Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

viernes, 30 de septiembre de 2016

Centrifugando Ferraz

Desengañémonos… Con lo del PSOE estamos montando un revuelo desproporcionado. Rebajemos el tono dramático, por favor. En política, como en la vida, evolucionamos como un guión de Juego de Tronos, de ahí el éxito de la serie. Nos mueven las envidias, las luchas de poder, el tiro al débil, el beneficio propio, la desgracia ajena, la imposición de criterios. Y esto no es nuevo. No es que de repente ese tipo llamado Pedro Sánchez haya dejado de ser el guapo para ser el codicioso, el loco, el kamikaze, el diablo que va a firmar el certificado de defunción de un partido histórico. No señor. Es el mismo secretario general del PSOE elegido por los militantes, el mismo de antes de las dos derrotas en las urnas y que sigue sin pensar en dimitir, mientras le llega por whatsapp igual que al resto de españoles la broma esa de ‘Pedro Sánchez se niega a abandonar el grupo’. 

Digo que esto de las crisis internas en los partidos no es nuevo porque basta hacer memoria -refrescarla en vez de perderla- para comprobar cómo a lo largo de estos años de democracia hemos asistido a otros terremotos políticos, si no de igual magnitud, sí con la misma repercusión informativa -ya sabéis, nos encanta cotillear sobre los problemas de los demás-, aunque quizá hasta ahora los púgiles en las luchas de poder se hayan resistido menos… Pero es que entonces no existía la amenaza de Podemos.

Chacón, Rubalcaba, Madina, Borrell, Almunia, Gómez, Jiménez, Simancas, los mismísimos Guerra y González… todos cargan en su biografía con algún momento de fricción. Otra cosa es que cada uno tuviera mayor o menor facilidad para tirar la toalla. Las famosas primarias siempre despiertan encendidos debates, fobias y filias. Los aspirantes a sucesores nos suelen regalar momentos de pelea con navajas impagables, aunque sean personajes con tendencia a la discreción y prefieran que sea la prensa la que propague los rumores. La ubicación en las listas, la política de pactos, la procedencia, el pasado, las dudosas compañías, el mal resultado en unas elecciones..., cualquier detalle es susceptible de crear o destruir adhesiones aparentemente inquebrantables. 

Los debates internos entre voces discordantes no son patrimonio exclusivo del PSOE, aunque este sea un partido más dado a ventilar sus asuntos en público. También a lo largo de la trayectoria vital de IU se han vivido luchas de corrientes. Y qué decir del comatoso UPyD. O del PP con sus díscolos, sus 'ex' pasados al mixto o la poca sintonía entre las nº 2 del partido y del gobierno. O las iniciativas surgidas en el seno de Podemos, cada una defendiendo una manera de proceder: Adelante Podemos, Reinicia Podemos, Podemos Escucha, Anima Podemos, Uniendo Podemos... y con Errejón e Iglesias como dos polos opuestos de la misma pila

La mejor manera de enfocar la casa de los líos que tienen en Ferraz es dándose un paseo por los memes inspirados en la cuestión y que han animado Twitter. Es donde se comprende que el único drama en este asunto es comprobar hasta qué punto la clase política es capaz de hacer el ridículo. Un talento -¡ojo!- del que hacen gala no solo quienes aspiran a controlar el cotarro en los partidos, sino cualquiera que se muere por mandar o estar arriba en todos los ámbitos de la vida, desde una comunidad de vecinos, hasta una asociación, pasando por una empresa o un sindicato. Porque no es cosa de la política, amigos, es sencillamente el género humano, con mayor o menor sentido común y vergüenza torera. 


Y mientras, este país con un gobierno en funciones… Eso sí, ya sabemos para qué han servido las últimas dos elecciones. Para deshojar la rosa, dirán algunos. Yo más bien diría que para centrifugar Ferraz. Y ya sabéis que un buen centrifugado consigue eliminar de la ropa el agua que sobra.

Y en Génova, frotándose las manos con la colada.



miércoles, 28 de septiembre de 2016

Cuatro años por cinco vidas

Trato de imaginar qué puede pasar por la cabeza de una madre que ha perdido a su hija al escuchar la sentencia que condena solo a cuatro años de prisión al individuo cuya ambición, negligencia e irresponsabilidad están detrás de su muerte y la de otras cuatro chicas, y de las lesiones de casi 30 jóvenes más en una noche de discoteca que iba a ser una fiesta de Halloween y termino siendo ciertamente una noche de terror. 

Intento adivinar cómo se te queda el cuerpo cuando compruebas que la vida de tu hija vale una media de 350.000 euros, la cantidad por familia que la sentencia del juicio ha fijado como indemnización por el perjuicio causado. Tu niña equiparada a una cifra y tasado el vacío de no poder besarla nunca más cada mañana, ni verla soplar las velas en su cumpleaños, ni recibir sus mensajes cargados de emoticonos por whatsapp.

Saber que han salido absueltos o condenados con penas mínimas todos los implicados en aquella fatídica noche, plagada de un encadenado cúmulo de desafortunadas y catastróficas desdichas, desde los responsables de una irresponsable seguridad, hasta los que tenían que haber controlado aquel descontrol, pasando por los que por omisión o desidia permitieron que sucediera... debe escocer como si derramaran a litros vinagre en tus heridas.

Y, definitivamente, concluir que ni la ley ni la administración ni el sentido común van a poder alejar de la noche ni de los locales de ocio juvenil -como se separa al pirómano del fuego- a ese llamado ‘empresario’ que debía estar contando billetes mientras la marabunta aplastaba el corazón de tu niña en una fiesta con sobreaforo y tú dormías ignorando que te acababan de arrebatar de la manera más absurda lo que más querías… no puede más que encender en tu interior una rabia incontenible tal que, o bien te destruye la vida o bien te da el impulso que necesitas para enfocar todas tus energías en conseguir que nadie más pase por lo que tú estás pasando.

Toda mi solidaridad con la familias de las víctimas del Madrid Arena y mi total incomprensión ante una sentencia tan suave que canjea 5 jóvenes vidas por 4 años a la sombra.


lunes, 26 de septiembre de 2016

Arrepentirse de ser madre, un sentimiento más común de lo que pensamos

Ha llegado a las librerías españolas Madres arrepentidas(Reservoir Books, 2016), un ensayo escrito por la socióloga israelí Orna Donath, que recoge testimonios en primera persona de mujeres que han sido madres y que confiesan que se arrepienten de haber dado ese paso hasta el punto de que -aseguran-, si tuvieran una oportunidad de rebobinar, probablemente no tendrían hijos. La polémica, como os podéis imaginar, está servida. Escuchar en boca de una madre que adora a sus retoños, pero que no los habría tenido de saber cómo afectaría a su carrera, suena casi a sacrilegio. Habrá quien piense que una mujer así es un monstruo egoísta. Y esa confesión tan descarnada, una aberración. Por eso lo más valioso de este trabajo es que en él suenan en voz alta por primera vez confesiones íntimas que la mujer suele callar precisamente por no parecer una bestia sin corazón.

