Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

sábado, 31 de diciembre de 2016

30 cosas que le pido a 2017

Es costumbre en estas fechas formular deseos, hacerse propósitos, marcarse metas y pedir imposibles. He estado pensando qué me gustaría que me trajera el 2017 y creo que esta lista resume básicamente lo que espero de este año que va a comenzar:

1-Continuar viendo crecer a mis hijos y menguar a mi madre.

2-Aprender a sacarle partido a las 24 horas que tiene el día.

3-Sentir de nuevo mariposas en el estómago.

4-Disciplina para dedicarle al menos 15 minutos diarios a escribir solo por placer.

5-Superar mi fobia al vídeo y petarlo en Youtube.

6-Que un cazatalentos me descubra.

7-Seguir disfrutando del sexo.

8-Reconocerme en el espejo.

9-No juzgar a los demás.

10-Descubrir nuevos vinos.

11-Conocer ciudades que empiecen por la V: Viena, Venecia, Verona, Varsovia, Vladivostok…

12-Cumplir mi promesa de hacer una sesión familiar mensual de cine y cena.

13-Apuntarme a clases de inglés y acreditar un nivel C1.

14-Ponerme delante de un micrófono otra vez.

15-Encontrar un modo de ganarme la vida, cualquiera.

16-Conseguir vivir intensamente la vida real sin descuidar la virtual.

17-Averiguar dónde se esconde el placer de cocinar y ser capaz de experimentarlo.

18-Mantener la ilusión.

19-Propiciar más encuentros con amigos.

20-No irme a la cama sin haber practicado al menos 45 minutos de ejercicio diario.

21-Enterarme por las noticias que descubren curas para el cáncer y el Alzheimer.

22-Un triplete del Barça.

23-Una tasa de paro del 0%.

24-El fin de la guerra en Siria y del terror en el resto del mundo.

25-Una solución a los problemas medioambientales más allá de la matrícula par o impar.

26-Felicitar el cumpleaños a todas y cada una de las personas que conozco.

27-Ser capaz de ver las cosas con perspectiva y relativizarlo todo.

28-Contagiar mi optimismo.

29-Leer tantos libros, ver tantas series y escuchar tanta música como pueda.

30-Tratar de ser feliz haciendo felices a los demás.

viernes, 30 de diciembre de 2016

La complicada misión de regalar y acertar

Los españoles "tiran" 2.000 millones de euros en regalos de Navidad no deseados. 2.000 millones, que se dice pronto. Para que os hagáis una idea, 2.000 millones es lo que se han gastado en artículos de lujo a lo largo de todo este año los turistas extracomunitarios que han visitado nuestro país. 2.000 millones es lo que pretende invertir la compañía estadounidense Cordish en construir un "megacomplejo" de 134 hectáreas de ocio en el municipio madrileño de Torres de la Alameda, al estilo del fallido Eurovegas. Y poco más de 2.000 millones, aunque en este caso de dólares, se gastaron Clinton, Trump y quienes les apoyaron en la batalla de las presidenciales norteamericanas. Os he calzado toda esta comparativa para que os hierva más la sangre por la cantidad de pasta mal empleada que propicia esta época del año con su Papá Noel y sus Reyes Magos.

Parece que familiares de segundo grado y compañeros de trabajo son los que menos aciertan regalando. Para colmo, esas personas que se toman la molestia de comprar un detalle para alguien que no sabe apreciarlo, se gastan una media de 57 euros. O sea, no es ya que te desprecien el regalo, es que encima has perdido el tiempo y el dinero. 

Todavía conservo en mi armario sin estrenar un conjunto de lencería que me regalaron hace años unos compañeros de trabajo y que no me he puesto más que una vez, cuando me lo probé y certifiqué que aquello no era para mí. Aunque, ahora que lo pienso, no descarto darle una segunda vida si cuando se me acabe este contrato de sustitución no encuentro otra cosa y todo me conduce a emplearme como madame en un burdel.

