Dos hombres han muerto hoy en la 'Fiesta de la Democracia'. La parca les ha pillado en pleno colegio electoral. Uno, de 92 años, ha sufrido un ataque al corazón justo después de votar en el barrio de Tetuán, en Madrid. Al otro, de 79 años y con problemas coronarios, se le acabaron las fuerzas a la puerta de su colegio electoral en Santa Coloma de Farners, en la provincia de Girona. Ni siquiera le dio tiempo a llegar a la urna y enseñar el carné de identidad. El primero permanecerá en el recuerdo de quienes le conocieron como el hombre que lo último que hizo en su vida fue votar y cumplir así con sus obligaciones de ciudadano. Me hubiera gustado saber a quién votó. El segundo pasará a la posteridad como aquel que no pudo hacer realidad su última voluntad. Seguro que llevaba en la mano los sobres blanco y sepia. Los habría traído de casa, como acostumbran las personas mayores. Puede que por primera vez en su vida fuera a cambiar el sentido de su voto. Puede que hubiera estado meditando todos estos días, sintiendo que traicionaba a los suyos, pero convencido de que era el momento de votar sopesando otras razones, o puede que hubiera sido fiel a sus convicciones y al meter la papeleta se hubiera dejado llevar una vez más por el corazón, el mismo que se le paró antes de tiempo.
Cuando a partir de las 8 de la tarde llegue el recuento de votos, el votante fallecido en Madrid computará como uno de los millones de españoles que ejercieron su derecho en este segundo intento electoral, aunque ya no exista y cause baja en el censo; el otro, el de Girona, figurará dentro del porcentaje de abstención, aunque tuviera clara su intención de participar en la elecciones y sus votos se hayan desviado macabramente hasta cambiar la urna por la tumba.

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