Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

sábado, 23 de febrero de 2019

Cuándo escribe la gente que escribe

La última vez que publiqué algo en este blog fue el 10 de febrero. De esto hace ya casi dos semanas. La vida avanza más rápido que yo. Se me escapan los días. No tengo tiempo de nada. Mejor dicho, solo tengo tiempo de hacer lo que se espera de mí, lo que se me exige. Básicamente mi día a día se resume en trabajar, dormir, comer, atender obligaciones domésticas y poco más.

Pensemos, por ejemplo,  en un miércoles cualquiera. Entro a trabajar a las dos de la madrugada y termino mi jornada a las nueve de la mañana. Luego llego a mi casa y me meto en la cama a dormir. En el mejor de los casos me despierto sobre las 5 de la tarde. Desayuno/como –y doy gracias por encontrarme la comida hecha-, recojo la cocina, lleno o vacío un lavavajillas, ordeno la habitación y me preparo para hacer algo de ejercicio para compensar que en mi trabajo paso mucho tiempo sentada. A eso de las siete estoy de vuelta. Me ducho y atiendo asuntos de intendencia. Quizá tengo que hacer de taxista para alguno de mis hijos, echarles una mano con temas de clase, tender una lavadora o doblar la ropa seca, acercarme al supermercado para comprar algo de última hora o barrer un pasillo lleno de pelusas. Sin saber cómo se acerca la hora del telediario. Me conviene verlo para saber qué ha pasado en mi desconexión del mundo durante el sueño matutino. Tengo ya alguna idea previa, porque mientras me alimento o camino escucho la radio, además de ojear Twitter y leer los 200 mensajes del grupo de Whastapp del trabajo. De repente llega la hora de preparar la cena y sentarse a tomarla en familia. Entre diez y media y once, después de recogerlo todo y discutir con mis hijos para que dejen de dar por saco y se vayan a dormir, por fin me puedo dedicar a revisar los correos electrónicos que me han llegado y a consultar las ediciones digitales de los periódicos. Compruebo si hay algo en la tele que merezca la pena y lo veo mientras retomo algo pendiente. Por ejemplo, recopilo tickets de compras para calcular los gastos mensuales, anuncio en Wallapop alguna cosa olvidada por todos y que está ocupando sitio inútilmente en casa, termino los deberes de inglés, alimento mis redes sociales, trato de limpiar de basura mi correo electrónico, borro fotos del móvil para que no me pete y poco más. Con suerte, un día me da tiempo a ver un capítulo de alguna serie. A veces el cuerpo me pide echar una cabezada de media hora antes de la 1, momento en el que debo ir pensando en empaquetar un tentempié y preparar un termo con café, para aguantar despierta toda la noche. Después me visto, me preparo y me voy a la radio.

Así, a lo tonto, en un abrir y cerrar de ojos, han pasado 24 horas. Necesitaría que el día tuviera un par de horas más para poder escribir puntualmente en este blog. De otro modo, debería renunciar a dormir o caminar, y emplear esos minutos en ello. Aunque no sé por qué me da que ese tiempo extra que le robaría al sueño o el ejercicio terminaría dedicándoselo a mis hijos de una u otra manera, discutiendo probablemente. Por no mencionar que hacer coincidir el momento libre con la inspiración resulta más complicado de lo que parece. 

Me pregunto cómo lo hace la gente que escribe a diario, cómo se las apañan, de dónde sacan el tiempo. ¿Tienen hijos? ¿Limpian su casa? ¿Preparan la cena y recogen la cocina? ¿Ponen lavadoras, tienden la ropa mojada y la retiran cuando está seca? Y no me refiero a la gente cuyo trabajo es precisamente ese y, por tanto, consagran su vida a escribir. Sino a aquellas personas que escriben por afición, mantienen un blog como este o realizan colaboraciones. Quiero imaginarlas como yo, sentadas a punto de teclear la primera frase de una nueva historia y viéndose obligadas a abortar el intento porque su hija pide que le hagan unas trenzas o porque su hijo no encuentra una camiseta o porque oyen a su pareja bufar desde la cocina cuando se encuentra el lavavajillas lleno o el tendedero sin recoger.  Y que conste que no estoy recriminándole nada a nadie. Solo envidiando a quienes saben organizarse. Yo para eso, visto lo visto, no estoy dotada. Pero no tiro la toalla. Seguiré intentándolo.

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