Asegura la autora que a las mujeres se nos impone la maternidad. Y tiene razón. Es nuestro sino. Nos viene marcado de serie. Nuestro mismo género nos lo impone. La sociedad lo espera de nosotras. Nacemos para dar vida y perpetuar la especie. De hecho, cuando una mujer no puede quedarse embarazada despierta lástima y hay quien tiende a pensar que está incompleta. Mención aparte merecen las mujeres que toman la decisión personal de no traer niños a este mundo y que son cuestionadas e interrogadas por ello constantemente. Por cierto, nada de esto sucede cuando es un hombre el que no puede o no quiere ser padre.

Desde niñas, quizá de manera subliminal, todas crecemos con la idea de que un día seremos como nuestras madres. En mi caso yo experimenté un proceso de menos a más: en mi infancia comencé por no querer tener hijos, luego al crecer proyecté embarcarme en la aventura pero en solitario, para finalmente un día, de repente, cuando la edad ya empezaba a pesar como una losa, dar el paso antes de que se me pasara el arroz. No creo que llegara a meditarlo profundamente y tengo mis dudas sobre si la elección la tomé yo o es que ya me tocaba.

Alguna vez me he planteado qué habría sido de mi carrera profesional si no me hubiera dejado llevar por el instinto maternal. Desde luego tengo claro que ser madre frenó las pocas posibilidades que me surgieron de prosperar laboralmente, aunque sospecho que no habría sido mucho más afortunada sin hijos. Probablemente habría dedicado más tiempo al trabajo, me habría quemado más, quizá me habría tenido que comer más marrones, puede que aún siguiera con el culo pegado a la misma silla… pero eso nunca lo sabré. Yo en particular no me arrepiento. Es más, si volviera atrás, seguramente habría tenido algún otro diablillo más… Y eso a pesar de las noches sin dormir, las películas que me he perdido, los viajes que he dejado de hacer, los polvos que no he podido echar, las cenas a las que he renunciado, la vida social que no he tenido, el tiempo que me han robado…

También he de confesar que comprendo bien a las madres arrepentidas, sobre todo cuando mis hijos desobedecen, cuando sus hormonas les convierten en armas de destrucción masiva, cuando no escuchan, cuando responden chulescos, cuando retan, cuando se ponen hirientes, cuando se transforman y no les reconozco… entonces me desquician y pienso ‘puede que esto no sea para mí’.

Su padre en cambio sí declara abiertamente, y sin que nadie le juzgue, que esto de la paternidad no es para él y que, de haber sabido lo que se encontraría, nunca habría tenido niños, ni se habría casado… Supongo que se refiere a casarse conmigo.

viernes, 23 de septiembre de 2016

Entre el eufemismo y lo políticamente correcto

Coincidiendo con el Día Internacional contra la explotación sexual y la trata de niños, el Ayuntamiento de Madrid ha presentado una guía de recursos para que los periodistas sepamos abordar correctamente la prostitución y la trata de seres humanos. En este manual figura un apartado dedicado a los términos más adecuados que deberían emplearse al informar sobre esta cuestión. Por ejemplo, sugieren decir "mujer en situación de prostitución" en vez de prostituta. Y al referirse a quienes buscan sexo de pago, hablar de “puteros”, no de “clientes”. 


Me parece muy loable que una administración pública se tome la molestia de elaborar un texto con consejos a un gremio que debería, por su propia naturaleza, ser capaz de afrontar estas noticias de manera escrupulosa y siguiendo el libro de estilo del propio medio para el que informa. Pero no penséis que voy a entrar en el debate sobre si los poderes públicos deben meterse a tutelar a la prensa, sino en cómo la propia sociedad, lo políticamente correcto, va condicionando la manera en que utilizamos el lenguaje y haciendo del idioma una colección de eufemismos que parecen ideados para quedar bien y sonar muy finos en un discurso o en una entradilla informativa, pero que no me parece que terminen de cuajar tanto en la barra del bar, en el mercado o en la cola del cine.

Un día empezamos a decir flexibilizar el mercado laboral en vez de abaratar el despido.

Y la emigración forzosa de los jóvenes en busca de un empleo fuera de España se bautizó como movilidad exterior.

Y quién no se acuerda que durante un tiempo estaba prohibido hablar de crisis, era desaceleración.

La familia del Rey puso de moda el cese temporal de la convivencia para no mentar a la bicha de la separación o el divorcio.

Una interrupción voluntaria del embarazo hablando en plata es un aborto.

Toda la vida ha habido pobres; ahora tenemos personas en riesgo de exclusión social


Antes se decía inválido. Ahora persona con discapacidad.

A los viejos se les dejó de decir viejos para llamarles personas mayores, y a la vejez, 3ª edad.

Ya no se dice guardería, resulta más mono escuela infantil.

Un conflicto armado es una puñetera guerra, se pongan como se pongan.

Una persona privada de libertad de siempre ha sido un preso, y a la cárcel queda mejor llamarla centro penitenciario.

Una persona en situación de desempleo o en búsqueda activa de empleo es un parado como una catedral. Y un trabajador de la construcción antes era un obrero como la copa de un pino.

Llamamos al moro, magrebí, y al negro, subsahariano. Y a las drogas, sustancias estupefacientes. Antes se tenía una criada, ahora contratas a una empleada de hogar.

A ellas, en vez de gordas, se las llama curvis, y a ellos, en vez de gordos, fofisanos. Sea como sea, las personas con sobrepeso están obesas o gordas

Y aquí lo dejo, porque la lista es tan amplia que te pones y no acabas. Os invito a que sigáis completándola. 



miércoles, 21 de septiembre de 2016

Más educación sexual y menos películas porno

Ahora resulta que un hombre que liga mucho no puede ser sospechoso de violación. Al menos es lo que se desprende de uno de los testimonios que ha aportado ante el juez la defensa de los sevillanos acusados de violar a una joven madrileña durante los últimos Sanfermines. Mientras se desarrolla la instrucción de este caso y se toma declaración a acusados, denunciante y testigos, respetando el principio de presunción de inocencia y antes de que se sepa cuál de las dos partes cuenta más verdad, los detalles que se van filtrando y vamos conociendo son sinceramente vomitivos, con o sin consentimiento.

La Manada, que así se llamaba el grupo de whatsapp de los amiguetes de los cinco procesados, se lo debió pasar a lo grande en las fiestas de Pamplona a juzgar por las frases que intercambiaron en el chat de machotes: “Follándonos a una entre los 5. Puta pasada de viaje”. Y el resto de bestias de la manada muriéndose de envidia por no estar allí disfrutando del planazo. “Hay vídeo” anunciaban ufanos. Porque también grabaron la hazaña. Y luego ya, por aprovechar al máximo la escapada, se dieron una vuelta por la suelta de vaquillas posterior al encierro. Y digo yo que antes lo mismo desayunaron, si es que no tenían el estómago revuelto, que vaya usted a saber... 

