Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

domingo, 6 de diciembre de 2020

Pactar para unir, no para romper

Escribo esto sabiendo de antemano que me voy a meter en un jardín. Pero me arriesgaré como tributo a la Constitución Española cuyo día celebramos hoy, 6 de diciembre, un texto que recoge la libertad de expresión en su artículo 20. 

Estoy aburrida de la cantinela de que España se rompe, de que el Gobierno de coalición ha pactado con secesionistas y con los herederos de ETA y de que este país se va al garete. Quienes repiten como un mantra este discurso suelen acompañarlo del ondear de la bandera. La sacan a pasear como si fuera el guante con el que se desafiaban a duelo los antiguos. O más bien como si fueran los ajos, el crucifijo y el agua bendita con los que se desactiva a los vampiros. 

Pedro Sánchez lo estará haciendo mejor o peor, pero lo cierto es que ha sacado adelante los Presupuestos y no por los pelos, con 188 votos favorables, doce más de la mayoría absoluta. Iba siendo hora de tener unos nuevos, que los de Cristóbal Montoro prorrogados ya olían. Además, el roto que nos ha hecho el coronavirus estaba pidiendo a gritos unas cuentas ajustadas a la nueva realidad. 

Unos presupuestos, en esencia, buscan el bien común de todo el país. Habría sido estupendo que fueran fruto del acuerdo entre todos los partidos llamados “constitucionalistas”, pero ya nos hemos acostumbrado a su incapacidad para hallar puntos de encuentro. 

Congreso de los Diputados tras la aprobación de los Presupuestos

Así que sí, entre el presidente Sánchez y el vicepresidente Iglesias han conseguido el apoyo que les faltaba, concesiones mediante -como es lógico-, en EH-Bildu y ERC, grupos minoritarios de la Cámara, nacionalistas de izquierda que aspiran a separarse de España, sin ninguna esperanza de lograrlo, y en cuya formación militan condenados por sedición o palmeros con restos de una banda terrorista en su ADN. 

Vale. A mí también me repugna Arnaldo Otegui, coordinador general de EH-Bildu. Resulta difícil olvidar que hasta hace nada seguían recibiendo con honores a etarras asesinos de vuelta a casa tras cumplir su condena, que siguen refiriéndose a "conflicto vasco" cuando hablan de los años de la barbarie etarra y que equiparan como víctimas al que recibió el tiro en la nuca y al que se muere de asco en una cárcel a 600 kilómetros de su casa por apretar el gatillo. No hay que leer o ver ‘Patria’ para asumir esta realidad. 

Lamentablemente eso no hay quien lo borre, ni siquiera el tiempo, aunque a veces parezca que a los jóvenes les suena más la Guerra Civil. Pero lo cierto es que EH-Bildu, en este momento, es una formación política legal con discreta presencia en el Congreso gracias a los más de 250.000 votos que obtuvo en las últimas elecciones generales. 

Ya sé que en esta coalición hay gente que ha pisado la cárcel y visitado los tribunales. Sin ir más lejos, su portavoz, Mertxe Aizpurúa, fundadora del diario Gara, fue condenada a un año de prisión por apoyar el terrorismo y tuvo prohibido trabajar como periodista durante ese tiempo. No viene mal recordar que los condenados por sentencia firme, según la Ley electoral, no pueden presentarse a unas elecciones en el período que dure la pena. Pero una vez la han cumplido, recuperan sus derechos. 

No podemos defender un sistema penitenciario en el que privamos de libertad al condenado para reinsertarlo, pero luego, cuando le dejamos libre, una vez fuera, le señalamos y nos negamos a reintegrarlo en la sociedad, no le dejamos jugar el partido, le convertimos en un bicho raro del que hay que desconfiar y con el que no podemos interactuar. 

Imagino que debe ser muy difícil para alguien que ha sufrido la pérdida de un ser querido por la sinrazón del terrorismo seguir adelante sabiendo que quienes aplaudieron ese crimen están haciendo política en las instituciones. Pero hay que sobreponerse para evitar un bloqueo vital. 

Insisto, si la legislación les permite hacer política, no podemos dejarlos al margen, debemos asumir que van a estar en el juego político. No es blanquear, es cumplir la ley. Se acabó la discusión. Lo que toca y nos queda es no quitarles el ojo de encima y pillarles en un renuncio normativo. 

En los últimos días hemos asistido a un par de momentos esperanzadores en el Congreso que nos llevan a aventurar que se empieza a vislumbrar algo de luz al final del túnel. Uno fue durante el homenaje a Ernest Lluch, cuando la portavoz de Bildu participó en el acto de homenaje al exministro socialista asesinado por ETA hace 20 años, la primera vez que este partido participaba en un homenaje a una víctima de la banda. En el otro, el diputado de la formación abertzale, Jon Iñarritu, se solidarizó públicamente con una víctima de ETA, el diputado de Vox Antonio Salvá cuyo hijo guardia civil fue asesinado por ETA en 2009. 

La banda terrorista dejó de matar en 2011 y anunció su disolución en 2018. Sin olvidar nada de lo que ha pasado, ni a una sola de sus 855 víctimas, y sin dejar de contárselo bien a las nuevas generaciones, yo ya solo aspiro a que se esclarezcan los asesinatos pendientes, se juzgue a los que quedan por juzgar, terminen de cumplir su condena los que están encarcelados y que los herederos políticos de la banda continúen dando pasos que nos convenzan de que de verdad lamentan todo el daño sufrido. 

Mientras todo esto llega, creo que deberíamos seguir avanzando tratando de no dejar a nadie atrás y, sobre todo, sin crispar para dividir. Porque el peligro no es tanto que el territorio se fragmente como que la sociedad española vuelva a estar partida en dos. 

sábado, 21 de noviembre de 2020

Tranquilos, los centros de educación especial no están en peligro

Hace unos años visité por trabajo un centro de educación especial, lo que me permitió aproximarme a una realidad que no suele mostrarse con frecuencia. Las veces que estuve en este colegio vi niños con parálisis cerebral, inmóviles en sus sillas de ruedas, que necesitan que les den de comer y les cambien el pañal. Otros sufren enfermedades degenerativas que les van inhabilitando en el aspecto motriz, pero mantienen intacta su capacidad intelectual, lo que les tiene frustrados y muy enfadados con el mundo. Los hay que presentan menor dependencia, pero difícil grado de integración. Encuentras chavales con diversos trastornos del espectro autista, que a simple vista podrían pasar por alumnos de cualquier escuela pública, hasta que intentas entablar una conversación con ellos y detectas que no razonan o actúan como lo harían aquellos. También hay adolescentes con síndrome de Down y algunos otros que, por sufrimiento fetal en un parto complicado, tardan más que el resto en asimilar conceptos. La mayoría son personas desinhibidas que no se rigen por los patrones sociales que nos coartan la libertad al resto. 

Resulta impresionante ver cómo interactúan con ellos los especialistas y monitores del centro y cómo las terapias de estimulación a las que les someten consiguen resultados que para el común de los mortales podrían parecer discretos, pero que para los expertos en la materia representan verdaderos triunfos.

