero supuse que habrían agotado los candidatos. O quizá alguien me había recomendado para darle un empujón a mi carrera. O simplemente el presidente, al que conocía por haber coincidido en algún proyecto radiofónico, vio la posibilidad de hacerme un favor. ¡Yo qué sé! Superada la primera impresión, tras agradecerle profundamente la deferencia, me explicó que la ceremonia de entrega sería en una fecha –¡oh, fatalidad!- en la que yo tenía previsto un viaje familiar que no podía suspender. Así se lo transmití y aproveché para sugerir que podía enviar a alguien a recoger la Antena de Plata en mi nombre. Aunque se trataba de una conversación telefónica, pude adivinar que a mi interlocutora le cambiaba el gesto. Me contestó que esa alternativa no se contemplaba y que no me preocupara, que lo dejaban para la próxima edición. Por supuesto, nunca hubo otra edición.

Digamos que técnicamente no se puede considerar un rechazo, pero debo ser el único caso de gilipollas que se queda sin premio porque le va mal el día que se entregan, y no le aceptan que vaya nadie en su nombre, no como a Fernando Fernán Gómez, al que las ceremonias de los Goya le parecían un rollo y solía mandar a su hija a cumplir con el protocolo. Sí, ya sé que las comparaciones son odiosas...

Si no me equivoco, la Antena de Plata no comporta un premio en metálico, es simplemente un reconocimiento testimonial, una oportunidad de pavonearte ante los colegas, un homenaje a la honrilla acompañado por un trofeo que luego exhibes en el aparador del salón junto con la foto que te sacan en el evento. No es como el Nobel de Literatura, que está dotado con 800.000 euros, a los que no sé si renunciará Bob Dylan en vista de que no les coge el teléfono a los de la Academia sueca, que ya han tirado la toalla después de numerosos intentos infructuosos de contactar con él para darle la buena noticia. Supongo que alguno espera que se dé por enterado y que el día de la entrega de galardones se presente de manera espontánea, aunque ya supongo que sospechan que habrá una silla vacía. Ahora, que tendrá que cargar en su biografía con el galardón porque no puede ser devuelto ni revocado. Solo Sartre especificó a la Academia que no quería su Nobel ni regalado. Sartre era muy suyo. Y Dylan también, aunque no llega a esos extremos. Le habrá pillado la noticia de gira y no tendrá cobertura telefónica... ; ))) De hecho, cuando le concedieron el Príncipe de Asturias, excusó de forma educada su presencia en la gala. Pero, qué queréis que os diga, yo creo que es mucho más digno rechazar directamente el premio por principios

Al margen del carácter del premiado y su mayor o menor tendencia a recibir laureles, la propia esencia del gesto de premiar está cargada de injusticia. Al elegir entre varios candidatos un solo premiado, dejas fuera a otros muchos que tienen el mismo derecho y valía. Por no hablar de que siempre habrá alguien que la considere una elección equivocada.

En fin, que tras la anécdota vital que os he relatado, no sé si se me podría encasillar en el apartado de premiados o en el de ingratos que no valoran el detalle. Estaría más cómoda creando un tercer grupo, el de los que casi tenemos un premio (aunque fuera por nada), de modo que ya no esperamos más en esta vida y nos damos por satisfechos. 

Eso sí, estoy convencida de que el mejor premio, la mejor recompensa, es el simple reconocimiento verbal en forma de elogio, felicitación o agradecimiento a tu labor, tu carácter o tu persona. Me sobra la estatuilla, aunque venga con dotación. A estas alturas de mi vida, puesta a soñar con premios, prefiero que me caiga una lluvia de millones en la Primitiva.


lunes, 17 de octubre de 2016

Un respeto a los cobardes

Los que somos cobardes admiramos a los valientes. En realidad envidiamos que sean tan resolutivos, que no les cueste dar el paso, que se lancen al abismo sin analizar los riesgos, que parezca que no calculan sus posibilidades, que derrochen confianza en sí mismos. Los que somos cobardes somos inseguros, solemos poseer un acusado instinto de conservación y, además, tendemos a pensar, ahí radica el problema. Los que vivimos con miedos sabemos y asumimos que esa circunstancia nos paraliza, nos impide vivir plenamente, nos diferencia, nos señala y nos separa del rebaño, pero también somos conscientes de que tarde o temprano afrontaremos las fobias para superarlas, eso sí, cuando nos sintamos preparados y a nuestro ritmo, no presionados por nadie.