Lo de los regalos es muy delicado. A mí me gustaría que quienes me conocen lo demostraran cuando planean obsequiarme. Me fastidia que me pregunten qué quiero que me regalen. Tener que pensar en ello me estresa. Diría siempre que nada. O que me sorprendan. O que elijan lo que quieran, pero focalizándose en mí cuando lo compren. Yo creo que es fácil si se hace un pequeño esfuerzo, es decir, igual que a un calvo no le regalas un cepillo, ni a un abstemio una botella de vodka, si sabes que a alguien le gusta la música, el cine, viajar, leer o la jardinería, en todos esos campos seguro que encuentras algo original que regalar. Basta con pillar alguna idea de cualquiera de las múltiples sugerencias que incluyen los periódicos y revistas cuando se van acercando estas fechas. Pero claro, eso requiere dedicarle tiempo, pensar y observar. Y arriesgarse, claro que sí. No hay nada que no pueda solucionar un ticket regalo. Aunque no sé yo qué es mejor, porque si estresante es el periodo de compras navideñas, no te digo ya cómo es el de devoluciones posnavideñas.

Por eso, a mí, más que recibir, me gusta regalar; me gusta jugar a adivinar qué obsequio puede cuadrarle a cada uno. Y, sobre todo, hacerlo no por cumplir, ni por reciprocidad. No quiero forzar a nadie a que imite mi gesto, no es lo que busco. Regalo sin esperar nada a cambio, salvo experimentar la sensación de que la sorpresa ha funcionado y la elección ha sido la acertada. Esto no lo entiende todo el mundo, así que con más frecuencia de la que me gustaría me topo con la incomprensión, la crítica o los sermones de quien no comulga con mi pasatiempo. 

Después de algunos años enfrentándome al complicado ritual del regalo navideño, ya estoy en condiciones de establecer siete reglas de oro para que este intercambio de presentes no termine amargando la vida a nadie. 

-No hay que complicarse más de la cuenta pensando qué regalar a los compañeros del trabajo. Si es espontáneo, cualquier pequeño detalle vale. Todo lo que llega de manera inesperada es recibido como si fuera el bote de un Euromillones. A mí me cayeron sorpresivamente una caja de galletas danesas y un broche artesano de Papá Noel hecho con ganchillo y fui la mujer más feliz del mundo. Quizá también es que soy demasiado agradecida.

-Evita pedir o regalar ropa. Ese tipo de artículos es mejor elegirlos y comprarlos uno mismo. Los gustos por la moda son muy subjetivos. Tu suegra tiene un concepto de la elegancia que no tiene que coincidir obligatoriamente con lo que piensa tu hija. Desde las tallas, hasta el modelo o el color, cualquier cosa puede cambiar en función de quien lo mira, así que no te arriesgues con los demás. Regálatelo tu mismo. Y si sucumbes a la tentación, imprescindible que incluya ticket regalo.

-Sé todo lo explícito que puedas en tu carta: marca, modelo, color, precio, incluso foto y lugar donde encontrarlo. Todo detalle es poco cuando se quiere acertar, evitar decepciones y eludir devoluciones.

-Nunca confieses cuánto dinero te has gastado en regalos. Si es poco te llamarán roñoso; si es mucho, te censurarán por manirroto y te interrogarán en modo auditoría para descubrir en qué te has gastado tanto.

-Aunque suene adolescente, organizar un amigo invisible allí donde coincide mucha gente es una solución perfecta. Cada uno piensa en un regalo para el que le toca en suerte y asunto resuelto. Adiós a los quebraderos de cabeza y al gasto desorbitado.

-Para ahorrarse atascos, colas y estrés, se inventó la compra por Internet. ¡Gracias, señor Amazon! Así que no desaprovechéis la oportunidad de apuntaros al lujo del shopping en pijama y al colegueo con el mensajero que al día siguiente te despierta con el paquete calentito. 