El centro contaba con abundantes medios y personal para tratar cada una de las patologías de la manera más adecuada. Recuerdo ver sonreír sobre un caballo en una sesión de equinoterapia a una alumna que hasta entonces habían permanecido en un rincón ajena a la llegada de aquellos extraños que invadimos su espacio disturbando su rutina cotidiana. No se me olvidan tampoco las carcajadas silenciosas de un chaval, reclinado en su silla adaptada, cuando le salpicaron los compañeros que chapoteaban en una pequeña piscina hinchable instalada en el patio del colegio cuando el calor de junio invitaba a refrescarse con juegos de agua.

Durante esas visitas entendí que lo más valioso que aprendían todas estas personas era a reconocerse, aceptarse y valerse por sí mismos en la medida de lo posible. Escribir, leer y contar eran también objetivos de aprendizaje, pero no la prioridad. Los éxitos de cada día tenían más que ver con pequeños logros afectivos, como un abrazo, una palabra, un botón que entrara en el ojal o un gesto que confirmara que se sentían queridos y valorados.

Niño con discapacidad
Imagen de falco en Pixabay

Un recurso muy valioso

La importancia de estos centros de educación especial es tan grande que nadie en su sano juicio maquinaría para cerrarlos. ¿Quién querría suprimir un recurso tan valioso? Por eso me extraña que esté circulando como cierta la creencia de que la Lomloe (Ley Orgánica de Modificación de Ley Orgánica de Educación), aprobada recientemente en el Congreso y conocida como ‘Ley Celaá’ por la ministra, pretenda cerrar los centros de educación especial y eliminar este tipo de enseñanza. El texto de la ley no dice absolutamente nada de eso. Si no me creéis, aquí tenéis el párrafo en cuestión para que lo comprobéis vosotros mismos.

Disposición adicional cuarta. Evolución de la escolarización del alumnado con necesidades educativas especiales.

Las Administraciones educativas velarán para que las decisiones de escolarización garanticen la respuesta más adecuada a las necesidades específicas de cada alumno o alumna, de acuerdo con el procedimiento que se recoge en el artículo 74 de esta ley. El Gobierno, en colaboración con las Administraciones educativas, desarrollará un plan para que, en el plazo de diez años, de acuerdo con el artículo 24.2.e) de la Convención de los Derechos de las Personas con Discapacidad de Naciones Unidas y en cumplimiento del cuarto Objetivo de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030, los centros ordinarios cuenten con los recursos necesarios para poder atender en las mejores condiciones al alumnado con discapacidad. Las Administraciones educativas continuarán prestando el apoyo necesario a los centros de educación especial para que estos, además de escolarizar a los alumnos y alumnas que requieran una atención muy especializada, desempeñen la función de centros de referencia y apoyo para los centros ordinarios.

Resumiendo: lo único que establece es que en diez años los centros educativos públicos deberán tener los recursos necesarios para atender a los alumnos con discapacidad, en un intento por favorecer la inclusión total de estos niños y que no se sientan apartados de los llamados “normales”. Eso es lo que lleva reclamando mucho tiempo el Comité Español de Representantes de Personas con Discapacidad (CERMI). Y, además, subraya que los centros de educación especial seguirán acogiendo a quienes necesiten atención más especializada.

Sobre quién y cómo decidirá el destino escolar de estos niños, la nueva ley apenas modifica la anterior, salvo para introducir un detalle que me extraña que no existiera en la anterior: la opinión de los padres, a los que a partir de ahora se les va a escuchar e informar. Aquí reproduzco exactamente lo que dice la reforma sobre el procedimiento que recoge el artículo 74 que se cita en el texto anterior:

Cincuenta. Se modifican los apartados 2, 3 y 5 del artículo 74 quedando redactados en los siguientes términos:

“2. La identificación y valoración de las necesidades educativas de este alumnado se realizará, lo más tempranamente posible, por personal con la debida cualificación y en los términos que determinen las Administraciones educativas. En este proceso serán preceptivamente oídos e informados los padres, madres o tutores legales del alumnado. Las Administraciones educativas regularán los procedimientos que permitan resolver las discrepancias que puedan surgir, siempre teniendo en cuenta el interés superior del menor.”

“3. Al finalizar cada curso se evaluarán los resultados conseguidos por cada uno de los alumnos y alumnas en función de los objetivos propuestos a partir de la valoración inicial. Dicha evaluación permitirá proporcionar la orientación adecuada y modificar el plan de actuación, así como la modalidad de escolarización, que tenderá a lograr el acceso o la permanencia del alumnado en el régimen más inclusivo.”

“5. Corresponde asimismo a las Administraciones educativas favorecer que el alumnado con necesidades educativas especiales pueda continuar su escolarización de manera adecuada en las enseñanzas postobligatorias; adaptar las condiciones de realización de las pruebas establecidas en esta Ley para aquellas personas con discapacidad que así lo requieran; facilitar la disponibilidad de los recursos y apoyos complementarios necesarios y proporcionar las atenciones educativas específicas derivadas de discapacidad o trastornos de algún tipo durante el curso escolar.”

Así que, a quienes decís que en el fondo todo responde a una maniobra maquiavélica de este Gobierno para ir vaciando estos centros poco a poco hasta hacer que cierren por falta de alumnos, siento deciros que, a la educación especial, lamentablemente, nunca le van a faltar alumnos.

Mucho tendría que cambiar la escuela pública

Me confieso defensora de la educación pública, de que todos tengamos las mismas oportunidades, de la integración y la inclusión. Mi hija ha coincidido en la escuela y el instituto con un niño con discapacidad sensorial, otro con síndrome de Down y varios compañeros con dificultades de aprendizaje a los que las maestras especialistas en PT (pedagogía terapéutica) realizaban adaptación curricular. Creo que enriquece a los niños comprobar que existen otros niños diferentes y socializar con ellos. Pero seamos realistas; esta valiosa experiencia solo es posible en casos leves. Hay muchos otros casos en los que el grado de discapacidad convierte en sencillamente inviable esta opción, por no hablar de que sería, además, perjudicial para el propio menor.

En una escuela pública en la que escasean los recursos me extraña que en diez años vayan a cambiar tanto las cosas como para reforzar el personal, contratar profesores de apoyo especializados, formar a los docentes en diversidad, acometer obras integrales para adaptar los centros o reducir las ratios en las aulas, algo que hasta ahora solo ha conseguido la pandemia. Para todo eso hacen falta medios y me temo que los que manejan las cuentas siempre encontrarán otras prioridades. A las pruebas me remito. Madrid contrató profesores de refuerzo este curso para ayudar a los niños que arrastraban carencias por ese último trimestre de clases que pasamos confinados y no piensa renovarles una vez que acaben estos tres meses de contrato porque económicamente no podrían afrontarlo.

Por no mencionar otra triste realidad. Admitámoslo, tenemos un sistema educativo en el que el alumno que requiere más atención o va más lento resulta un estorbo, porque retrasa a la clase y da más trabajo al profesor. Y se trata de niños sin discapacidad. Me pregunto cómo afectaría a estos 'ritmos' una política educativa realmente inclusiva. 