Hace unos días mi hija tuvo una sesión de deportes de aventura en medio de la naturaleza organizada por el departamento de Educación Física de su instituto. Los alumnos debían hacer escalada, rápel, bicicleta, aprender a hacer nudos y alguna actividad más que no recuerdo. A mi hija le asustan las alturas, así que iba completamente acongojada. Intentamos calmarla explicándole que nadie le iba a obligar a hacer nada peligroso que ella no quisiera hacer y le recomendamos que se relajara y disfrutara la experiencia. Una vez en el campo, fue pasando las diferentes pruebas hasta que llegó la escalada. Tratando de superar su miedo, se puso el arnés y se aventuró a trepar sin ningún problema. Es más, parece que hasta lo disfrutó. Pero cuando le tocó probar el rápel volado -descender al vacío ayudado por una cuerda desde una plataforma en altura-, el miedo la paralizó y dijo que no podía hacerlo. Desde ese momento tuvo que escuchar críticas y reproches de los  monitores que tutelaban la actividad, de sus compañeros y amigos, que no comprendían por qué se negaba a hacer algo tan divertido, y hasta de la profesora de Educación Física, que haciéndole una señal con el pulgar hacia abajo, le advirtió de que su comportamiento le restaría nota. Nadie empatizó con su miedo, nadie tuvo un gramo de comprensión y, sobre todo, ningún adulto, en especial estoy pensando en la profesora, se tomó la molestia de hacer un poco de coaching con ella para saber de dónde procedía su fobia y tratar de quitarle hierro al episodio. 

Yo en particular no le veo beneficios deportivos a tirarte al vacío con una cuerda, salvo experimentar un subidón de adrenalina, pero no voy a entrar en esa discusión porque tampoco entiendo por qué tiene que organizar un centro educativo viajes a practicar esquí, por mucho que sea una actividad voluntaria. Que por cierto, ya puestos, también debería ser voluntario esto del rápel. En fin. Soy de la opinión de que, por supuesto, no todo va a ser estudiar química, lengua, matemáticas e inglés, y que debe haber otras actividades paralelas que complementen la formación, pero yo lo limitaría a visitar museos, descubrir lugares de interés o poner en práctica los conceptos aprendidos de maneras originales, que lo mismo puede ser saliendo al campo para ver insectos como observando una obra para entender el concepto de polea. En este aspecto el instituto de mi hija es privilegiado, porque tienen la obra dentro mismo del centro, así que no tendrían ni que desplazarse... En fin, cualquier cosa, pero con un riesgo controlado. 

Hay quien me tacha de hiperprotectora, alegando que el peligro está en todas partes, incluso en nuestra propia casa. Pero yo sigo pensando que corres más riesgos tirándote con una cuerda por un puente que si no te tiras, asumiendo que también el puente sobre el que pisas se puede caer o estrellarse el autobús que te traslada hasta el campo. Por no mencionar que si cargas a tus espaldas con una cruz como es tener vértigo o miedo a las alturas, todo el mundo descubrirá que eres una 'cagada' y desde ese día llevarás colgado el puñetero sambenito.

Pero me estoy desviando de la cuestión, yo estaba hablando del miedo y del derecho de los miedosos a lidiar con esta asignatura pendiente. Admitimos que somos cobardes y felicitamos a los valientes. Pero, por favor, pido respeto. Respeto a los que tienen miedo a volar, a los que les asusta la oscuridad, a los que les aterrorizan los bichos, a los que se caen redondos si ven sangre, a los que temen a la muerte, a los claustrofóbicos que se ahogan en un ascensor. Un respeto a todos, incluidos también aquellos que fueron testigos de la agresión a dos guardia civiles fuera de servicio y a sus parejas en Alsasua, y prefieren no significarse, ni delatar a los autores de la fechoría, ni defender a los agredidos, por si acaso, no vaya a ser que vayan también a por ellos.

