Me sugiere mi querida Natalia que dedique un post al momento ‘me pongo el bikini del año pasado’. Le he contestado que estaba dilatando ese instante tan traumático. Pero, como sería de mala educación despreciar las sugerencias de mis fieles seguidores -y tampoco tengo tantos como para arriesgarme a perderlos-, voy a aceptar esta petición del lector, eso sí, tomándome la licencia de abrir el abanico para no centrarme solo en cómo se estropean los cuerpos de un año para otro, sino en lo que supone el comienzo de la temporada del calor, el verano y la temida piscina comunitaria.
Sí, amigos. Había mucha prisa por decir adiós al invierno y en mi urbanización ya hemos abierto la piscina. Cosas de la ola de calor adelantada. Y con este acontecimiento se abre también la veda de chiquillos a la carrera dando gritos enloquecidos; saltando al agua en todos los estilos -bomba, palillo, voltereta, plancha…-; salpicando a diestro y siniestro; insistiendo en introducir en la zona de baño colchonetas, tablas, pelotas y demás objetos prohibidos; librando cruentas batallas armados con pistolas de agua y churros de natación; jugando a ese sinsentido estival que es ‘Marco-Polo-Tierra-Aire…’; volando desde los hombros de aquellos padres a los que les va la marcha y chocando contra tu cuerpo cuando tratas inútilmente de hacer un largo, actividad que, como podéis imaginar, se convierte en toda una gymkhana en la que, como grado extra de dificultad, tienes que ir sorteando bolas de pelos largos que van soltando quienes se resisten a sujetarse la melena en una sencilla coleta.
Es un clásico también que se te coloquen a pelotear en la hierba justo al lado de donde tú tratas de relajarte leyendo un libro. Os advierto que casi lo prefiero a ver cómo se te planta toda una familia a dos centímetros de distancia –notas su aliento en tu oreja- porque cometiste el terrible sacrilegio de instalarte debajo de la sombrilla que habitualmente les da sombra a ellos. Abundan de un tiempo a esta parte los bebés que están aprendiendo a andar y a controlar esfínteres a la vez y que se mueven libremente por el recinto como Dios les trajo al mundo, te pisan la toalla y si te descuidas te mean encima. Y son parte del paisaje también los adolescentes que insisten en esa manía de ponerse el bañador encima del calzoncillo y se lanzan a la piscina dando un salto mortal con tres tirabuzones para impresionar a las féminas. Por no hablar de los corrillos de bañistas fumando y comiendo pipas como si no hubiera un mañana, y que cuando se cansan de darle a la mandíbula, se marchan dejando marcado su territorio con cáscaras y colillas.

Querida Natalia, queridas todas (y todos, que esto no es exclusivo de nosotras): en un mes esto no será más que un mal sueño. Nuestra piel ya tendrá algo de color, la urbanización se habrá vaciado gracias a las vacaciones, habremos encontrado un bikini o bañador de temporada más favorecedor que el del verano pasado y empezaremos a aceptar que esto es lo que hay. Así que, tiempo al tiempo.
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