Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

sábado, 28 de abril de 2018

Analfabetismo sexual

El instituto en el que estudian mis hijos nos manda una circular informando sobre unos talleres de sexualidad que se van a impartir este próximo mes de mayo. El mensaje añade que si no queremos que los niños asistan, se lo comuniquemos al tutor. No entiendo qué motivos podrían tener unos padres para privar a sus hijos de formarse en ese aspecto, pero cuando se menciona esa opción debe ser porque se han dado casos de quejas por instruir a los chavales sobre sexo. En pleno siglo XXI, con el panorama que tenemos, sorprende que todavía haya padres temerosos e incómodos con la idea de que sus hijos de 13 años puedan aprender algo tan primordial. Lo más triste es que probablemente sus hijos ya hayan visto porno por internet. Ese es el verdadero problema. En vez de recibir la información de manera controlada, de una fuente de confianza, en un ambiente adecuado, esos críos dan por bueno lo que han visto en la pantalla de su smartphone. Piensan que ya saben todo lo que hay que saber sobre sexo y en realidad son unos analfabetos sexuales, al mismo nivel que aquellos a los que les tocó vivir en los tiempos en que no se hablaba de esas cosas.


Históricamente en este país hemos recibido una muy deficiente educación sexual y, aunque el sexo ya no es un tabú y se habla de ello con naturalidad, todavía ahora seguimos cojeando. Pensemos en los analfabetos sexuales adultos que las únicas instrucciones que han recibido a ese respecto son los primerísimos primeros planos de las películas X, un género que solo ha evolucionado rizando el rizo, elevando su dureza y el nivel de dificultad en posturas, variedades, accesorios…, pero donde el papel de la mujer sigue siendo tan pasivo como siempre. Los que han aprendido de sexo viendo esos peliculones no son conscientes de que el porno es mentira, es cine, ficción, es una especie de consolador para provocar la excitación del espectador, solo o acompañado, pero no un Pantone que establezca usos y costumbres amatorias.

No seré yo quien juzgue a nadie por tratar de emular a los maromos que ve en la pantalla, pero sí le recuerdo a quien decida jugar a este juego –y este es un principio básico de cualquier educación sexual- que para que jueguen y se diviertan dos (o tres, o cuatro…) debe ser de común acuerdo, con los cinco sentidos, y sin violentar, forzar o intimidar a nadie. Si esta última condición no se cumple, no es sexo, ni consentido, ni con sentido, es un atentado contra la libertad sexual, una agresión con todas las letras. Porque, que me perdonen los legisladores y los juristas, un abuso sexual, por muy pequeño que sea, para mí es una agresión. Que alguien, conocido o desconocido, te sobe una teta, te agarre el culo o te suelte una ordinariez echándote el aliento, yo lo considero ya una agresión. Así que entenderéis que para mí todo lo que sufrió la víctima de La Manada fue mucho más que un abuso sexual con prevalimiento, más que una agresión, fue un pedazo de violación múltiple como la copa de un pino.

Uno de los magistrados de la Audiencia de Navarra que juzgó este caso en primera instancia emitió un voto particular por el que pedía la absolución de los acusados. Para él no fue más que sexo en un ambiente de jolgorio. Me lo imagino visionando las grabaciones realizadas por La Manada y disfrutando de lo lindo. Ignoro si es o no asiduo consumidor de porno, pero lo que no cabe duda es que vio las imágenes con alma de crítico cinematográfico, poniendo especial interés en la interpretación femenina. “Innegable expresión relajada, sin asomo de rigidez o tensión”, lo que “impide sostener cualquier sentimiento de temor, asco, repugnancia, rechazo, negativa, desazón, incomodidad”. “Está claro que dolor usted no sintió”, llegó a comentarle a la víctima en el juicio. En cambio no veo por ninguna parte que interrogara a los acusados sobre esa fijación por meter sus penes, uno detrás de otro, en la boca a la chica, y penetrarla vaginal y analmente en varias ocasiones. Tampoco he oído en ninguna tertulia de actualidad si llegó a preguntarles sobre su nivel de gozo o si la escasa participación de la fémina en la fiesta les puso más o menos cachondos.