-Y por último, viene bien recordar que, aunque suene más almibarado que el guión de una película Disney, muchas veces los verdaderos regalos son gratis y están al alcance de la mano si uno quiere, se lo propone y se esfuerza: una caricia, una sonrisa, un paseo, un abrazo, un rato compartido sin gritos ni discusiones… son mucho más valiosos que un Iphone, un Mac, unas entradas para un concierto de tu artista favorito o un crucero por el Caribe... Bueno, puede que quizá haya exagerado. 

sábado, 24 de diciembre de 2016

El reto de la cena de Nochebuena sin móviles

Me apuesto el contenido de mi hucha de cerdito a que esta noche en buena parte de los hogares españoles habrá un dispositivo móvil por cada comensal. Alrededor de la mesa estarán los del selfie navideño, los que fotografían cada plato del menú, los que envían por whatsapp las típicas felicitaciones horteras o cachondas, los que consultan compulsivamente las redes para no perderse nada de lo que se comenta, los que llaman y contestan llamadas deseando buena noche y los más jóvenes, que buscan entretenimiento digital en una celebración analógica tan aburrida. Con este panorama, al final los pocos temas de conversación entre los langostinos y el pavo tendrán seguro como hilo conductor el teléfono móvil. ¿Recordáis cómo eran las cenas de Nochebuena cuando no existía el móvil? Cuesta hacer memoria...

Esta semana el director de orquesta y clavicembalista William Christie expulsó de una velada navideña musical en el Auditorio Nacional a un espectador por interrumpir el 'Mesías' con el sonido de su móvil. Lo han publicado todos los periódicos, aunque ya me había enterado por una de mis amigas de Facebook, Katia, una melómana empedernida que vivió el bochornoso incidente en directo. Cuando sonó el teléfono en uno de los momentos más dramáticos del concierto, el director de la orquesta hizo parar a los músicos para dirigirse al lugar del público de donde procedía la interrupción y soltó muy cabreado: ”Acaba usted de cargarse uno de los pasajes más bellos de una de las obras más hermosas jamás escrita”. Luego le echó de la sala.

Los móviles provocan escenas surrealistas. Ese mismo día, en el festival navideño escolar de mi hijo, su padre vivió en sus carnes otro pequeño incidente por sugerirle a una madre que estaba hablando por teléfono durante la actuación que abandonara la sala para no molestar al resto. En este caso, en vez de conseguir que cesara el alboroto, provocó el efecto contrario.

He coincidido en medios de transporte, autobuses, trenes o el metro... con personas que tienen la costumbre de elevar tanto la voz que resulta inevitable hacer partícipes a todos los que les rodean de su conversación telefónica.

En el cine, el teatro y hasta en iglesias, siempre suena el móvil de alguien que olvida apagarlo o silenciarlo y que, por culpa de la ley de Murphy, siempre tarda mucho en encontrarlo para hacerlo callar; cosa de los nervios del que se ve pillado y se sabe observado, supongo.

Los hay que se acuestan con su móvil, que revisan desde la cama las últimas actualizaciones de sus redes sociales y ponen a descansar el terminal en su mesilla de noche, anulando el sonido, sin darse cuenta de que en el silencio nocturno el ruido del vibrador te espabila como una bofetada. 

En los restaurantes es común ver sobre la mesa, alineados con los cubiertos o las copas, los móviles de cada uno de los comensales. Y no es poco frecuente contemplar la delirante escena en la que cada uno de los que comparten la mesa interaccionan con su terminal en vez de con quienes le acompañan.

Y no hablemos del coche. Con frecuencia vemos a conductores con el teléfono en la oreja -ni siquiera se toman la molestia de instalar un manos libres- o contestando mensajes de whatsapp como pueden, soltando la mano del volante y desviando los ojos del asfalto.

No sé si alguien ha caído en la cuenta de que el móvil usado de manera incorrecta puede llegar a ser un arma de destrucción masiva. Como habéis visto suele provocar conflictos y sorprende comprobar cómo su poderoso influjo convierte a su dueño en un individuo dispuesto a saltarse las normas. Da igual que coloquen carteles bien claros en gasolineras, aviones, hospitales...; siempre encontraremos a alguien consultando su móvil al lado de un surtidor de gasolina, durante el despegue de un avión o a los pies de la cama de una UCI. 

