Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

viernes, 28 de febrero de 2020

El coronavirus y las probabilidades

Cuando escribo esto ya son 13 las mujeres que han muerto a manos de sus parejas o exparejas desde que comenzó el año. Hubo 55 en 2019 y ya suman 1.046 desde que se empezaron a contabilizar oficialmente en 2003.

Si hablamos de accidentes laborales, en 2018 fallecieron 652 personas durante su jornada de trabajo. Cuando analizamos los últimos datos de este 2020, el ritmo de caídos en “el tajo” resulta aterrador. Filtras en cualquier buscador de noticias con la palabra clave 'siniestralidad laboral' y lees 13 trabajadores muertos en País Vasco y Navarra, 4 en La Rioja, 5 en Galicia, 2 en Asturias, 3 en Madrid… y no sigo porque me salen demasiados obreros menos en solo un par de meses.

En la carretera también se dejan la vida muchos españoles. En concreto, el año pasado murieron en el asfalto 1.098 personas.

Tan peliagudas o más son las cifras de suicidios. Por encima de 3.500 según los últimos registros que se pueden consultar en la base de datos del INE. Se mantiene como la primera “causa externa de mortalidad”. En nuestro país cada dos horas y media alguien decide terminar con su vida, eso son diez seres humanos al día. Una barbaridad.

Provocan también escalofríos las cifras de personas muertas al año por enfermedades derivadas del nocivo hábito de fumar. Alrededor de 50.000 según Sanidad. Por cierto, la campaña más reciente de la gripe común dejó 6.300 bajas en la población.

En cuanto a la última cifra de fallecidos por ahogamiento, que engloba tanto los producidos en espacios acuáticos como los atragantados comiendo, superó los 3.000 casos. Otras tantas personas sufrieron una caída accidental y no vivieron para contarlo.

Imagen de Gerd Altmann en Pixabay  
No es que hoy me haya levantado con ganas de amargaros la existencia. Lo que quiero haceros ver es que hay muchas más probabilidades de que os ahoguéis con un trozo de jamón y que nadie a vuestro alrededor sepa desobstruiros las vías respiratorias mediante la maniobra de Heimlich, que de morir de una infección por coronavirus. Es comprensible que haya cierta histeria colectiva y que hasta el más dueño de sí mismo parezca poseído por la fiebre del COVID-19. No deja de ser un virus desconocido y todo lo nuevo nos predispone a estar híperexcitados. Y también, asumámoslo, hemos visto demasiadas series y películas distópicas y nuestra tendencia a creer en teorías de la conspiración nos pierde. Pero la realidad es que la baja mortalidad del coronavirus y su aparentemente sencilla curación, salvo que seas mayor o estés inmunodeprimido, nos induce a pensar que tampoco es para tanto. Que para virus chungo, el ébola.

Así que podíamos abandonar el peregrinaje por las farmacias en busca de mascarillas, no vaya a ser que dejemos desabastecidos a quienes realmente las necesitan. En cuanto a los medios de comunicación, deberíamos procurar no aumentar la psicosis narrando el aumento de casos positivos como si estuviéramos retransmitiendo los partidos de la Liga y cantando los goles del Carrusel Deportivo.  

Por cierto, se agradece mucho la buena disposición de las autoridades sanitarias informando puntualmente a la opinión pública, organizando comités de crisis y desplegando todos los medios habidos y por haber para contener la epidemia. Lástima que no se entreguen con la misma determinación a prevenir el suicidio, atajar la siniestralidad laboral o combatir la violencia de género. Solo esos tres problemas ganan por goleada a un coronavirus que, de momento, aquí mantiene su marcador a cero.   


P.D.(29-04-20)- Han pasado dos meses desde que escribí lo que acabáis de leer y la situación ha cambiado extraordinariamente. Por desgracia, en todo el mundo han muerto más de 200.000 personas, casi 25.000 de ellas en España. Resulta evidente que no es una broma, sino toda una pandemia. El virus ha encontrado en nuestro modo de vida, nuestra deficiente higiene, la debilidad del sistema, la falta de previsión y la poca capacidad de reacción de nuestros políticos el escenario perfecto para propagarse a toda velocidad y transformar nuestra vida.

viernes, 14 de febrero de 2020

Escandalizados con la realidad del posparto

La Academia del Cine de Hollywood y la cadena de televisión ABC rechazaron la emisión de un anuncio que el público americano debía haber visto durante las pausas publicitarias de la última gala de los Oscars. Se trata de un spot de la marca Frida, dedicada a comercializar productos para el posparto, que no escatima en realismo a la hora de mostrar en un cuerpo femenino los efectos de dar a luz, algo que a los responsables de la ceremonia les resultó demasiado gráfico. Juzgad vosotros mismos.