Sin ánimo de entrar a juzgar los usos y costumbres sexuales del personal, creo que el cine porno ha hecho mucho daño, en particular a los hombres y más concretamente a aquellos que, por la edad o por falta de riego, no saben discernir entre realidad y ficción. Y luego pasa lo que pasa, que algunos creen que pueden y deben reproducir lo que ven en la pantalla porque eso es lo normal e incluso es lo obligado. Así que en vez de dar conversación, detenerse en el juego de la seducción y poner también al cerebro a trabajar un poco- al otro cerebro, el de verdad, no el que llevan entre las piernas-, van a saco, arrancan la ropa y a los dos minutos pretenden que la damisela les esté ‘sorbiendo el seso’. 

O de repente, de farra con los amigotes, se encuentran con una chica sola que les sigue el rollo, les vacila, les devuelve las pelotas del peloteo… -y más si hay algo de alcohol y fiesta de por medio-, y ya se imaginan protagonizando una de sus escenas favoritas, dignas de cualquier basura firmada por el repugnante, sádico y presunto explotador y corruptor de menores, Torbe.

El sexo puede ser fabuloso, divertido, placentero, excitante…, siempre que compartan esas sensaciones todas las partes implicadas. Sospecho que ninguno de estos calificativos se le podría aplicar a la escena del portal en Pamplona.

Hace poco leía que este curso los estudiantes franceses van a aprender todos los secretos del clítoris a través de unas maquetas realizadas mediante impresión en 3D que van a instalar en los colegios. Es atinada la elección del órgano, que el pene ya está muy visto, conocido y encumbrado. Insiste así el gobierno galo en tratar de aprobar una asignatura pendiente en la etapa escolar: la educación sexual. Porque ahí creo que radica todo el problema: deberíamos invertir más tiempo en impartir educación sexual y dedicar menos al cine porno.

De hecho la educación sexual sirve para romper mitos, estereotipos y equiparar ambos géneros, mientras que el porno provoca el efecto contrario. Sí, es probable que excite a ambos sexos, aunque lo vean menos las mujeres que los hombres, pero reproduce roles viejunos, denigra a la mujer y las condiciones de trabajo para ellas son de todo menos idílicas. Leed alguna entrevista o biografía a actrices porno. Seguro que después, cuando veáis una de esas películas, ya no pensaréis ‘¡Qué bien se lo pasa la tía!’, sino ‘Vaya, a las mujeres reales puede que no les agrade que un pene enorme les agite la campanilla’.

Una pareja puede tener fantasías, inspiradas o no en el porno, compartirlas con el otro y de común acuerdo probar a hacerlas realidad. Pero sospecho que lo que sucedió en aquel portal de Pamplona no seguía esos esquemas.

Lo peor es cuando los que ven la película porno no son adultos, sino niños y adolescentes sin ninguna base de educación sexual. Ese visionado sin ninguna supervisión les genera una profunda confusión para terminar pensando que lo que deben esperar de una relación sexual es eso que sale en la pantalla. Y si es porno duro, no te digo yo lo que va a ir buscando esa criatura en cuanto sus hormonas le esclavicen. Así asistimos con asombro a esos cambios vertiginosos que han llevado a los chiquillos, en cuestión de un puñado de años, a pasar del ‘pedir salir’ a estrenarse en las artes amatorias con un trío.

Así que cuando esos críos alcancen la categoría de hombres y tengan éxito con las chicas, seguirán aspirando a hacer de sus encuentros sexuales una peli porno y creerán que ellas son como las de la película, y confundirán las señales y no captarán el significado de la palabra no, y no tendrán ningún escrúpulo en aplicar un poco de fuerza extra al asunto. Y si las chicas terminan acusándoles de un delito, habrá quien defienda a los galanes porque ‘ligan mucho y no tienen necesidad de violar, y pondrá en duda el testimonio de ellas y cuestionará por qué estaban solas tan tarde si no era buscando algo. 

En fin, no creo que haya una mujer sobre la faz de la tierra, ni siquiera profesional del sexo, que se someta voluntariamente, sin pasta de por medio, por puro placer, a cinco tíos que acaba de conocer, que se atreva a meterse en un portal con esa manada de lobos y les permita hacerle de todo, uno detrás de otro, sin ningún forcejeo, e incluso acepte que la graben con el móvil en ese trance. Sería cuestión de hacer una encuesta para averiguarlo. O mejor un referéndum, como el de la feria de Sevilla.




lunes, 19 de septiembre de 2016

Si quieres torturar a un artista, organízale una firma de autógrafos

El otro día mi hija me convenció para que la llevara a una firma de discos de sus artistas favoritos, Gemeliers, unos cantantes juveniles -aún menores de edad- gemelos idénticos, que vuelven locas a las crías. La mía en particular siente adoración por ellos, hasta el punto de tener en su estantería esta especie de altar con sus libros, discos y productos de higiene personal -que, por supuesto, no podemos tocar-, y posters con su imagen por todo el dormitorio.


En las semanas previas al evento traté de encontrar a alguien que me hiciera más llevadero el trance. Es decir, que me evitara estar en una cola cuatro horas esperando turno de firma y beso. Revisé la lista de amigos de mi Facebook y puse a prueba mi capacidad de persuasión. Pensaba que me serviría de algo mi paso por la radio hace algunos años, donde conocí a muchos colegas que aún siguen en el medio y a promotores discográficos a los que hice algún que otro favor. Ilusa de mí. Cuando dejas de tener visibilidad y ya no ocupas un puesto en un medio de comunicación, ya no eres nadie. De las cuatro personas a las que mandé el mensaje, una ni siquiera se tomó la molestia de responder a mi petición; otra contestó para comentarme que lo miraría; la tercera se ofreció a darme algún nombre para que yo hiciera la gestión; y la cuarta me confesó que había preguntado sobre el asunto pero que la reacción le había sonado a ‘vuelva usted mañana’. Todo mi gozo en un pozo… Yo lo único que sugería era que algún alma caritativa utilizara sus influencias y nos colara antes del evento, para que mi hija tuviera su firma, los viera de cerca y ahí acabara toda la aventura, no cuatro horas después, con dolor de pies y aburrimiento infinito. Pero no pudo ser.

