Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

jueves, 27 de abril de 2017

Decepcionada con mi nuevo lavavajillas Brandt

Hace alrededor de un mes cambiamos de lavavajillas en casa. El que teníamos llevaba con nosotros cerca de 14 años y el pobre, aunque seguía funcionando, mostraba ya los signos de la edad: sus bandejas estaban oxidadas por algunas partes y, tras la mayoría de los lavados, la carga salía con restos de comida. El caso es que pensamos que ya había cumplido de sobra su función y nos dispusimos a jubilarle y buscar un relevo. 

Después de mucho mirar, tanto online como offline, y comparar calidad-precio, nos decidimos por un Brandt, una marca desconocida para mí hasta ese momento pero que, por lo que leímos, es francesa y tiene gran aceptación en el país vecino. Lo que nos movió a decantarnos por este modelo fue, por supuesto, su calificación energética A+++, su excelente precio (294 euros) y su nivel de decibelios, por debajo del resto de la competencia. La verdad es que en Carrefour, que es donde lo adquirimos, estuvimos chequeándolo con detenimiento, lo abrimos, movimos sus bandejas, estudiamos el cajetín donde va alojada la pastilla detergente y lo sometimos a todo un examen visual exhaustivo antes de, por fin -somos particularmente indecisos cuando se trata de transacciones económicas importantes- encargarlo.

El día que los operarios lo trajeron a casa y se llevaron el viejo Balay, el vuelco del corazón que sentí al separarme de él para siempre debía haberme hecho sospechar que el nuevo Brandt no me iba a dejar tan satisfecha. La primera en la frente llegó nada más irse los técnicos. Lo habían probado previamente vacío sin que se registrara ninguna incidencia, así que todo parecía en orden. Pero cuando fuimos a poner el primer lavado nos topamos con la principal pega: el espacio entre las dos cestas es más estrecho de lo normal, así que los platos llanos de nuestra vajilla de IKEA chocan con el aspa que rocía de agua la carga, con lo que hay que colocarlos tumbados o cambiar de vajilla. Yo pensaba que esas medidas eran estándar, pero ya veo que desconocía muchas cosas sobre este electrodoméstico. 


Los 'pequeños' inconvenientes no terminan ahí. Los platos hondos, aunque son más pequeños, tienden a caer hacia delante por su profundidad y por la dirección de las varillas que los sujetan. Tampoco nos tiene satisfechos el sistema de rail por el que se extrae o introduce la bandeja inferior, entre otras cosas porque no existe un rail como tal y las ruedas se desvían, de manera que la cesta se sale o choca con el lateral a la menor ocasión. Además, en la parte superior, la bandeja prevista para cuchillos grandes, palas, cazos u otros cubiertos de medidas superiores a lo normal, no está diseñada para asegurar bien las piezas y al reposar ligeramente inclinada, terminan cayendo. Para más inri, después de algún lavado encontramos la pastilla de detergente entera. La culpa la tenía la puerta del cajetín, que choca con los platos más próximos si no son de postre, y esto le impide abrirse para soltar la cápsula e iniciar el proceso de lavado. Hasta que descubrimos el enigma estuvimos repitiendo el lavado varias veces. ¡Viva la eficiencia energética! Ahora, cada vez que hay que llenar el lavavajillas nos tiramos un rato diseñando la colocación de todo el menaje, como si fuera un Tetris. 

Se me ha olvidado comentar que en el primer lavado, sin reparar en que los operarios habían dejado seleccionado de prueba el programa largo, comenzó a funcionar el lavavajillas y a hacer ruidos extraños, por encima de los decibelios que marcaban sus características técnicas, eso seguro. Quizá fue la mala colocación de la carga, lo cierto es que llegamos a pararlo hasta en tres ocasiones pensando que algo no iba bien. Por no hablar de que cada vez que lo deteníamos, el programa se iniciaba de nuevo, así que las dos horas largas que dura el más intensivo se convirtieron en toda una tarde de emociones.

