Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

sábado, 19 de septiembre de 2020

No tengo ni idea de cómo se frena una pandemia

Con el comienzo del mes de septiembre, mi trabajo ha pasado a ser semipresencial, con lo que un par de veces por semana tengo que desplazarme hasta mi oficina, en plena Gran Vía de Madrid, desde la ciudad dormitorio en la que vivo a 21 kilómetros de la gran ciudad. Para llegar hasta allí utilizo el transporte público. Primero un autobús interurbano y luego el metro. 

Soy afortunada, mi entrada al trabajo no coincide con la hora punta, en la que es materialmente imposible mantener ningún tipo de distancia con nadie, así que hasta ahora estoy pudiendo evitar sentarme codo con codo con algún extraño. Sí, todos llevamos mascarilla y, por lo general, la mayoría bien puesta. Además, procuro ir con las manos limpias y echarme gel hidroalcohólico cuando termino los dos trayectos. Nunca se sabe si la barra en la que me agarro para no caer en los frenazos la ha tocado algún asintomático. Luego trato de mantener las distancias con el resto de pasajeros con los que me cruzo por los pasillos del suburbano y las aceras de la calle, pero es complicado porque no depende solo de uno. El otro día en unas escaleras mecánicas, por cada peldaño que yo bajaba para separarme de la persona que iba detrás de mí, demasiado cerca para mi gusto, ella bajaba también otro. Y así estuvimos hasta que llegamos al final. 


Cuando escucho decir que el transporte público es un lugar seguro y que hasta ahora no se ha podido documentar ningún brote asociado, no puedo evitar preguntarme cómo están tan seguros. No puedo creer que ninguno de los positivos que están aflorando como setas últimamente en Madrid no haya usado un autobús o un metro en los días previos. Me gustaría saber cómo detectan que el origen del contagio se encuentra en un lugar y no en otro. Si yo ahora diera positivo en Covid y tuviera que aportar al rastreador de turno el nombre y teléfono de las personas con quienes he tenido contacto esta semana solo sería capaz de mencionar a mis conocidos; pero imagino que todos los desconocidos que han ido conmigo en los cuatro autobuses y cuatro vagones de metro en los que he viajado deberían también ser alertados, algo materialmente inviable ni con un millón de rastreadores. 

Entre esos viajeros seguro que había alguno que reside en Usera, Puente de Vallecas, Villaverde o en cualquiera de las zonas en las que desde este lunes la Comunidad de Madrid va a restringir la movilidad. Ellos podrán seguir saliendo de su territorio confinado si van a estudiar o a trabajar. Y eso harán, porque hay personas para quienes su disyuntiva vital es Covid o hambre. 

El día que conocíamos las nuevas restricciones, la presidenta regional manifestaba su preocupación porque en Madrid 1.500 personas se habían saltado en los últimos tres días la cuarentena a la que están obligados por contagio de coronavirus o por contacto estrecho con un positivo. 

Entre esas personas imagino que hay trabajadores precarios que no pueden permitirse faltar al trabajo porque de ello depende el pan de sus hijos. Ni siquiera se atreven a plantear a su jefe la situación por miedo a que les eche. Y probablemente aciertan. No todos los empresarios acogen de buen grado las bajas inesperadas en la plantilla y menos sin que medie una enfermedad que impida trabajar. 

Quienes no guardan la cuarentena quizá no son conscientes de que ponen en riesgo al resto de la gente o, si lo son, no ven otra alternativa que arriesgarse a ser una bomba vírica. En otros casos se saltan el protocolo sanitario por puro desconocimiento. Por no hablar de que muchos de ellos puede que vivan en casas pequeñas con hijos, parejas, padres, en un espacio reducido donde resulta imposible mantener un aislamiento preventivo del resto de los convivientes. 

La cifra de 1.500 ‘irresponsables’ que mencionaba la presidenta regional puede ser solo la punta del iceberg, porque no hay rastreadores suficientes como para controlar que todos y cada uno de los ‘cuarentenados’ están cumpliendo. 

