Imagina olvidar todo a los cinco minutos de vivirlo.
Imagina disfrutar de un banquete con estrellas Michelín y a los cinco minutos no recordar esa orgía de sabores.
Imagina que te alertan sobre un peligro y a los cinco minutos nada, ni siquiera tu instinto de supervivencia, te conduce a tomar precauciones.
Imagina no saber que te has duchado, aunque notes el pelo mojado.
Imagina haber pasado por un hospital tras una caída y cinco minutos después del alta ignorar de dónde vienes y lo que ha pasado.
Imagina enamorarte y a los cinco minutos olvidar esas mariposas en el estómago.
Imagina enfadarte con alguien que te ha herido y a los cinco minutos ser incapaz de sentir nada de rencor.
Imagina despertar cada día sin tener claro dónde estás.
Imagina no poder terminar nunca un libro porque cuando acabas el primer capítulo ya no recuerdas cómo empezaba.
Imagina no retener en tu mente nada de lo que escuchas o te dicen, no atesorar ninguna experiencia, ya sea agradable o traumática, no guardar un solo recuerdo más.
Mi madre no tiene que imaginarlo. Lo vive. Nadie ha emitido un diagnóstico que ponga nombre a su dolencia, salvo el manido “deterioro cognitivo” que todo el mundo asocia con sus 90 años. Pero los ratos que comparto con ella me dan la pista sobre ese borrado mental a corto plazo que la tiene sumida en el desconcierto y que coincide con lo que sufre el personaje de Marcela en el libro de Claudia Piñeiro 'Catedrales' y lo que el ‘doctor chat gpt’ define como amnesia anterógrada: “un tipo de amnesia en la que la persona no puede formar nuevos recuerdos después del evento que causó la amnesia. La memoria a corto plazo puede estar parcialmente conservada, pero la información no se consolida en la memoria a largo plazo. Las personas pueden recordar su pasado, pero tienen dificultades para recordar lo que acaban de hacer o decir hace unos minutos”. Exactamente como ella. Un estado que yo, sin tener ni puta idea, achaco a alguno de los varios golpes en la cabeza que ha sufrido tras caerse en varias ocasiones en el último año y medio.
Por mucho que trato de meterme en su piel, no llego a hacerme una idea de cómo se puede gestionar algo así. En ocasiones sus circuitos cerebrales parecen reconectar y verbaliza lo que está viviendo. “Me desaparecen los pensamientos”, me dijo un día. Sin embargo, la mayor parte del tiempo en su mente impera una desconexión que le hace farfullar, expresarse con las palabras incorrectas o dejar de hablar en medio de una frase porque el olvido la ha dejado sin saber qué quería decir. Noto que eso la hunde. Entonces solo me sale abrazarla y tratar de restarle importancia. Después, creo ver en su mirada vidriosa que recuerda quién soy y que no ha olvidado que me quiere.
Como me recuerda a la mía.
ResponderEliminarEntonces no te cuento nada que no sepas. Una pena.
EliminarQue duro vivirlo. Y si, seguro que sabe quien eres y te quiere. Abrazo fuerte
ResponderEliminarSeguro que sí. Gracias!
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