A veces el miedo es simplemente prudencia. O, más concretamente, instinto de supervivencia. No nos juzguen. Ya tenemos suficiente carga con nuestra propia cruz.
 

miércoles, 12 de octubre de 2016

Lo nunca visto: Discutiendo por una fiesta

Exterior, día. Eje Prado-Recoletos. Ambiente gris y lluvioso. Con la que está cayendo, un día de inclemencias meteorológicas era el escenario más ad hoc para celebrar hoy la Fiesta Nacional de España. 12 de octubre. Tal día como hoy, en 1492, Colón llegó a la isla Guananí, hoy la isla de San Salvador, en el archipiélago de las Bahamas, lo que supuso el primer contacto del viejo mundo con el nuevo mundo.

Desde principios del siglo pasado, el de hoy es un día festivo, aunque haya ido variando su denominación. Fue el Día de la Raza y luego el Día de la Hispanidad, antes de llegar a ser simplemente la Fiesta Nacional de España. Y, por supuesto, el Día del Pilar. Según recoge el BOE, fue el gobierno socialista de Felipe González el que puso negro sobre blanco a través de la ley 18/1987, la elección de esta fecha como Fiesta Nacional de España, por simbolizar "la efeméride histórica en la que España, a punto de concluir un proceso de construcción del Estado a partir de nuestra pluralidad cultural y política, y la integración de los Reinos de España en una misma monarquía, inicia un período de proyección lingüística y cultural más allá de los límites europeos".

Vale, muy bien. Pero no a toda España le gusta esta fiesta. O no toda España se siente identificada con lo que representa o representó esa fecha en algún momento de la historia. Y, como ya es habitual en este país tan 'polarizado', igual que con los toros, aquí todo es o blanco o negro. O estás conmigo o contra mí. Hay quien considera que estamos celebrando un genocidio indígena. Y hay quien solo ve la conmemoración del encuentro entre dos mundos.

Un juez dictó la orden de cerrar hoy el Ayuntamiento de Badalona. La alcaldesa de este municipio catalán explicaba esta semana que los sindicatos habían pactado con el Consistorio dar la opción a los funcionarios de ir a trabajar en este día y, a cambio, faltar el 9 de diciembre, que hay un sabroso puente de por medio. Hay quien ha querido interpretar que el gobierno municipal, de Guanyem Badalona, retaba al Estado al saltarse la norma de una Fiesta Nacional. Yo creo que en el fondo no es exactamente así, aunque los que gobiernan se estuvieran frotando las manos con el mensaje político que traslucía esa decisión sindical. En realidad detrás hay simplemente un interés práctico: este 12 de octubre ha caído en medio de la semana y todos sabemos que un festivo en medio de la semana es un día perdido. Los buenos son los que caen en lunes o viernes, si me apuras en martes y jueves, para luego faltar cuatro días muy ricos. El caso es que al final se han pasado la orden judicial por el forro y han atendido al público. Ignoro si habrán tenido mucha cola. No sé por qué me da que habría más prensa que ciudadanos con ganas de hacer gestiones. Aunque nunca se sabe. Hay gente 'pa’to'. Y si toda la semana curras y un día te dan fiesta en el trabajo, aprovechas para ir a tu Ayuntamiento a pedir el certificado de empadronamiento o a pagar el impuesto. Esto es así. Y, ¡ojo!, porque no es el único municipio que ha desafiado la tradición hispana.

En otro Ayuntamiento, el de Madrid, el conflicto relacionado con esta fecha se saldó con un cruce de banderas: la indígena que ha colocado Carmena en su balcón y la española que exhibe el PP de Aguirre en sus dependencias. Damos demasiada importancia a los símbolos. Cuando ya las palabras pierden su fuerza de tantas veces que las repetimos, tiramos de los símbolos, que son como indirectas, como dardos que llevan escrito ‘a ver si lo pillas’.
Y en las redes sociales, campo de batalla de las bajas pasiones, nos encontramos a unos insultando a los otros. Todos contra todos. Los unos contra los que piensan distinto. Los que tienen muy arraigado el espíritu nacional contra los que no se sienten españoles por los cuatro costados. ¡Qué aburrimiento!

Parece que el individuo, el ser humano, a pesar de ser un ente independiente, deba tener el sentimiento de pertenencia a algo mayor. Si eres mujer, a la ninguneada población femenina. Si tienes hijos, al saco de madres sufridoras. Si eres periodista, al castigado gremio que trata de informar. Si eres del Barça, a los culés que elogian a Messi y Piqué. Si eres española, al colectivo de ciudadanos españoles abanderados... Y defender de manera grupal tus derechos. 

