Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

lunes, 19 de noviembre de 2018

Muy partidaria de Madrid Central

Puede que algunos os enfadéis conmigo hoy por lo que vais a leer a continuación, pero me arriesgaré. Voy a hablar de MadridCentral, el plan del ayuntamiento de la capital para restringir el uso del vehículo en el corazón de la ciudad. El proyecto, que entra en vigor a finales de este mes de noviembre, ha encontrado numerosos detractores, incluido el Gobierno regional, y no puedo entenderlo. Puede que algunas de las restricciones necesiten revisarse y consensuarse más con los que viven y trabajan a diario en la zona –y eso que la normativa, para mi gusto, es bastante generosa- pero, sinceramente, me cuesta entender que alguien esté en contra de hacer más habitable el centro de Madrid.


Estoy convencida de que va a ser como la ley antitabaco de Zapatero. Todos se echaban las manos a la cabeza cuando prohibió que fumáramos dentro de bares y restaurantes. Los agoreros vaticinaron cuantiosas pérdidas en la hostelería, iba a ser una auténtico desastre, nadie volvería a pisar un establecimiento de restauración… ¿Y qué ha pasado? Pues que ha sido con diferencia la mejor ley de Zapatero. Ya no nos acordamos de cuando una nube de humo flotaba en el ambiente, cuando los fumadores exhalaban las bocanadas de nicotina, alquitrán y miasmas contra los pinchos de la barra que luego te comías. O cuando volvías a casa y no podías disimular de dónde venías porque tu ropa y tu pelo te delataban.

¿Y qué me decís de las empresas? Aún recuerdo mi cenicero cargado de colillas al lado del ordenador, algunas consumidas sin dar una calada siquiera. Decían que los empleados perderíamos mucho tiempo de trabajo saliendo a la calle a fumar. Pero no señor. Si lo analizas, el que pierde tiempo ahora es el mismo que lo perdía antes, independientemente de que tenga o no hábito tan nocivo.

Hemos salido ganando, desengañaos. Como saldremos ganando cuando entre en vigor Madrid Central y comprendamos que es posible visitar el centro de la capital en transporte público o directamente andando. Que una ciudad con más peatones que coches es un lujo asiático… aunque no sea esta la expresión más acertada en vista de cómo son las urbes orientales. Pensad en vosotros como turistas. Cuando viajáis a otra ciudad, la mejor manera de conocerla y disfrutarla es pateándola. Precisamente es viajando como te das cuenta de que esta no es otra ocurrencia de la troupe de Carmena, sino que se trata de una tendencia en la mayor parte de las ciudades modernas y todo conduce a apostar por una movilidad sostenible reorganizando el paisaje urbano.

El argumento principal de la municipalidad para poner en marcha esta plan es reducir los niveles de contaminación en el centro. Pero estoy convencida de ganaremos muchas más cosas. Menos ruido, menos caos, más espacio. Todos nos beneficiaremos. Porque los comerciantes del centro, que están preocupados por las ventas, deberían saber que los que consumimos en sus establecimientos no llegamos allí en vehículo privado. Para eso elegimos los grandes almacenes con parking o el centro comercial del extrarradio. Pero quienes viven la ciudad paseando y parando a ver escaparates, se rinden más a la tentación de cruzar las puertas de sus negocios y comprar.

Eso sí. A un plan como este hay que exigirle una alternativa a la altura, es decir, un transporte público capaz de soportar la que se le viene encima. Porque si vamos a reducir la circulación en vehículo privado, habrá que contar con que autobuses, metros y trenes puedan dar servicio a todas esas personas que van a renunciar a moverse en su propio coche. Y ahí sí que me parece que tenemos una asignatura pendiente. Porque la manida gentrificación ha ido expulsando poco a poco a la gente del centro de Madrid para instalarla en el extrarradio. De modo que la mayor parte de los que seguimos visitando Gran Vía, Callao o Cibeles llegamos desde fuera, sufriendo a diario aglomeraciones en el metro, viajes en autobuses atestados o interminables esperas de trenes que pasan con retrasoSi ambas acciones no corren en paralelo, si los que apuestan por la movilidad sostenible solo se centran en retirar los coches del asfalto pero no en proporcionar alternativas,  habremos hecho un pan como unas tortas.

lunes, 12 de noviembre de 2018

El poder humano jugando a ser divino

Ando inquieta. Puede que hasta algo perturbada. La decisión del Gobierno de corregir por decreto al Tribunal Supremo en el asunto del impuesto de las hipotecas me resulta preocupante. Quiero decir que hasta ahora tenía la sensación de que era el santísimo Poder Judicial el que enmendaba la plana al Poder Legislativo y al Ejecutivo. El poder divino controlando al poder humano. Que podíamos estar tranquilos porque los tribunales velaban por nuestros derechos y bienestar. Que los jueces eran señores muy preparados, más que nadie, aunque solo sea por los años que andan estudiando y penando para sacarse durísimas oposiciones. Tipos que hacen un juramento de imparcialidad, de compromiso ético, de lealtad institucional. Honorables caballeros –y unas pocas damas, en proporción- que se limitan a interpretar la ley y hacerla cumplir. Cierto es que después de algunas polémicas sentencias había empezado a ser consciente de que la justicia no era tan ciega como la pintaban y que, bajo ese halo divino, había mucho de humano. Pero volvamos al punto de donde partía.

