Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

domingo, 23 de noviembre de 2025

Qué raros son estos alemanes

Acabo de pasar unos días en Alemania. Con la excusa de visitar a mi hija, que se ha dio de Erasmus a la Universidad Técnica de Múnich, he aprovechado para hacer un poco de turismo por la zona. Durante mi estancia en aquel país he visto algunas cosas que me han llamado la atención. Por ejemplo, ni un solo tren de los que he tenido que coger ha salido o llegado a su hora, y a pesar de ello, ninguno de los pasajeros locales ha parecido alterarse. No he podido evitar acordarme de Óscar Puente y de quienes le maldicen en las redes sociales cuando hay incidencias en nuestras Cercanías.

También les he notado bastante respetuosos con las normas de urbanidad y aquello de ‘antes de entrar, dejen salir’. Y, a pesar de que en los autobuses, tranvías, metros y trenes no hay tornos o máquinas para validar el billete, me ha dado la impresión de que nadie se cuela en el transporte público, salvo -seguramente- los turistas. Es cierto que en los trenes es más habitual ver revisores comprobando que todos viajan con su título correspondiente, pero en esos casos no he asistido a ningún momento ‘delicado’. También es verdad que ellos disponen de una oferta envidiable, un bono llamado Deuchland Ticket con el que, por un módico precio, 58 euros al mes (en 2026 lo suben a 63), puedes viajar por todo el país en transporte público, así que te trae cuenta la inversión porque lo amortizas rápido.

Hablando de transporte, nos superan con creces en vehículos eléctricos y en moverse en bicicleta. Mientras aquí seguimos apostando por los aparcamientos disuasorios de coches, en Alemania los parkings que se ven repletos junto a las estaciones de tren son de bicis.

Y es que en el terreno medioambiental juegan en otra liga. Una de las primeras cosas que le sorprendieron a mi hija al llegar al país, y que me costó creer cuando me lo contó, es que no venden matamoscas en los supermercados. Desde comienzos de este año en Alemania está prohibido el autoservicio de insecticidas letales por sus consecuencias ecológicas y como medida para proteger a los insectos en el país. Así que como mucho, puedes encontrar productos para ahuyentar a mosquitos y otros bichos. La alternativa es recurrir discretamente a esa arma de destrucción masiva que es la zapatilla.

Por supuesto, su preocupación por el medio ambiente se nota también en el bolsillo. Cuando compras una lata de refresco o una botella de plástico o vidrio, pagas unos 25 céntimos más que recuperas si te tomas la molestia de devolver el envase. Es el sistema que emplean para involucrar a los ciudadanos en el reciclaje. Las botellas y latas se introducen en máquinas que suele haber en el exterior de los supermercados y que emiten un recibo canjeable por dinero o descuento en la compra.

No sé si considerar un punto ecológico el uso de estufa de aceite como modo de calefacción en el airbnb donde nos hospedamos. A mí me parecía retroceder a la época del brasero de mi abuela o la estufa de butano pero, por lo que contaba el dueño, era algo muy común y apreciado por ser sostenible.


Llama la atención que se priorice la salud del planeta sobre la salud de quienes lo habitan, porque toda esta preocupación por el entorno choca con unos hábitos poco saludables. Me refiero no solo a sus menús hipercalóricos a base de salchichas, asado de cerdo o ensalada de patata junto con el consumo cotidiano de cervezas de medio litro en los biergarten y cervecerías tradicionales. Es que, además, Alemania tiene una de las tasas de tabaquismo más altas de Europa y eso se ve en la calle. Para alguien que va desde España, choca ver, por ejemplo, un cuadrado pintado en el suelo de un andén de estación como zona de fumadores. Además, el uso recreativo del cannabis se legalizó el año pasado y ya se puede fumar en la calle. Mi olfato da fe de ello.