Qué tal si respetamos que cada uno se limite a sentir lo que siente y reclamar lo que considere justo como individuo, independientemente de si pertenece o no a una tribu, sobre todo en este escenario globalizado donde nos ha tocado interpretar nuestro papel. Lo siento, pero cuando surgen estas polémicas tan manidas, a mí me dan ganas de tirar del anuncio de la cerveza San Miguel y gritar a los cuatro vientos que me siento ciudadana de un lugar llamado mundo.

Reconozco que esta polémica con la Fiesta Nacional me tiene descolocada. Con lo que nosotros somos y hemos sido, amantes de festejar y no dar un palo al agua, y andamos discutiendo por la idoneidad de un día de fiesta. Recomiendo que pongamos los pies en la tierra y comprendamos que todo se reduce a la ubicación de los días festivos. Estoy convencida de que el 90% de la población no cuestiona si es la Inmaculada Concepción, el Día de San José o el Día del Pilar. Lo que quieren es disfrutar de un día libre. Más en concreto, de 9 días libres nacionales, 3 más regionales y 2 más locales a lo largo de todo el año. Y si caen estratégicamente y permiten alargar el fin de semana, por delante o por detrás, mejor que mejor.

En cuanto a las reminiscencias bélicas del desfile militar que escuecen a los pacifistas y la petición de algunos para que se suprima, a mí ni fu ni fa. La parada militar me huele a naftalina, la estética me parece carne de NO-DO y, si es cierto que cuesta 800.000 euros, yo sería partidaria de invertirlos en algo más útil. Aunque también soy consciente de que este tipo de exaltaciones patrióticas tienen su público y hay gente a la que le dan subidón. Vamos, que cumplen una labor social con esa parte de la población que también paga sus impuestos y tiene derecho a que le den una alegría.

Conclusión: que pregunten a las nuevas generaciones, los menores de quince años, si saben qué día se celebra hoy y por qué. Y un reto mayor. Que le hagan esa misma pregunta a sus padres. A lo mejor tampoco lo saben. Solo celebran no tener que madrugar para ir a la oficina. Y más si ha amanecido un día lluvioso. 



lunes, 10 de octubre de 2016

Hay más tipos como Trump… y esto no es una broma

No entiendo cómo todavía alguien se sorprende al filtrarse una grabación privada con comentarios groseros de Donald Trump y descubrir que se asemeja a lo que puede denominarse un cerdo machista. Pero si no hay más que verle evolucionar. Con frecuencia le traiciona el subconsciente y proyecta al cromañón que lleva dentro. Además, su trayectoria vital está salpicada de escándalos relacionados con sus ‘complicadas’ relaciones con las mujeres y, la verdad, no es que le defina su respeto por el sexo femenino. Salvo que escuchar en vivo y en directo sus expresiones soeces haya despertado de un profundo sueño a algunos de sus partidarios, me temo que la mayoría ya había captado el tipo de persona que es.

En todo caso, visto el revuelo, la pregunta que me surge es: ¿qué es más grave y reprochable, tratándose de un aspirante a liderar el mundo: que se comporte como un baboso misógino o que demuestre una ignorancia supina sobre este planeta que aspira a dominar? En ambos terrenos parece un peligro público, así que entiendo que resulte difícil elegir una de las opciones. Lo que no termino de procesar es cómo existen ciudadanos estadounidenses partidarios de votarle. Ellos sabrán lo que buscan, necesitan y quieren. Quizá desconocemos las profundas raíces e idiosincrasia de aquel país. O quizá simplemente es que el perfil cafre de Trump es más habitual de lo que pensamos entre el común de los mortales. Y esto sirve para poner de relieve una cruda realidad que tengo la sensación de que pasa desapercibida. Y es que el género femenino sigue protagonizando chistes a lo ancho y largo del mapa mundi. Por no tratar de abarcar tanto, si nos centramos solo en casa, aquí, en España, aún son comúnmente aceptadas las bromas sobre la lucha de sexos, donde siempre sale peor parada la dama. Incluso hay mujeres que también entran en el juego y aceptan ese tipo de bromas pensando que la mejor manera de combatirlas es contraatacando con otras en las que el objeto de mofa sea el hombre. En el día a día, en la barra del bar, en la intimidad del hogar, en encuentros de amigos, en el vestuario del gimnasio, en el patio del instituto, en grupos de whatsapp…, las ordinarieces sexistas son comunes. Es raro el chico que no bromea sobre el físico de las chicas y que no intenta ser ingenioso con alguna ocurrencia de tipo sexual. Y es raro que no haya alguno que ría las gracias al ingenioso, lo que le convierte en cómplice y tan rastrero como a quien le hace de palmero. Y cuando la situación requiere algún calificativo que aplicarles a ellas, siempre, por regla general, el primero que escupen es el de putas.