Si nada de lo que acabáis de leer os ha hecho cambiar de opinión o, al menos, tranquilizaros, siempre os queda la esperanza de que antes de diez años cambie el signo político del Gobierno y el que venga derogue por enésima vez la Ley de Educación vigente.

sábado, 7 de noviembre de 2020

Sociedad adolescente

¿No os pasa que cuando no podéis hacer algo, más os apetece? Y luego, cuando ya no hay cortapisas que valgan, lo que no tenéis son ganas. O fuerzas. O valor. O interés. O ya es demasiado tarde. 

Hablo del asombroso poder de la prohibición. Prueba a prohibir algo y ya verás cómo seguramente alguien que antes no había reparado en ello sentirá el irrefrenable deseo de probar lo prohibido. Las drogas, sin entrar a fondo en el debate, podrían servir como ejemplo. Aunque el más gráfico lo encontramos en el alcohol y el tabaco, sustancias cuyo consumo está vetado a menores de edad y que, en la práctica, terminan convirtiéndose en el muro que aspira a saltar cualquier chaval que tiene prisa por llegar a la edad adulta. 

Pienso también en la etapa de represión que vivió este país hace décadas, cuando las escenas eróticas en las películas eran censuradas y resultaba imposible ver un pecho, un pene o un culo en la gran pantalla. Ese batallón de guardianes de la moral propició que surgiera una generación de, por un lado, seres disfuncionales que se ponían como motos solo con contemplar un cuello o un tobillo femenino y, por otro, revoltosos que desafiaban al rancio sistema cruzando los Pirineos para refugiarse en algún cine de Perpiñán donde se proyectaba ‘porno de entonces’ sin cortes en los momentos más inoportunos. 

A veces ni siquiera es necesaria la prohibición. Basta con que algo no sea recomendable para asistir en primera fila a un combate de full contact entre tus bajos instintos y tu fuerza de voluntad. Pensad, por ejemplo, en aquellas personas condenadas a una vida monacal por culpa del resultado de una analítica. Su médico de cabecera les advierte de los peligros que entrañan los hábitos poco saludables para sus niveles de colesterol pero, a pesar de la advertencia o precisamente por ella, salen de la consulta deseando atiborrarse a grasa. 

Recomendar o prohibir

Observo que, por lo general, el individuo como parte de una colectividad necesita que le tutelen. Solo funciona con prohibiciones y obligaciones. Si no existieran un código de circulación, unos límites de velocidad, señales que indican cómo proceder y la amenaza de multas sobrevolando, pocos conducirían de manera responsable pensando en proteger su vida y la de los demás. 

Si este fin de semana largo no hubiera un cierre perimetral en la Comunidad de Madrid y otros territorios autonómicos así como restricciones relacionadas con el aforo, los horarios o la mascarilla, la gente seguiría comportándose como si estuviéramos en 2018, a pesar de las cifras que nos está dejando esta segunda ola de la pandemia. De hecho muchos ya lo hacen

Imagen de Wokandapix en Pixabay

Este domingo finaliza La Vuelta en Madrid y el Ayuntamiento de la capital ha recomendado a los vecinos que no acudan a recibir a los ciclistas para evitar aglomeraciones. Apuesto a que, a pesar de ello, el pelotón se encontrará arropado por aquellos que no renuncian a su libertad personal. Somos una sociedad adolescente que no entiende lo de la ‘responsabilidad individual’. De modo que las recomendaciones no sirven de nada. Para que la gente no haga algo hay que prohibírselo, como cuando un padre le dice no a su hijo, aún a riesgo de que se enfade, proteste y te monte una noche de disturbios

Ganas reprimidas

Confieso que desde que la pandemia se instaló en nuestras vidas yo también estoy experimentando más ese deseo de libertad, pero reprimo las ganas de romper las reglas.  Cosas de la madurez. Cuando nos confinaron en marzo el cuerpo me pedía kilómetros, avanzar, moverme, correr, salir, justo lo que no se podía hacer. Eso fue al principio. Luego, cuando llegó la relajación de restricciones, resultó que ya no me seducía la idea de tirarme a la calle con el resto de vecinos histéricos a los que observaba hipnotizada desde mi terraza. El paso del tiempo había contribuido tanto a mi adaptación a la nueva situación que la vida fuera de mis cuatro paredes me parecía sin sentido y peligrosa. 

Repuesta de esa anomalía pasajera, recobré también las ganas de viajar, pero la situación sanitaria era incompatible con la movilidad. De modo que mi pasaporte sigue caducado y mi ‘Lista de lugares que me gustaría conocer antes de morirme’ se mantiene intacta con los mismos tachones que hace dos años. Porque ahora que el coronavirus ha dejado el sector del turismo tiritando y algunas compañías aéreas ofrecen vuelos a precios de risa, la sola idea de tener que someterme previamente a una PCR, la necesidad de rastrear toda la geografía para saber en qué destinos tendría vetado el acceso por ser española o la obligación de ‘cuarentenarme’ diez o quince días al llegar al lugar elegido me retraen profundamente de viajar. 

Por poner algún otro ejemplo ajeno a la maldita Covid, los que tenéis hijos supongo que recordaréis alguna noche en la que os apetecía mucho algo de intimidad con vuestra pareja, pero no había manera de que vuestras criaturas conciliaran el sueño. Probablemente no os quedó otra que refrescar las expectativas y aplazar los deseos a una mejor ocasión. Quizá al día siguiente los críos cayeron rendidos pronto y entre sacar la libido a pasear o sumar valiosas horas de sueño, no hubo lugar a dudas. 

A veces pienso que la vida viene con errores de desarrollo, como algunas apps. Es como si no hubieran hecho todos los test de usuario necesarios para asegurarse de que las funcionalidades se ejecutan sin problemas. Cuando pasa el tiempo y tus hijos empiezan a ser más autosuficientes una vez superada la etapa de la infancia, te encuentras un fin de semana con toda la casa para ti y puede que lo que te pida el cuerpo no sea un maratón de sexo, sino de capítulos de tu serie favorita mientras te tomas un vino. No siempre, tranquilos. También alguna vez se alinean los planetas. Y ya sabéis, con esto pasa como con el comer y el rascar. Todo es empezar.

sábado, 17 de octubre de 2020

Generación Covid

Cuando comenzaba a escribir esto, eran las once y media de la mañana de un jueves y mi hijo de 15 años seguía metido en la cama. Ese día no le tocaba clase en el instituto. Es lo que llaman semipresencialidad

Para reducir el número de alumnos por aula han dividido las clases en dos grupos, de manera que lunes, miércoles y viernes de una semana mi hijo se sienta en un pupitre del centro con la mitad de sus compañeros y a la semana siguiente hace lo propio martes y jueves. El resto de los días, teóricamente debería dar clase a distancia. O eso nos habían vendido. Pero da la casualidad de que, por pitos o por flautas, no está siendo así. 