Os preguntaréis por qué no devolvimos el aparato cuando aún estábamos a tiempo, en el periodo establecido para ello, alegando incompatibilidad de caracteres. Eso mismo digo yo. Al principio fue por darle una oportunidad, hasta que nos conociéramos mejor. Y después la dejadez nos condujo hasta el punto donde nos encontramos. Ahora, rendidos a la evidencia de que somos un desastre como compradores de lavavajillas, soportamos la presencia de nuestro Brandt en casa como quien sufre resignado y en silencio las malditas hemorroides. 

Por no terminar con mal sabor de boca, remataré diciendo algo a su favor: al menos la vajilla sale limpia.

domingo, 23 de abril de 2017

En proceso de recuperación de un bloqueo bloguero

Bloqueada. Descentrada. En blanco. Seca de inspiración. Rayada. Vacía. Así llevo ya demasiados días. He aquí el motivo por el que he tardado en actualizar este blog dos semanas, mucho más tiempo del habitual. No encuentro ni la idea, ni el momento, ni las ganas, ni el tiempo… ¡Pero si estás en paro!, me reprocharéis. Sí. Por eso mismo. Porque tengo la sensación de que nunca son suficientes las horas que le dedico a la búsqueda activa de empleo -mi objetivo principal en este momento-, así que cuando me digo que tengo que alimentar este blog y me pongo manos a la obra, a los diez minutos, si no me ha salido un puñado de líneas decentes, aparco la misión y vuelvo a pasearme por Linkedin o a rastrear Indeed, con la sensación de que todo lo que no sea tratar de reincorporarme al mercado laboral de la manera tradicional es procrastinar y evitando desperdiciar mi precioso tiempo en actividades que me desvíen de ese camino.

Y, claro, así es imposible, porque el proceso de parir un post requiere un tiempo de dedicación amplio. No vale entregarte a la tarea justo el rato que te queda libre hasta que termina de centrifugar la lavadora. Lo ideal es que puedas prometerle exclusividad al acto de escribir, es decir, nada de ejercer de mujer multitarea y comenzar a redactar el post mientras aireas la habitación o esperas que pite la olla a presión. Hay que ‘centrarse y con-centrarse’ en esa actividad de principio a fin. Para empezar, es preciso elegir un tema; documentarte al respecto para que no se quede simplemente en tu ‘modesta opinión’; enriquecer el texto con enlaces de interés; ilustrarlo y, finalmente, dejarlo volar. Y no resulta fácil hacer todo eso cuando tienes tareas por acabar, asuntos pendientes, el tiempo justo y gente a tu alrededor reclamando tu atención o esperando que termines de aporrear el teclado. Esta situación es la menos inspiradora del mundo. Y eso que yo soy de abstraerme bastante. 

Otras veces simplemente es mi cabeza la que no coopera. Me vuelco en mi propia tormenta de ideas interna, voy repasando temas sobre los que tendría bastante que decir, escojo el que considero que ofrece más posibilidades y, cuando empiezo a redactar, llego a un punto en el que me asaltan las dudas sobre si lo que escribo tiene la suficiente chispa como para interesarle a alguien y prestigiarme a mí. Es entonces cuando todas mis inseguridades se apoderan de mis dedos y, una de tres: aprieto la tecla de retroceso hasta que no quede una letra sobre el fondo blanco, selecciono todo el texto y le doy a suprimir o cierro Word sin salvar el documento. Y los tres caminos conducen al mismo punto: abortar el intento.

En ocasiones comienzo con muy buena predisposición. De hoy no pasa, venga, si te lo pasas muy bien haciendo esto –me digo-. Y me preparo. Reviso las noticias. Me detengo un momento para abrir el correo electrónico que me acaba de entrar. Lo contesto. Retomo el repaso de la prensa. Paro para contestar un whatsapp que me pita en el móvil. Continúo echando un vistazo a la información por internet. Llaman al telefonillo de la puerta. Atiendo a alguien que se ha confundido. Otro mensaje telefónico. Que si puedo hacer un favor de manera desinteresada, redactar un texto, diseñar un cartel. Lo hago, venga, que no me llevará mucho. Cuando acabo, la vejiga me pide una tregua. Se la doy. Vuelvo a sentarme para tratar de avanzar, pero reparo en que tengo sed y mi taza se ha quedado vacía, así que voy a la cocina a rellenarla. Allí me doy cuenta de que se me ha olvidado recoger los restos del desayuno. Me pongo a ello. Aprovecho para barrer un poco las migas del suelo. Ya que tengo la escoba en la mano, pienso que no le vendría mal al resto de la casa una pasada para hacer desaparecer las pelusas de los rincones y los bajos de la cama. Al final se me ha escapado una valiosa hora que podía haber dedicado a mandar currículum, avanzar en el enésimo MOOC en el que me he apuntado, estudiar inglés, ordenar mi archivo de fotos, limpiar de basura el Mac, ver el primer capítulo de una serie muy buena de la que me han hablado o pulir un poco más mi página web personal.