Otro aspecto llamativo es el libre consumo de alcohol en el espacio público. No resulta extraño cruzarse por las calles con gente bebiendo latas de cerveza, ver personas sentadas en un banco pimplando o coincidir en el metro con jóvenes que se dirigen a alguna zona de ocio o a hacer la previa con botellas de vino en la mano, sin ni siquiera disimularlas dentro de una bolsa, y dándoles lingotazos de vez en cuando. Esta práctica está prohibida en España. Y multada. De hecho, al regresar a casa del viaje, me encontré con un aviso de Correos en el buzón. Habían venido a entregar una carta certificada para mi hija. Era una multa del Ayuntamiento de Punta Umbría. Durante sus vacaciones este verano, la Policía Local les dio el alto en una zona de ocio cuando llevaban alcohol para consumir antes de entrar a una discoteca. Por cierto, gracias a esta experiencia me he enterado que el Ayuntamiento de Punta Umbría tiene externalizada la gestión de sus sanciones en una empresa de Cantabria. ¡Viva la globalización! En cualquier caso, la broma de la fiesta de mi hija le salía a 80 euros si pagaba cuanto antes o 100 si se hacía la remolona. Adivinad.

Me pregunto cuál de los dos países acierta con sus políticas: el permisivo o el sancionador. Solo sé que en los seis días que he pasado en Alemania no me ha parecido ver a ningún borracho por las calles, mientras que en Madrid no hay día que no sortee una pota en suelo.

domingo, 21 de septiembre de 2025

Libertad sin ira

No sé por dónde empezar. No sé si romper el hielo abordando la cancelación del late show del humorista y presentador estadounidense Jimmy Kimmel. Todo porque se le ocurrió comentar en su programa de la cadena de televisión ABC que "la pandilla de MAGA (los del Make America Great Again, próximos a Donald Trump) se ha dejado la piel intentando retratar a este chaval que mató a Charlie Kirk (en alusión a Tyler Robinson) como si no tuviera nada que ver con ellos, mientras trataban de sacar tajada política del asunto". Lo que dijo ni siquiera es un chiste. Porque del pobre diablo que acabó con la vida del influencer ultraconservador norteamericano, ese famoso activista que argumentaba siguiendo los preceptos de la Biblia, solo se sabe que no milita en la izquierda y, sobre sus motivaciones, lo más que ha declarado es que la víctima “difundía demasiado odio”. Y que quede claro que nadie merece ser asesinado, ni siquiera quien pueda desearme el mal a mí por pensar distinto.

En un país cuyo Gobierno alardea de defender la libertad de expresión, su presidente ha celebrado la suspensión del programa por -dice- su baja audiencia. Aunque las cifras de espectadores a quien podrían preocupar es a Disney, dueño de la cadena, no a Donald Trump al que, en todo caso, no debería inquietarle lo que se diga en ese programa si, como comenta, realmente no lo ve ni el tato. Ya ha deslizado el mandatario estadounidense los nombres de otros presentadores de late show que deberían seguir el mismo camino, señalando a quien le molesta para que la opinión pública solo pueda nutrirse de quien piensa como él. Así de triste está el panorama.

En otra tierra de libertad, en Madrid, andamos enfrascados ahora en discutir si lo de Gaza es o no un genocidio

Foto compartida por Más Madrid del paso de uno de los coches de La Vuelta por el edificio de los grupos municipales del Ayuntamiento de Madrid con pancartas contra el genocidio en Gaza.

Sinceramente, no creo que en este momento haya que perder el tiempo en etiquetar la barbarie que el Gobierno de Benjamin Netanyahu está perpetrando a orillas del Mediterráneo. No concibo que haya alguien que discuta la realidad: el ejército israelí no tiene un plan para localizar a los terroristas de Hamas, hacerles pagar por los ataques del 7 de octubre de 2023 y rescatar a los secuestrados supervivientes. No. Eso quizá fuera al principio. Ahora en lo que está centrado es en otra cosa y no quiere testigos, si no permitiría el acceso de periodistas internacionales a la zona y no marcaría como objetivo a la prensa local, con la esperanza de que fuera no se sepa lo que está ocurriendo. Pero, en un mundo global e hiperconectado es complicado mantener oculta una operación que pasa por exterminar familias enteras de palestinos a base de bombas, hambruna, tiros de francotiradores cuando van a recoger la poca ayuda humanitaria que permite entrar y agotamiento en medio de un éxodo forzoso. El plan se completa con la destrucción de todos los edificios para dejar arrasada la franja y convertirla en un solar sobre el que levantar futuros resorts de lujo cuya explotación se repartirán a pachas con EEUU. Y no es ciencia ficción. Ellos mismos lo han confesado sin rubor.