Como podéis apreciar, la protagonista es simplemente una mamá aún convaleciente que despierta en medio de la noche alertada por los llantos de su bebé y se ve obligada a levantarse de la cama con su vientre dado de sí. Vemos que se mueve con dificultad. Probablemente le tiran los puntos de la episotomía, por no hablar de la incomodidad de llevar una gran compresa para absorber las pérdidas de sangre de esos días posteriores al parto. La mujer necesita ir al baño, limpiarse cuidadosamente, aplicarse algún producto para desinfectar la herida e incluso tratarse alguna hemorroide que haya brotado con los esfuerzos realizados en el paritorio para expulsar el bebé. Las que hayan pasado por ello sabrán de lo que hablo. Todo esto se muestra en el anuncio sin filtro de ninguna clase. Es fácilmente comprensible, por tanto, la negativa de los responsables de la gran gala del cine a permitir que tanta escatología irrumpiera en medio del mayor y más glamuroso evento televisado a nivel mundial. ¡Claro, hombre! Son ganas de hacer sufrir a la audiencia innecesariamente. Mejor silenciar esa parte oscura de la maternidad. Mantengamos a la población viviendo en la ignorancia y creyendo en la cigüeña. Sigamos pretendiendo pintar el embarazo, el parto y el posparto como esa experiencia mágica con la que sueña cualquier hembra desde su más tierna infancia. Pero no osemos desvelar la realidad, no vaya a ser que alguna se eche atrás o que alguno vomite hasta la primera papilla. Honestamente creo que lo que de verdad inquietó a los censores no fue tanto la gran compresa-pañal, la maxi braga-rejilla de sujeción o el vientre dado de sí de la mamá, sino el instante en que a ella se la ve sin ropa interior o sentada en la taza del váter.

Imagen de OpenClipart-Vectors en Pixabay 
Pocos días después de esto, conocíamos en la prensa las fotos ganadoras del concurso de la Asociación Internacional de Fotógrafos Profesionales de Nacimientos. Sí, hay una asociación de fotógrafos especializados en captar toda la belleza y la miseria del momento en cuestión. Como os podéis imaginar, las instantáneas no dejan indiferente y eso se nota en los comentarios de los lectores del periódico que las publicó. Unos las consideran demasiado sangrientas, otros piensan que ese acto es demasiado privado como para fotografiarlo y no falta quien, asumiendo como milagro cotidiano el acto de parir, no le ve el punto estético.
  
El nacimiento de un bebé, ese acto tan extraordinario de crear una nueva vida, tiene un lado oscuro que no sé por qué motivo tratamos de ocultar. En un parto hay sangre, sí, todo el mundo debería saberlo. Tener hijos duele, por supuesto, nadie debería sorprenderse por ello. En cuanto al proceso de recuperación, también tiene lo suyo, así que no corramos un tupido velo.

Por cierto, hace algunas semanas la actriz Patricia Montero compartía una foto dando el pecho a su bebé, otro de los tabúes relacionados con la maternidad. Parece que nos cuesta aceptar que somos animales mamíferos. El caso es que muchos de sus seguidores elogiaron su gesto por entender que contribuye a que la lactancia materna en público se vea como algo natural. ¿Por qué hay que esconderse para sacarse la teta y alimentar a tu bebé? Lamentablemente no todo el mundo reaccionó de igual manera y la mamá tuvo que soportar de todo. No faltaron los que llegaron a criticarla hasta la náusea, acusándola de “sexualizar un momento precioso”. Definitivamente el problema no está en este tipo de imágenes, sino en los ojos de quienes las miran.

sábado, 8 de febrero de 2020

Canas al aire

Hace algunos meses decidí dejar de someterme a la dictadura de pasar por la peluquería cada dos o tres meses para camuflar con mechas mis incipientes canas. La idea de dejar de maltratar mi pelo a base de tintes era tentadora, pero mucho más la posibilidad de ahorrarme un buen pico. Confieso también que terminó de animarme ver cómo se convertía en tendencia entre algunas valientes mostrar con naturalidad los efectos del paso del tiempo en sus azoteas. Y digo valientes porque los mismos pelos blancos que convierten en maduros atractivos a los hombres, en las mujeres suelen ser interpretados como un signo de vejez y desaliño. En cualquier caso, yo pensaba que los pocos cabellos blancos que empezaban a asomar en mi cabeza parecerían reflejos en contraste con el color ceniza del resto del pelo. Ilusa de mí, no había caído en la cuenta de que las canas tienen vida propia, son rebeldes, presentan una textura distinta y parecen lo que son, canas.