Espero que Papá Noel incluya junto con los teléfonos que le han pedido de regalo este año un manual que explique el uso respetuoso y educado del móvil. Y ya puestos, ahora que se lleva tanto lo de los retos o 'challenges', a ver quién se atreve a hacer el reto de la cena de Nochebuena sin móviles o, para que tenga más tirón, el 'No Smartphone Challenge Christmas Eve Dinner'. Uf, demasiado largo para que tenga éxito...




martes, 13 de diciembre de 2016

El estéril debate sobre esa quimera llamada conciliación

Otra vez andamos a vueltas con la conciliación y los horarios laborales. Ahora es la ministra Fátima Báñez la que se ha propuesto buscar un pacto para que la jornada de trabajo no se alargue más allá de las seis de la tarde y nos permita conciliar. Ya sabéis que este debate es cíclico, como las serpientes de verano. Suele surgir una o dos veces al año, alimenta un sinfín de programas en los medios y tertulias en los bares, para progresivamente ir diluyéndose el interés.

El caso es que siempre que terminamos tratando este tema me da la impresión de que hay un error de enfoque. Parece que cuando se elige las seis de la tarde como barrera horaria que no habría que traspasar dentro de una oficina, imaginamos solo a trabajadoras, como si fuera una reivindicación exclusivamente femenina la de salir pitando del puesto de trabajo a golpe de campanadas. Es decir, se pide conciliación pensando en que mamá llegue a casa a una hora prudente para poder ocuparse de los niños, llevarles a danza, fútbol, música o inglés, visitar al dentista, hacer la compra y preparar la cena. 

El afterwork lo inventaron los hombres. Cuando paso a las siete de la tarde por alguno de esos bares llenos de oficinistas que se han soltado la corbata y paladean una cerveza, algunos con aspecto de tener en casa una familia numerosa esperándole, me pregunto si no han compartido ya el suficiente tiempo con los colegas del trabajo y no tienen ganas de llegar al hogar dulce hogar. Y la respuesta es, evidentemente, que no. Mejor llegar a casa cuando esté ya todo hecho y enfilado, que los niños hayan cenado y, si es posible, estén dormidos, así te evitas tener que leerles un cuento. Con un leve beso en la mejilla, paternidad cumplida. Os sugiero que observéis este tipo de locales y que incluso os atreváis a sondear a la clientela sobre su estado civil y situación personal: me atrevo a apostar que de las mujeres presentes una o ninguna tienen hijos, mientras que de ellos seguro que más de la mitad son padres. Yo he practicado mucho el afterworking en una época de mi vida, cuando nadie me estaba esperando en casa. No concibo cambiar una cena familiar con su tertulia sobre cómo ha ido el día en el colegio por cuatro cañas con los compañeros de curro, salvo en algún caso puntual que la situación lo requiera, pero no por sistema. Así que si alguien piensa que regulando de alguna manera la salida de la oficina antes de las seis de la tarde van a llenarse los hogares de padres trabajadores dispuestos a tomar el mando de la intendencia, está muy equivocado.

Hace poco charlaba sobre la conciliación y la promoción laboral de la mujer con una trabajadora de una gran superficie. Me aseguraba que en su empresa apoyaban mucho a las empleadas y daban numerosas facilidades para adaptar su situación familiar al empleo. Que incluso no había techo de cristal que romper y se podía llegar a directiva sin zancadillas. Eso sí, escarbando pude saber que son inevitables las reuniones de tarde, por ejemplo a las cinco y media. Eso quiere decir que ya no vas a salir antes de las seis, no te vas a levantar en medio de la reunión porque ya es la hora, las cosas no funcionan así. Además, a esta mujer -soltera y sin hijos, por cierto- le suele tocar también viajar en fin de semana por trabajo, un peaje que hay que pagar por ocupar un puesto de responsabilidad. Es cierto que en una empresa privada se puede llegar bien arriba, pero haciendo los mismos sacrificios que hacen los directivos, aunque ellos no lo consideren una renuncia. Es decir, delegando el cuidado de la casa y de los hijos para poder centrarte de lleno en la carrera profesional. 