Yo, que soy una ingenua, había creído posible que un profesor instruyera a la vez a los que se encuentran físicamente en el aula y a quienes están sentados frente a un ordenador en sus casas. Sí, eso es posible, pero en el cine o en los colegios privados. En el instituto de mis hijos, para empezar, los ordenadores no disponen ni siquiera de cámara. 

De todos modos, los responsables del IES nos han explicado que la red del centro no soportaría tantas conexiones a la vez. Así que mientras esperamos que la Comunidad de Madrid resuelva ese ‘pequeño inconveniente’, conocido hace meses, los chavales se enfrentan a la lotería de que los profesores que les han tocado en suerte tengan mayor o menor disposición a aliarse con la tecnología y volcarse con ellos. 

Por ejemplo, en el caso de mi hija, que afronta este año su último curso de instituto y la temida selectividad, ahora rebautizada como EBAU, parece que el claustro docente está más concienciado en la importancia de esta etapa. De ahí que ella sí mantenga una actividad casi normal en los días en los que a su grupo le toca quedarse en casa. Hay profesores que utilizan sus propios medios para realizar la conexión on line, incluso fuera del horario lectivo, y tiene una media de tres clases a distancia. 



He leído que la Inspección educativa en Madrid pretende supervisar cómo se está desarrollando este sistema semipresencial y me ha entrado la risa. No hay profesores y va a haber inspectores. 

Porque debo decir que, con todo, somos afortunados. Mis hijos ya tienen a todos sus profesores. Hay otros alumnos que aún no conocen a quienes les van a enseñar Lengua, Francés o Dibujo técnico porque no existen. Un mes después del comienzo de curso, aún no han llegado.
No es un caso aislado. Hace unos días me reenviaban por Whatsapp el lamento de una profesora de otro instituto del municipio donde resido. 

¿Por qué nadie habla de la falta de docentes en los centros públicos de nuestra comunidad? Un mes después del inicio de curso y aún hay grupos sin tutor o sin profesora de Matemáticas.(…)Adelanto los datos de mi centro (que es de los que mejor situación presentan): dos bajas sin cubrir desde inicio de curso y media jornada de otro docente aún sin asignar. 

Las familias se quejan a los que sí estamos presentes porque nadie ha sabido encauzar esa queja hacia las direcciones de área u otras administraciones. Pero los que vamos a trabajar a diario nos sometemos a cargas de trabajo ingentes por las guardias que hemos de cubrir y por las dificultades que supone un curso con semipresencialidad, mascarillas y alumnos o grupos completos confinados. Hemos perdido las fuerzas para batallar y quejarnos. Nos estamos, con perdón, aborregando. 

Según la Asociación de directores de institutos públicos de secundaria de Madrid, faltan 1.400 profesores (el 7,75% del total) en las plantillas de los institutos de secundaria de la Comunidad de Madrid. Y estamos hablando de profesores que tienen asignado un grupo de alumnos. Así que a esos chavales cada día se les presenta un profesor de guardia para intentar que esa hora no sea tiempo tirado a la basura, mientras a la vuelta de la esquina se aproximan los primeros exámenes. 

La Consejería de Educación admite que tiene problemas para encontrar profesores, sobre todo de algunas materias como Matemáticas, Inglés y Lengua. Se han creado más de 7.500 nuevos grupos de alumnos para ajustarse a las ratios establecidas, lo que exige contrataciones masivas en bolsas que ya están vacías, entre otras cosas porque la oferta de trabajo ha llegado demasiado tarde, cuando ya se habían adelantado a contratar otras comunidades donde, además, las condiciones salariales son más ventajosas. 

La guinda de todo este pastel la ha puesto la aprobación en el Congreso del Real Decreto que abre la posibilidad de que los alumnos pasen de curso y obtengan el título de ESO y Bachiller sin límite de suspensos y que se contrate a profesores que no tengan aún el máster que habilita para dar clase en esos niveles. 

Sinceramente, no sé cómo nos va a quedar esta generación Covid.

sábado, 19 de septiembre de 2020

No tengo ni idea de cómo se frena una pandemia

Con el comienzo del mes de septiembre, mi trabajo ha pasado a ser semipresencial, con lo que un par de veces por semana tengo que desplazarme hasta mi oficina, en plena Gran Vía de Madrid, desde la ciudad dormitorio en la que vivo a 21 kilómetros de la gran ciudad. Para llegar hasta allí utilizo el transporte público. Primero un autobús interurbano y luego el metro. 

Soy afortunada, mi entrada al trabajo no coincide con la hora punta, en la que es materialmente imposible mantener ningún tipo de distancia con nadie, así que hasta ahora estoy pudiendo evitar sentarme codo con codo con algún extraño. Sí, todos llevamos mascarilla y, por lo general, la mayoría bien puesta. Además, procuro ir con las manos limpias y echarme gel hidroalcohólico cuando termino los dos trayectos. Nunca se sabe si la barra en la que me agarro para no caer en los frenazos la ha tocado algún asintomático. Luego trato de mantener las distancias con el resto de pasajeros con los que me cruzo por los pasillos del suburbano y las aceras de la calle, pero es complicado porque no depende solo de uno. El otro día en unas escaleras mecánicas, por cada peldaño que yo bajaba para separarme de la persona que iba detrás de mí, demasiado cerca para mi gusto, ella bajaba también otro. Y así estuvimos hasta que llegamos al final. 


Cuando escucho decir que el transporte público es un lugar seguro y que hasta ahora no se ha podido documentar ningún brote asociado, no puedo evitar preguntarme cómo están tan seguros. No puedo creer que ninguno de los positivos que están aflorando como setas últimamente en Madrid no haya usado un autobús o un metro en los días previos. Me gustaría saber cómo detectan que el origen del contagio se encuentra en un lugar y no en otro. Si yo ahora diera positivo en Covid y tuviera que aportar al rastreador de turno el nombre y teléfono de las personas con quienes he tenido contacto esta semana solo sería capaz de mencionar a mis conocidos; pero imagino que todos los desconocidos que han ido conmigo en los cuatro autobuses y cuatro vagones de metro en los que he viajado deberían también ser alertados, algo materialmente inviable ni con un millón de rastreadores. 

Entre esos viajeros seguro que había alguno que reside en Usera, Puente de Vallecas, Villaverde o en cualquiera de las zonas en las que desde este lunes la Comunidad de Madrid va a restringir la movilidad. Ellos podrán seguir saliendo de su territorio confinado si van a estudiar o a trabajar. Y eso harán, porque hay personas para quienes su disyuntiva vital es Covid o hambre. 

El día que conocíamos las nuevas restricciones, la presidenta regional manifestaba su preocupación porque en Madrid 1.500 personas se habían saltado en los últimos tres días la cuarentena a la que están obligados por contagio de coronavirus o por contacto estrecho con un positivo. 

Entre esas personas imagino que hay trabajadores precarios que no pueden permitirse faltar al trabajo porque de ello depende el pan de sus hijos. Ni siquiera se atreven a plantear a su jefe la situación por miedo a que les eche. Y probablemente aciertan. No todos los empresarios acogen de buen grado las bajas inesperadas en la plantilla y menos sin que medie una enfermedad que impida trabajar. 