Ya veis cuál es el panorama. Y aquí no he incluido esos momentos en que, justo cuando parece que las musas se han presentado sin avisar, alguno de mis hijos me pide que le ayude a buscar algo que no encuentra, le planche una camiseta que necesita para mañana, le haga la merienda, le cosa una prenda que se le ha roto, le pregunte los temas que entran en el examen, le cure una herida o le dé mi opinión sobre un vídeo de no sé quién. Y si se me ocurre responderles que esperen un momentito, que estoy terminando una cosa importante, todavía tengo que escucharles echarme en cara que estoy todo el rato pegada al ordenador, mientras que a ellos les raciono las pantallas. 

Lo peor de todo es que, aunque busque mil excusas ajenas a mí, en el fondo soy consciente de que la principal causa del bloqueo que me tiene agilipollada está única y exclusivamente en mi maldita cabeza.


domingo, 9 de abril de 2017

Hoy me toca venderme

Un antiguo compañero de trabajo se ha quedado en la calle. Era director de una emisora de radio provincial. Su empresa ha decidido recortar costes y suprimir las direcciones provinciales dentro de la cadena. Imagino que lo que antes se hacía con diez ahora se hará con cinco empleados, que seguirán cobrando lo mismo pero tendrán el doble de tarea y responsabilidad

Otro antiguo compañero dirigía y presentaba un informativo en una televisión autonómica hasta hace unas semanas en que decidieron sustituirle por otro, probablemente porque no es un tipo complaciente y algunos piensan que no es suficiente con no morder la mano que te da de comer, sino que además hay que lamerla.

Ambos son profesionales sobradamente experimentados, que conocen el medio y derrochan habilidades. Pero nada de eso ha importado. Me he enterado de su situación accidentalmente, justo cuando iba a recurrir a ambos para hacerles saber que ando buscando un nuevo empleo. Pensaba que, metidos en el ajo, ellos podrían tener más facilidad que yo para enterarse de alguna oportunidad laboral de esas que dicen que existen, pero quedan ocultas porque no se publican, y a las que solo puedes acceder si tu red de contactos se acuerda de ti. Pero me encuentro con que ellos están igual que yo, fuera de juego. 

Son solo dos de los múltiples ejemplos de periodistas o profesionales de los medios de comunicación más o menos de mi edad que -cosas de la vida- se han quedado sin su trabajo en los últimos años. Como veis, el mío no es un caso aislado, lo que complica la búsqueda. Demasiada gente intentado reengancharse en empresas a las que no les salen los números y compitiendo con las nuevas generaciones que se conforman con un contrato en prácticas de 300 euros. No es extraño que en los más de 20 meses que han pasado desde mi último contrato más o menos estable, del centenar de ofertas a las que habré enviado mi curriculum, no me han llamado para ninguna entrevista, salvo las dos veces que me han citado a través del Servicio Regional de Empleo, y en ambas me han terminado cogiendo, aunque para breves contratos de sustitución. 

Como solución a este panorama, a los profesionales veteranos les toca darse de alta como autónomos y hacer encaje de bolillos con distintas colaboraciones puntuales. En esta situación he encontrado a varias de las personas de mi red de contactos a las que también he recurrido, así que imagino que cualquier oportunidad que conozcan la pillarán ellos antes que mandármela a mí, y no se lo reprocho. Los hay que directamente han tirado la toalla del periodismo y han optado por reconvertirse en camareros o dependientes. A la fuerza ahorcan. También me he topado, porque no parezca que el oficio está peor de lo que está, con los afortunados que conservan milagrosamente su trabajo y me escuchan pensando ‘Nunca debiste marcharte de este lugar. Estas son las consecuencias’. Pero a la hora de verbalizarlo solo dicen ‘Claro que sí, por descontado, si me entero de algo te aviso’.