Lo de poner una hora límite lo veo difícil de implantar por la fuerza en la empresa privada, que decide con total independencia cómo se gestiona, faltaría más. Y aunque de cara a la galería hay muchas compañías que ya adoptan medidas de conciliación, siempre les benefician a aquellas mujeres que tiran la toalla y se rinden a la evidencia de que habiendo brechas de género no se puede competir.

En cuanto a la administración, me temo que ahí no hay donde rascar. Los convenios colectivos de los empleados públicos no están nada mal, aunque los sueldos de media no sean para tirar cohetes. Buscad un ministerio, ayuntamiento o consejería donde haya alguien trabajando a las seis de la tarde, a no ser que tenga ese turno o deba horas. No hay mayor comodidad horaria que la que disfrutan los funcionarios y personal laboral de la administración, con siete horas y media de jornada y flexibilidad de entrada y salida. Temporalmente soy testigo directo de esta privilegiada situación y comienzo a entender esa aspiración de muchos por sacar una oposición para servir al Estado.

Sin entrar a debatir sobre lo que está ya más que demostrado, que no hay relación entre las horas de trabajo y la productividad, hay que tener en cuenta además que existen muchos empleos donde no es posible concluir la jornada laboral antes de las seis de la tarde. Pienso en el pequeño comercio o en los servicios donde se trabaja por turnos o están operativos las 24 horas del día, como las funerarias, los hospitales o los medios de comunicación, por ejemplo. El periodista no sabe de horarios. Yo cuando no tenía cargas familiares, llegué a pasar por todos los turnos posibles en la radio y hacer más horas de las que figuraban en mi contrato, sin importarme nada más que divertirme dentro y fuera del trabajo. Mi preocupación no era conciliar, porque no había nada que conciliar. Mi vida era mi trabajo, ya estaba conciliada. Pero en el momento en que decidí ser madre el globo se desinfló. Hoy cuando veo a antiguos compañeros (hombres o solteras sin hijos) viajando por el mundo allá donde surge la noticia, me nace un cosquilleo de envidia que reprimo automáticamente al pensar en cómo me las apañaría yo si tuviera que llevar ese ritmo y qué locura de logística familiar tendría que diseñar. ¡Ay! Tendrá que ser en otra vida.

sábado, 10 de diciembre de 2016

La mentira

Mentir no es solo faltar a la verdad. Igual de mentira es una exageración que una omisión. Desde que se destapó el ‘caso Nadia’ no dejo de darle vueltas al tema. Y cuantos más detalles se filtran y más se enmierda el relato, más increíble me parece todo. Por lo visto solo hay una certeza: una niña enferma. El resto son verdades a medias y confusas mentiras. No puedo creer que unos padres utilicen a su hija para lucrarse con su desgracia, que vivan de dar lástima y despertar la solidaridad ciudadana, que consigan donativos para costear tratamientos de la niña y se los gasten en vivir a todo trapo. No me cuadra. No encaja. Al menos en mi mentalidad de madre. Tampoco me entra en la cabeza que después de ocho años con este supuesto ‘negocio’ nadie haya sospechado nada hasta ahora y que esta pareja haya sido capaz de hacer pasar como reales tan descaradas invenciones. Por no hablar de lo cruel y psicótico que me resultaría que alguien se inventara un cáncer no tratado por dar aún más pena. Pero al margen de todo este rompecabezas que soy incapaz de completar, pienso en aquellos a los que verdaderamente esta historia les va a pasar factura. 


Pienso en cómo estará Pedro Simón, un periodista de verdad, el extraordinario profesional cuyo relato de la historia propició que ese padre consiguiera en tiempo récord miles de euros en donaciones supuestamente para que una eminencia operara a su hija en EEUU y alargara así su vida de 11 años. Me pregunto de qué manera le estará afectando haber metido la pata y estar por ello ahora en el ojo del huracán. Porque al final todo el mundo, sin mencionarlo directamente, le culpa a él de haber escrito una historia que llegó al alma de mucha gente y de engañar al personal, cuando él mismo fue el primer estafado. Cómplice y víctima del engaño sin saberlo. Vale, cometiendo errores de principiante para un tipo al que le sobra experiencia y calidad. Pero no creo que haya que lapidarle por ello. Aquí de nuevo los medios de otras trincheras se frotan las manos con la desgracia ajena sin tener en cuenta que en cualquier momento les puede pasar en su casa, teniendo en cuenta el nivel lowcost que está alcanzando el oficio. Si un número uno como Simón ha tropezado, nadie está a salvo. De hecho en los ocho años que esta pareja lleva mendigando ayuda para su hija, muchos han sido los periodistas que se han dejado enternecer sin sospechar. Pero ninguno había comunicado tan brillantemente como para conseguir que la historia se amplificara de tal manera. 