No tengo ni idea de cómo se frena una pandemia. Para eso están los expertos epidemiólogos. Yo solo sé mirar y hacerme preguntas.

sábado, 12 de septiembre de 2020

Yo sí habría reconocido a Mercedes Ferrer

La cadena de televisión Antena 3 acaba de estrenar una nueva temporada del concurso de talentos La Voz. En el primer programa tenían preparado todo un sorpresón. Se presentaba como candidata en las audiciones a ciegas Mercedes Ferrer, una de las principales rockeras que ha dado este país, creo yo, junto con Luz Casal, Aurora Beltrán y Christina Rosenvinge. Una compositora cultivada -estudió en la Sorbona-, con amplia experiencia sobre los escenarios y una dilatada carrera que comenzó allá por mediados de los años 80, en plena Movida Madrileña. Figura relevante del panorama musical no solo en este país, sino también en Latinoamérica, llegó a codearse con Yoko Ono en Nueva York, telonear a The Cure y o colaborar con Nacho Cano y Bumbury. 



Puede que los menores de 30 años con pocas inquietudes artísticas no sepan quién es Mercedes Ferrer, vale. Pero por encima de esa edad, cualquiera mínimamente entendido en música y con dos oídos sabría de quién estamos hablando, le resultaría familiar su nombre o, al menos, le sonaría su inconfundible voz. 

Así que, cuando Mercedes salió al escenario y se puso a cantar ‘Vivimos siempre juntos’, una de las canciones más conocidas que ha interpretado a lo largo de su carrera, y vi que los tres coaches, Antonio Orozco, Pablo López y Alejandro Sanz, eran incapaces de reconocerla, aluciné. Pero cuando ya ni siquiera se dieron la vuelta, sentí un desgarro. Laura Pausini tiene justificación porque en la época de La Movida Madrileña todavía una cría que vivía en un pueblo italiano.


No lo vi en directo. Casi mejor, así el episodio no me pilló tan por sorpresa cuando recuperé la grabación para comprobar con mis propios ojos lo que había sucedido. Sanz, López y Orozco no se volvieron porque pensaban que la concursante estaba imitando demasiado a la artista real. “Sonaba igual que la voz original”, le dijeron después. Claro, como que era la voz original. Pero ninguno mencionó el nombre de la artista, probablemente porque ni se acordaban de cómo se llamaba aquella colega que cantaba la canción de Nacho Cano. 

Me dio por pensar que probablemente ni Mick Jagger pasaría la criba de las audiciones a ciegas. Porque ¿qué criterio mueve a los coaches de este programa a escoger a uno u otro participante? Que no esté inventado, es decir, que suene distinto, único y genuino, parece. Al final todo se reduce a una cuestión de piel. En Twitter un compositor lograba condensar en su mensaje algo de lo que me bullía a mí por dentro.

Una vez superado levemente el cabreo inicial, me surgió otra duda: ¿Por qué una mujer como Mercedes Ferrer pasa por esto? Imagino que las cosas están difíciles a todos los niveles, mucho más en el sector musical. Por lo que veo, su penúltimo disco, C+V, lo publicó en 2018 gracias a una campaña de micromecenazgo y este año ha sacado el álbum Tiempo Real 2020, que incluye 14 canciones remasterizadas. Por cierto, lo he estado escuchando y merece mucho la pena. Lo tenéis a 6 euros en versión digital a través de su web. 

Viendo que la grabación del programa se realizó antes de la pandemia, Mercedes quizá simplemente se lo planteó como un desafío, una manera de ponerse a prueba, un divertimento que también podía servir para darse a conocer ante otro público que está fuera de los circuitos tradicionales en los que ella se mueve. 

Como a todo hay que tratar de buscarle el lado positivo, me voy a quedar con eso. Sí, lo bueno de este episodio en La Voz es que quizá haya gente que ha descubierto ahora a Mercedes Ferrer o que está aprovechando para 'revisitarla', como yo, que mientras escribo esto suenan de fondo todas las canciones que hay de ella en el bendito Spotify.

sábado, 5 de septiembre de 2020

Verti me ha hecho sentirme como Messi

Nuestro seguro del coche caduca el próximo día 18 de septiembre. Ya sabéis cómo funciona esto. Si no te manifiestas, automáticamente el seguro se renueva otro año y te cargan el importe de la póliza correspondiente al nuevo periodo anual. Es decir, que pagas por adelantado. 

Previamente, dos meses antes de su vencimiento, las compañías están obligadas a notificar a sus clientes la próxima finalización del contrato y si hay alguna modificación, por ejemplo, el clásico ajuste de la cuota. De este modo, los clientes pueden decidir si quieren o no mantener un año más la relación contractual con esa aseguradora, e incluso si desena ampliar o reducir las coberturas.

