Acabo de pasar unos días en Alemania. Con la excusa de visitar a mi hija, que se ha dio de Erasmus a la Universidad Técnica de Múnich, he aprovechado para hacer un poco de turismo por la zona. Durante mi estancia en aquel país he visto algunas cosas que me han llamado la atención. Por ejemplo, ni un solo tren de los que he tenido que coger ha salido o llegado a su hora, y a pesar de ello, ninguno de los pasajeros locales ha parecido alterarse. No he podido evitar acordarme de Óscar Puente y de quienes le maldicen en las redes sociales cuando hay incidencias en nuestras Cercanías.
También les he notado bastante respetuosos con las normas de urbanidad y aquello de ‘antes de entrar, dejen salir’. Y, a pesar de que en los autobuses, tranvías, metros y trenes no hay tornos o máquinas para validar el billete, me ha dado la impresión de que nadie se cuela en el transporte público, salvo -seguramente- los turistas. Es cierto que en los trenes es más habitual ver revisores comprobando que todos viajan con su título correspondiente, pero en esos casos no he asistido a ningún momento ‘delicado’. También es verdad que ellos disponen de una oferta envidiable, un bono llamado Deuchland Ticket con el que, por un módico precio, 58 euros al mes (en 2026 lo suben a 63), puedes viajar por todo el país en transporte público, así que te trae cuenta la inversión porque lo amortizas rápido.
Hablando de transporte, nos superan con creces en vehículos eléctricos y en moverse en bicicleta. Mientras aquí seguimos apostando por los aparcamientos disuasorios de coches, en Alemania los parkings que se ven repletos junto a las estaciones de tren son de bicis.
Y es que en el terreno medioambiental juegan en otra liga. Una de las primeras cosas que le sorprendieron a mi hija al llegar al país, y que me costó creer cuando me lo contó, es que no venden matamoscas en los supermercados. Desde comienzos de este año en Alemania está prohibido el autoservicio de insecticidas letales por sus consecuencias ecológicas y como medida para proteger a los insectos en el país. Así que como mucho, puedes encontrar productos para ahuyentar a mosquitos y otros bichos. La alternativa es recurrir discretamente a esa arma de destrucción masiva que es la zapatilla.
Por supuesto, su preocupación por el medio ambiente se nota también en el bolsillo. Cuando compras una lata de refresco o una botella de plástico o vidrio, pagas unos 25 céntimos más que recuperas si te tomas la molestia de devolver el envase. Es el sistema que emplean para involucrar a los ciudadanos en el reciclaje. Las botellas y latas se introducen en máquinas que suele haber en el exterior de los supermercados y que emiten un recibo canjeable por dinero o descuento en la compra.
No sé si considerar un punto ecológico el uso de estufa de aceite como modo de calefacción en el airbnb donde nos hospedamos. A mí me parecía retroceder a la época del brasero de mi abuela o la estufa de butano pero, por lo que contaba el dueño, era algo muy común y apreciado por ser sostenible.
Otro aspecto llamativo es el libre consumo de alcohol en el espacio público. No resulta extraño cruzarse por las calles con gente bebiendo latas de cerveza, ver personas sentadas en un banco pimplando o coincidir en el metro con jóvenes que se dirigen a alguna zona de ocio o a hacer la previa con botellas de vino en la mano, sin ni siquiera disimularlas dentro de una bolsa, y dándoles lingotazos de vez en cuando. Esta práctica está prohibida en España. Y multada. De hecho, al regresar a casa del viaje, me encontré con un aviso de Correos en el buzón. Habían venido a entregar una carta certificada para mi hija. Era una multa del Ayuntamiento de Punta Umbría. Durante sus vacaciones este verano, la Policía Local les dio el alto en una zona de ocio cuando llevaban alcohol para consumir antes de entrar a una discoteca. Por cierto, gracias a esta experiencia me he enterado que el Ayuntamiento de Punta Umbría tiene externalizada la gestión de sus sanciones en una empresa de Cantabria. ¡Viva la globalización! En cualquier caso, la broma de la fiesta de mi hija le salía a 80 euros si pagaba cuanto antes o 100 si se hacía la remolona. Adivinad.
Me pregunto cuál de los dos países acierta con sus políticas: el permisivo o el sancionador. Solo sé que en los seis días que he pasado en Alemania no me ha parecido ver a ningún borracho por las calles, mientras que en Madrid no hay día que no sortee una pota en suelo.

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