Resignada a perder una tarde entre fans enloquecidas por dar gusto a mi hija, nos presentamos en El Corte Inglés de San José de Valderas, donde estaba anunciado el evento. Nada más llegar nos dijeron que ya se había completado el cupo oficial de 400 afortunadas que habían comprado el disco en aquel lugar y que tenían su entrada sellada al evento. Parece ser que antes incluso de que se abriera el centro ya se habían agotado los pases… Aún así, una multitud de fans se agolpaba fuera de las vallas con su disco en la mano esperando que cuando terminaran las agraciadas, los artistas se apiadaran del resto y les permitieran pasar. Primera cagada. Nosotros habíamos comprado el disco en otro establecimiento, así que no teníamos ni ticket, ni pase, ni nada de nada. Solo en caso de echarle morro conseguiríamos entrar, algo que, conociendo el poco desparpajo de mi hija, lo daba definitivamente por descartado. 

Encontramos a algunas conocidas en la cola y la niña decidió quedarse con ellas para ver cómo transcurrían los acontecimientos. Unos minutos después apareció llorando como una Magdalena. La madre de una de las dos chicas con las que estaba había conseguido lo que yo no pude, colarlas con ayuda del manager -que casualmente era vecino- para conocer a los artistas antes de que comenzara el acto. Pero a ella no la podían llevar. ‘Ya eran muchas’, le dijo. Y la dejó sola en la fila con un palmo de narices. En un principio maldije a esa madre sin corazón. Luego pensé que si yo hubiera estado delante quizá habría podido presionar para conseguir que también entrara. Y por último caí en la cuenta de que al salir corriendo de la cola, mi hija había perdido su sitio, lo que suponía volver a empezar de 0. Así las cosas comenzamos a valorar si no sería mejor olvidarnos del tema, ver a los Gemeliers de lejos una vez comenzaran a firmar, sacar alguna foto y volvernos a casa pensando en intentarlo de nuevo la próxima vez que surgiera la oportunidad. En esas estábamos cuando apareció la madre sin corazón con sus dos hijas y la amiga, con la cara de satisfacción que lucen quienes han tenido el privilegio de conocer las primeras y en exclusiva a los artistas. Ella se disculpó y puso la excusa de que su vecino le dejaba pasar solo a dos y ya llevaba tres niñas, así que cuatro hubiera sido un abuso. Yo lancé alguna pulla para que entendiera que gracias a su poca generosidad mi hija se había llevado un apipón y yo me iba a tener que comer cuatro horas más de espera, pero que no se preocupara... Para liberar de culpa su conciencia, nos pasó el ticket de compra. Algo era algo.

Una vez situadas en la zona de afortunados, comenzó otra espera en la que el mayor entretenimiento fue el triste espectáculo de contemplar a criaturas llorosas achuchando, manoseando, sobando y baboseando a aquellos dos niños. Porque sí, con 17 años todavía se considera a los individuos menores de edad. Me pregunto si los adultos que acompañan a estos artistas no se han planteado lo que significa someterles a 15 sesiones –la de Madrid era la primera- de este martirio. ¿De verdad es necesario ese pesado acto promocional? ¿De verdad hay que alimentar a las fans con esos maratones insoportables? Me veo incapaz de imaginar la tortura que debe suponer tener que besar y abrazar por contrato a mil personas –seguro que el besamanos de los Reyes en la Pascua mMilitar es mucho más llevadero-, quedar impregnado de esa variedad de olores, arrastrar en tus mejillas el maquillaje de quien te roza, y sonreír a cámara con cada una de ellas, para que la foto de recuerdo simule un momento único. En este caso la mayoría eran niñas adolescentes, algunas evidentemente deseosas de llevarse algo más que un abrazo o un beso casto en la mano, el pelo o la frente. Pero se ve que estos chicos están bien entrenados en el fino arte de hacer la cobra, y aunque hubo algún intento, yo no llegué a presenciar ningún beso robado. 

Mientras tanto mi hija, hecha un flan, imaginaba cómo sería el ansiado encuentro. Qué podía hacer, cómo iba a reaccionar. Le recomendé que simplemente les hablara, les felicitara por su música, les agradeciera su firma y les demostrara su afecto recatadamente, nada de magreos exagerados como los que estaba viendo. Y sobre todo le imploré que ni llorara ni se desmayara. Aún estaba impresionada por la historia que nos había relatado la mujer que nos precedía en la cola. Por lo visto a su hija en la anterior ocasión le había dado una crisis nerviosa, entró en shock y convulsionó hasta el punto de terminar ingresada en el hospital. Es curioso, por cierto, cómo terminas conociendo -sin pedir que nadie te lo cuente- las historias de todos los que te rodean en la cola hasta preguntarte qué coño pintas tú allí.

En fin, que como de todo se saca una enseñanza, después de vivir esta experiencia, he llegado a la conclusión de que para asistir a este tipo de actos es necesario un kit especial formado por -¡atención¡-:
 
-Una silla plegable ligera y poco voluminosa.
-Un sombrero para protegerse del sol.
-Una mochila con líquido y algo de comida.
-Desodorante y perfume -para aplicarse cuando vaya a tocar el turno y que no se note que llevas sudando bajo el sol cuatro horas-. 
-Cámara de fotos. 
-Móvil.
-Y tampoco vendría mal una sonda para evacuar discretamente sin tener que saltar vallas y arriesgarte a perder tu turno en la fila.

Nunca en mi vida hasta el viernes pasado había hecho cola para una firma de discos. En general detesto las filas. Es más, nunca he sido mitómana –a Bosé no le meto en esto-, ni en mi adolescencia he sentido nunca la necesidad de que nadie me estampara su firma en una carpeta, un disco o una foto. Entiendo por qué. No me equivocaba. Una firma de discos es lo más cruel que puedes hacerle a un artista… Y por extensión a quienes no tenemos más remedio que apuntarnos para acompañar a sus 'menudos' seguidores.

jueves, 15 de septiembre de 2016

No hay lugar más deprimente que una oficina del antiguo INEM

No hay lugar más deprimente que una oficina del antiguo INEM. Bueno, probablemente existan otros sitios que provoquen bajón y no los conozco, pero este lugar en concreto ocupa un puesto destacado en el ranking. Esta mañana he vuelto a visitar la que me toca y me he reafirmado en esta misma opinión. 

Nueve y cuarto de la mañana y el vestíbulo ya de bote en bote. La oficina que me corresponde es la de Majadahonda. Está dividida en dos partes y tiene una mínima sala de espera –por llamarla de alguna manera-, lo que obliga a la gente a apiñarse bajo uno de los dos marcadores que van indicando el turno de cita, si es que no encuentran silla libre, o quedarse en la calle haciendo tiempo en las escaleras de acceso. 

A la derecha está el SEPE (Servicio Público de Empleo Estatal), donde se tramitan prestaciones, ayudas, subsidios, altas y bajas, etc… gestiones muchas de ellas que podrían hacerse por internet, pero por desconocimiento o por desconfianza, las gente prefiere realizar personalmente con cita previa. A la izquierda está la Oficina de Empleo de la Comunidad de Madrid, donde se tiene que apuntar uno cuando se queda en paro, para que conste que está buscando activamente un trabajo, y donde hay que presentarse cada tres meses para renovar la demanda de empleo, otro trámite este el de la renovación que se puede hacer por internet para evitarte el paseo y contribuir a no colapsar las instalaciones. Sin embargo todavía los hay que se dan el gustazo de llevar en mano el papel para que se lo sellen. 