 

Nuestra aseguradora durante seis años, Verti, nos envió una comunicación el pasado 22 de agosto -anotad bien la fecha- en la que nos informaba sobre el nuevo precio de la póliza. El incremento de la prima no nos convenció, así que decidimos buscar una alternativa. Miramos en el mercado qué opciones había y elegimos la que consideramos más ajustada.

 

Dada la fecha en la que Verti nos contactó, dimos por hecho que no habría ningún inconveniente en comunicarle con quince días de antelación que nos dábamos de baja. Pero resulta que la Ley de Contrato de Seguro establece que sea un mes antes. Y es curioso, porque un mes antes todavía no sabíamos que nos iban a subir el precio. Quiero decir que no parece muy razonable que comuniques a tu cliente un cambio en las condiciones de su póliza no ya en un plazo inferior al que establece la legislación -dos meses-, sino cuando el tomador del seguro ya no tiene capacidad de reacción o negociación.

 

Lo entendéis, ¿verdad? Pues los sucesivos empleados de Verti que nos han atendido no parecen captarlo. Son como androides programados para soltar una lección aprendida de memoria: como hemos avisado de la no renovación fuera de plazo, se nos cargará la cuota anual en la fecha acordada. Por narices tenemos que seguir unidos a ellos por contrato un año más. Les explicamos que no queremos ser clientes a la fuerza, pero les entra por un oído y les sale por otro. Nos revolvemos y les hacemos ver que como estrategia de marketing resulta un poco fallida, que a día de hoy agarrar por los huevos al asegurado para que no se vaya no es la mejor manera de fidelizar, pero ellos no se salen de la linde.

 

Al principio yo casi estaba dispuesta a rendirme y claudicar, seguir con esta aseguradora y anular el preacuerdo con la nueva compañía que me ofrecía condiciones más ventajosas. Pero ahora, analizándolo fríamente, he llegado a la conclusión de que no quiero tener ninguna vinculación con una empresa que no cumple las normas, pero se remite a ellas cuando le benefician, en una particular ley del embudo en la que, por supuesto, se queda con la parte ancha y deja para el cliente la estrecha.

 

En fin, que devolveremos el cargo del recibo y nos arriesgaremos a que nos metan en una lista de morosos o que nos lo reclamen por la vía judicial. Estoy deseando explicarle a cualquier juez que si nosotros no hemos cumplido, Verti tampoco. Y a la ley me remito: artículo 22 de la Ley 50/1980, de 8 de octubre, de Contrato de Seguro.

 

        2. Las partes pueden oponerse a la prórroga del contrato mediante una notificación escrita a la otra         parte, efectuada con un plazo de, al menos, un mes de anticipación a la conclusión del período del             seguro en curso cuando quien se oponga a la prórroga sea el tomador, y de dos meses cuando sea el         asegurador.

 

        3. El asegurador deberá comunicar al tomador, al menos con dos meses de antelación a la conclusión         del período en curso, cualquier modificación del contrato de seguro.

 

Nosotros no vamos a evitar los tribunales como Messi, al que, por cierto, durante estos días he llegado a entender perfectamente. Sé cómo debe sentirse y por lo que está pasando, salvando las distancias, claro. La primera y fundamental diferencia no son los euros, sino el hecho de que él ama al FC Barcelona, sentimiento que evidentemente no compartimos nosotros por Verti.


Imagen de emilionav en Pixabay 

Me parece una estupidez intentar obligar a alguien a seguir a tu lado a sabiendas de que no quiere. Siempre me han dado mucha lástima esas personas que se resisten a dejar marchar a sus parejas cuando estas ya no quieren continuar con la relación y les suplican que no se vayan. Yo no obligaría a nadie a estar conmigo si no lo desea. No hay nada más patético.

 

Imaginad qué situación más incómoda le espera esta temporada al astro argentino y al resto de la plantilla. Porque él parece demasiado buena persona como para urdir planes maquiavélicos, pero otro en su pellejo quizá estaría tentado de boicotear el normal funcionamiento del equipo. Como cualquiera en nuestro lugar podría plantearse mantener la forzada relación contractual con Verti y liarse a dar partes. No es el caso. Nosotros preferimos cambiarnos ya al Manchester City, no esperar al próximo verano, y ya veremos si al final terminamos pagando la cláusula, que en nuestro caso significaría tener suscritas dos pólizas de seguros por un mismo coche. Ya os contaré.