En definitiva, la única opción que se me vuelve a presentar es convertirme en freelance, ofrecer mis servicios directamente a quien pueda interesarle y venderme al mejor postor (o a todos). Aunque la competencia es feroz. Dicen los expertos que el secreto está en distinguirte, hacer algo que no haga nadie, buscar un nicho de público y destacar. En ello estoy, dándole vueltas a la cabecita sin descanso. Mientras se me enciende la bombilla, aprovecharé esta tribuna para anunciarme. Nunca he sabido venderme a mí misma -es mi asignatura pendiente-, pero haré un esfuerzo. ¡Atención! Si necesitáis o sabéis de alguien que necesite una periodista como yo, aquí me tenéis. ¿Que qué tipo de servicios puedo ofrecer? Por poner algún ejemplo:

1.-Puedo llevar la comunicación de asociaciones, fundaciones, instituciones, pequeñas empresas o de cualquiera que desee tener visibilidad, dar a conocer su trabajo y difundir sus actividades a través de los medios, ya sea para ganar reputación, socios o clientes.

2.-Me sobran las ideas, las palabras y los recursos para crear contenidos para blogs, webs y redes sociales de cualquiera. Ahora que lo pienso, quizá podría encajar como 'negra literaria'.

3.-Me manejo muy bien con los gestores de contenido como para confeccionar y actualizar una página web.

4.-Me divierto mucho con los programas de maquetación y retoque fotográfico, así que podría atreverme con revistas, folletos o cualquier otra creatividad.

5.-Aún me acuerdo de cómo se le habla a un micrófono, de modo que si me pedís tanto un reportaje o pieza informativa, como presentar un espacio radiofónico o locutar una cuña publicitaria, no hay problema.

Y además de todas estas habilidades específicamente ligadas a mi oficio, la vida me ha permitido adquirir otras importantes destrezas: 

1.-Sé leer, escribir y escuchar. Y, lo que es mejor, disfruto realizando cada una de estas actividades, aunque sea para descifrar comunicaciones oficiales, redactar solicitudes dirigidas a la administración o resolver dudas y consultas de la gente que me rodea.

2.-Soy capaz de llevar las cuentas de mi casa, así que no me encontraría desubicada controlando los números de un departamento.

3.-Lidio a diario con dos preadolescentes, así que puedo coordinar equipos de trabajo sin despeinarme.

4.-Trato de estar al tanto de lo que pasa informativamente en el mundo, leo la prensa, escucho la radio, veo los telediarios y contrasto lo que me cuentan unos y otros para formarme mi propia opinión sobre las cosas. Diría que puedo mantener una conversación sobre la actualidad con cualquiera, aunque mi actividad cotidiana se circunscriba únicamente a la pequeña isla que se extiende a no más de un kilómetro a la redonda de mi casa.

5.-No me dan miedo ni el 2.0 ni el 3.0, yo misma me he encargado de desarrollar mi transformación digital a base de cursos, tutoriales y jugueteo, y he descubierto que no se me da mal instruir a otros. Por las veces que le he solucionado a mi suegra una duda con su teléfono y a mi madre con su tablet, creo que no haría mal papel encargándome de la alfabetización digital de personas mayores.

¿Cómo lo veis? Lo dicho… Si me necesitáis, silbad.

martes, 4 de abril de 2017

Dimisiones preventivas

Finalmente el presidente de Murcia, Pedro Antonio Sánchez, se ha visto forzado a dimitir para evitar que su partido corriera el riesgo de perder uno de los bastiones populares. Se resistía no solo él, sino todo el aparato de Génova, convencido de su inocencia y de la injusticia de una media tan arbitraria. Como ya sabe todo el mundo, han sido sus variadas imputaciones las que le han forzado a abandonar el cargo. Aún no hay pronunciamiento de ningún juez sobre su inocencia o culpabilidad, pero es cierto que el propio ya ex presidente manifestó en su día su disposición a dejar el sillón si era investigado en un proceso judicial y, aunque le ha costado, ha cumplido. Renuncia como presidente de la región de Murcia pero se mantiene como diputado, un salvoconducto que le permitirá seguir aforado ante el Tribunal Superior de Justicia de Murcia y, en caso de salir airoso de sus imputaciones, regresar algún día al punto donde lo dejó.

