Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

lunes, 21 de agosto de 2023

Besos robados

He estado revisando las imágenes de la celebración y entrega de trofeos posterior a la victoria de la Selección Española en el Mundial de Fútbol Femenino para comprobar si el presidente de la RFEF Luis Rubiales también le había plantado un beso en los morros a su querido amigo Jorge Vilda, el entrenador del combinado ganador del campeonato, pero he visto que no. Se limitó a fundirse con él en un estrecho abrazo, pero nada de robarle un pico.

Ese gesto tan íntimo lo reservó para la jugadora Jennifer Hermoso, también “gran amiga”, ha justificado, y con la que ignoro si suele tomarse esas confianzas en el día a día. Llego a la conclusión de que no tras escuchar las palabras de la deportista contemplando el vídeo del momento en el que el eufórico máximo representante de la Federación de Fútbol, después de abrazarla como una lapa, sostenía su cabeza entre las manos y juntaba sus labios por sorpresa y sin posibilidad de que ella pudiera esquivar el gesto. “No me ha gustado”, aclaró la futbolista sobre el incidente, aunque después quisiera quitarle importancia y le siguiera la corriente al ‘ladrón de besos’ cuando, en vez de disculparse por su comportamiento, bromeó con el revuelo causado.

Nadie ni nada prohíbe las muestras de afecto que provoca el éxtasis de un momento así. La propia reina Letizia abrazó muy cariñosa a todas y cada una de las futbolistas que subían a recoger su medalla y terminó saltándose el estricto protocolo que suele rodear a los ‘royals’ botando con las campeonas, algo que los espectadores interpretamos como natural. No resulta difícil comprender la efusividad en las celebraciones tras un logro de estas características, pero es que lo de Rubiales fue totalmente innecesario e improcedente. Estoy segura de que Jenni Hermoso se habría sentido perfectamente felicitada, honrada y agradecida por el presidente de este organismo con un simple abrazo y dos besos en las mejillas, sin necesidad de ese gesto tan invasivo y sin consentimiento previo.

Que algún medio deportivo haya bromeado comparándolo con el beso de Casillas y Carbonero es vomitivo y dice mucho de los patrones que siguen vigentes en el mundo del deporte, en particular, y en la sociedad, en general. No sé si caen en la cuenta de que comparan una relación sentimental con una laboral.

¿O es que acaso conciben que el gerente de su empresa les felicite por su buen trabajo con un pico, por mucha confianza que haya entre ellos? Yo no. Lo consideraría una intrusión inaceptable. Soy, por tanto, una de esas a las que Rubiales ha calificado de “idiotas” por cuestionar lo que este individuo define como “muestra de cariño sin importancia” o “un pico de dos amigos celebrando algo”. Yo prefiero definirlo como una ‘machirulada’.

Lo peor es que estemos desviando el foco del gran triunfo del fútbol femenino español por dedicarle tiempo a este personaje al que le parece algo natural y espontáneo ir por la vida robando besos a mujeres, eso sí. Porque no recuerdo haberle visto en una situación similar con jugadores. Quizá es que darles picos a hombres para celebrar le parece una mariconada.

Por cierto, parece que Rubiales se ha disculpado porque "es lo que toca". No ha entendido nada.

jueves, 10 de agosto de 2023

Envejecer es una mierda, aunque peor debe ser morirse

Mi amiga de la infancia Mª José acaba de ser abuela de una ricura de bebé de nombre Lucas. Hace, como quien dice, cuatro días estábamos bebiendo calimocho en ‘El 42’ de Toro y de repente se estrena como yaya con 55 años, la misma edad que tengo yo. He sentido que la vida me daba una bofetada para espabilarme y ponerme en mi sitio.

Vale, lo pillo, ya no soy una cría, pero es que el cuerpo me sigue pidiendo dar saltos en un concierto, echar de vez en cuando una carrerita, quedar a tomar cañas, saltar olas en el Mediterráneo, ponerme camisetas sin sujetador, perrear, ronear… Imagino que quien me vea desde fuera debe pensar: “¿Qué hace esta señora mayor?”.

No entienden que dentro de mi cabeza hay atrapada una tía de 30 años menos, en ocasiones desconcertada al comprobar que ya no despierta las mismas reacciones ni interacciona como antes ni se la tiene tanto en cuenta. Incluso, con cierta frecuencia, no es que no la miren igual, es que parece haberse vuelto invisible a muchos ojos.

Porque, aunque por dentro sea casi la misma que hace 30 años, por fuera lo que se ve es lo que hay, la realidad, una mujer de 55. Y no hay prueba más demoledora que enfrentarse en ropa interior al espejo del probador del Primark. Ahí es cuando descubres cómo te ven los demás y no puedes evitar preguntarte qué mierdas haces desfilando en bikini cada verano, como si fueras una top model, desde la toalla hasta la ducha de la piscina con ese cuerpo escombro meneándose a cámara lenta.

Los glúteos flácidos, el vientre arrugado, los muslos sin firmeza, la piel celulítica, la grasa acumulada… A ver, que no es que una haya exhibido un cuerpo escultural en algún momento de su vida, pero más tonificado y contenido sí que estaba.