Digamos que las políticas activas de empleo están transferidas a las comunidades autónomas, que tienen que costear cursos, formación y procesos de selección de personal, mientras que el pago de la prestación contributiva, la nómina a la que tenemos derecho durante un tiempo los que hemos cotizado como mínimo 12 meses en los 6 años anteriores a quedarnos en paro, sale del bolsillo de papá Estado. 

Es frecuente ver llegar a esta oficina a gente perdida, que instintivamente coge turno de una máquina pensando que le sirve para el SEPE cuando en realidad solo ordena el acceso a la Oficina de Empleo. Porque a pesar de que hay numerosos carteles y letreros indicando la obligatoriedad de pedir cita previa para iniciar los trámites que te permitan cobrar el paro, hay veces que el exceso de mensajes provoca el efecto contrario, es decir, interferencias. Así que muchas personas llegan, toman un turno erróneo, esperan un rato y, cuando se dan cuenta de que algo no funciona, le preguntan a un empleado de seguridad que es la única persona visible del edificio, no desempleada, a la que se le puede preguntar algo. Porque es así de triste, no existe ningún mostrador de información atendido por ningún empleado público que pueda resolver todas las dudas que le surgen a quien -aún afectado por haberse quedado sin trabajo- llega allí por primera vez. Así que al final es el agente de seguridad privada el que se siente el amo del calabozo y pone orden… cuando puede. Hoy, por ejemplo, he sido testigo de un leve amago de motín cuando varias personas han intentado modificar su cita previa, a través de los ordenadores instalados en la zona de público, y el sistema no se lo ha permitido. La escena ha sido pintoresca: el encargado de seguridad ha agarrado el ratón dispuesto a mostrarles cómo hacer el sencillo trámite telemático y al final lo ha dejado por imposible al ver que la cosa se le resistía, mientras algunos usuarios protestaban por el desastre del funcionamiento de la web oficial del SEPE. 

Lo voy a dejar aquí y no voy a profundizar en la segunda parte, lo que uno se encuentra cuando traspasa alguna de las dos puertas que comunican con la sección regional o con la nacional, donde los funcionarios, sentados tras mesas alineadas, esperan pacientes a que vayamos pasando los pobres desgraciados -un 20% de la población activa- que atravesamos este trance casi tan deprimente como la propia oficina del antiguo INEM.

martes, 13 de septiembre de 2016

Cuando la ley se convierte en una trampa

Os voy a contar un caso que me lleva a pensar que el modelo de construcción por fases, que últimamente emplean con frecuencia las administraciones para edificar centros educativos, y el sistema de contratación que impera en el sector público pueden ser una trampa maquiavélica.

Desde hace tres cursos la Comunidad de Madrid construye en Las Rozas un nuevo instituto de Secundaria y Bachillerato, el IES José García Nieto. ‘¿Tres años?’ -os preguntaréis-. ‘Ni la obra del Escorial…’. Os explico: No es que vayan muy lentos, es que, como suele hacerse para que no salga tan costoso y -ya de paso- atribuirse como nuevos éxitos infraestructuras incompletas, la obra se ha proyectado en fases, de manera que la construcción va creciendo en función de las necesidades de escolarización, y las licitaciones públicas para adjudicar cada proyecto son anuales, con lo cual puede no ser la misma empresa quien se encargue de rematar los distintos módulos. 

El caso es que el primer año los plazos previstos no se cumplieron y los alumnos de 1º de ESO debieron comenzar el curso desplazados temporalmente a otro centro hasta que el proyecto concluyó. El siguiente curso también fallaron las previsiones, así que los alumnos que ya pasaban a 2º pudieron estrenar lo construido, pero los nuevos de 1º arrancaron el curso en otro centro. Para el presente curso se esperaba que, por eso de que a la tercera va la vencida y porque se habían iniciado los trámites con más tiempo, se pudieran empezar las clases felizmente y sin novedad, con alumnos de 1º, 2º, 3º de ESO, a los que se suman varios grupos más de 1º de Bachillerato, ocupando sus flamantes nuevas aulas. Lamentablemente no va a ser así porque la historia se repite, aunque esta vez agravada: la fase no está terminada , así que los mayores saldrán desplazados a otro centro y, para cobijar a parte del resto de los alumnos que no entran en lo ya construido, se han instalado en los aledaños unas aulas prefabricadas –eufemismo para denominar a los popularmente conocidos como barracones-.

Los anonadados padres nos preguntamos cómo es posible que se repita la misma historia tantas veces. Somos conscientes de que la burocracia es lenta, que los plazos legales hay que cumplirlos, que no todas las empresas atraviesan momentos boyantes y que los días de lluvia no se pueden controlar, pero ¿de verdad no hay manera de hacer las cosas bien? Si no fuera porque es lo suficientemente serio, podríamos bromear y denominar a las reuniones que cada año por estas fechas organiza el AMPA para tratar el tema como Encuentros en la primera, segunda o tercera fase


Centrándonos en el momento actual, quienes vivimos cerca y hemos ido viendo a diario la evolución de la obra, ya sospechábamos que no daría tiempo a concluirla. Con cuatro obreros trabajando esporádicamente, ni aunque fueran descendientes de Superman. Ayer mismo las autoridades académicas nos confirmaron que el retraso esta vez ha tenido que ver con los problemas financieros de la empresa adjudicataria de la construcción (EOC de Obras y Servicios S.A.), que no ha sido capaz de hacer frente en tiempo y forma a sus compromisos y ha pedido un aplazamiento en la finalización y entrega de la obra hasta diciembre. La explicación a mí me dejó ojiplática pero que no pilló por sorpresa a algunos de los presentes, conocedores de ciertos antecedentes y devenires de la actividad económica de la constructora. Y en un detalle de generosidad, que yo agradezco particularmente, los responsables de la Comunidad de Madrid nos hicieron un resumen pedagógico -a la par que delirante- de cómo funciona el sistema de adjudicación de obras. Paso a trasladároslo según yo lo procesé y avisando que ni soy ni quiero ser experta en este campo; con llegar a entender lo que me cuentan los que saben, me doy por satisfecha:

-La Ley de Contratos del Sector Público obliga a adjudicar la obra a la empresa que ofrece condiciones más ventajosas para la Administración, aunque se tenga constancia de que la citada empresa se ha visto inmersa en algún conflicto previo que te haga sospechar que quizá no sea capaz de cumplir el contrato. Mientras acredite tanto su solvencia económica y financiera como la solvencia técnica o profesional exigible para ser contratada, habría que adjudicarle el trabajo. Desconfiar sería prevaricación.