Después del último Consejo de Ministros, siento que un puñado de personas –el Gobierno-, que han accedido a ese puesto de manera accidental, solo por ir en una lista electoral votada por los ciudadanos, sin especial formación en ese asunto concreto,  pueden hacer y deshacer a su antojo, en función de sus intereses, estrategias, alianzas... Ya sé que este decreto debe ser convalidado por el Parlamento posteriormente y que la legislación que surja será a la que tengan que atenerse los tribunales. Pero hasta entonces, ya ha entrado en vigor y anulado una doctrina judicial. Todos estamos de acuerdo en que el Tribunal Supremo quedó bastante en evidencia cuando, durante quince días, mantuvo en vilo a todos y terminó corrigiendo su propia jurisprudencia. Nadie discute que ese impuesto, de seguir existiendo, no debería pagarlo el que se endeuda con una hipoteca. Pero llevamos 20 años haciéndoselo pagar. No hubiera estado mal esperar un poco más y analizar detenidamente el asunto, para que la improvisación no jugara malas pasadas. Valorar globalmente la situación, seguir ordenadamente los pasos que haya que tomar, comenzando por meterle mano a la legislación al respecto, y debatir en el hemiciclo, con los 350 representantes de la ciudadanía, cuál es el mejor modelo para el futuro.

Pero claro, hoy sabemos que una vez más PP y PSOE, el Ying y el Yang, los extremos que se tocan, los enemigos irreconciliables, han logrado pactar –a pesar de estar en plena ruptura de relaciones- la renovación del Consejo General del Poder Judicial, empezando por el propio presidente, Manuel Marchena. Y eso que la LOPJ dice bien claro que son los vocales del Consejo los que deciden quién de ellos ocupa la presidencia. Pero, para qué vamos a andar disimulando… Ya están, por tanto, repartidos nombres y puestos, esos que un día a lo mejor terminan mandando en la sala del Tribunal Supremo donde se analizarán recursos cuyo resultado, si no es lo suficientemente satisfactorio para el Gobierno, será enmendado vía decreto. El Ejecutivo corrigiendo a los que él mismo designó. El poder humano jugando a ser divino. 

miércoles, 7 de noviembre de 2018

Tratando de entender lo de Alsasua

Imaginad un parque en lo alto de un cerro. Desde ese punto alcanzas a contemplar las mejores vistas de la ciudad. Por no hablar de las épicas puestas de sol que te regala el atardecer con tan privilegiada orientación. Todo el mundo sueña con verlas. Pero hay un pequeño inconveniente. Una pandilla de chavales del barrio se ha adueñado de la zona. La han hecho suya. Los mismos que en su infancia se balanceaban en los columpios, años después se dedican a pintarrajearlos con spray de colores, como si marcaran su territorio. Han convertido el parque en su cortijo. Pasan allí las horas muertas. Hacen botellón, grafitean, mean contra los árboles, provocan a los transeúntes, ahuyentan a quienes ponen un pie en la zona, amenazan a los vecinos de otros barrios que se acercan a conocer el lugar y se enfrentan con aquellos que les recriminan su actitud.


 El parque es un bien público, de la ciudad, de todos, pero parece solo de unos pocos. Suyo. Ellos deciden quién pasa y quién no. Casi nadie se atreve a subir. Hay que tener tantas ganas como agallas. Los que lo hacen, prueban suerte temprano, a una hora incompatible con la agenda de los okupas del parque. Si no, se arriesgan a topárselos y quedar a merced de lo que se les antoje en ese momento. En el mejor de los casos, quizá solo tengan que aguantar sus provocaciones en forma de insultos, bromas y groserías. En el peor, salir corriendo.

Nadie dice que esa pandilla no pueda estar allí o que tenga que ser desalojada. El parque es grande y hay sitio para todos. La presencia de unos no tendría por qué molestar a los otros. Aunque unos se dedicaran a corear consignas contrarias a los otros. Podrían sencillamente ignorarse y limitarse a disfrutar de las vistas. Pero hay quien no lo entiende. Cuando alguien osa reclamar su derecho a usar el parque, recibe calificativos como loco, incendiario, kamikaze. Las autoridades están al corriente de la anomalía. De hecho, la policía patrulla con frecuencia la zona, pero hace la vista gorda. Solo interviene cuando ya no queda otro remedio, antes de que se llegue a las manos. Preguntado el responsable de seguridad sobre el problema, se limita a aconsejar a los que protestan por no poder acceder a la zona que busquen otro punto desde donde ver las magníficas vistas o la épica puesta de sol, porque entrar en el parque y enfrentarse a quienes lo tienen tomado, supone generar crispación y quebrar la convivencia.

Incomprensible, ¿no? Pues tanto como lo de Alsasua.