Por eso, me siento un poco ‘gentuza’, como ha calificado el secretario general del PP en Madrid, Alfonso Serrano, a quienes boicotearon la etapa final de la Vuelta por la participación de un equipo costeado directamente por dinero de Israel procedente de bolsillos que justifican la masacre. La mayoría protestaron de forma pacífica frente a una reducida minoría que recurrió al vandalismo. Creo que hubiera bastado con llenar de banderas palestinas y pancartas el recorrido de la etapa por Madrid para que lo captaran las cámaras y lo viera todo el mundo, aunque no discuto que el impacto de reventar el evento ha tenido mayor repercusión.

La polarización en la que vivimos inmersos encuentra un perfecto caldo de cultivo en estos asuntos provocando debates con encendidas discusiones, algunas terroríficas. El resultado es que cada flanco ataca al que piensa diferente y trata de cancelarle. El propio exciclista Pedro Delgado compartió su postura crítica con las protestas. “Estos son grupos antisistema que les da lo mismo lo que pase en Gaza. Quieren violencia, bronca. No quieren proclamarse por esa paz ni buscar que el genocidio acabe. Quieren lío aquí, y me parece fatal que algunos partidos apoyen este tipo de manifestación violenta”, dijo. Sus palabras despertaron una corriente en contra de su continuidad como comentarista del ciclismo en RTVE, lo que me recuerda el caso de Jimmy Kimmel, salvando las distancias. Me gustaría pensar que vivo en un país donde a un experto en ciclismo se le contrata por sus conocimientos acerca de ese deporte y no por sus ideas de geopolítica, sean más o menos acertadas. A ver si vamos a reivindicar la libertad de expresión solo para los nuestros y la mordaza para el resto. Deberíamos empezar por educar el oído y ser capaces de escuchar planteamientos de los otros, aunque consideremos que están equivocados o son poco acertados. Reivindiquemos ese clásico que era la libertad sin ira.

En cualquier caso, el resultado, la suspensión del final de la etapa, incluido el fiasco de la entrega de premios, es incomparable con lo que se está viviendo en Gaza. Por eso me parece una broma que haya quien trate de victimizar a Jonas Vingegaard. Solo se vio privado de su momento podio, pero se embolsó sus merecidos 150.000 euros por ganar la Vuelta. En Palestina, sin embargo, la mayor gesta es mantenerse vivo. 

No se entiende que poco después de que Rusia invadiera Ucrania, los deportistas rusos quedaran apartados de todas las competiciones deportivas y que ahora no ocurra lo mismo con los representantes de Israel cuando el Gobierno de ese país ha hecho saltar por los aires el orden mundial y se está pasando por el forro los derechos humanos. Quien ahora argumenta que los deportistas de Israel no tienen la culpa de las atrocidades de su Gobierno, por coherencia, debería haber dicho lo mismo cuando prohibieron la participación a los rusos. No tendrán la culpa, pero los niños que mueren cada día en ese infierno tampoco, y creo que, entre quedarse sin competir o morirse, claramente los segundos salen perdiendo.

Quizá a algunos se les olvida que los presidentes de ambos países, Netanyahu y Putin, comparten el dudoso honor de haber sido señalados por la Corte Penal Internacional que ha ordenado su arresto por crímenes de guerra y de lesa humanidad.