-La ley no permite rescindir el contrato automáticamente cuando se ve que la empresa no cumple y darle el trabajo a la empresa que quedó en segundo lugar. Sería prevaricación.

-De decidir romper el contrato, habría que iniciar una nueva licitación con todo el latoso proceso que eso conlleva. No se puede traspasar la conclusión de la obra a una empresa solvente que se nos ocurra porque eso sería una irregularidad y nuevamente prevaricaríamos.

En resumen, para no prevaricar y que el proceso de contratación sea limpio, cristalino y ventajoso para la Administración, tenemos a cientos de familias pendientes de si sus hijos tendrán o no que estudiar en barracones, aulas o a varios kilómetros del centro educativo escogido, recibir clases con los ruidos de una obra al otro lado de la puerta de clase, esperar pacientes a ver si llega o no el profesor, que seguro estará ‘encantado’ de tener que saltar del barracón al aula o al instituto de los desplazados para impartir sus clases…

No puede ser peor el remedio que la enfermedad. Qué tal si tratamos de hacer bien las cosas. Transparencia, sí. Limpieza en el proceso, por supuesto, faltaría más. Pero que garantizar todo eso no suponga dilatar los trámites y sí asegurarse de que los ganadores de los concursos van a responder a sus obligaciones. A veces nos hacen añorar las concesiones a dedo, aunque se corriera el riesgo de caer en el amaño de contratos a cambio de comisiones y en el tráfico de influencias, la malversación, la prevaricación, la falsedad, el fraude en la contratación y todos los delitos que figuran en el código penal y que ya nos resultan muy familiares gracias a escucharlos de un tiempo a esta parte cada día en el telediario. Saldría más caro sobre el papel, pero este tipo de cagadas tampoco salen baratas. Además, como dice el sabio refranero popular, hecha la ley, hecha la trampa.

La última hora de esta historia tan surrealista la resume el tuit que ha publicado hoy la presidenta del AMPA del instituto:


domingo, 11 de septiembre de 2016

Aprendiendo a conjugar el verbo dimitir

No es lo mismo que Rosa Valdeón, ex vicepresidenta del Gobierno de Castilla y León, coja el coche después de tomarse dos cañas o que lo hagas tú que estás leyendo estas líneas ahora mismo. Ambos corréis el mismo riesgo, ponéis en peligro no solo vuestra seguridad, sino también la del resto de conductores con los que os cruzáis. Puede que no os pase nada y entonces interioricéis que sois capaces de controlar esa situación. O puede que sufráis un percance y no seáis conscientes de la gravedad del mismo. Puede que os pille la Guardia Civil y os haga soplar, y puede que superéis la tasa de alcohol en sangre permitida. Puede que os calcen una multa, perdáis puntos del carnet y os retiren el permiso de conducir durante unos meses. Todo esto le puede pasar a cualquiera que juegue con ese fuego. La diferencia es que al ciudadano anónimo que le ocurre no le obligan a pedir perdón públicamente, ni a dimitir de su puesto de trabajo, ni a decir adiós a una brillante carrera profesional por esa torpeza. A una persona dedicada al servicio público a través de la política, sí. Sobre todo si es una persona de cierto renombre que ha venido desmarcándose de las decisiones de su partido, abiertamente crítica con lo que considera que no es honesto y que hace nada exigía ejemplaridad a sus compañeros. Algunos -seguro- se habrán frotado las manos con la noticia. Y ella se estará tirando de los pelos al pensar que si se hubiera ‘percatado’ del ‘roce’ con el camión y se hubiera detenido, la cosa podría haber acabado ahí, en un simple intercambio de teléfonos para que el seguro de la política zamorana se hiciera cargo de los desperfectos del otro vehículo. De esta manera puede que la cosa no hubiera terminado con la Benemérita y el alcoholímetro por medio. Pero eso nunca lo sabremos. Lo que es seguro es que si hubiera tomado un refresco en vez de cerveza, máxime cuando ella misma, por su condición de médico, conoce los efectos secundarios de mezclar alcohol y cierta medicación, hoy no estaríamos hablando del caso.

Rosa Valdeón no es la primera –ni lamentablemente será la última- profesional de la política que comete una imprudencia de este tipo y que, por coherencia, se retira de la primera línea. Otros pasaron por lo mismo y no todos dimitieron; los hubo que recurrieron al escaqueo con el argumento de que ese ‘incidente puntual de su vida personal’ no tenía que ver ni afectaba al ejercicio profesional de su actividad. Y no pasó nada. De hecho al final todos estos pequeños escándalos terminan olvidándose, los que pasaron factura y los que no. Así que puede que dentro de un tiempo, cuando ya solo la hemeroteca recuerde su 0,77, Valdeón tenga una nueva oportunidad de hacerse un sitio en la política española habiendo aprendido la lección. Porque, vale, sí, todos somos humanos, pero yo prefiero que quienes nos gobiernan tengan al menos el suficiente autocontrol, madurez y responsabilidad como para no poner en riesgo su carrera y, por extensión, privarnos a los ciudadanos de los políticos que nos merecemos. Y si tropiezan, que al menos sepan conjugar el verbo dimitir, esa palabra que algunos siguen confundiendo con un nombre ruso. Afortunadamente, cada vez menos.

viernes, 9 de septiembre de 2016

Porca miseria

Recuerdo que cuando era una cría me fascinaba una mujer de mi pueblo a la que llamaban ‘la millonaria’ porque le había tocado la lotería. Jugaba a imaginar qué debía sentir siendo dueña de una cuenta corriente tan saneada. Nunca supe el dinero que ganó y si me lo dijeron no lo recuerdo. Por aquella época aún existía la peseta y a mi a partir de seis ceros todo me parecía una fortuna. El caso es que, cuando no estaba ausente por vacaciones, situación que se repetía con cierta frecuencia, la veía con sus pieles, paseando tan altiva, bien agarrada a su bolso, que no podía evitar envidiarla con la ingenua envidia de una cría aún sin maldad, y no por las pieles, que nunca me han gustado, sino por el halo de misterio que la rodeaba. El resto de la población sí le profesaba una inquina más evidente, supongo que por tener la desfachatez de restregarnos su riqueza, felicidad y buena suerte. Si hubiera desaparecido con la pasta creo que se lo hubieran tomado mejor. A los tres días se habrían cansado de elucubrar y ya estarían despellejando a otro. Ahora a la millonaria, por lo que me cuentan, ya no le deben quedar millones, pero sí mala leche.

Me he acordado de ella a propósito de la cantidad de mala leche que también fluye por las redes sociales cuando el fundador de Inditex se convierte en noticia por ser el hombre más rico sobre la faz de la tierra, aunque sea durante unos segundos, como ocurre periódicamente. Las fluctuaciones de la bolsa inclinan de uno u otro lado de la balanza el título y unas veces se lo lleva Amancio Ortega y otros, Bill Gates, el señor Microsoft.