Quienes no guardan la cuarentena quizá no son conscientes de que ponen en riesgo al resto de la gente o, si lo son, no ven otra alternativa que arriesgarse a ser una bomba vírica. En otros casos se saltan el protocolo sanitario por puro desconocimiento. Por no hablar de que muchos de ellos puede que vivan en casas pequeñas con hijos, parejas, padres, en un espacio reducido donde resulta imposible mantener un aislamiento preventivo del resto de los convivientes. 

La cifra de 1.500 ‘irresponsables’ que mencionaba la presidenta regional puede ser solo la punta del iceberg, porque no hay rastreadores suficientes como para controlar que todos y cada uno de los ‘cuarentenados’ están cumpliendo. 

No tengo ni idea de cómo se frena una pandemia. Para eso están los expertos epidemiólogos. Yo solo sé mirar y hacerme preguntas.

sábado, 12 de septiembre de 2020

Yo sí habría reconocido a Mercedes Ferrer

La cadena de televisión Antena 3 acaba de estrenar una nueva temporada del concurso de talentos La Voz. En el primer programa tenían preparado todo un sorpresón. Se presentaba como candidata en las audiciones a ciegas Mercedes Ferrer, una de las principales rockeras que ha dado este país, creo yo, junto con Luz Casal, Aurora Beltrán y Christina Rosenvinge. Una compositora cultivada -estudió en la Sorbona-, con amplia experiencia sobre los escenarios y una dilatada carrera que comenzó allá por mediados de los años 80, en plena Movida Madrileña. Figura relevante del panorama musical no solo en este país, sino también en Latinoamérica, llegó a codearse con Yoko Ono en Nueva York, telonear a The Cure y o colaborar con Nacho Cano y Bumbury. 



Puede que los menores de 30 años con pocas inquietudes artísticas no sepan quién es Mercedes Ferrer, vale. Pero por encima de esa edad, cualquiera mínimamente entendido en música y con dos oídos sabría de quién estamos hablando, le resultaría familiar su nombre o, al menos, le sonaría su inconfundible voz. 

Así que, cuando Mercedes salió al escenario y se puso a cantar ‘Vivimos siempre juntos’, una de las canciones más conocidas que ha interpretado a lo largo de su carrera, y vi que los tres coaches, Antonio Orozco, Pablo López y Alejandro Sanz, eran incapaces de reconocerla, aluciné. Pero cuando ya ni siquiera se dieron la vuelta, sentí un desgarro. Laura Pausini tiene justificación porque en la época de La Movida Madrileña todavía una cría que vivía en un pueblo italiano.


No lo vi en directo. Casi mejor, así el episodio no me pilló tan por sorpresa cuando recuperé la grabación para comprobar con mis propios ojos lo que había sucedido. Sanz, López y Orozco no se volvieron porque pensaban que la concursante estaba imitando demasiado a la artista real. “Sonaba igual que la voz original”, le dijeron después. Claro, como que era la voz original. Pero ninguno mencionó el nombre de la artista, probablemente porque ni se acordaban de cómo se llamaba aquella colega que cantaba la canción de Nacho Cano. 

Me dio por pensar que probablemente ni Mick Jagger pasaría la criba de las audiciones a ciegas. Porque ¿qué criterio mueve a los coaches de este programa a escoger a uno u otro participante? Que no esté inventado, es decir, que suene distinto, único y genuino, parece. Al final todo se reduce a una cuestión de piel. En Twitter un compositor lograba condensar en su mensaje algo de lo que me bullía a mí por dentro.

Una vez superado levemente el cabreo inicial, me surgió otra duda: ¿Por qué una mujer como Mercedes Ferrer pasa por esto? Imagino que las cosas están difíciles a todos los niveles, mucho más en el sector musical. Por lo que veo, su penúltimo disco, C+V, lo publicó en 2018 gracias a una campaña de micromecenazgo y este año ha sacado el álbum Tiempo Real 2020, que incluye 14 canciones remasterizadas. Por cierto, lo he estado escuchando y merece mucho la pena. Lo tenéis a 6 euros en versión digital a través de su web. 

Viendo que la grabación del programa se realizó antes de la pandemia, Mercedes quizá simplemente se lo planteó como un desafío, una manera de ponerse a prueba, un divertimento que también podía servir para darse a conocer ante otro público que está fuera de los circuitos tradicionales en los que ella se mueve. 

Como a todo hay que tratar de buscarle el lado positivo, me voy a quedar con eso. Sí, lo bueno de este episodio en La Voz es que quizá haya gente que ha descubierto ahora a Mercedes Ferrer o que está aprovechando para 'revisitarla', como yo, que mientras escribo esto suenan de fondo todas las canciones que hay de ella en el bendito Spotify.

sábado, 5 de septiembre de 2020

Verti me ha hecho sentirme como Messi

Nuestro seguro del coche caduca el próximo día 18 de septiembre. Ya sabéis cómo funciona esto. Si no te manifiestas, automáticamente el seguro se renueva otro año y te cargan el importe de la póliza correspondiente al nuevo periodo anual. Es decir, que pagas por adelantado. 

Previamente, dos meses antes de su vencimiento, las compañías están obligadas a notificar a sus clientes la próxima finalización del contrato y si hay alguna modificación, por ejemplo, el clásico ajuste de la cuota. De este modo, los clientes pueden decidir si quieren o no mantener un año más la relación contractual con esa aseguradora, e incluso si desena ampliar o reducir las coberturas.

 

Nuestra aseguradora durante seis años, Verti, nos envió una comunicación el pasado 22 de agosto -anotad bien la fecha- en la que nos informaba sobre el nuevo precio de la póliza. El incremento de la prima no nos convenció, así que decidimos buscar una alternativa. Miramos en el mercado qué opciones había y elegimos la que consideramos más ajustada.

 

Dada la fecha en la que Verti nos contactó, dimos por hecho que no habría ningún inconveniente en comunicarle con quince días de antelación que nos dábamos de baja. Pero resulta que la Ley de Contrato de Seguro establece que sea un mes antes. Y es curioso, porque un mes antes todavía no sabíamos que nos iban a subir el precio. Quiero decir que no parece muy razonable que comuniques a tu cliente un cambio en las condiciones de su póliza no ya en un plazo inferior al que establece la legislación -dos meses-, sino cuando el tomador del seguro ya no tiene capacidad de reacción o negociación.

 

Lo entendéis, ¿verdad? Pues los sucesivos empleados de Verti que nos han atendido no parecen captarlo. Son como androides programados para soltar una lección aprendida de memoria: como hemos avisado de la no renovación fuera de plazo, se nos cargará la cuota anual en la fecha acordada. Por narices tenemos que seguir unidos a ellos por contrato un año más. Les explicamos que no queremos ser clientes a la fuerza, pero les entra por un oído y les sale por otro. Nos revolvemos y les hacemos ver que como estrategia de marketing resulta un poco fallida, que a día de hoy agarrar por los huevos al asegurado para que no se vaya no es la mejor manera de fidelizar, pero ellos no se salen de la linde.