Desde mi punto de vista, y sin haber profundizado mucho más en el tema, magistrado y acusados comparten un supino analfabetismo sexual, aunque canalizado de distinta manera. Pensando en ellos y en todos los analfabetos sexuales,  voy a dar cinco claves para aprender a distinguir el jolgorio y regocijo sexual de lo que, según la sentencia, sucedió en aquellos Sanfermines:

-Para que lo de Pamplona hubiera sido un jolgorio sexual todos habrían acordado usar preservativo,  máxime si tenemos en cuenta que se acababan de conocer, en particular ella, por mucho que solo tuviera 18 años y un buen nivel de alcohol en sangre. Hay cosas con las que no se juega, y no me estoy pensando solo en un embarazo no deseado, sino en evitar el contagio de cualquier enfermedad de transmisión sexual. En este caso los penetradores no dieron opción. 

-Para que lo de Pamplona hubiera sido un jolgorio sexual, alguno de los cinco folladores tendría que haberse dignado a preguntarle a la fémina si disfrutaba, si le hacían daño, si tenía predilección por alguna postura en concreto, si quería probar otra cosa… Por si no lo sabíais, una buena parte de las mujeres somos lo que se llama clitoridianas, llegamos al orgasmo con la estimulación del clítoris. Y me parece a mí que allí nadie perdió el tiempo en esos menesteres, ni siquiera la interesada participó activamente en su propio placer. En general no le dieron mucha conversación, se limitaron a ensartarla por todos los orificios de su cuerpo. 

-Para que lo de Pamplona hubiera sido un jolgorio sexual, ella se habría atrevido a hacer comentarios picantes, con alguna frase estilo porno popular, del tipo "qué pedazo de rabo tienes", "dame más, dame más" o similar. En cambio los únicos sonidos que emite la víctima parecen ser gemidos de dolor.
  
-Para que lo de Pamplona hubiera sido un jolgorio sexual, todos los participantes habrían discutido sobre la idoneidad de grabar un vídeo de recuerdo con los mejores momentos de ese encuentro íntimo. Ocultárselo a una parte está muy feo, hasta el punto de que un jolgorio sexual puede concluir en el momento en que el inocente descubre la faena. En ese portal de Pamplona creo que nadie le consultó a la víctima si quería que la convirtieran en una estrella del cine porno amateur.

-Y por último, para que lo de Pamplona hubiera sido un jolgorio sexual, los participantes habrían intercambiado teléfonos al final de la sesión por si les apetecía repetir. Ya sabéis, lo de "Si alguna vez bajas por Sevilla…”, “Si alguna vez subís por Madrid…”. Eso sería lo más lógico. Siempre, claro está, que hubiera sido una experiencia sexual consentida, divertida y memorable. Algo que sospecho no tuvo nada que ver con lo que se vivió en aquel portal, al menos para la única mujer que había en esa melé.


Visto lo visto, ante la posibilidad de que legisladores y juristas no atinen con lo que las mujeres reclamamos a raíz de este caso, yo abogo por acabar con el analfabetismo sexual mediante un arma tremendamente efectiva, la educación sexual impartida desde la infancia y adolescencia. Para que los chicos/hombres entiendan que lo único que pedimos las chicas/mujeres es poder salir solas por la calle, llevar una minifalda o un escote, tomar unas copas de más si se tercia, llegar a casa después de anochecer, darle conversación a un desconocido, negarnos a hacer algo que nos incomoda o decidir cómo vivir nuestra sexualidad…, todo esto sin poner en riesgo nuestra integridad. Sin miedo a que en nuestro camino se cruce un tipo enfermo, incapaz de gestionar su apetito sexual, que confunda las señales y vea permiso donde solo hay amabilidad. Sin miedo a que nos asalte, que si nos resistimos, nos mate y que si nos dejamos hacer, se vaya de rositas porque parecía que estábamos gozando. ¿Es tanto pedir? Yo creo que no.

sábado, 21 de abril de 2018

"¿Pagar por publicar? No, gracias". La autoedición encubierta

El sapo que quería volar es el título de un cuento infantil que escribí hace algún tiempo y que he recuperado ahora animada por un amigo que está explotando activamente su talento como ilustrador. Como somos un poco inocentes y estamos algo locos los dos, nos hemos lanzado a la aventura de crear este librito para pequeñajos con la ilusión de que alguna editorial se atreva a publicarlo. Y aquí es donde empieza la fascinante historia que quiero contaros hoy.