Pues, a pesar de todo ello, de manera incomprensible, hay quien todavía defiende al primer ministro de Israel alegando que solo responde a la salvajada terrorista de Hamás, aquel ataque sorpresa en el sur de Israel que acabó con la muerte de más de 1.400 personas y el secuestro de 200 rehenes. Con la excusa de eliminar al grupo terrorista, ya han asesinado hasta septiembre a más de 67 000 personas, entre ellas casi 19.500 niños, unos 1.600 sanitarios, más de 300 trabajadores de Naciones Unidas y más de 250 periodistas. Y sé que las comparaciones son odiosas, pero el desequilibrio en los 'daños colaterales' de ambos ataques es evidente.


De modo que cualquier paso, gesto o iniciativa que ponga en el foco esta barbarie y que sirva para pararla debe ser bienvenida, desde el reconocimiento de Palestina como Estado hasta el plante a Eurovisión. Aunque en este caso lo que lamento es que los Big Five, (Alemania, Francia, Italia, Reino Unido y España), los cinco países que más aportan económicamente a la Unión Europea de Radiodifusión (UER), organizadora del festival, no se hayan coordinado para tomar una decisión valiente: presionar para suspender la participación de Israel, como también se hizo con Rusia. Debe ser que la cosa es más complicada de lo que en principio parece desde fuera. O quizá, como diría H.L. Mencken, “para cada problema complejo existe una solución simple, clara y equivocada”.

domingo, 20 de julio de 2025

Una comida de aniversario en Sagasti Las Rozas para no olvidar

Llevaba mucho tiempo sin alimentar este blog y por fin he encontrado la excusa perfecta para reaparecer por aquí. Resulta que acabo de cumplir 24 años casada con la misma persona, un logro que tiene mucho mérito hoy en día y más tratándose de una familia poco modélica y un matrimonio un tanto turbulento. El caso es que nos merecíamos una comida en un buen restaurante para celebrarlo. Así que elegimos Sagasti, un vasco en el centro de ocio Heron City de Las Rozas.

Nada más sentarnos y abrir la carta, nos encontramos con un asterisco a pie de página que advertía de que se servía por defecto un aperitivo y pan por un importe de 2,50 euros por persona, un servicio al que debíamos renunciar si no lo deseábamos avisando antes de comenzar la experiencia culinaria. Como el aperitivo eran chistorras aceitosas, que me sientan fatal, y el pan ni a mí me interesa ni mi acompañante puede tomarlo por su intolerancia al gluten, avisamos al camarero de que no queríamos que nos lo sirvieran.

Todo parecía ir bien hasta que otro empleado nos trajo a la mesa una cesta con pan y un plato con chistorras, a pesar de nuestra advertencia. Pensamos que quizá este otro camarero desconocía nuestros deseos así que le explicamos que ya habíamos avisado a su compañero de que no estábamos interesados en ese servicio y que se lo llevara. Pero el tipo en cuestión nos replicó que, aunque no lo quisiéramos, igualmente nos cobrarían 2,50 euros por cabeza por el mantel. Sí, el mantel, habéis leído bien.

A mí la contestación me pareció tan surrealista que traté de razonar con él haciéndole ver que, primero, habíamos seguido las instrucciones de la carta avisando con antelación. Segundo, no me podía cobrar por algo que no había pedido porque, además, no podía consumir. Y tercero, que a un negocio como un restaurante, lo mínimo que se le exigía de serie era un mantel, cubertería, vajilla y cristalería. Pero el caballero en cuestión me dio a entender que estaba discutiendo con el otro comensal, que casualmente era un hombre, y que parecía ser un interlocutor más válido que yo, así que podía abstenerme de intervenir. Ha sido la primera vez en mi vida que me he sentido ninguneada por ser mujer. Inmediatamente le indiqué que quería hablar con el responsable del restaurante, a lo que él contestó muy ufano que era él. Resultó que era el jefe de sala.

Sospechamos que los camareros deben estar entrenados para que, cuando llegan parejas como la nuestra, que hace peligrar esos cinco miserables euros, se le avise para que entre en acción y presione hasta minar la moral de los clientes. A saber cuánta gente no interesada en ese servicio desiste de pelear para que no se lo cobren cuando en el establecimiento son tan insistentes.