 

Al principio yo casi estaba dispuesta a rendirme y claudicar, seguir con esta aseguradora y anular el preacuerdo con la nueva compañía que me ofrecía condiciones más ventajosas. Pero ahora, analizándolo fríamente, he llegado a la conclusión de que no quiero tener ninguna vinculación con una empresa que no cumple las normas, pero se remite a ellas cuando le benefician, en una particular ley del embudo en la que, por supuesto, se queda con la parte ancha y deja para el cliente la estrecha.

 

En fin, que devolveremos el cargo del recibo y nos arriesgaremos a que nos metan en una lista de morosos o que nos lo reclamen por la vía judicial. Estoy deseando explicarle a cualquier juez que si nosotros no hemos cumplido, Verti tampoco. Y a la ley me remito: artículo 22 de la Ley 50/1980, de 8 de octubre, de Contrato de Seguro.

 

        2. Las partes pueden oponerse a la prórroga del contrato mediante una notificación escrita a la otra         parte, efectuada con un plazo de, al menos, un mes de anticipación a la conclusión del período del             seguro en curso cuando quien se oponga a la prórroga sea el tomador, y de dos meses cuando sea el         asegurador.

 

        3. El asegurador deberá comunicar al tomador, al menos con dos meses de antelación a la conclusión         del período en curso, cualquier modificación del contrato de seguro.

 

Nosotros no vamos a evitar los tribunales como Messi, al que, por cierto, durante estos días he llegado a entender perfectamente. Sé cómo debe sentirse y por lo que está pasando, salvando las distancias, claro. La primera y fundamental diferencia no son los euros, sino el hecho de que él ama al FC Barcelona, sentimiento que evidentemente no compartimos nosotros por Verti.


Imagen de emilionav en Pixabay 

Me parece una estupidez intentar obligar a alguien a seguir a tu lado a sabiendas de que no quiere. Siempre me han dado mucha lástima esas personas que se resisten a dejar marchar a sus parejas cuando estas ya no quieren continuar con la relación y les suplican que no se vayan. Yo no obligaría a nadie a estar conmigo si no lo desea. No hay nada más patético.

 

Imaginad qué situación más incómoda le espera esta temporada al astro argentino y al resto de la plantilla. Porque él parece demasiado buena persona como para urdir planes maquiavélicos, pero otro en su pellejo quizá estaría tentado de boicotear el normal funcionamiento del equipo. Como cualquiera en nuestro lugar podría plantearse mantener la forzada relación contractual con Verti y liarse a dar partes. No es el caso. Nosotros preferimos cambiarnos ya al Manchester City, no esperar al próximo verano, y ya veremos si al final terminamos pagando la cláusula, que en nuestro caso significaría tener suscritas dos pólizas de seguros por un mismo coche. Ya os contaré.

 

 

 

 

miércoles, 5 de agosto de 2020

Amor de madre

Aviso que lo que vais a leer a continuación son problemas del primer mundo. Quiero decir que, aunque lo cuente con un punto de melodrama, no deja de ser una batallita de madre intensa que trata de lidiar con su prole adolescente.

 

Hace poco mi hijo de 15 años nos anunció su deseo de hacerse un tatuaje. No es algo que esté planeando a largo plazo. Le gustaría hacerlo, como muy tarde, cuando cumpla los 16, que es la edad legal a la que ya podría presentarse en el taller de un tatuador y marcarse la piel de por vida, eso sí, con el consentimiento de sus progenitores.

 

Para empezar, no tengo nada en contra de los tatuajes. No penséis que soy una carca que los asocia a un “Amor de madre” en el pecho o el bíceps de marineros o presidiarios, por favor. Yo no me he hecho ninguno porque prefiero ver de lejos las agujas y soy poco masoquista. Lo de sufrir voluntariamente no va conmigo. Que una aguja vaya perforándome la piel mientras me inyecta tinta en cada agujero, como que no me pone. Pero allá cada uno. Admito que, desde el punto de vista estético, algunos me parecen auténticas obras de arte en el cuerpo de los demás, aunque me saturan los que ocupan amplias extensiones de piel.


Fotograma de reportaje emitido en La Sexta


Le he dicho a mi hijo que espere a los 18 años para hacerse lo que quiera y que, por supuesto, se lo pague él. No estoy dispuesta a financiárselo. Pero no me entiende. Y me enseña fotos y vídeos de amigos que -dice- ya están tatuados. ¿De verdad hay padres que dejan tatuarse a sus hijos menores de edad? No solo eso. En el último intento que ha hecho para convencerme, me ha contado que la familia de su mejor amigo, en una especie de gesto de hermanamiento o más bien diría en un arrebato de exaltación de los vínculos familiares, ha decidido tatuarse el mismo motivo. Padres e hijos, el pequeño de 15 años, han consensuado el dibujo y ya solo queda cerrar día y hora para compartir algo más que los rasgos genéticos o el libro de familia. Cuando he escuchado la historia me ha venido a la mente un rebaño de reses luciendo la marca que les practican con hierro candente para identificar la ganadería.

 

No lo entiendo. Me confiesa una madre que su hija con 16 se hizo uno y se lo ocultó. Era invierno y las mangas largas propiciaron que tardara semanas en detectarlo. Cuando lo vio, pensó que era una calcomanía, pero al comprobar que seguía en el brazo de su hija días después, ya se decidió a preguntar. Así fue cómo se enteró de que la niña había falsificado una denuncia de robo del DNI donde figuraba que era mayor de edad, así no precisaba de la autorización materna para que el tatuador estampara el dibujo de una flor sobre su piel. La niña ni siquiera llegó a preguntar a sus padres si le dejaban, dio por hecho que no les iba a gustar la idea y prefirió tomar la iniciativa. Ahora tiene dos tatuajes más en otras partes de su cuerpo, estos ya realizados de ‘manera legal’, con la autorización firmada por la madre, que asumió que la hija iba a hacerlo con o sin su colaboración.

 

A veces, cuando escucho este tipo de historias, me planteo si no estaré extralimitándome como madre. Me lo suelo preguntar también cuando mi polluelo me reprocha que no le deje hacer cosas que los padres de sus amigos sí les permiten. Por ejemplo, llegar a casa a las dos de la madrugada. Lo siento, pero a mí no me parecen horas para un quinceañero, sobre todo cuando no hay ningún evento o justificación para trasnochar, mucho menos ahora, con el coronavirus al acecho. El mayor exceso que hago es marcar la medianoche como límite, una hora que siempre suele llevar añadido un margen de 30 minutos extra como resultado de las intensas negociaciones. A mi hijo se le daría de miedo lo del regateo en un mercado persa. Puede llegar a ser tan insistente que muchas veces terminas tirando la toalla y dejándole ganar el pulso simplemente por dejar de escucharle. Por pesado, vaya.