Una vez seleccionado un puñado de editoriales especializadas en libros infantiles con cuyos productos no desentona nuestro cuento, les remitimos el material con el ruego de que nos indicaran si podían estar interesadas o no en incorporarlo a su catálogo. Sabemos que este mercado es complicado, que das una patada a una piedra y salen cientos de aspirantes a escritor, así que estábamos preparados para que no fuera un paseo. Nos dábamos unos meses de margen para recibir alguna respuesta, ya fuera negativa o positiva. Si durante ese tiempo nada ocurría, planeábamos volver a la carga con otros sellos del mismo sector. Así que cuando a los escasos quince días una de estas editoriales respondió al correo electrónico que le habíamos remitido, no podíamos creerlo. Una euforia contenida nos embargó al comenzar a leer el mensaje que decía:

“Tras la recepción de tu obra y tras la primera evaluación por parte de nuestro Dto. de Lecturas, y dado el posible potencial que vemos en ella y su adecuación a nuestra línea editorial, nos complace comunicarte que estaríamos interesados en publicarla dentro de nuestra colección XXXXXX para, posteriormente, promocionarla y distribuirla en nuestros canales (tradicionales y plataformas online)”.

Alguien ajeno a nuestro círculo vital se tomaba la molestia de echarle un vistazo a nuestro cuentito y parecía que le gustaba. ¡Qué subidón! El mensaje continuaba así:

Los contenidos y diseños de estas colecciones infantiles están especialmente creados para primeros lectores, ya que sus cuidadas ilustraciones, realizadas con técnicas diferentes, representan fielmente el texto de cada página, favoreciendo la iniciación a la lectura de los más pequeños. Disponibles en dos formatos: rústica y tapa dura”.

Vaya, consideraban nuestra obra al nivel de otros libros de su colección. Ya estaba viendo a nuestro pequeño en sus distintas versiones. Y distribuido por muchos colegios porque, como indicaba el mensaje, varios de los libros de estas colecciones han sido considerados como Material Curricular homologado por la Consejería de Educación de xxxx, en base a lo establecido en la Orden bla bla bla”.

En este punto la desconfiada que llevo dentro se puso tocapelotas y mi ego comenzó a desinflarse. No fue porque mencionaran que el texto necesitaba una corrección –es normal, lo hacemos con todos textos que nos llegan, hasta con los de autores de extensa trayectoria-; ni porque apuntaran que posiblemente podamos enriquecer tu obra con una serie de ideas complementarias y actividades que mejorarán el resultado final”. Tampoco porque nos adjudicaran ya colección, tapa dura, formato, páginas, etc… todo para que resulte un producto comercial lo más competitivo”, incluso el precio: 14,95 Euros (IVA incluido). No señor. El bajonazo llegó en el sexto párrafo del mail, cuando pasan a informarnos de las condiciones para llevar a cabo la publicación:

Eres un autor novel que nos ofrece una obra de calidad que se adecua a nuestra línea editorial y que transmite valores implícitos y, además, vemos en dicha obra el potencial comercial necesario para publicarla, apostando por ella, entre otras. Sin embargo, son muchos los manuscritos que nos llegan al mes con estas mismas características: autores sin trayectoria previa, pero con grandes ideas. Por lo que tenemos que volver a seleccionar, por falta de capacidad para asumirlas todas”.

Vale, ¿qué me están intentando decir, señores?, dije para mis adentros. No tuve más que seguir leyendo para encontrar la respuesta:

Por lo tanto, para dar viabilidad inmediata a tu proyecto, mostrando tú también tu confianza en tu obra y en que esta va a funcionar entre el público al que se dirige (comenzando por tu entorno cercano y tu ámbito local de influencia y abriendo, poco a poco, el camino a la distribución nacional), necesitamos que impulses el proyecto con una compra mínima de 200 ejemplares, con un descuento del 30 % del PVP, que te permitirá un beneficio tras su venta directa”.

