Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

jueves, 18 de julio de 2019

La fiebre de jugar a parecer viejo (pero solo un poco)

Vivimos en la era del culto al cuerpo, la belleza, la imagen y la eterna juventud. La industria cosmética mueve millones de euros y es uno de los sectores que experimenta mayor crecimiento cada temporada. España es el país europeo donde más operaciones estéticas se realizan al año y el quinto a nivel mundial. Los gimnasios multiplican sus aperturas, amplían sus horarios y hasta cotizan en Bolsa. Los filtros fotográficos se han convertido en herramientas imprescindibles en estos tiempos del selfie y complementan al editor de imágenes Photoshop en el kit de supervivencia de quienes tienen prisa por marcar el six pack, la tableta de toda la vida, o presumir de tener hueco entre los muslos, el conocido como thigh gap

El interés por mantener un físico atractivo es generalizado. Ya no son solo las mujeres quienes se obsesionan por cuidar su aspecto, por voluntad propia o arrastradas por los estereotipos de belleza. También los hombres hace tiempo que se someten a todo tipo de tratamientos para frenar los efectos del paso de los años. Ellos también se han volcado de lleno con la filosofía de que “para presumir hay que sufrir” y se enfrentan con la misma resignación a luchar contra la alopecia que a depilarse hasta el ojo del culo.

Nadie quiere envejecer. O al menos no quiere que se le note. Ser imperfecto está penalizado. Y las arrugas, las canas, los kilos, la celulitis, la papada, la flacidez, el vello en lugares inoportunos… son elementos incompatibles con la perfección juvenil.

Pero resulta que reaparece FaceApp, una aplicación de móvil que, por un momento, te permite hacerte una idea de cómo serás de mayor, con tus arrugas, tu mirada mate, tus párpados caídos, tus bolsas bajo los ojos, tus pelos emergiendo de la nariz y las orejas… y todo el mundo se vuelve loco por retratarse viejo y mostrar el antes y el después. Bueno, no todo el mundo. Por lo que veo en redes sociales, la mayoría de los que juguetean con esta aplicación, famosos o anónimos, son hombres. Salvo unas pocas que sí se han apuntado voluntariamente al reto, el resto de imágenes de mujeres envejecidas que se están compartiendo es más que evidente que han sufrido la aplicación del filtro sin permiso de sus protagonistas.


Sin entrar en los riesgos para la privacidad que entraña esta aplicación made in Rusia, por las abusivas condiciones del servicio, mi desvarío de hoy tiene que ver con la diferente manera en que asumimos la vejez hombres y mujeres, que explicaría por qué a ellos les hace más gracia verse viejos que a ellas.

Tengo la teoría, no sé si equivocada, de que los hombres son, se sienten y actúan siempre -y sin ningún esfuerzo- como si fueran jóvenes. Salvo cuando quieren parecer más respetables. En ese caso, fingen aparentar más años. En el caso de las féminas, es en la infancia y la adolescencia cuando compiten en una frenética carrera por jugar a ser mayor, a ser las primeras en ponerse un sujetador y hacer equilibrios sobre unos tacones. Pero a partir de cierta edad concentran todos los esfuerzos en lo contrario, en perpetuarse en los 30.

Un hombre a medida que cumple años se convierte en madurito interesante, un efecto inversamente proporcional al que provoca la edad en una mujer, que suele ir asociada a la progresiva pérdida de interés por parte del que la mira o, mejor dicho, del que la deja de ver. El envejecimiento masculino no va ligado a la pérdida de oportunidades, como lamentablemente sí ocurre en el caso femenino. Los consejos de administración de grandes empresas están copados por hombres mayores y los presentadores de telediarios varones superan los 40 años. Por encima de esa edad es raro encontrar mujeres dando noticias en la pantalla o dirigiendo una compañía del IBEX. Quizá por eso ellas no encuentren tan divertido echarse encima treinta años, ni aunque sea por un juego viral.

No es la primera vez que esta aplicación suscita un debate. Hace dos años, cuando se estrenó FaceApp, fue acusada de racista porque al aplicar el filtro de embellecer, convertía a los negros en blancos. En esta edición renovada han pulido ese y otros controvertidos detalles. Por cierto, la app permite también cambiar de sexo. A eso si que me apuntaría yo. Seguro que tenía mas gracia.


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