Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

miércoles, 20 de junio de 2018

Pensando en mandar a mis hijos con Macron

Seguramente ya habréis visto y oído el rapapolvo que el presidente de la República Francesa, Emmanuel Macron, le soltó a un chavalín que estaba entre el público al final del acto de conmemoración de la Resistencia francesa frente al nazismo. Imagino que por hacer la gracia y llamar la atención, el chico tarareó unos compases de La Internacional cuando pasaba el presidente y luego, en un exceso de confianza, como si le conociera de toda la vida, se dirigió a él con un “¿Qué tal, Manu?”. A lo que el mandatario, algo molesto, le espetó: "A mí me llamas señor presidente de la República o señor. Estás en una ceremonia oficial, así que te comportas como debe ser. Puedes hacer el imbécil pero hoy hay que cantar La Marsellesa y el Canto de los Partisanos. Y haces las cosas en orden. El día que quieras hacer la revolución aprende primero a tener un diploma y a alimentarte por ti mismo, ¿de acuerdo? Entonces ya podrás ir a dar lecciones a los demás”. Después de este chorreo en público y ante las cámaras, el adolescente agachó las orejas y respondió mucho más dócil: “Sí, señor presidente”.

Se nota que Macron no tiene hijos adolescentes y no está acostumbrado a que se le suban a la chepa. Quizá le viniera bien pasar una temporada con los míos. Lo digo porque ese mismo día, a kilómetros de distancia, en mi propio hogar, mi hija adolescente llamaba a su padre “pichón” después de que él hubiera cuestionado la viabilidad de uno de los múltiples planes que la criatura tenía en mente. No me imagino a mí misma con quince años llamando a mi padre pichón ni, por supuesto, cuestionando cualquiera de sus decisiones.

En el mundo adolescente, en una sola generación, se ha pasado de tratar de usted a padres, profesores y adultos en general, a tutear y utilizar el "tío" con todo bicho viviente, independientemente de que sea el mismísimo presidente del Gobierno o, como es el caso, de la República. 

Existe un debate constante sobre la manera en que educamos a nuestros hijos. Los mismos que recibimos una educación más o menos recta, marcada por la disciplina, el respeto y la cultura del esfuerzo, andamos ahora desubicados. Tenemos la sensación de estar poniendo en práctica el modelo de crianza que sirvió con nosotros, pero suavizado en algunos aspectos, porque aspirábamos a ser más enrollados que nuestros padres. Y el resultado es este. Pensábamos que la familia debía vivir en democracia y la realidad es que el sistema que mejor funciona con este grupo humano es la dictadura, a no ser que quieras que termine imperando la anarquía en el núcleo familiar. Les hemos dado la mano y nos han amputado hasta los pies; les hemos dejado elegir el plato y ahora imponen todo el menú. Deseábamos que nuestros hijos nos vieran como colegas y nos equivocábamos en el planteamiento. El secreto para que todo funcione con precisión radica en que nos vean como lo que somos, sus padres. Marcar las distancias, demostrar quién tiene la autoridad y establecer límites claros. Así las madres nos evitaríamos tener que escuchar frases como “Joder, tía, es que no haces más que fastidiarme” y los osados angelitos no padecerían la subsiguiente requisa del móvil por perder la perspectiva de con quién estaban tratando.

En la enseñanza ocurre lo mismo. Aunque hoy agradezcamos que haya desaparecido de los centros escolares esa figura antipática y casposa del Don Maestro Maltratador, a veces se echa en falta algo de la disciplina que reinaba en las aulas y el respeto que se les guardaba a los docentes. Si supierais a los desafíos adolescentes que se enfrentan cada día los profesores de instituto, os quedabais muertos. Escenas inconcebibles hace 30 años. Ni con la amenaza del parte o la expulsión se consigue amilanar a los descontrolados que boicotean las clases por sistema. Algo lógico si pensamos que muchos de los padres de esos bandarras disculpan el mal comportamiento de sus hijos y consideran una afrenta personal el escarmiento impuesto por los docentes. Antes si un profesor te castigaba, te ibas preparando para lo que te esperaba al llegar a casa en cuanto tus padres conocieran la noticia. Ahora los progenitores van a pedir explicaciones al director por el desproporcionado castigo o directamente cambian al chaval de centro, para evitar “la perniciosa influencia de las malas compañías”.

Pero si incluso cuando te topas con algún imberbe haciendo el cafre en lugares públicos y censuras su actitud, te hace frente y te acojonas. Eso si no le va con el cuento a sus padres y te ves de repente obligado a escuchar amenazas porque “no eres quién para reprender al chaval”. Flaco favor hacen esos adultos a unos críos que crecerán pensando que pueden hacer lo que les salga de las pelotas, cuando lo que en realidad les convendría es una colleja de sus padres por haberles puesto en ese brete.
 
No estoy diciendo que debamos volver al pasado y obligar a los menores a tratar de usted a los mayores, ni recurrir a los azotes con el cinturón como correctivo para los más díscolos. Basta con establecer algunas líneas rojas que ellos entiendan que nunca se deben traspasar. Basta con un NO mayúsculo. Basta con hablarles clarito, como hizo Macron, para que lo comprendan. Aunque, naturalmente, eso supone también imprimir a fuego esos mismos valores a sus padres, una complicada empresa porque, como el aprendizaje de un idioma, cuanto mayor eres, más te cuesta asimilar conceptos, sobre todo si implican ceder.  Por cierto, parece que el protagonista involuntario del episodio no sale de casa porque en su instituto todo el mundo se burla de él. A lo mejor ha aprendido no una, sino dos lecciones. Ay la hormona, la adolescencia, la impulsividad, el actuar sin pensar… Menos mal que ese estado de imbecilidad suele ser pasajero y, bien gestionado, se corrige con el tiempo.

Termino con lo que publicó en su cuenta de Twitter el portavoz del Elíseo, BrunoRoger-Petit, a cuenta de la bronca de Macron y que resume prefectamente la valiosa moraleja que podemos extraer de este caso: “La politesse, première des vertus du futur citoyen en société”. O lo que es lo mismo:  La educación, primera de las virtudes del futuro ciudadano en la sociedad”.

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