¡Qué me estás contando! Me reservo los tacos con los que acompañé la exclamación. Pero entre que una tiene un punto masoquista y que me podía la curiosidad por saber hasta dónde serían capaces de llegar, mantuve el tipo y seguí leyendo impávida:

“Si te interesase comprar más libros por motivos propios (¡sin compromiso!) debes saber que los descuentos de autor sobre los mismos suben de forma progresiva, para que puedas lucrarte con tu compra de forma progresiva también (consultar cada caso)”.

¡Pero qué cachondos! Así que al final, resulta que si quiero que me publiquen esta obra que les ha parecido tan fantástica debo poner pasta. En concreto el presupuesto de la compra es: 14,95 Euros - 30 % x 200 ejemplares = 2.093 Euros (IVA incluido)”.

Para redondear la operación, el modo de proceder de esta editorial establece que el autor debe correr con el importe de los gastos por la corrección / adaptación que serán de 91,77 euros IVA, asumiendo el autor solo el 60% del precio: 55,06 euros IVA”. Digo yo que ya que tiene que pasar por caja para publicar, lo mismo al autor no le apetece que le retoquen su obra y mucho menos pagar por ello.

El memorable mensaje continúa informando que los simpáticos empresarios editoriales dan todo tipo de facilidades de pago, acomodándose a las sugerencias del autor. Incluso le ofrecen financiación externa a 12 meses sin intereses. Cuánta generosidad. Mirad:

“De esta publicación, de los libros que nosotros pongamos en distribución y venta online (no de los tuyos) recibirás, en concepto de derechos de autor, el 10 % del PVP (sin IVA) del libro”.

Es decir, que de los 200 cuentos que has tenido que comprarles y que puedes intentar vender entre los amigos, no te llevas derechos de autor. ¡Con un par! Entenderán que ya te han hecho descuento, así que para qué quieres más.

Voy a ahorraros el resto del texto. Supongo que es el que envían a los incautos soñadores que suelen mandar sus originales a las editoriales con la disparatada creencia de que podrían interesar a los editores y llegar a caer un día en las manos de los lectores. Solo os comentaré que insisten en la necesidad de que el autor se involucre activamente en la promoción de su libro y haga una presentación oficial donde aproveche para vender y promocionarlo, mientras la editorial se compromete a editar, gestionar y distribuir la obra.

No somos los primeros incautos ni seremos los últimos. Tampoco hay una única empresa que se dedica a pescar pezqueñines con las malas artes de la autoedición encubierta. Internet está lleno de testimonios. En resumen, que si para publicar con una editorial tenemos que pagarle, para eso mejor recurrir a cualquier plataforma de autopublicación que, al menos, va de cara y no te adula para conseguir tu dinero. Porque al final, lo peor de todo es que siempre te queda la duda sobre si realmente tu obra es de calidad o eso se lo dicen a todos.

viernes, 13 de abril de 2018

Feliz Día Internacional del Beso


El primer beso nunca se olvida. Me refiero al beso romántico. Más concretamente al morreo. Yo fui tardía. Tendría unos 17 años. Siempre había fantaseado con ese momento y quizá precisamente las altas expectativas que había ido creándome en torno a este asunto tuvieron la culpa de que me pareciera un asco. Recuerdo mi primer beso como una experiencia un pelín desagradable. Sentir una lengua ajena circulando descontrolada por mi boca fue un shock para mí. Así que, en vez de sentirme en el séptimo cielo o elevarme hasta la gloria, fui perfectamente consciente de cada segundo que pasaba y de mi deseo de que aquel intercambio de salivas terminara cuanto antes. Cerré los ojos, sí, pero por comprobar si no viendo la cara del galán me abstraía. Nada. Fue mi primer y último beso con el susodicho. Después cortamos. Afortunadamente vinieron otros labios, otras lenguas y otras bocas más apetecibles, con mayor destreza y mucho más agradables. Entonces sí, ya pude experimentar eso de las mariposas en la barriga, la nube, el deseo, la ceguera, la tontería…