El caso es que esta etiqueta de Rey Midas provoca sarpullido y úlcera gastroduodenal en algunos, que rápidamente sacan la pluma a pasear y le tildan de explotador de menores, abusador, empresario negrero, fabricador de prendas en países tercermundistas con sueldos miserables y en condiciones infrahumanas, ladrón de diseños, etc… Mientras, hay otra facción en las antípodas de esta -en este país ya sabéis que somos expertos en organizarnos en bandos contrarios- que argumenta como una letanía que el señor Amancio Ortega es un empresario hecho a sí mismo, que de una humilde tienda de batas levantó todo un imperio y que su vida sigue siendo un ejemplo de trabajo, austeridad, honradez y discreción. Como tengo comprobado que los extremos te alejan de la claridad que aporta situarse en el punto intermedio, que es donde te encuentras a la distancia perfecta para vislumbrar ambos lados, no me alineo ni con una ni con otra de las caballerías, porque a todas les encuentro un pero. Lo que es una evidencia es que, como todo empresario, el dueño de Inditex buscará que sus negocios vayan bien y se habrá rodeado en su equipo de todo tipo de expertos en distintos ámbitos, especialmente financieros, que estudiarán cuándo, donde, cuánto y de qué manera debe manejar su imperio, siempre dentro de la ley o aprovechando los resquicios que deja la ley, para que la inversión resulte rentable. Luego, ya sea por su forma de ser o porque desgrave, Ortega hace sus obras benéficas y dona parte de sus beneficios a la caridad, como creo que haría cualquiera que estuviera podrido de dinero, a nada que tuviera un poquito de corazón, y que, por supuesto, no quisiera crearse mala conciencia.

Lo curioso es que los que ponen a parir al hombre más rico del mundo y defienden que se ha enriquecido a costa de pisotear a otros, no tienen remilgos en utilizar productos que supuestamente están fabricados por empresas que realizan las mismas prácticas –business is business-, y no le hacen ascos a unas Nike, unas Adidas o un Iphone. Coherencia, por favor. Entiendo la animadversión, por no llamarlo odio, que despiertan tipos que se han hecho millonarios robando al prójimo, defraudando, saltándose las leyes o aprovechando su puesto de servicio público para enriquecerse de manera irregular. Pero no con aquellos que simplemente por suerte, herencia o por manejar bien sus finanzas se han montado en el dólar. 

Y ya, el colmo de los colmos, es comprobar que algunos de los más críticos con el mundo empresarial en general y con el hombre más rico del mundo en particular, no andan lo que se diría muy pelados. Más bien todo lo contrario, van amasando su fortuna particular sin mucho plan empresarial, ni expansión alguna, ni tampoco generando demasiado empleo. Que esa es otra, uno de los mayores avances para la democracia en este país, la transparencia en la política -eufemismo para justificar que el Congreso publique la declaración de bienes de los diputados de esta legislatura, donde se incluye todo su patrimonio-, de momento para lo que está sirviendo es para cotillear lo que ganó cada líder el año pasado, lo que sacan algunos haciendo de tertulianos en la tele, los pisos y coches que poseen o los ahorrillos que les quedan en la cuenta corriente. Y, ya de paso, para dar estopa, porque de eso se trata. Si tienes, porque tienes. Si no tienes, porque algo esconderás. Y siempre habrá alguien envidiando al rico y deseando estar en su lugar, aunque no se atreva a confesarlo. ¡Ah! Y, si es posible, sin dar un palo al agua.

Porca miseria...

miércoles, 7 de septiembre de 2016

La vida desde mañana para quienes tienen hijos en edad escolar

-Las peleas para que se vayan a dormir, que hay que madrugar.

-Los madrugones.

-El ‘Desayuna bien, que tienes que rendir en clase'.

-El ‘No me acompañes, que voy yo solo al cole’.

-La mochila del año pasado, que ya no sirve. 

-Los nuevos amigos.

-Los nuevos enemigos.

-Los forros de los libros con burbujas.

-El ‘Cuida los libros que han costado mucho y pretendo reutilizarlos’.

-El ‘Si seguro que vuelven a cambiar la ley y no te servirán de nada’.

-Los bolígrafos perdidos.

-Las gomas mordidas.

-Los sacapuntas rotos.

-Los lápices sin punta.

-Los mensajes de los profesores en la agenda.

-Los trabajos manuales.

-Las cartulinas de colores.

-Los Power Point en grupo.

-El almuerzo olvidado.

-El menú del comedor.

-El ‘Necesito otro chándal, que este me queda pequeño’.

-Las heridas en las rodillas.

-Las tiritas mágicas que lo curan todo.

-Los líos del recreo.

-El ‘Me han vuelto a cambiar de sitio’.

-Las tutorías con el ‘Podría dar más de lo que da’.

-Los partidos de fútbol el fin de semana.

-El ‘No quiero ser portero’.

-Las reuniones de padres.

-Las preguntas surrealistas en las reuniones de padres.

-Los grupos de Whatsapp.

-El ‘Debería salirme de este grupo de Whatsapp’.

-Las invitaciones de cumpleaños.

-La frenética vida social infantil.

-El ‘Haz los deberes’.

-El ‘No tengo deberes’.

-El ‘No me lo creo’.

-El ‘Solo tengo que estudiar’.

-El ‘Pues eso también son deberes’.

-Los inesperados días sin cole.

-Los festivales.

-La llamada de Secretaría: ‘No se encuentra bien. ¿Vienes a recogerlo?’.

-El Apiretal y el Dalsy.

-La dieta blanda.

-El ‘Quiero un móvil’.

-Los corrillos a la puerta del colegio.

-Los ríos, las capitales, las tablas, los verbos.

-El inglés… Ay, el inglés…

-El ‘Es que ese profe me tiene manía’.

-El boletín de notas.

Si tenéis hijos en edad escolar, bienvenidos a un nuevo curso. ¡Feliz vuelta al cole!



lunes, 5 de septiembre de 2016

Esa leyenda urbana que llamamos síndrome posvacacional


El síndrome posvacacional no existe. Es un cuento chino. Una leyenda urbana. De hecho, cada vez que alguien lo menciona, me ofendo. ¡Por favor! Pensad en los que estamos desempleados. Nosotros sí que arrastramos un síndrome permanente, sin distinguir unos días de otros y con el agobio de ver que van pasando las estaciones y seguimos exactamente igual que al principio, sin un tren que pare ni un trabajo que nos reactive.