Admitidlo. Si se expusiera al escrutinio público lo que se dice en privado probablemente más de uno descendería de los cielos a los infiernos. Cuando un micrófono indiscreto se queda abierto y alguien suelta algún exabrupto pensando que nadie le escucha, desvela su verdadera esencia. Si tuviéramos cámaras y micrófonos encima todo el día, como en Gran Hermano, llegaría un momento en que saldría a la luz toda la bilis de cada uno, y reconoceríamos al homófobo, al racista, al sexista, al misógino, al violento, al ultra, al egoísta, al tramposo… y caerían todas las caretas. 

Afortunadamente la mayoría de las veces no es necesario espiar a la gente para saber de qué pie cojea. 





viernes, 7 de octubre de 2016

Vivir para contarlo o morirse por grabarlo

No entiendo a qué obedece esa obsesión que nos ha entrado por retransmitir cada momento de nuestra vida, de grabar para la posteridad cada experiencia, de lanzar al mundo, sin una pizca de pudor, episodios que podrían y deberían vivirse íntimamente y, de esta manera, saturar de basura la nube, los servidores mundiales, las autopistas de la información y todo lo que se nos ponga por delante.

Leo que han disparado a un concursante del programa La Voz Méjico y que, aún herido, decidió transmitir en vivo su traslado al hospital.

Más tarde me entero que un conductor de autobús en Argentina se puso a lanzar a través de Facebook vídeos e imágenes del momento en que una de sus pasajeras se puso de parto.

He llegado a ir a conciertos donde la mayor parte del público seguía la actuación a través de la pantalla de su móvil, mientras grababa pensando en presumir en sus redes sociales de su buena suerte por asistir en directo a un evento que en realidad no estaba mirando directamente. Sí, surrealista.

Niñas de la edad de mi hija (13 años) hacen retransmisiones en directo por Periscope jugando a maquillarse cual Lolitas, invitando a cualquiera que tenga acceso a internet a contemplar esa escena blanca que, dependiendo de los ojos de quien la mire, puede cargarse de otras connotaciones menos inocentes.

Hoy los niños ya no quieren ser futbolistas o veterinarios, no señor, quieren ser youtubers, y luego pasa lo que pasa. Hace poco conocíamos el caso de uno que endeudó a su familia con su canal de Youtube. Pensaba que estaba recibiendo ingresos por sus vídeos cuando lo que hacía era engordar cargos por contratar sin saberlo publicidad. Por suerte para sus progenitores, todo ha quedado en anécdota

Luego están los adultos que graban, vaya usted a saber con qué propósito, sus encuentros sexuales. Supongo que porque les excita más, o para verse y mejorar ciertas posturas, o simplemente para presumir de su hazaña con los amigotes exhibiendo pruebas… Antes valía simplemente con contarlo… Me viene a la cabeza la anécdota sobre Luis Miguel Dominguín y Ava Gardner; dicen que después de su primera noche juntos, él se vistió a toda velocidad para irse y cuando ella le preguntó dónde iba con tanta prisa, él le contesto, ‘a contarlo’… Nunca se ha sabido cuánto hubo de verdad o de leyenda en esta historia, lo que seguro no hubo fue una cámara para inmortalizarlo.