Cada 13 de abril se celebra el Día Internacional del Beso. No es una fecha seria de esas que recoge Naciones Unidas en su calendario, sino una efeméride más popular que otra cosa. Surgió por una chorrada. Durante un certamen que premiaba el beso más largo, una pareja tailandesa batió su propio récord con un ósculo que duró 58 horas, 35 minutos y 58 segundos. Que me perdonen pero después del primer minuto, eso ya no es ni beso ni nada; es mantener juntos los labios y aguantar. De todo menos romántico. Imaginad estar más de dos días así, sin poder comer ni dormir ni lavaros los dientes… Me vienen a la mente dudas escatológicas que no voy a compartir. En fin, que a cuenta de esta idiotez, algunas ciudades del mundo empezaron a organizar concursos similares. Y así es cómo terminó estableciéndose esta fecha como el Día Internacional del Beso, para animar al personal a demostrarse su afecto mediante este gesto que no necesariamente tiene que darse de boca a boca ni es de uso exclusivo de las parejas de enamorados. También valen los besos en la mejilla, la mano o el pelo, de padres a hijos, de hijos a padres, entre amigos, incluso los besos de saludo cortés. Los expertos aseguran que los besos, cuando los das o te los dan voluntariamente -no valen los besos de Judas-, son capaces de despertar sorprendentes reacciones físicas y químicas en el organismo y constituyen el mejor antidepresivo. Con la que está cayendo, no sé cómo no pasamos todo el día fundiéndonos en besos.

Hoy es el típico día en el que, a falta de alguna parida más vistosa, los medios se hacen eco de este ‘Día de’ y aprovechan para recopilar obras de arte y fotografías de parejas enroscadas o lugares consagrados al beso. Aunque, ya que estamos, lo suyo es rendir tributo a esta fecha con una película. No he llorado tanto en el cine como con la escena final de CinemaParadiso en la que Totó, el niño protagonista, ya convertido en adulto, visiona una película que le dejó como regalo su amigo Alfredo, el viejo proyeccionista de cine: un montaje con escenas que había tenido que cortar obligado por la iglesia antes de su proyección y había ido guardando. Una sucesión de besos míticos de parejas cinematográficas que los censores de la época consideraron pecaminosos pero que vistos hoy son todo candor.



Espero que seáis de los que no desperdiciáis la oportunidad de demostrar vuestro cariño con besos, independientemente del calendario. Entonces no necesitáis ver este vídeo para motivaros. De lo contrario, si no es así, si os cuesta eso de parecer humanos, hoy tenéis la excusa perfecta para hacerlo sin que se resienta vuestra reputación.

sábado, 7 de abril de 2018

Másteres de mi universo


Acabo de terminar un Curso de Introducción a la Producción Audiovisual impartido por la Universidad Nacional Autónoma de México. He sido una alumna muy aplicada y constante, así que he recogido los frutos de todo ese esfuerzo traducidos en un expediente formidable. El trabajo final ha consistido en la realización de un vídeo en el que debíamos poner en práctica toda la teoría aprendida. Algunos compañeros lo han valorado con la puntuación máxima, así que os podéis imaginar que me siento muy satisfecha. Ahora tengo dudas sobre si incorporar esta formación a mi currículum.


Y es que, así contado, parece que me he calzado un pedazo de máster. ¿A que sí? Bueno, pues en realidad no he viajado hasta México para hacer el curso. Ojalá hubiera podido. Lo he hecho a distancia, por internet, a través de una plataforma de MOOC (Massive Open Online Courses). Por lo tanto no he asistido a ninguna clase presencial ni tutoría, me he limitado a ver unos cuantos vídeos y seguir las instrucciones que aparecían en la pantalla. Es cierto que he realizado cada una de las pruebas que se me pedían, pero a la hora de hacer los exámenes nadie controla si copias o buscas ayuda de manera ‘algo irregular’, así que si te lo propones puedes hartarte de conseguir el 100% de aciertos. Depende de las ganas de autoengañarte que tengas.

