El
punto de discusión sobre la entrevista a Arnaldo Otegi en el Canal 24 horas de TVE no es si un ser repugnante tiene derecho a utilizar el altavoz de una
televisión pública, sino si lo que dice puede tener valor periodístico e
interés para la audiencia. Es evidente que los responsables de la cadena han
interpretado que sí lo tiene –y la audiencia
parece haberles dado la razón-, a pesar de que nada de lo que diga Otegi nos va
a sorprender. Es un tipo instalado en el odio, anclado en una realidad paralela,
un tacticista trilero del eufemismo que practica solo la empatía con quienes
están de su lado.
En
el historial de
Otegi no figuran delitos de sangre, aunque siempre ha presentado una
marcada tendencia a hacer apología del terrorismo. Además se le atribuyó su
implicación en varios secuestros que le llevaron ante el juez; cumplió su pena
por uno de ellos y quedó absuelto del resto. Ha pasado seis veces por la cárcel
y algunas de sus condenas han sido anuladas por tribunales superiores. En marzo
de 2016 terminó de cumplir los diez años de su última condena por
intentar reconstruir la ilegalizada Batasuna. Digamos entonces que prácticamente ha equilibrado "el debe y el haber" y su cuenta con la justicia está ya a cero, salvo por el pequeño
detalle de que el líder de Bildu está inhabilitado y no puede presentarse a
unas elecciones ni ocupar un cargo público hasta 2021. En cualquier caso, el
partido en el que milita es legal a todos los efectos, así que nada impediría
que cualquiera con cierto interés pudiera entrevistarle. Por lo tanto, lo ínico
que habría que cuestionarse es si el criterio periodístico de los responsables
de la televisión pública está más o menos fino.
En
mi caso, la espectadora/oyente/lectora que llevo dentro no tiene ningún interés
en lo que vaya a decir Otegi. Es un tipo que me aburre soberanamente como personaje de
entrevista porque da siempre los mismos titulares despreciables. A parte, claro
está, de provocarme una enorme repulsión por haber pertenecido a ETA y seguir
justificando su existencia y resistiéndose a condenar las más de 850 vidas
arrebatadas por la banda terrorista.
En
mi opinión, hace falta mucho más que una entrevista para blanquear a alguien
como Arnaldo Otegi o a ETA. Una entrevista no balquea. Si está bien hecha, es
la mejor herramienta para poner en evidencia las carencias y las virtudes –si
es que las tiene- del entrevistado. El problema es cuando lo que se le hace no es una entrevista, sino lo que se conoce como “un masaje” a mayor
gloria del entrevistado. Preguntar para escuchar la respuesta que ya conoces no
tiene sentido. Hay que interrogar sobre lo que el entrevistado esconde y no
debería ocultársele a la opinión pública.
Hay
en el mundo millones de personas interesantes por sus ideas o sus logros a las
que merecería la pena conocer en profundidad. Existen un montón de seres
humanos, tanto anónimos como populares, susceptibles de protagonizar un diálogo
periodístico de enjundia. Incluso la actualidad convierte en entrevistables a
individuos de dudosa catadura moral. Asesinos, violadores, ladrones, estafadores,
políticos corruptos... Pienso en los miembros de La Manada, en los asesinos de
Marta del Castillo o en el mismísimo Rodrigo Rato. Lo siento, pero como
periodista me gustaría entrevistarles a todos, entre otras cosas para
preguntarles por qué y, sobre todo, para que se retraten ante la audiencia. De
hecho entrevistaría hasta al mismísimo diablo, si eso sirviera para que los
que le venden su alma se dieran cuenta de lo equivocados que estaban.