Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

domingo, 4 de agosto de 2019

Yo también estoy contribuyendo a la turistificación

La Federación de Asociaciones de Vecinos de Barcelona ha lanzado una campaña para reducir la masificación de turistas en la ciudad, lo que llaman turistificación. Se les ha ocurrido preparar unos panfletos que reparten por zonas muy frecuentadas en los que les piden a los turistas que, cuando regresen a sus países, no cuenten a nadie que han estado en Barcelona, que guarden el secreto de los tesoros que han contemplado.



La iniciativa, por lo naif, despierta en mí cierta ternura, aunque en otros lo que provoca es pitorreo, sobre todo por el vídeo que ha circulado y se ha hecho viral en el que aparece la presidenta de la Federación intentando argumentar su postura.

                   
Lo siento, pero me cuesta mucho no hablar bien de Barcelona y recomendarle a cualquiera que visite la ciudad. Es más, lo siento, pero en cuanto tenga oportunidad volveré a visitarla. Y lo siento por los vecinos de la ciudad a los que les estorbe mi presencia. Trataré de pasar más desapercibida. 

Ya he escrito otras veces en este blog sobre los problemas del turismo. Es un negocio que tiene tantos beneficios como efectos secundarios perniciosos. Hay un turismo que contamina, molesta, degrada… Va con la manera de ser y la educación de la gente. No hay más que ver por las costas -y también el interior-las hordas de borrachos ingleses, alemanes -y también españoles- dando la nota. Así que es lógico que los residentes habituales de los llamados puntos de interés, aquellos lugares que la gente desea visitar, se sientan en muchos casos invadidos.

Me quedó claro hace algunos días cuando visité Mallorca por primera vez y viví algunos momentos de un surrealismo daliniano. En pleno verano, como es lógico, la isla está sobresaturada, particularmente de alemanes. Puedes pasar horas sin escuchar a nadie a tu alrededor hablando en castellano. Por cierto, me llamó la atención la cantidad de cochonetas y flotadores que había en las basuras. Pensé que tenía cierta lógica. Los que vienen desde tan lejos no deben viajar con el inflable de flamenco o unicornio y con la sombrilla; les sale mucho más rentable gastarse 5 euros en España y al cierre de sus vacaciones tirarlo todo a la basura. Así que, mientras el negocio local ingresa por vender plástico, el ayuntamiento de cada zona turística se gasta el equivalente en recoger los residuos de los visitantes.

Pero volviendo a lo que os quería contar. Llegados a nuestro destino, en la costa oriental de la isla, buscamos el hotel en el que nos alojábamos: El Smartline Anba Romani, asequible y con buena pinta, según vimos en Booking. Nada más acceder al vestíbulo, Laura, la memorable recepcionista, nos saludó en alemán. Os aseguro que parecemos cualquier cosa menos ejemplares de la raza aria. Respondimos en castellano y continuó dirigiéndose a nosotros en el idioma de Ángela Merkel, como con el piloto automático puesto, hasta que le pregunté si podíamos comunicarnos en castellano. A partir de ahí todo fue extremadamente atípico, desde la conversación hasta los trámites. Por ejemplo, en vez de pedirnos la documentación para registrarnos, nos dio unos papeles y unos bolígrafos para que anotáramos nosotros mismos nuestros datos personales. “Y lejos del mostrador de recepción, para no molestar”, dijo. Si fuéramos más gamberros podíamos habernos inventado el nombre del huésped, no sé… quizá “Napoleón Bonaparte”, y anotar un DNI tan loco como estaba resultando toda aquella experiencia. Dudo que hubiera pasado nada.

A continuación cayó en la cuenta de que no nos había cobrado la ecotasa a todos. No nos sorprendimos, ya habíamos viajado a otros destinos donde cargan a los viajeros en los hoteles una tasa simbólica. Lo comprendo. Si durante un tiempo duplicas tu población y esos no empadronados también se benefician de los servicios de todos, resulta ilógico que afrontes la inversión solo con los impuestos de los residentes. Pensamos que en este caso, en Mallorca, sería algo así como un euro, pero ella nos sacó del error con una sonrisa y la mirada de quien piensa: “Valientes gilipollas”. “3,30 por noche y persona mayor de 16 años”, nos aclaró. Y cuando terminamos de procesarlo se nos ocurrió comentar que con ese precio daban ganas de no volver, a lo que ella contestó: “Pues mejor para nosotros, así estamos más tranquilos los de la isla”. ¡Con dos cojones! Le contestamos que sin turismo quizá ella no tendría trabajo, pero nos miró enseñando todos sus dientes y dando la impresión de importarle una mierda. Quizá no se paró a pensar en lo que ingresa esta comunidad autónoma no ya solo con el turismo, sino simplemente con este impuesto aplicado al turista. 

Dice un proverbio chino “Ten cuidado con lo que deseas, no vaya a hacerse realidad”. Mientras esta mallorquina que se gana la vida gracias al turismo sueña con no ver un turista por su isla, en Egipto tratan de salir del hoyo en el que los enterró la primavera árabe y recuperar a los visitantes que les llevaban prosperidad. Aunque sea permitiéndoles hacerse selfies gratis con las momias o Tutankamon.

Por cierto, ya que en Baleares cobran lo que cobran al viajero por gozar del privilegio de nadar en las aguas cristalinas de las calas y tumbarse en la arena fina de la orilla, quizá podían invertir algo más de esos ingresos en mantener limpio el paraíso.

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