Lo del vídeo final es real, aunque no lo grabé para la ocasión; el guión que había escrito -y que se suponía debía haber rodado- era complicado porque precisaba demasiada logística, así que tiré de grabaciones que tenía en el móvil y me monté un peliculón. Lo de que lo han valorado muy bien es real, pero también es cierto que yo le di la máxima puntuación a dos trabajos de compañeros que, a decir verdad, me parecieron francamente mejorables, pero me dio lástima privarles de la satisfacción de haber concluido el curso con honores. Por cierto, no tengo el título. En esta plataforma de formación online te ofrecen la oportunidad de aprender de manera gratuita, pero si quieres un certificado que acredite que sabes, debes pasar por caja. Son solo treinta y tantos euros, pero me parecía una chorrada. En realidad yo solo me apunté a este curso por mi enfermiza curiosidad, no para engordar mi currículum.

Tengo también un diploma que me avala como árbitro de balonmano, una disciplina sobre la que no conozco ni las normas. Todo fue producto de un error. Yo participé hace siglos en un campus de baloncesto, deporte que practiqué en mis adolescencia. Al terminar el fin de semana nos dieron una especie de certificado que ni siquiera miré. Cuando llegué a casa y lo mostré orgullosa, descubrimos que lo que ponía en el papel es que había realizado satisfactoriamente un curso de árbitro de balonmano. Naturalmente nunca lo he incluido en mi CV ni he presumido de conocimientos en esa materia, porque no los tengo. Y al final, como dice el refrán, se pilla antes a un mentiroso que a un cojo.

Os cuento todo esto al hilo del tema estrella de estos últimos días. Siempre he sido contraria a los másteres. Creo que son un sacacuartos. No entiendo por qué no se puede adquirir la especialización dentro del grado -o la licenciatura en mi caso-, por qué hay que pagar un extra y alargar tu formación después de completar una carrera. Pienso en los que no andan sobrados de dinero e hipotecan su vida para poder hacer uno de estos posgrados. Leía en Twitter una interesante reflexión que decía algo así como que cuando los hijos de los pobres conseguimos llegar a la universidad y tener titulación superior, los ricos se inventaron los másteres, para seguir estando por encima de los pobres.

Yo no tengo ningún máster, por mis remilgos y también –he de confesarlo- porque no dispongo ni del tiempo ni del dinero para apuntarme a uno. Pero estoy segura que encontraría alguno interesante que me convendría, sobre todo de cara al mercado laboral. Os aseguro que ya son pocas las ofertas de empleo en las que no figura como requisito contar con un puñetero máster. Los empresarios deben pensar que así se aseguran candidatos con una cualificación extra, mayor nivel, compromiso con el trabajo y capacidad de esfuerzo. Pero al final sucede lo contrario, porque en vista de que o pasas por el aro o te quedas fuera del mercado, la gente afronta sin interés y como un trámite obligado e inevitable eso de sacarse el máster, y procura que le dé pocos quebraderos de cabeza. Así es como ha surgido un floreciente negocio en torno a esa fiebre por conseguir sin despeinarse uno de esos títulos para embellecer el currículum. Unos cuantos han visto negocio a base de dar servicio a esos vagos y escribirles su trabajo fin de master por un módico precio. Es una especie del Rincón del vago personalizado y profesionalizado. Lástima que no se me ocurriera a mí antes esa idea...

Que no tenga tiempo ni ganas de gastar dinero en másteres no significa que no haya invertido tiempo y esfuerzo en completar mi formación. Son humildes cursitos, pero para mí es como si fueran los mejores másteres de mi universo. Solo he pagado por uno: el de Comunicación Corporativa 2.0. Fue porque lo impartía la Escuela de Unidad Editorial y tenía el inocente convencimiento de que, quizá estando detrás el emporio del periódico El Mundo, me serviría de algo. Pero ya veis que solo me sirvió para engordar mi historial. El resto han sido gratis y online total: De Analítica Web, de Marketing Digital, de SEO, de Adobe Illustrator, de Liderazgo, de Redacción para Internet, de Habilidades para la era digital, de Blockchain básico para periodistas o de Creación de Landing pages. Por cierto, acabo de empezar uno que se titula ‘¿Cómo persuadir? Jugando con palabras, imágenes y números’. ¿A que promete?