Hablando de esos que graban para ilustrar con imágenes sus narraciones, no mencionaré a los 'videoaficionados' que presuntamente convirtieron los últimos Sanfermines en un infierno para una joven madrileña, que de eso ya he hablado por aquí. Prefiero detenerme en un episodio aún más reciente, el caso del vídeo de contenido sexual que se ha filtrado a Internet en el que aparecen los futbolistas Sergi Enrich y Antonio Luna haciendo un trío con una mujer que, por cierto, desconocía que la estaban grabando –es decir, fue sin su consentimiento- y que cuando se percató de la vileza pidió que pararan. “¡Para, eso NO…!” se le oye decir a la mujer. Pero ese NO no sirvió de nada. Hoy medio país ha sido espectador de lo que debería haber sido una íntima aventura sexual y al final se ha convertido en alpiste porno para usuarios de la red. Hay gente que sigue pensando que cuando nosotras decimos NO en realidad queremos decir SÍ. Creen que si una mujer se niega a algo, lo que espera es que insistas un poco más hasta convencerla de hacerlo, que es lo que en el fondo le encantaría desde el principio, pero no se atreve. ¿En qué cabeza infradesarrollada cabe teoría tan pasada de moda como retorcida? Si crees que no es rechazo, sino que simplemente está haciéndose la dura, te equivocas, pierdes el tiempo, déjala en paz, hazle caso, entiende su palabra. NO.

Pero me estoy desviando de la cuestión… es el tema, que me arrastra… De lo que quería hablar hoy es de esa locura por enchufarnos la cámara y hablarle como si estuviéramos permanentemente en un casting para un concurso de televisión. Me resisto a echarle la culpa a Youtube, aunque flaco favor hace a la salud mental de nuestra civilización al haber despertado esa competencia feroz por ver quién capta el momento más surrealista que provoque automáticamente el millón de clics.

Ahora triunfa Piko Taro, un tipo japonés que canta una canción absurda dedicada a la manzana, la piña y el lápiz, aunque en inglés se presta más al juego de palabras: PEN-PINEAPPLE-APPLE-PEN



Como podéis observar, no es un vídeo casero, es profesional, busca hacerse viral y ya lo ha conseguido. A eso aspira cada uno de los usuarios de Smartphone con alma de reportero. El Smartphone, Internet, Youtube, los medios que dan relevancia hasta el más miserable aleteo de una mosca… todo ello ha cambiado la manera en que vivimos la vida. Ahora la miramos con ojos de ‘aquí puede haber una noticia y yo quiero ser el protagonista’. O mejor dicho, ‘con esto lo voy a petar’.

miércoles, 5 de octubre de 2016

Vamos de culo

Uno de los complejos que me han acompañado a lo largo de mi vida, más acusado en la adolescencia y casi superado en la edad adulta, ha sido mi culo. Por hablar con mayor precisión, el tamaño de mis glúteos. Siempre he pensado que tenía unas posaderas demasiado grandes, desproporcionadas en comparación con el resto del cuerpo. Parece ser cosa de genética, la rama femenina de mi familia paterna somos, como decía mi abuela, ‘de la calidad del tordo: la cara delgada y el culo gordo’.

Os cuento esto no porque tenga necesidad de abriros mi corazón y haceros partícipes de mis neuras, -¡qué va!-, sino porque he leído que los últimos dos años se ha registrado un incremento de casi un 30% en el número de operaciones para aumentar los glúteos, principalmente en mujeres. Dicen que la culpa del boom de la gluteoplastia es de las Kardashian, Beyonce, Nicky Minaj o Jennifer López, que van paseando por ahí su orgullo de culonas y han puesto de moda la retaguardia bien armada, irremediablemente asociada a lo erótico festivo, dejando incluso en segundo plano la delantera, que también ha vivido épocas de exaltación. He aquí un ejemplo.

Una foto publicada por Kim Kardashian West (@kimkardashian) el


Tiene gracia. Toda la vida tratando de disimular mis caderas con ropa amplia y camisetas largas, y ahora, aunque ya sea demasiado tarde por los años y la ley de la gravedad, resulta que poseía todo un tesoro, algo por lo que hoy suspiran aquellas féminas con las que la naturaleza no ha sido tan generosa y que se arriesgan a pasar por el quirófano para ponerse postiza una cara B.

