Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

domingo, 11 de septiembre de 2016

Aprendiendo a conjugar el verbo dimitir

No es lo mismo que Rosa Valdeón, ex vicepresidenta del Gobierno de Castilla y León, coja el coche después de tomarse dos cañas o que lo hagas tú que estás leyendo estas líneas ahora mismo. Ambos corréis el mismo riesgo, ponéis en peligro no solo vuestra seguridad, sino también la del resto de conductores con los que os cruzáis. Puede que no os pase nada y entonces interioricéis que sois capaces de controlar esa situación. O puede que sufráis un percance y no seáis conscientes de la gravedad del mismo. Puede que os pille la Guardia Civil y os haga soplar, y puede que superéis la tasa de alcohol en sangre permitida. Puede que os calcen una multa, perdáis puntos del carnet y os retiren el permiso de conducir durante unos meses. Todo esto le puede pasar a cualquiera que juegue con ese fuego. La diferencia es que al ciudadano anónimo que le ocurre no le obligan a pedir perdón públicamente, ni a dimitir de su puesto de trabajo, ni a decir adiós a una brillante carrera profesional por esa torpeza. A una persona dedicada al servicio público a través de la política, sí. Sobre todo si es una persona de cierto renombre que ha venido desmarcándose de las decisiones de su partido, abiertamente crítica con lo que considera que no es honesto y que hace nada exigía ejemplaridad a sus compañeros. Algunos -seguro- se habrán frotado las manos con la noticia. Y ella se estará tirando de los pelos al pensar que si se hubiera ‘percatado’ del ‘roce’ con el camión y se hubiera detenido, la cosa podría haber acabado ahí, en un simple intercambio de teléfonos para que el seguro de la política zamorana se hiciera cargo de los desperfectos del otro vehículo. De esta manera puede que la cosa no hubiera terminado con la Benemérita y el alcoholímetro por medio. Pero eso nunca lo sabremos. Lo que es seguro es que si hubiera tomado un refresco en vez de cerveza, máxime cuando ella misma, por su condición de médico, conoce los efectos secundarios de mezclar alcohol y cierta medicación, hoy no estaríamos hablando del caso.

Rosa Valdeón no es la primera –ni lamentablemente será la última- profesional de la política que comete una imprudencia de este tipo y que, por coherencia, se retira de la primera línea. Otros pasaron por lo mismo y no todos dimitieron; los hubo que recurrieron al escaqueo con el argumento de que ese ‘incidente puntual de su vida personal’ no tenía que ver ni afectaba al ejercicio profesional de su actividad. Y no pasó nada. De hecho al final todos estos pequeños escándalos terminan olvidándose, los que pasaron factura y los que no. Así que puede que dentro de un tiempo, cuando ya solo la hemeroteca recuerde su 0,77, Valdeón tenga una nueva oportunidad de hacerse un sitio en la política española habiendo aprendido la lección. Porque, vale, sí, todos somos humanos, pero yo prefiero que quienes nos gobiernan tengan al menos el suficiente autocontrol, madurez y responsabilidad como para no poner en riesgo su carrera y, por extensión, privarnos a los ciudadanos de los políticos que nos merecemos. Y si tropiezan, que al menos sepan conjugar el verbo dimitir, esa palabra que algunos siguen confundiendo con un nombre ruso. Afortunadamente, cada vez menos.

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