Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

jueves, 30 de agosto de 2018

Lo único que puedo decir sobre el 'unboxing' de Franco

Aviso. Me voy a meter en un jardín. Voy a hablar de Franco. Más concretamente de su exhumación. O como lo llaman los más ingeniosos, el unboxing de Franco. Yo tenía siete años cuando murió el dictador. Los recuerdos que tengo de mi vida en dictadura son… dejadme que piense… ¡ninguno! Como mucho, creo mantener algo fresco en mi memoria el momento en que nos dieron vacaciones en el colegio porque estábamos de luto. Si me apuráis, también recuerdo las imágenes en blanco y negro de la televisión en las que se podían ver colas kilométricas de españoles que querían pasar por la capilla ardiente del conocido como Generalísimo. Visto con la perspectiva que da el tiempo, seguro que entre tanto partidario los había que simplemente querían asegurarse de que estaba muerto. Dudo si pertenece a aquel día la imagen de mi abuela acumulando legumbres y otros alimentos de primera necesidad para aprovisionar bien la despensa. Por lo que pudiera pasar. O quizá eso fue con el 23F. No sé. El caso es que si conocéis algún niño o niña de siete años, entenderéis que a esa edad no comprendiera la magnitud del acontecimiento ni lo que suponía para el futuro. Es decir, a no ser que vivas alguna experiencia muy traumática durante la infancia, es complicado que conserves nítidos esos primeros años de vida. Así que tengo la impresión de haber vivido siempre en democracia.

Ya de adulta solo he estado una vez en el Valle de los Caídos. Me llamaba la atención esa gran cruz de piedra que se divisa a kilómetros de distancia. A pesar de que el entorno natural es privilegiado, cuando estuve allí me pareció un sitio frío, extraño. Sentí cierto desasosiego. Hice alguna foto desde debajo de aquella descomunal cruz y me fui pensando en todos los pobres diablos que trabajaron en la construcción del monumento, la mitad de ellos presos del bando perdedor de la guerra enviados para doblar el número de manos de obra y acelerar los trabajos. Estremece saber que allí hay enterradas más de 33.000 personas de ambos bandos. Que aquello es una gran fosa común. Muchos restos fueron introduciéndose en las cavidades de la edificación antes de concluir su construcción y con el tiempo se han ido fundiendo con ella. Es imposible extraerlos. Y es una pena. Imagino que las familias que saben que sus antepasados fueron enterrados allí, preferirían tenerlos en una tumba familiar donde rezarles el día de los Santos o incinerar sus huesos para esparcir las cenizas donde les diera la gana. No tener que pagarle a Patrimonio Nacional cada vez que quieren acercarse a Cuelgamuros para dejar flotando unas plegarias en el mismo lugar donde reposa el que se los arrebató. Devolver a los muertos a sus familias bien podría ser una prioridad. Igual que sacar de las cunetas y fosas comunes a los asesinados en la guerra. O, ya puestos, diseñar planes especiales de empleo para mayores de 50, dotar de mayores recursos a la investigación científica, legislar mejor contra el acoso sexual, apostar por romper techos, brechas y estereotipos femeninos o seguir ganando competitividad económica como nación a nivel mundial.  

Pedro Sánchez ha descartado la idea de hacer en el Valle un memorial por la reconciliación. Prefiere que se quede como lo que es, un gran cementerio civil de las víctimas de la guerra y posguerra. Lo difícil es darle el carácter de 'civil' a una basílica religiosa. En todo caso, creo que no es necesario hacer grandes monumentos. Basta con asegurarse de que la memoria histórica no se borre, que en las escuelas los niños sepan lo que es el Valle y lo que allí paso. Y que quien visite la zona, al margen de las familias de los fallecidos, sepa dónde están pisando. El problema es qué se les contará. Qué versión se escribirá en los libros de historia, qué sonará por las audioguías o qué se podrá leer en los carteles. Porque hay tantas versiones como bandos. Pensábamos que el paso del tiempo había cerrado las heridas de la guerra, que la mayoría de los que vivieron el trauma ya se habían muerto y los que quedaban eran tan viejos que casi lo habían olvidado, pero está visto que siempre quedan cicatrices. Encontrar el relato más justo, ese va a ser el mayor desafío para la Comisión de la Verdad y la Reconciliación.

En cuanto a Franco, personalmente me es indiferente lo que hagan con sus restos. He vivido todos estos años sin que me afectara la ubicación de su cadáver y no va a cambiarme la vida ahora porque lo saquen de allí, pero entiendo a quienes sufrieron la pérdida de familiares en la contienda y comparto sus argumentos. Franco no fue víctima de nada, murió de viejo después de años ejerciendo como dictador del país. Está claro que sus huesos no deberían estar en la basílica y menos en sitio tan preeminente. Así que trasladémoslo donde decida su familia, a un lugar privado al que los nostálgicos, que parece que aún quedan, puedan peregrinar el 20N o cuando lo deseen, sin ostentación ni cámaras. Pero hagámoslo bien. Sin desatender otros asuntos de más enjundia. Sin prisas. Sin saltarnos pasos. Llegando a acuerdos. Atando cabos. Y sobre todo, sin que la broma nos pase factura en todos los sentidos.

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