Pienso en los que difundimos el reportaje, los que admitimos que nos había tocado la fibra, famosos y anónimos, incluso en los que hicieron transferencias a esa cuenta para ayudar a Nadia. Pienso en la cara de idiota que se les habrá quedado, y en su enfado y su rapidez en denunciar la estafa y reclamar la devolución de su dinero. Yo estuve tentada de colaborar, pero mi habitual indecisión cuando se trata de soltar dinero me salvó. Este caso ha servido para endurecernos a todos el corazón, así que de momento tardaremos mucho en volver a bajar la guardia.

Pienso en Nadia, en la niña que necesita ayuda, afectada por una enfermedad rara de nombre imposible de pronunciar en un primer intento, tricotiodistrofia, que ha pasado de ser un ángel a ocupar el centro de la polémica, un reclamo para una estafa, la niña de los ojos de un padre con antecedentes que no tuvo escrúpulos en utilizarla para su beneficio, en inventar una historia a su alrededor de la que ella parecía totalmente ajena, y que ahora, además de verse alejada de quienes -se supone- más la quieren, ha dejado de despertar lástima, emoción, solidaridad o pena. A causa de este escándalo, ya nadie volverá a conmoverse con su enfermedad. 

Y pienso en todas esas personas que lo pasan mal porque la lotería de la vida les ha adjudicado una enfermedad rara a sus hijos. Por culpa de este escándalo quedarán bajo sospecha y deberán duplicar todos sus esfuerzos para conseguir llegar a la gente y concienciar sobre la necesidad de recaudar fondos con los que afrontar los costosos gastos de los tratamientos o la investigación para encontrar una cura. 

Muchas víctimas y demasiados daños colaterales de una miserable mentira.

lunes, 5 de diciembre de 2016

Naranjas en agosto, uvas en abril y niños al gusto del consumidor

Los niños ya no nacen cuando les toca. Ahora se les dice cuándo tienen que salir. El diario El País ha analizado los datos de nacimientos registrados en la Comunidad de Madrid durante 35 años, desde 1975 hasta 2010 -que fueron 2,3 millones, por cierto-, y ha llegado a la curiosa conclusión de que cada vez nacen menos niños en sábado, domingo y festivo. Es decir, en los últimos tiempos, los partos programados, las inducciones y las cesáreas se dejan para días laborables, cuando está el centro sanitario a pleno rendimiento. De modo que, los bebés que llegan al mundo en fin de semana, cuando se supone que los paritorios están atendidos por el personal de guardia, son realmente los valientes que han decidido por sí mismos, con la inestimable colaboración de la madre naturaleza, en qué momento nacer.

Se planifican los partos en función de la comodidad de doctores, matronas y servicios sanitarios, o de las necesidades de la madre atendiendo a razones laborales (para que la maternidad no altere en exceso sus aspiraciones profesionales) o sociales. ¿Que engendraste a tu hijo nueve meses justos antes de la Navidad? Pues ya nos encargamos de nos estropearte la cena familiar y adelantamos el feliz alumbramiento. ¿Qué sales de cuentas coincidiendo con las vacaciones de tu ginecólogo? No pasa nada. Programamos el parto para que, mientras con una mano saca al bebé de tu vientre, con la otra sujete la maleta para salir pitando.

En este mundo práctico en el que vivimos ya ni respetamos los tempos biológicos ni los procesos naturales. El desarrollo consiste en ganar calidad de vida para perder espontaneidad y valiosas experiencias vitales, y a qué precio.