 

A veces el muy mamón me hace reflexionar. En particular cuando, como si estuviéramos en la típica película americana de juicios, cuestiona la distinta manera en que afronto estos asuntos en función de quién los plantea. Y me recuerda que a su hermana le he permitido perforarse las orejas ya en dos ocasiones desde los 14 años. Sí, mea culpa. Así que mientras me deja meditar sobre el tatuaje, ha empezado a darme la turra con que también quiere ponerse un pendiente, igual que su hermana. En esta lucha tengo claro que no voy a desgastarme porque llevo las de perder. Como con los cortes de pelo. Este es el último.



Pero volviendo al tema que nos ocupa y por rematar, me gustaría que entendierais que la principal razón por la que me resisto a permitirle tatuarse es su volubilidad. Mi hijo está en una edad en la que lo que adora un día lo detesta al día siguiente. No sé si es la edad o su carácter. La verdad es que desde que llegó a este mundo se ha caracterizado por cambiar de opinión con frecuencia cuando se trata de sus caprichos. Ha sido del Atleti, del Barça y del Madrid en tres temporadas seguidas. En busca de su deporte favorito, ha practicado natación, tenis, karate, fútbol y baloncesto. Y todo se le daba bien al pedazo de capullo.  La camiseta que no se quitaba ni para dormir ha terminado en el contenedor de la ropa usada después de tacharla de su ‘fondo de armario’, y su bañador favorito ya no quiere verlo ni en pintura porque no conjunta con ninguna de sus camisetas.

 

¿Entendéis ahora mis reservas sobre su deseo de hacerse un tatuaje? Prefiero que tenga edad para tomar esa decisión con todas las consecuencias y que, si se arrepiente de ella en algún momento de su vida, no me eche la culpa y me acuse de ser mala madre por haberle dado todos los caprichos. Hasta ahí podíamos llegar.

 

viernes, 24 de julio de 2020

Tengamos la 'no-fiesta' en paz

El Gobierno de Canarias ha lanzado una campaña para concienciar a la población sobre la manera de evitar los brotes de coronavirus. Imagino que habréis visto el anuncio. Si no, aquí os lo dejo.

 


Como veis, se trata de una tradicional reunión familiar. El abuelo cumple años y toda la familia se junta en casa como si no hubiera pasado una pandemia por nuestra vida. Comparten vasos, se dan abrazos, se besan, soplan velas, no se respeta la distancia interpersonal, no hay una sola mascarilla… Así que la historia del cumpleaños termina con el abuelo abriendo el último de los regalos que le han hecho sus seres queridos: un respirador al que le van a tener que enchufar en un hospital si alguno de los presentes era asintomático y le contagia el coronavirus.

 

Impactante, duro, realista… son algunos de los adjetivos que se han utilizado para calificar este anuncio. Yo más bien diría que es muy acertado.

 

La mayor parte de los brotes que se están registrando vienen de reuniones sociales, en particular encuentros con amigos y familiares. Somos tan básicos que damos por hecho que son los desconocidos quienes pueden estar infectados, no nuestros amigos o familiares. Así que bajamos la guardia.

 

Yo misma entono el mea culpa. Hace unas semanas estuve en una barbacoa familiar. Participábamos solo ocho personas, una de ellas mayor, y estábamos al aire libre, pero nadie llevaba mascarilla, compartimos comida de los mismos platos, estuvimos cantando con un karaoke… En fin. Allí estaban mis propios hijos que, después de un confinamiento estricto en el que no echaron de menos la calle, ahora no entran en casa. ¿Qué hago? ¿Les encierro? Me temo que eso es inviable. El único recurso que me queda es repetirles las recomendaciones y los riesgos que corremos todos si no las siguen. Pero sé positivamente que bajan la guardia cuando están por ahí con sus amigos. Se abrazan, se besan, chocan las manos y lucen poco la mascarilla. Quién me dice a mí que no van a traerme a casa el coronavirus o llevárselo a sus abuelas cuando vamos a visitarlas.

 

No creo que el principal peligro esté en el ocio nocturno regulado, es decir, en locales de copas y discotecas. Los empresarios de estos establecimientos pueden responsabilizarse de que se mantenga el aforo establecido, que la gente lleve mascarilla, que no baile, que no se mezclen grupos, pero en el momento que sus clientes traspasan la puerta y hacen su santa voluntad, ya no se puede echar la culpa al ocio nocturno. Yo apuntaría más a las reuniones sociales y a quienes relajan las medidas de seguridad cuando están con su círculo próximo, esos que confían más en el pariente o el colega que en su compañero de asiento en el metro. Y no hablo ya solo de los adolescentes que, por mucha pedagogía que hagas, van a seguir sintiéndose invulnerables y haciendo su vida de vacaciones como antes de la covid. Miro más a los adultos que, a pesar de que se les presupone más sentido común, no renuncian a unos tintos de verano con la cuadrilla bien apretaditos.

 

Lo peor es que se acercan las ‘no-fiestas populares’, recambio de las fiestas suprimidas por los ayuntamientos para evitar los rebrotes. Espero que los gobiernos locales y sus policías lo tengan previsto. Sospecho que en más de un lugar, tanto imberbes como talluditos van a encontrar una excusa para organizar con sus peñas encuentros 'gastronómicos' para honrar al santo patrón. Porque un verano sin fiesta patronal y litros de alcohol no es un verano.


El triunfo de Baco


 

 

domingo, 12 de julio de 2020

Un bote, dos botes, aquí llega el rebrote

Imagino que habréis tenido oportunidad de ver las imágenes de los seguidores del Cádiz montando una bonita aglomeración en los aledaños del estadio Ramón de Carranza pre-celebrando lo que podría significar el ascenso de su equipo a Primera División si ganaba o empataba en su partido contra el Fuenlabrada. Algunos sí llevaban mascarilla, incluso bien puesta, pero si este elemento no se refuerza con el distanciamiento social y la higiene de manos, no resulta tan efectiva. Mucho menos si estás dando botes abrazado a tus colegas y poseído por el júbilo. No sé si será cosa del karma, pero al final el resultado del partido fue el único que no justificaba la fiesta. Perdieron. Así que los aficionados cadistas se anticiparon, pero podrán seguir jugando a la ruleta rusa e incluso contribuir a aumentar los 19 brotes activos y 349 contagios reportados este domingo en Andalucía.

Quizá también habéis visto la estampa que dejó un concierto de música electrónica en Niza la noche del sábado, con las mascarillas brillando por su ausencia y los miles de asistentes bailando, bebiendo y mezclándose sin ningún temor, como si no llevara el país vecino más de 170.000 casos de coronavirus detectados.

No son hechos aislados. Cada día las redes sociales se encargan de viralizar fiestas masivas en discotecas cerradas o botellones multitudinarios donde se comparten todo tipo de fluidos corporales, a pesar de que venimos de un confinamiento decretado para contener la expansión del coronavirus.


Pero no hay que irse de juerga para tentar a la covid. Yo misma he visitado esta mañana el IKEA de Alcorcón (Madrid) y en algunos pasillos de su exposición de muebles coincidíamos tantos clientes que resultaba complicado que corriera el aire. Aún sin música dance ni chirigotas que animaran a dar saltos o bailar, no teníamos nada que envidiarles a los de Cádiz y Niza. Eso sí, todos con mascarilla, pero sin control de aforo ni personal que facilitara el flujo ordenado.