Pero volvamos a esa patología que supuestamente sufren uno de cada tres trabajadores después de sus vacaciones de verano, del que se habla en todos los telediarios cada año por estas fechas –bonito relleno- y que no es más que la prueba de lo flojos y, lo que es peor, lo caraduras que somos. Después de haber pasado un mes sin trabajar, de pegarte la vida padre, de no dar un palo al agua, de vivir para comer, dormir, beber, chapotear y divertirte, es lógico que te resistas a renunciar a ese ‘círculo vicioso’, pero de ahí a padecer ningún problema de salud –ni mental ni físico- me parece que hay un gran trecho.

¿Cansancio? Natural. Has pasado de levantarte cuando te despertaba tu vejiga, a ponerte en manos del despertador; de dormir más horas que un bebé, a volver a las seis escasas; de moverte a cámara lenta, a acelerar el paso para no llegar tarde. A ver quién es el guapo que no se agota al pasar de 0 a 100.

¿Irritabilidad? Lógico. Quién quiere estar ocho horas metido en una oficina bajo luz artificial pudiendo estar al aire libre iluminado por el sol. Quién quiere someterse a la dictadura de los horarios para todo cuando ha pasado un mes viviendo en la anarquía.

¿Tristeza? Cómo no… Cuando uno ha conocido el paraíso, se resiste a regresar al infierno, máxime cuando coincide con una transición estacional tan crítica. Ya lo cantaba Danza Invisible: El fin del verano siempre es triste…


Pero ni estrés, ni síndrome, ni depresión, ni nada de nada. Son reacciones naturales cuando se ha disfrutado de una desconexión demasiado larga. Ese sería el término correcto: exceso de vacaciones.

Quizá es precisamente mi situación de desempleo la que me permite verlo todo tan cristalino. La persona que está laboralmente activa no lo aprecia, simplemente entiende que ha agotado su tiempo de relax y que debe reincorporarse a la rutina. Está cabreada, de bajón, porque no valora lo que tiene. Ojalá pudiéramos los parados recuperar esa rutina, con sus madrugones y sus atascos; aburrirnos del 8 a 3, del jefe pelotudo, del compañero que se escaquea, de los nervios por los nuevos proyectos, de la llegada del viernes, de los puentes, de las horas extra no abonadas…

Este síndrome fantasma solo estaría justificado mínimamente en aquellos a los que no les gusta su trabajo, que no disfrutan con él, que no se sienten realizados o, en el peor de los casos, que sufren mobbing. En ese caso les recomendaría que vayan buscando otra ocupación y se atrevan a dar un cambio a su vida laboral. Y si lo ven difícil y no quieren arriesgarse –hace mucho frío aquí fuera, doy fe-, les aconsejo que relativicen, que aprendan a trabajar para vivir y no al contrario, y en los momentos duros, que se limiten a visualizar su nómina y a pensar en el fin de semana o las próximas vacaciones. Incluso, si me apuras, que piensen también en los que no tenemos rutina a la que volver.


viernes, 2 de septiembre de 2016

Peajes biológicos y sociales que debes pagar por ser mujer

Soportar la regla cada mes durante unos cuarenta años de tu vida, exceptuando los momentos en que la maternidad te permite olvidarte del tema o decides ponerte un DIU medicalizado.

Aguantar la carga hormonal y todo lo que conlleva un embarazo, si es que decides ser madre.

Sufrir los dolores del parto, con su episotomía, sus curas posteriores, sus mastitis y sus entuertos.

Para, al final de tu vida fértil, padecer los sofocos, angustias, ahogos y demás efectos secundarios de la menopausia.

Y todo esto mientras socializas, sacas adelante a una familia, mantienes una casa y tratas de realizarte profesionalmente, si te dejan.

Una mujer a lo largo de su existencia no hace más que experimentar situaciones poco placenteras y superar obstáculos y dificultades, siempre de manera discreta, sin que trascienda. Y mientras tanto, ¿a qué se enfrentan ellos? ‘A ellas’, pensará algún gracioso... Hay algo que no me cuadra. 

He olvidado un factor importante dentro de esta ecuación: la belleza. Además de todo eso, tenemos que maquillarnos y depilarnos para resultar atractivas y agradables a la vista y el tacto, cuidar nuestro cuerpo, sacarnos partido, no desentonar… ser eso que se llama femeninas.

Hace unos días era noticia Anne Igartiburu porque se desmaquillaba en directo durante la presentación de su programa de corazón en TVE. Lo hacía solidarizándose con Alicia Keys, que apareció en la gala de premios de la MTV con la cara lavada y de nuevo tuvo que justificarse y explicar que el decidir ir sin pintar no significaba que estuviera en contra del maquillaje. De un tiempo a esta parte ha surgido un movimiento entre las celebrities -#NoMakeUp o Sin maquillaje- defendiendo que la belleza no está en el artificio y que se puede prescindir de esa dictadura del carmín y la sombra de ojos y mostrarte natural y estupenda. 

En cuanto al vello corporal, el colectivo feminista Amatista inició este verano una campaña a través de las redes sociales -#MiVelloMisNormas- reivindicando el derecho de las mujeres a decidir si quieren o no depilarse y a desterrar los complejos de aquellas que se sienten observadas y juzgadas por lucir pelos en axilas y piernas, o tener el pubis muy poblado. Porque, aunque ahora los hombres han añadido voluntariamente esa preocupación a su escasa lista de peajes biológicos, nadie cuestiona o señala con el dedo a los hombres peludos.

Ambos movimientos, aunque anecdóticos, sirven para reflexionar sobre lo complicado que nos resulta ser mujeres. A los ya naturales inconvenientes que llevamos de serie por el simple hecho de haber nacido hembras, debemos añadir… 

-Demasiadas imposiciones sociales

-Demasiados cánones de belleza 

-Demasiadas cargas

-Demasiadas exigencias

-Demasiada esclavitud

Sería estupendo que cada una pudiera hacer lo que quisiera. Si se ve fantástica sin darse brochazos, no verse obligada a ello; y si se siente más a gusto ocultando pequeñas imperfecciones con la cosmética, que sea por su propia elección. Lo mismo que la depilación, ese engorro al que -estoy segura- nadie se somete por placer. Salvo los métodos efímeros que cortan el pelo a ras de la piel y duran pocos días, el resto de sistemas para librarse del vello corporal conllevan buena carga de sufrimiento, así que no creo que nadie disfrute arrancándoselo. Por eso, sería genial que no fuera el qué dirán el que moviera a ninguna mujer a depilarse, sino el propio goce –como es mi caso- de acariciarse la piel y sentirla suave. Es como la polémica sobre el burkini, en la que hasta ahora me había resistido a opinar. Agradezco que ninguna tradición, ley moral, ideología o religión me impida elegir la manera en que debo ir vestida a la playa; nada, ni siquiera el irremediable pudor que se me despierta al exhibir mi cuerpo imperfecto, me va a privar de disfrutar de ese momento tan sano y placentero que experimentas al notar la brisa marina, el agua salada, la arena fina y el calor del sol en el cuerpo solo cubierto por un bikini.