
Puedo afirmar sin temor a equivocarme que la lectura de este libro no sembró en ella ninguna idea tóxica ni machista, tampoco la incitó a la violencia y mucho menos a la sumisión. En algunos casos se vio reflejada en la protagonista y eso la reconfortó. Y sobre todo se rió. Porque para eso era el libro. Una ficción de humor. Por eso me sorprende la que se ha montado ahora con 75 consejos para sobrevivir en el colegio acusándolo casi de ser un manual diabólico y peligroso y pidiendo a Alfaguara su retirada de las tiendas, algo a lo que la editorial –creo que con buen criterio- se ha negado. Luego he visto quién está detrás de la petición y recogida de firmas a través de Change.org y como que la cosa me parece de todo menos seria.
La autora se ha visto obligada a dar explicaciones a través de las redes sociales. Está totalmente descolocada y no es para menos. Hace cuatro años que salió a la venta el libro y es ahora cuando se le tiran encima.
Y todo a raíz de un tuit de una internauta que evidentemente no ha debido leer nunca a Roald Dahl o, por no ponerme exquisita, no ha conocido a ese irreverente personaje de mi infancia que se llamaba Pippi Calzaslargas. De verdad no entiendo el linchamiento y me sorprende la implicación avivando el fuego de colegas a las que tenía en alta consideración.
Vivir con niños de 11 y 13 años me dan cierta autoridad para asegurar que el peligro no está en los libros que se editan para estas edades y que leen en algunos casos obligados por esa manía que tenemos los padres de querer que se aficionen a lo que creemos que es mejor para ellos. Me gustaría que mis hijos me pidieran que les bajara de la estantería Moby Dick, La isla del tesoro o Capitanes intrépidos, pero desengañémonos, en la era de la imagen lo que les gusta a ellos no es pasar páginas y ver un montón de letras juntas, sino tener una pantalla ante los ojos. Y de ahí les llegan los impulsos: de Internet, de los vídeos de Youtube, de las redes sociales, del boca a boca de otros compañeros que comparten grupo masivo de Whatsapp y donde siempre hay uno más listo que publica una foto, un enlace, un vídeo que les ‘enseña’ más de lo que sabíamos nosotros con 12. Y no os podéis imaginar la cantidad de material ‘sensible’ que impacta directamente en el cerebro de los críos a través de estas vías.
Así que, lo siento mucho, la única manera de que nuestros niños no actúen como trogloditas ni perpetúen códigos viejunos como el machismo, o la idea de que lo más importante para una chica es encontrar novio, o la monstruosa afición de atacar al débil… no es prohibiendo libros, sino reclamando para los padres un papel más activo en la educación de sus hijos, de modo que orienten a los pequeños, les enseñen a distinguir lo que es o no un panfleto, lo que es hacer apología de conductas reprochables y, sobre todo, predicar con el ejemplo y preocuparnos por saber lo que les llega a través de ese mundo virtual paralelo. Eso, claro está, si conseguimos que nos dejen…
Apostaría el contenido de mi hucha de cerdito a que ninguno de los que han encendido esta polémica, empezando por la tuitera, siguiendo por el bloguero friki que ha iniciado la petición de retirada del libro o los palmeros anónimos que se prodigan por la red y terminando por las columnistas que se han puesto muy dignas, tienen hijos en edad influenciable. Y lo dice una madre, esa especie sobre la que se pueden leer en este libro cosas como esta.
En fin... Por ir terminando. Antes de juzgar hay que leer el libro y después decidir si es o no adecuado para una niña de 12 años. Si es que no, con abstenerse de comprarlo es suficiente. Y antes de pedir su retirada, analicen cuántas actitudes poco edificantes pueden aprender los niños en su propia casa, durante la cena o mientras en la tele suena el telediario, sin necesidad de leer un libro escrito, por cierto, con intención nada sospechosa.
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