Pronto descubrí que, en todo caso, mi estrategia, la de razonar con el jefe de sala, era totalmente inútil frente a la de mi compañero de mesa, que había optado por aludir a la legislación para tachar esa práctica de ilegal y se había tirado un órdago invitándole a llamar a la Policía para aclarar la situación. Finalmente, nuestro camarero se llevó el aperitivo y el pan de la discordia y el jefe de sala machirulo le aseguró a mi acompañante -no a mí, para él yo no existía- que le haría el favor de no cobrarle el servicio.

He estado revisando la normativa de consumo al respecto y, efectivamente, cobrar por el pan en restaurantes y bares de nuestro país es legal siempre que se informe claramente sobre su coste en la carta o el menú. En caso de que el cliente no lo quiera, tiene derecho a rechazarlo y no se le debe cobrar, que es justo lo que nosotros argumentábamos.

Sagasti no es el primer y único restaurante que pretende cobrar por poner mantel en la mesa. Facua-Consumidores en Acción ha detectado este cobro disparatado y abusivo en concepto de “servicio de lavandería” en algunos bares y restaurantes, según han denunciado clientes. “Se trata de una práctica tan ilegal y absurda como que cobraran un extra por limpiar la mesa, por que los vasos no estuviesen sucios o por el afilado de los cuchillos”, advertía en su momento el portavoz de la asociación, Rubén Sánchez. “Lamentablemente, en el sector de la hostelería hay establecimientos que cometen una larga lista de abusos ante los que los usuarios deben estar en guardia, denunciar y, por supuesto, negarse a abonar conceptos que supongan una vulneración de la legislación”, aconsejaba.

También desde la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) remarcan que el cobro por el servicio de mesa o el cubierto es ilegal, ya que se considera implícito dentro del servicio de hostelería ofrecido por el establecimiento, cobrarlo por separado no se ajustaría a las normativas de consumo.

Recuerdo otra vez que nos la intentaron meter doblada y en aquella ocasión lo consiguieron. Era un bar-marisquería en el Soho de Las Rozas y argumentaron que el extra era en concepto de cubiertos. Cuando salí de allí me prometí que la próxima vez llevaría mi propio tenedor para ver qué se inventaban para cobrarme como extra. No he podido averiguarlo porque no he vuelto. En aquella ocasión, los platos y raciones no eran excesivamente caros, más bien estaban a precio de mercado. En esta experiencia inolvidable, lo más sangrante es que en el precio de los platos ya puede ir incluido ese sobreprecio. O si no, que alguien me explique si este plato de pulpo a la brasa, con nueve trozos de cefalópodo y cuatro rodajas de patata, puede valer 24,50 euros.





domingo, 15 de junio de 2025

Vivir para olvidar

Imagina olvidar todo a los cinco minutos de vivirlo. 

Imagina disfrutar de un banquete con estrellas Michelín y a los cinco minutos no recordar esa orgía de sabores. 

Imagina que te alertan sobre un peligro y a los cinco minutos nada, ni siquiera tu instinto de supervivencia, te conduce a tomar precauciones. 

Imagina no saber que te has duchado, aunque notes el pelo mojado. 

Imagina haber pasado por un hospital tras una caída y cinco minutos después del alta ignorar de dónde vienes y lo que ha pasado. 

Imagina enamorarte y a los cinco minutos olvidar esas mariposas en el estómago. 

Imagina enfadarte con alguien que te ha herido y a los cinco minutos ser incapaz de sentir nada de rencor. 

Imagina despertar cada día sin tener claro dónde estás. 

Imagina no poder terminar nunca un libro porque cuando acabas el primer capítulo ya no recuerdas cómo empezaba. 

Imagina no retener en tu mente nada de lo que escuchas o te dicen, no atesorar ninguna experiencia, ya sea agradable o traumática, no guardar un solo recuerdo más.

