Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

miércoles, 7 de noviembre de 2018

Tratando de entender lo de Alsasua

Imaginad un parque en lo alto de un cerro. Desde ese punto alcanzas a contemplar las mejores vistas de la ciudad. Por no hablar de las épicas puestas de sol que te regala el atardecer con tan privilegiada orientación. Todo el mundo sueña con verlas. Pero hay un pequeño inconveniente. Una pandilla de chavales del barrio se ha adueñado de la zona. La han hecho suya. Los mismos que en su infancia se balanceaban en los columpios, años después se dedican a pintarrajearlos con spray de colores, como si marcaran su territorio. Han convertido el parque en su cortijo. Pasan allí las horas muertas. Hacen botellón, grafitean, mean contra los árboles, provocan a los transeúntes, ahuyentan a quienes ponen un pie en la zona, amenazan a los vecinos de otros barrios que se acercan a conocer el lugar y se enfrentan con aquellos que les recriminan su actitud.


 El parque es un bien público, de la ciudad, de todos, pero parece solo de unos pocos. Suyo. Ellos deciden quién pasa y quién no. Casi nadie se atreve a subir. Hay que tener tantas ganas como agallas. Los que lo hacen, prueban suerte temprano, a una hora incompatible con la agenda de los okupas del parque. Si no, se arriesgan a topárselos y quedar a merced de lo que se les antoje en ese momento. En el mejor de los casos, quizá solo tengan que aguantar sus provocaciones en forma de insultos, bromas y groserías. En el peor, salir corriendo.

Nadie dice que esa pandilla no pueda estar allí o que tenga que ser desalojada. El parque es grande y hay sitio para todos. La presencia de unos no tendría por qué molestar a los otros. Aunque unos se dedicaran a corear consignas contrarias a los otros. Podrían sencillamente ignorarse y limitarse a disfrutar de las vistas. Pero hay quien no lo entiende. Cuando alguien osa reclamar su derecho a usar el parque, recibe calificativos como loco, incendiario, kamikaze. Las autoridades están al corriente de la anomalía. De hecho, la policía patrulla con frecuencia la zona, pero hace la vista gorda. Solo interviene cuando ya no queda otro remedio, antes de que se llegue a las manos. Preguntado el responsable de seguridad sobre el problema, se limita a aconsejar a los que protestan por no poder acceder a la zona que busquen otro punto desde donde ver las magníficas vistas o la épica puesta de sol, porque entrar en el parque y enfrentarse a quienes lo tienen tomado, supone generar crispación y quebrar la convivencia.

Incomprensible, ¿no? Pues tanto como lo de Alsasua.

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