Imagen de Prawny en Pixabay 

 

Yo no iba buscando una aglomeración, aunque es evidente que un domingo de la nueva normalidad IKEA va a seguir siendo lo más alejado a un retiro espiritual. Quiero decir que no es fácil querer reanudar la vida tal y como la conocíamos. Y no es por justificar a los que se comportan como si no hubiéramos tenido las UCI colapsadas y los féretros en pistas de hielo, pero comprendo que haya quien considera que vivir sin asumir riesgos no es vivir y mientras les dejen, van a seguir disfrutando del verano, el calor y el final de Liga. 


Ese es el problema. Queremos volver a hacer la vida que hacíamos antes del coronavirus. Queremos fiesta, barbacoa y perreo. Queremos que la economía remonte rápidamente y los negocios recuperen el ritmo perdido. Pero todo esto es incompatible con la nueva realidad. Y aunque las autoridades nos lo recuerdan, como no hay prohibición de por medio, vamos de rebrote en rebrote directos a una nueva desescalada por fases, pero en sentido inverso.   

 

viernes, 26 de junio de 2020

En qué piensas cuando saboreas un Conguito

Myriam es una francesa que lleva viviendo en España tres años y medio. Explica que una de las cosas que más le sorprendieron cuando llegó aquí fueron los Conguitos, las famosas bolas de chocolate rellenas de cacahuete. Y no porque fuera especialmente golosa, sino por el envoltorio. Le chocó que en este país se comercializara un producto que utilizaba como reclamo el dibujo de lo que supuestamente debían ser pequeños negritos congoleños. Ahora Myriam ha abierto una recogida de firmas en la plataforma Change.org para pedir a Chocolates Lacasa, empresa fabricante de la mítica golosina, que deje de utilizar la marca Conguitos y el dibujo asociado porque considera que estigmatiza a la población negra y perpetúa un racismo cultural. Además, sugiere que pida disculpas públicamente y que dedique parte de sus beneficios a organizaciones que luchen contra el racismo.

 

Myriam no es la primera que alucina con este dulce ni esta polémica es nueva. Hace tres años otro extranjero de paso por nuestro país compartía en redes sociales una foto de una bolsa de Conguitos que vio en el supermercado y que le dejó también desconcertado. Y antes que ellos, hubo otros. De hecho, a principios de este siglo una profesora universitaria inició una recogida de firmas para pedir el cambio de su imagen por considerar que hería la sensibilidad e insultaba a millones de africanos.

Hay que decir que Lacasa ha ido suavizando la imagen de este producto a lo largo de los años hasta llegar a 2011 cuando, para celebrar el 50 aniversario de la marca, lanzó un nuevo diseño que se parece más al que encontramos ahora en las estanterías de las tiendas, un dibujo que podría ser un crío congoleño sin orejas o simplemente la personificación del cacahuete chocolateado. Por supuesto, este es menos guerrero que su abuelo, que aparecía en grupo y con lanzas. Corría la década de los 60, el Congo se había independizado y los responsables de la marca quisieron aprovechar el tirón de la exótica moda. Hoy, evidentemente, no lo harían. Por eso durante los últimos años han ido tratando de “actualizar” su imagen para hacerla más políticamente correcta y adecuada a estos tiempos, pero sin modificar las propiedades del producto ni su nombre, que ya está completamente integrado en la memoria y el paladar del consumidor.


 

 

Una semana después que Myriam, otro usuario de Change.org también ha pedido lo mismo en esta plataforma, incluso replicando textualmente partes de la petición de la francesa. Preserva su identidad bajo el ya célebre eslogan Black Lives Matter, recuperado por un movimiento internacional antirracista surgido tras la muerte del negro George Floyd a manos de la policía en Minneapolis. Ha sido precisamente a raíz de este lamentable suceso cuando se han multiplicado las reivindicaciones para exigir la igualdad de las personas negras y las protestas contra todo aquello, nuevo o viejo, que aparentemente haga de menos a los individuos de esa raza, sin pararse a analizar el contexto. Así fue cómo tuvimos que asistir al sinsentido de ver a la cadena HBO retirar primero de su catálogo y volver a recuperar después la película 'Lo que el viento se llevó' porque algunos no entendieron que no hacía apología de nada sino que, sencillamente, reflejaba una época histórica.

 

Otras marcas, al rebufo de la polémica, han aprovechado este momento tan idóneo para anunciar que cambian nombre e imagen por estar tradicionalmente basados en estereotipos raciales. Es el caso de los siropes y tortitas Aunt Jemina, comercializados en EEUU, en cuya etiqueta aparecía claramente la imagen de una esclava negra, personaje real de la cocinera en quien estaban inspirados. Paradojas de la vida, la parte interesada, es decir, la propia familia de la mujer protagonista de esta gama de productos rechaza el cambio porque siempre han considerado un orgullo que su imagen represente a la marca desde 1925.

 

Siento desilusionar a Myriam y a ‘Black Lives Matter’, pero me temo que ninguna de sus peticiones va a prosperar. Me extrañaría que Lacasa estuviera dispuesta a renunciar a un nombre ya asentado y reconocido, más cuando técnicamente no se trata de ningún gentilicio que pueda asociarse a los niños oriundos del Congo, por mucho que los más viejos no puedan evitar relacionarlos. Tampoco el dibujo actual refleja a un crío congoleño, ni su variedad en chocolate blanco pretende recordar a un albino africano. Admitámoslo, lo único que quedan son reminiscencias de aquella decisión empresarial, más o menos acertada, estereotípica e ingeniosa para su época, que terminó con el nacimiento de Conguitos. Estoy segura de que las nuevas generaciones de consumidores lo único que ven en el envoltorio es el propio snack, es decir, el cacahuete chocolateado en forma de mascota, con su cabeza y extremidades. Yo misma, las pocas veces que cae en mis manos alguno, confieso que lo saboreo sin pensar más que en el exceso de azúcar.


De todas formas, si me equivoco y lo que ahora es una simple anécdota se convierte en un clamor popular que obliga a Chocolates Lacasa a reconsiderar la petición, le sugiero a la empresa que sustituya el nombre de Conguitos por 'Lacasotes' -dado que Lacasitos ya está pillado y M&M's también- y al diseñador creativo, que se limite a cortarle cabeza y extremidades al pobre muñeco y a evitar los labios carnosos. Al final puede que el cambio no sea tan traumático. Recordemos que Don Limpio antes era Mister Proper.

 

Mientras tanto, seguiremos entretenidos con el acalorado debate que se ha encendido en las redes a cuenta de la iniciativa de estos ciudadanos a quienes, por cierto, invito a que después de esta cruzada sigan recogiendo firmas contra otras marcas o denominaciones que, en base a su argumentación, quizá también deberían desaparecer. Podrían empezar por el Ron Negrita y seguir con el brazo de gitano.


Por cierto, la República Democrática del Congo es noticia estos días por haber superado un nuevo brote de ébola en el este del país. Así que imagino que allí tienen otras preocupaciones.