No penséis que esta crisis de la mediana edad que me ha dado se reduce solo a eso. Hay otras señales de la decrepitud que joden. Yo he tenido suerte y no he sufrido los temidos sofocos asociados a la menopausia. Sin embargo, la caída de estrógenos de esta etapa vital me está haciendo perder densidad capilar casi al mismo ritmo que me crece vello donde nunca lo había sufrido. También me he librado de los trastornos del sueño; en su lugar, mantengo a raya la hipertensión con una pastilla diaria.

Otro síntoma del envejecimiento, la presbicia, avanza inexorablemente y cada vez soy más dependiente de las gafas de cerca si quiero leer los prospectos de medicamentos o los ingredientes de lo que me como.


Sospecho que voy a llevar mal lo de envejecer, igual que las octogenarias que me rodean. Al margen del desgaste de la edad, las oigo lamentarse porque empiezan a verse realmente mayores. Unas lo notan cuando los escaparates les devuelven su figura cada vez más empequeñecida y encorvada o cuando reparan en las venas marcadas y las manchas que plagan el dorso de sus manos. Otras cuando perciben mermados sus sentidos o cuando no encuentran las palabras para expresarse. Echan de menos su independencia, su agilidad, sus reflejos, su vida activa. Añoran lo resolutivas que eran y la confianza que tenían en sí mismas. Todas deben lidiar no solo con un aspecto físico en el que no se reconocen, sino también con inseguridades sobrevenidas que les convencen de que son un estorbo y, lo que es peor, con la certeza de que se les va acabando su tiempo.

Me angustia aproximarme a ese escenario. Pero luego me acuerdo de Ana y Marta, que no han pasado por esta crisis de hacerse mayor porque un cáncer se las llevó antes de los 50. Y entonces pienso que envejecer es una mierda, aunque mucho peor debe ser morirse.

jueves, 3 de agosto de 2023

Las opiniones son como los culos

La muerte del periodista Ramón Lobo y los comentarios al respecto de algunos lectores publicados al final de la noticia en ciertos periódicos digitales me han reafirmado en mi convencimiento de que habría que suprimir la opción de interactuar de esta manera con los medios.

Ya en alguna ocasión he abordado aquí ese escabroso mundo de los comentarios de los lectores de la prensa. No voy a entrar a fondo en qué tipo de persona se toma la molestia en leer una noticia y escribir después su opinión. Solo diré que sospecho que es alguien con tanto tiempo libre como necesidad de que alguien le preste atención. En cualquier caso, la mayoría de estos lectores tan ‘participativos’ suelen emplear frases anodinas y, por lo general, lenguaje respetuoso.

Pero también los hay cargados de bilis, hirientes en extremo y ejemplo evidente de que quien los emite necesita ayuda profesional. Coincidiréis conmigo en que aprovechar un obituario para poner a caldo al finado porque no pensaba como tú te define como lo que eres, un miserable. Si el que ha muerto de un cáncer no era santo de tu devoción, basta con no leer las semblanzas que de él escriben sus colegas y seguir adelante con tu vida como si nada. Lo contrario denota una pizca de masoquismo.

Diréis que, si se advierte a los usuarios que está prohibido el uso de insultos en estos espacios y se les invita a participar de manera constructiva, el medio puede aprovechar la moderación de comentarios para no publicarlos y asunto resuelto. Pero no es tan fácil. Porque se puede ejercer violencia verbal, hacer daño y enfangar sin emplear ninguna palabra malsonante. Y ante eso, un moderador se enfrenta al dilema de donde poner la línea para no caer en la censura.

Imagen de Tumisu en Pixabay

En cualquier caso, sean o no mensajes correctos, me pregunto qué necesidad tenemos el resto de lectores de conocer lo que piensa uno de nosotros sobre la noticia que acabamos de leer. A mí no me aporta nada. No digo que amordacemos al lector que quiere hacerle llegar sus impresiones al periódico. Si le ha gustado un artículo y quiere felicitar al redactor, adelante, que se lo diga. Igual que si le ha parecido poco acertado. Pero que sea una comunicación directa, sin necesidad de testigos. Para aguantar a gente vomitando odio podemos ir a Twitter, X o como se llame ahora la antigua red social del pajarito.

Me pasa lo mismo con las piezas de noticias de los telediarios que se apoyan exclusivamente en preguntar a la gente de la calle qué le parece el tema en cuestión. Son un clásico cuando se trata de asuntos como el calor, las vacaciones o cualquier otra cuestión sobre la que toque rellenar. ¿Qué me importa a mí si un fulano no concilia el sueño por las altas temperaturas o una pareja va a tomar un tren para irse a la playa unos días? Normalmente lo que aporta este tipo de ‘encuestas’ de calle suele ser tan irrelevante como la propia información, así que, en mi caso, me provocan rechazo. Prefiero que me ilustren las noticias con datos y testimonios de expertos en la materia que me cuenten algo que yo no sepa.

De modo que, como diría Clint Eastwood y remataría Joaquín Sabina, “Las opiniones son como los culos, todos tenemos uno y creemos que el de los demás apesta”.