El sábado pasado en un hipermercado me regalaron varios productos de promoción de la marca Mary Lee, uno de ellas era un preparado de repostería que simplemente con mezclar el contenido de la bolsa con leche y mantequilla -creo recordar- obtenías la masa perfecta para hornear y fabricar deliciosos muffins auténticamente americanos, en tiempo récord y sin apenas manchar. Eso sí, entre los numerosos ingredientes –la gran mayoría acabados en ‘ina’, ‘trato’ y ‘ante’- había de todo, por no hablar de que la mitad del sobre era azúcar. En las estanterías y congeladores de cualquier tienda de alimentación hallamos numerosos productos para hacer nuestra vida más sencilla, menús precocinados, listos para calentar en un microondas y deglutir sin tan siquiera tener que manchar un plato para servir, y en cuyo envase los elementos de su composición ocupan más espacio en la etiqueta que las instrucciones para prepararlo. Las máquinas expendedoras ya no venden solo bolsas de patatas, sándwiches o dulces, también han introducido en su oferta ensaladas servidas en envases herméticos y botes con piezas de fruta, conservadas con algún producto mágico que impide que se pongan mustias como nos pasa en casa cuando tardamos en hincarles el diente.

Tradicionalmente no se discutía que las frutas y verduras de nuestro menú variaran en función del calendario. Ahora la gente se resiste a tener que consumir solo fruta y verdura de temporada. Por qué renunciar al sabroso melón o a las cerezas en enero, se preguntan algunos, que están dispuestos a pagar lo que sea por saborear en cualquier época del año su fruta favorita. No caen en la cuenta de que la tierra es sabia y nos da en cada momento lo que necesitamos. Así, las variedades invernales nos aportan las vitaminas necesarias para combatir los rigores de la estación más fría, mientras que en verano abundan aquellas que nos refrescan y alivian los efectos de las altas temperaturas. Todo está milimétrica y mágicamente calculado. Así que cuando nos empeñamos en llevarle la contraria a lo establecido de manera natural, ‘naranjas en agosto y uvas en abril’, forzamos en el mejor de los casos que se importen de otras zonas del planeta, con el consiguiente gasto, y en el peor de los casos, que se cultiven esas frutas en condiciones forzadas, con ayudas químicas y daños colaterales. Un comportamiento poco sostenible por un simple capricho. 

Las nuevas tecnologías, esas que evolucionan a ritmo de vértigo y condicionan cada uno de nuestros movimientos, están también alterando algunos de los procesos sociales tradicionales. Ya no perdemos el tiempo en hacer una llamada para felicitar el cumpleaños a alguien; ahora ponemos un whatsapp o aprovechamos que Facebook nos avisa para cumplir sin perder más de 10 segundos. Nos guiamos por la vida siguiendo las indicaciones de Google Maps, en vez de estudiar un mapa, leer los carteles o preguntarle a alguien cómo llegar. Ya no miramos si el cielo está estrellado para saber si al día siguiente amanecerá despejado, sino que consultamos con la aplicación del tiempo para conocer exactamente las condiciones meteorológicas de la próxima jornada. Los modernos han dejado de ligar en los bares de copas o las discotecas; ahora se apuntan a portales virtuales de citas y se ahorran los aburridos preliminares… Y yo que había empezado hablando del milagro de nacer y termino cerrando el círculo con otro proceso biológico de algún modo relacionado... 

En fin, como diría Sabina, ‘Hoy los tiempos adelantan que es una barbaridad’. Aunque no sé si nos hemos parado a pensar en que quizá, en algunos ámbitos, por querer ir demasiado deprisa, estamos retrocediendo más que avanzando.

viernes, 2 de diciembre de 2016

'Inspiring girls'. Porque las niñas pueden y deben aspirar a llegar bien alto.

