Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

martes, 7 de enero de 2020

El Congreso convertido en la casa de Gran Hermano

Imaginad que en vuestro trabajo abuchearais e insultarais a un compañero que piensa diferente a vosotros, que le impidierais hacerse oír pateando en el suelo cuando os molestan sus manifestaciones, o que mostrarais carteles con indirectas para descalificarle porque, por ejemplo, sabéis que tiene menos formación que vosotros. Pensad también por un momento en el otro extremo. Suponed que en la oficina aplaudierais a rabiar cada vez que uno de los que piensan como vosotros suelta una frase que consideráis brillante, o que dejáis salir la pasión que lleváis dentro para celebrar haciendo la ola las ocurrencias de los que son de vuestro palo. Inconcebible, ¿verdad? Pues eso es a lo que se dedican nuestros representantes en el Parlamento español, como pudimos ver en la sesión de investidura y auguro seguiremos viendo a lo largo de esta legislatura.


Resulta preocupante contemplar la hasta ahora sagrada sede de la soberanía nacional convertida en el fondo norte de un campo de fútbol o, si me apuráis, en lo más parecido a un sucio bar de barrio antes de la hora del cierre, cuando ya solo quedan borrachos, pendencieros y pelmazos intercambiado insultos tabernarios y perdiendo los papeles ante el hastío del camarero.

Por lo que refleja Twitter, que es el termómetro demoscópico más perverso, entre los espectadores que siguen en directo las sesiones parlamentarias los hay que desearían poder estar allí, en la Carrera de San Jerónimo, pateando y silbando con sus señorías, pero deben conformarse con trasladar la bronca a la red del pajarito, y también los hay que se avergüenzan de sus representantes políticos. Gracias a estos últimos podemos decir que todavía hay esperanza. Aunque no sé por cuánto tiempo. El efecto contagio del Parlamento a la calle podría emular al de la peste y convertirse en devastador.

Algunos medios de comunicación no ayudan a neutralizar los efectos de este lamentable espectáculo. Me refiero a esos que han decidido no aplacar los ánimos, sino encenderlos más y aprovechar el tirón en su propio beneficio. Es decir, captar audiencia en ese río revuelto de ciudadanos poseídos por un odio exacerbado al contrario. Y eso solo se consigue empleando el mismo código que ellos. Así que no es extraño escuchar a “profesionales” adornando las noticias con adjetivos calificativos –algo que sobra en el buen periodismo- cuando no participando como analistas políticos vociferantes en tertulias que cada vez se parecen más a las del corazón. Es entrando en ese juego de la crispación, de enfrentar a 'las derechas' y 'los progres', cuando la prensa comete, a mi entender, una grave irresponsabilidad. Tan grave como la de los diputados que se portan en el Congreso como si habitaran la casa de Gran Hermano.

Queremos informadores, no líderes de opinión tendenciosos. Buscamos profesionales que nos ofrezcan todos los datos sin escamotear ninguno que resulte de interés para formarnos nuestro propio criterio. Al menos yo. Entiendo que haya ciudadanos que busquen en los medios su propio pensamiento y se pongan cachondos cuando escuchan o leen a periodistas que verbalizan sus mismas ideas con vehemencia. Son muchos los que no tienen tiempo ni ganas de pararse a analizar la realidad o contrastar los datos que les llegan, que tienen una postura previa inamovible y que dan por buena la munición que reciben de los medios que consideran de cabecera porque van en su línea. Pero deben ser conscientes de que su sectarismo les priva de otros interesantes puntos de vista.

Sé que es complicado asumir que pueda hacer uso de la palabra en el Parlamento una formación política emparentada con el terrorismo y que vierta críticas desde el atril contra las más altas instituciones del Estado, pero es que sus representantes ya han saldado cuentas con la justicia, han recibido los votos que establece la legislación electoral para contar con representación parlamentaria y además, como se encargó de recordar la presidenta del Congreso, nuestra Constitución defiende la libertad de expresión.

También entiendo que a muchos les escuece ver cómo jóvenes políticos con escasa formación o ninguna experiencia laboral previa ocupan puestos de responsabilidad y cobran al mes lo mismo que ingresan los mileuristas en medio año. Pero es que la ley no exige que los integrantes de una lista electoral deban tener una carrera. De hecho no he visto ninguna mención al respecto, por lo que entiendo que hasta un analfabeto podría ser candidato.

Y, por supuesto, soy consciente de que muchos pueden sentirse inquietos ante los posibles peajes territoriales que le toque pagar a Pedro Sánchez a cambio de los apoyos a su investidura. A los que no entiendo, por cierto, es a los del gatillo fácil con esa ridícula arma del boicot. Pienso que tan legítima es la postura del diputado de Teruel Existe, Tomás Guitarte, decidido a darle un SÍ a Pedro Sánchez a cambio de compromisos para reflotar su tierra, como la de Ana Oramas, de Coalición Canaria, rompiendo la disciplina de su partido y cambiando la abstención por un NO en coherencia con su discurso. Aunque lo que más parece preocupar es en qué se traducirá en un futuro próximo el apoyo de los independentistas catalanes. Será por mi naturaleza naif, pero no creo que se vaya a romper España porque ERC permita con sus votos un gobierno de coalición de izquierdas, como se hartan de repetir algunos. Más me preocupa que de tanto marear la perdiz y retrasar la formación de un Gobierno, estemos desatendiendo la resolución de problemas mucho más reales, como el paro, las pensiones, las ayudas a la dependencia, la sanidad pública o una educación de calidad para todos. 

Espero que algún día, más pronto que tarde, los diputados recapaciten y empiecen a actuar con la educación que se les presume y el respeto que un servidor público le debe a quienes le votaron. Si esto no puede ser, entonces cruzo los dedos para que al menos fuera del hemiciclo mantengamos el sentido común y no terminemos a la gresca.

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