Y es que parece que tener un buen culo da puntos, además de los de sutura. Según he comprobado, existen numerosas cuentas en redes sociales –he localizado varias en Instagram y Twitter- que puntúan a la gente. Suelen echar un vistazo a la galería de fotos de sus seguidores y valorar su físico y pose con nota y comentarios. Por lo general las más examinadas son chicas, aunque también se cuela de vez en cuando algún chaval. Pero, lo más preocupante, a mi entender, es que son adolescentes o gente lo suficientemente joven como para creer que tienen un problema si esos jueces anónimos les dan un 7 ‘porque no tienen culo’. Alguien debería hacerles ver que el problema real surge cuando lo que falla es el cerebro. Entonces sí que se va de culo.

lunes, 3 de octubre de 2016

Propuestas escénicas experimentales que cuesta considerar TEATRO

Cuatro hombres sobre el escenario montan y desmontan, colocan y descolocan, destruyen y construyen 'algo' con unas tablas. Y así durante casi 45 minutos. En un momento dado, sin obedecer en apariencia a ningún estímulo, se quedan desnudos y siguen montando y desmontando, colocando y descolocando, destruyendo y construyendo aquella extraña obra.

De repente se hace la oscuridad. Los actores encienden unas barritas de luces químicas y esa iluminación especial permite distinguir a uno de los hombres masturbándose en el suelo hasta que eyacula. Otro de los 'obreros' hace lo propio de pie, de espaldas al público. Una mujer, que durante todo ese tiempo ha merodeado también por el escenario, recoge el semen y lo emplea para pintar sobre una de aquellas maderas con las que han estado trabajando.

Es el resumen que me hacen de ‘La casa, un espectáculo que se ha representado estos días en el Teatro Valle Inclán de Madrid dentro del ciclo ‘El lugar sin límites’. Se trata de una creación de Aitana Cordero, con dramaturgia de Jaime Conde-Salazar, producida por el Centro Dramático Nacional -es decir, dinero público-, con la colaboración de HETVEEM Theater (Amsterdam) y el apoyo de Teatro Pradillo.

El montaje dura en total casi tres horas en las que no suena ni una sola palabra. La duración es aproximada y, como advierten en la ficha técnica informativa, ‘dependerá del día, de las mareas y de la luna’. Vamos, de lo que tarden los eyaculadores en entonarse.

Creo que parte del patio de butacas se vació antes de terminar la función. Sería gente que no conocía la trayectoria de esta bailarina contemporánea, coreógrafa y artista escénica especialmente interesada en experimentar, como figura en su biografía, 'el “encuentro entre cuerpos”, la intimidad, la “senxsualidad”, la fisicalidad de la violencia y la exploración de los protocolos y convenciones de las artes escénicas'. Por eso es importante saber lo que vas a ver y lo que pretende el autor o la autora de la obra antes de sentarte en la butaca. 

El teatro y las artes escénicas en general me inspiran mucho respeto. Admiro profundamente a los autores que se entregan a este género para entretener y hacer pensar al público, o simplemente como autoterapia emocional. Y aprecio mucho más si cabe a los pobres intérpretes, sobre todo después conocer las conclusiones del Estudio sociolaboral del colectivo de actores y bailarines en España, un trabajo de la Fundación AISGE que calcula que solo un triste 8% de los artistas pueden llegar a fin de mes únicamente con su talento interpretativo. El resto debe completar sus ingresos con otros empleos que no necesariamente tienen que ver con el de actuar.

Desde el teatro clásico hasta los arriesgados montajes contemporáneos, pasando por las funciones casposas más comerciales o la cartelera alternativa, toda la oferta dramática tiene mucho valor para mí, pero dentro de un orden y sin abusar. No tengo inconveniente en que en escena haya sexo explícito, aunque aparentemente no venga a cuento, si al menos no chirría; no me incomoda que no digan una sola palabra, mientras hablen los gestos, las miradas, la música, las luces. Pero, lo siento, necesito que pase algo, que lo que suceda me llegue, para bien o para mal, y que le encuentre algún significado. Si no, sentiré que me han estafado.

No he visto ‘La casa’. Hablo de oídas, por lo que me han contado. Pero con esas referencias y una vez explorada la trayectoria de esta artista, me temo que para este espectáculo, en caso de surgir la oportunidad, me ahorraría la entrada. Busco otro tipo de propuestas escénicas, menos experimentales. Me gusta el TEATRO, con mayúsculas. Será que soy demasiado clásica… o demasiado básica.