Miriam González, la abogada española casada con el político británico, Nick Clegg, ha presentado esta semana en nuestro país el movimiento internacional ‘Inspiring girls’. Se trata de un proyecto impulsado por esta mujer con el objetivo de mostrarles a las niñas que, con esfuerzo, pueden aspirar a ser cualquier cosa que se propongan. Así, ha estado reclutando a mujeres profesionales que trabajan con éxito en distintos ámbitos y las cone en contacto con centros educativos para que cuenten a las niñas en qué consiste su trabajo y lo que han hecho para llegar hasta allí. Me parece una valiosa iniciativa para contribuir a borrar los roles tradicionales, las desigualdades y la discriminación que aún se mantienen en el ámbito laboral. 

Hace algunos días conocíamos la noticia de que España es el tercer país de la OCDE con más diferencia de rendimiento en Matemáticas entre chicos y chicas. Lo dice el Estudio Internacional de Tendencias en Matemáticas y Ciencias publicado por la Asociación Internacional para la Evaluación del Rendimiento Educativo (IEA). El conocido como informe TIMSS mide cada cuatro años el rendimiento en Matemáticas y Ciencias de los alumnos de 4º de Primaria de unos cincuenta países.

Al tratar de encontrarle un motivo a esa brecha de género una de las causas que se manejan es el propio prejuicio social, dentro y fuera de la escuela. Ese prejuicio que nos lleva, sin apenas meditarlo, a asociar a los niños con los números y a las niñas con las humanidades. Al final todo se reduce a eso, a lo que esperas de ese otro pequeño ser humano y cómo se lo transmites. Si te sale por defecto hablar de carreras marcando siempre el mismo género, es decir, si te sale decir ingeniero y maestra, ya inconscientemente estás transmitiendo un modo de construir la vida. En la Universidad son mayoría las chicas, pero las carreras de ciencias, las ingenierías en particular, son coto mayoritario de los chicos. Algo de culpa debemos tener todos cuando vemos lógico que el niño sea un trasto, experimente y se arriesgue, y no nos sorprende que la niña sea más miedosa, tranquila y poco aventurera. Cuando se invierten esos perfiles los padres se suelen descolocar.

Yo no he hecho distingos, al menos conscientemente, a la hora de educar a mis hijos. Reclamo que ambos realicen las mismas tareas y les animo a explorar, aprender y descubrir en todos los campos. He de confesar que las Matemáticas y yo siempre hemos tenido una difícil relación, pero he tratado de no transmitirles mi poca empatía con los números. Es más, me ven en casa haciendo las cuentas de gastos y reclaman que les eche una mano -con la inestimable ayuda de Google- cuando se les atasca algún problema. En cambio sí hago abiertamente apología de las letras y trato de estimularles para que disfruten del placer de leer y de escribir, por supuesto, sin faltas de ortografía.

A pesar de ello, observando a mis hijos y sus amigos encuentro datos muy reveladores. Mientras los chicos quedan y se reúnen con sus ordenadores para jugar partidas de vídeojuegos en línea, las chicas en sus encuentros se dedican a hacer vídeos musicales con sus móviles o a curiosear en las redes sociales qué es lo que hacen otras chicas.

¿Qué les hace diferentes? ¿Por qué evolucionan distinto? Algo tan sencillo como el entorno, los propios modelos que nos vende la publicidad, un simple catálogo donde se perpetúan esos modelos, van conduciendo a los menores en una u otra dirección, siguiendo algo muy parecido a la teoría del reflejo condicional del perro de Paulov. Las niñas siguen queriendo ser maestras, quizá porque en las aulas sigue habiendo mayoría de mujeres docentes, así que los pequeños relacionan esa carrera con el género femenino. Y los niños aspiran a ser futbolistas, astronautas, bomberos o youtubers… campos donde los más sobresalientes o expuestos suelen ser hombres.

Lo cierto es que en esos campos también hay mujeres, menos, pero las hay, y es fundamental que las niñas lo sepan, que tengan espejos en los que mirarse y que deseen dedicarse a cualquier oficio sin tener que ceñirse a lo que tradicionamente se espera de ellas. Por eso ‘Inspiring girls’ es un acierto y por eso cada padre y madre deberíamos comenzar por enseñar a volar a nuestras hijas, animarlas a ser ambiciosas a la hora de elegir su camino y demostrarles que, con esfuerzo, no hay brecha de género que valga.