Imagen de Lisa Redfern en Pixabay 
Desde que me despojé de todo el pelo teñido, la palabra ‘señora’ resuena en mis oídos con frecuencia. Parece ser la única manera que encuentran los menores de 30 años para dirigirse a mí o aludir a mi persona. A menudo, cuando la sueltan, tengo que reprimir un exabrupto, aunque el gesto en mi cara me delata. Estoy hasta el c*** de que mi edad condicione la forma en que se me trata y cómo se me valora. Tanto como que mis canas, líneas de expresión, párpados caídos o flacidez de brazos induzcan a la gente a formarse una idea equivocada de cómo soy y cómo me siento. Aún no estoy decrépita, amigos. Prácticamente comparto generación con Jennifer López y, aunque no lo parezca, si me lo propongo, casi puedo moverme igual. ¡Eh! Menos risas… La principal diferencia entre ambas es que a ella todavía la siguen contratando, aunque sea para animar el descanso de un partido de fútbol americano y estimular la imaginación de algunos.  

La última vez que actualicé mi currículum eliminé del archivo mi fotografía y mi fecha de nacimiento. Ya sé que es una tontería. No hay nada más sencillo que averiguar mi edad. Basta con fijarse en el año de graduación y echar cuentas. Pero con este gesto siento que priorizo mi experiencia y formación, y ya de paso obligo a los reclutadores a dedicarle más segundos a mi candidatura. Da igual que el final sea el mismo: descartarme.

Porque sí, lamentablemente, mis intentos por enrolarme de nuevo en alguna empresa están resultando infructuosos. Y como no sea porque lo que escribo y comparto libremente en las redes sociales está perjudicando a mi marca personal, todo me conduce a pensar que es mi edad la que se interpone entre el mercado laboral y servidora. El puñetero edadismo.

Estar sin empleo remunerado desde el mes de septiembre provoca que a veces me venga abajo. Sucede particularmente cuando escucho la misma respuesta en mi red de colegas –“Si me entero de algo te digo”- y cuando, en mis habituales batidas en Linkedin, Infojobs, Indeed o Quien TV, compruebo que no hay nada de lo que busco. A veces se ofertan puestos en Prensa y Comunicación en los que seguramente haría un estupendo papel, pero estoy convencida de que mi edad condena mi CV al montón de los rechazados y así no hay manera de llegar a la fase de la entrevista de trabajo, un cara a cara donde podría demostrar mis habilidades y quizá tendría alguna posibilidad.

En ocasiones, poseída por un ramalazo realista y práctico, abro el abanico y amplío mis preferencias. Eso no significa que tire la toalla y olvide mi objetivo, sino que aparco por un instante mis deseos y cambio al criterio de proximidad, a ver si me topo con un puesto en la zona donde resido en el que pueda encajar, a pesar de mi madurez, y que me reporte un sueldo a fin de mes, lo justo para vivir y seguir dedicando tiempo libre a lo que me gusta. En el catálogo que me proporciona el algoritmo abundan los empleos de Comercial, Teleoperador, Cajero, Personal de limpieza, Recepcionista, Administrativo, Animador de cumpleaños, Ayudante de cocina, Monitor de Zumba… Y todos con un mismo denominador común: requieren una experiencia de la que yo carezco. Porque, paradojas de la vida, aunque he pasado los 50 y soy toda una licenciada, lo único que sé hacer bien y en lo que tengo experiencia es en mi oficio.

Entonces, cuando estoy a punto de ser engullida por el círculo vicioso de la autodestrucción, de repente me da por pensar que:

-He criado dos hijos, así que podría incorporar a mi currículum 16 años de experiencia ejerciendo como una estupenda babysitter.

-Aunque las dos criaturas han sido bastante independientes y autosuficientes en su formación académica, han contado con mi inestimable colaboración para aprender las tablas de multiplicar, los tiempos verbales, las capitales, ríos, montañas y hasta el Present Perfect inglés, lo que me habilita -creo- como profesora particular.

-No soy la mejor cocinera, pero sé preparar menús de supervivencia y los sirvo en la mesa con tanta gracia como cualquier camarero. Por qué no traducir este talento como “experiencia en restauración”.

-Cuando mi madre y mi suegra se bloquean en el uso de internet, el móvil, la tablet o el ordenador, no tienen más que recurrir a mí para terminar pareciendo nativas digitales. No mentiría, por tanto, si incorporara a mi historial "pericia en la educación para adultos".  

-Con un aspirador, un trapo atrapapolvo y un estropajo dejo mi casa niquelada cada fin de semana, así que también podría sumar “destreza como asistenta doméstica”.

-Además llevo el control sobre los gastos familiares mensuales, lo que me incita a pensar que podría manejarme medianamente con los números en una oficina, otro detalle a incluir en mi historial.

-Sin olvidar que estoy muy acostumbrada a conseguir cosas extrañas contra reloj, como inventar un disfraz a última hora de la tarde para llevar al día siguiente a clase, solucionar una manualidad escolar con cualquier cosa olvidada en el trastero o recuperar buscando por los cajones y armarios de casa objetos perdidos que nadie encuentra. Así que también me planteo anotar la producción como una de mis 'skills'.

Mi duda es si los reclutadores valorarían todo esto por encima de mi edad. Dejadme adivinar. Estáis pensando que he elegido un mal momento para dejar las canas al aire. ¿A que sí?