Es más de lo que pueden decir otros. Yo viví de cerca un caso similar, aunque sin posibilidad de rebobinado. Las Rozas, 2015. Elecciones municipales. El candidato del Partido Popular a la alcaldía, José Ignacio Fernández Rubio, tenía tres procesos judiciales abiertos, todos de una etapa anterior como alcalde en otro municipio (Guadarrama) y todos -como insistía él mismo- consecuencia de decisiones de tipo administrativo tomadas en el ejercicio de su cargo y sin prueba alguna de enriquecimiento personal.

Hasta el día en que había que proclamar candidatos estuvo a expensas de lo que decidiera el partido. No quería perjudicar a la formación y sabía que su historial era munición para la oposición, en particular para la nueva y pujante formación de Ciudadanos, que iba ganado adeptos en el caladero de votantes descontentos del PP con su promesa de limpiar los consistorios de corrupción. A pesar de todo, en el PP regional se apostó por él y ganó las elecciones, aunque no por mayoría absoluta como históricamente había sucedido en este municipio del noroeste madrileño. Los Populares consiguieron 11 concejales, frente a los 6 de Ciudadanos. Los 3 concejales de Contigo por Las Rozas, otros 3 de PSOE y 2 de UPyD completaban la alineación. Los números no salían. Si todos los partidos de la oposición se aliaban, podían impedir al PP hacerse con la alcaldía. Así que, ante la presión de la formación naranja, que puso como condición la salida del alcalde en funciones para apoyar un pacto de investidura con el partido más votado, Fernández Rubio dimitió y pasó el testigo al número 2 de la lista. 

En junio hará dos años de aquel hecho y en este tiempo, el alcalde ‘ofrecido en sacrificio’ va viendo por fin, tras más de una década de dilatada espera, que la justicia le da la razón: ha salido absuelto en uno de los tres procesos, mientras que otra de las causas que tenía abiertas ha sido archivada. Si no me equivoco, ya solo está pendiente de resolución por parte de otro juzgado una denuncia de un particular relacionada con el mismo caso al que se le ha dado carpetazo. Resumiendo: le obligaron a abandonar preventivamente y, cuando se va demostrando su inocencia, su tren de la política ya ha pasado. 

Mientras, del otro lado, Ciudadanos, el partido que le forzó a dimitir para alcanzar un pacto de investidura con el PP, experimenta un asombroso proceso de resquebrajamiento en Las Rozas. Las luchas internas han ido provocando un éxodo de concejales nunca visto. A día de hoy, han perdido tres de sus seis ediles que, no dispuestos a desprenderse de su acta, han pasado a convertirse en no adscritos para -dicen- cumplir con el mandato de las urnas y, ya de paso, seguir cobrando. Qué ironía. Las urnas fueron también las que dieron la victoria a un partido con un cabeza de lista imputado al que ellos obligaron -en ese caso sí- a renunciar a su acta. 

De modo que, por más que trato de analizarlo, despojada de colores y siglas políticas –creedme-, no termino de saber qué es lo más justo. Si defender por encima de todo la presunción de inocencia y mantener en su cargo a un servidor público imputado por lo que sea hasta que un juez dicte sentencia o pasarnos el sagrado principio por el forro y sacrificar la carrera de todo aquel político que sea investigado por un juez.

Hay una posibilidad alternativa, muy de ciencia-ficción: acelerar la instrucción de este tipo de procesos para resolver cuanto antes la condición del implicado y que, durante ese breve espacio de tiempo, el afectado pueda causar baja temporal de su cargo hasta que el juez dicte sentencia que, de ser positiva, le permitiría regresar al puesto que ocupaba, limpio de polvo y paja. 

Pero seguro que esto no le convence a nadie. Más vale prevenir que curar, ¿no? Todo sea por restablecer la buena imagen de la política española... y, ya de paso, pescar en río revuelto.