Mi madre no tiene que imaginarlo. Lo vive. Nadie ha emitido un diagnóstico que ponga nombre a su dolencia, salvo el manido “deterioro cognitivo” que todo el mundo asocia con sus 90 años. Pero los ratos que comparto con ella me dan la pista sobre ese borrado mental a corto plazo que la tiene sumida en el desconcierto y que coincide con lo que sufre el personaje de Marcela en el libro de Claudia Piñeiro 'Catedrales' y lo que el ‘doctor chat gpt’ define como amnesia anterógrada: “un tipo de amnesia en la que la persona no puede formar nuevos recuerdos después del evento que causó la amnesia. La memoria a corto plazo puede estar parcialmente conservada, pero la información no se consolida en la memoria a largo plazo. Las personas pueden recordar su pasado, pero tienen dificultades para recordar lo que acaban de hacer o decir hace unos minutos”. Exactamente como ella. Un estado que yo, sin tener ni puta idea, achaco a alguno de los varios golpes en la cabeza que ha sufrido tras caerse en varias ocasiones en el último año y medio.

Por mucho que trato de meterme en su piel, no llego a hacerme una idea de cómo se puede gestionar algo así. En ocasiones sus circuitos cerebrales parecen reconectar y verbaliza lo que está viviendo. “Me desaparecen los pensamientos”, me dijo un día. Sin embargo, la mayor parte del tiempo en su mente impera una desconexión que le hace farfullar, expresarse con las palabras incorrectas o dejar de hablar en medio de una frase porque el olvido la ha dejado sin saber qué quería decir. Noto que eso la hunde. Entonces solo me sale abrazarla y tratar de restarle importancia. Después, creo ver en su mirada vidriosa que recuerda quién soy y que no ha olvidado que me quiere.

sábado, 29 de marzo de 2025

Cuando el hospital te cura pero te condena

En cuatro meses he vivido el ingreso en un hospital de dos personas mayores muy cercanas a mí y en ambos casos he llegado a la conclusión de que los centros sanitarios deberían revisar el protocolo que siguen con los pacientes ancianos.

Antes de entrar al hospital, esas dos personas caminaban, eran capaces de seguir una conversación e iban solas al baño cuando sentían la necesidad. Sin embargo, durante el tiempo que estuvieron ingresadas, una por una operación para extirpar un cáncer en una encía y la otra por molestias y confusión tras una caída sin aparentes mayores consecuencias, se les limitaron los movimientos, se les impuso hacer sus necesidades en un pañal para no salir de la cama y se les suministraron fármacos tan potentes para descansar que las dejaban KO hasta la tarde del día siguiente.

El resultado fue que ambas desarrollaron un síndrome confusional con delirios y agitación y perdieron masa muscular, con los consiguientes problemas de movilidad posteriores que las han condenado a una a sufrir doble incontinencia y a la otra a llevar protección ante la posibilidad de que no llegue a tiempo la ayuda para trasladarla al baño en su silla de ruedas. Sí, los médicos curaron su dolencia, pero su estancia en el hospital aceleró su deterioro hasta hacer casi imposible devolverlas a su estado anterior.



Una sociedad cuyo sistema de atención a la dependencia está prácticamente colapsado, con listas de espera que se multiplican, no puede permitirse ampliarlas aún más por la manera en que se aborda la recuperación en un hospital de los pacientes de edad avanzada.

Cuando asistes a episodios como estos te da por pensar que quizá el sistema sigue el orden natural de las cosas y, sin ser conscientes, todos seamos piezas de ese endiablado engranaje. Quizá en esta sociedad envejecida, la manera de contrarrestar ese aumento de personas que consumen pero no aportan es ir equilibrando la balanza a base de protocolos que las van apagando poco a poco. Porque imagino que si yo dejara de tener autonomía, de ser capaz de controlar mi propia vida, y notara que mi cabeza ya no rige como antes, sería inevitable que me invadiera la tristeza y me diera igual morirme.