Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

domingo, 26 de mayo de 2019

¿Uniforme? No, gracias

De tanto en cuanto convertimos en noticia conflictos escolares relacionados con el uso del uniforme en centros privados y concertados. Mayoritariamente suelen tener su origen en la falda como atuendo obligatorio para las chicas. Ese es el caso de la última cruzada emprendida en un colegio de Madrid.

Lo que me extraña es que las movilizaciones no respondan al propio uso del uniforme. No entiendo por qué estudiar en un colegio ‘elitista’ debe llevar aparejada una determinada forma de vestir. Entendedme, sí alcanzo a ver que es una manera de distinguir la marca y diferenciarse del resto, pero me parece muy básica. En mi opinión, resulta mucho más efectiva la estrategia de los datos, es decir, asentar la reputación del centro en los excelentes resultados académicos de sus alumnos, no en vestirlos a todos de verde o de azul.


Al hablar del uniforme siempre se confrontan pros y contras, pero yo no le veo las ventajas. Directamente soy contraria y hablo con conocimiento de causa. En mi infancia fui a un colegio de monjas, femenino y concertado, en el que teníamos que ir vestidas con uniforme y, cómo no, con falda. Yo soñaba con vestirme con mi pantalón de peto de cuadros y pata campana, pero tenía que ponerme cada día esa falda tableada, ese polo blanco que picaba, esa chaqueta azul marino monjil, esos calcetines que debían ir por debajo de la rodilla y yo siempre llevaba por los tobillos, y esos mocasines oscuros. Era triste a más no poder. E incómodo. Si a la hora del patio querías correr, saltar a la comba o jugar al churro estabas condenada a enseñar la ropa interior. El día que teníamos gimnasia era inmensamente feliz porque tocaba llevar pantalón de chandal, aunque el modelo tampoco fuera para tirar cohetes. Al final de mi etapa de EGB, el centro experimentó una apertura, permitió la entrada de chicos y eliminó el uniforme. ¡Qué liberación!

Dicen los partidarios que el uniforme homogeneiza. ¡Venga ya! En mis años de colegio, aunque íbamos todas vestidas igual, resultaba evidente quién ‘manejaba’ y quién no. Se distinguía por el paño de la falda, la etiqueta de la chaqueta, la piel de los zapatos, la lana de los calcetines, el lazo de raso de la coleta o simplemente por la seguridad con que interactuaban las que estaban por encima del resto. Tampoco parecía que lleváramos la misma ropa. Mientras que la percha de algunas les permitía lucir con gracia ese uniforme de monja seglar, a otras no les favorecía en absoluto. Vamos, que las primeras parecían Julie Andrews en ‘Sonrisas y Lágrimas’ y las otras, Gracita Morales en ‘Sor Citroen’.

Otro de los argumentos que esgrimen las madres que se posicionan a favor del uniforme es que les evita pensar qué ponerles cada día a los chavales. Francamente, van a disculparme, pero eso es una chorrada. ¿Pensar? ¿Qué hay que pensar? Con pillar del armario ropa deportiva o cualquier pantalón y camiseta, van que chutan. Además, no ha nacido el niño que vuelva del colegio sin una mancha en la ropa, lo que obligaría a tener varios uniformes de repuesto.

Lo del uniforme ya no se circunscribe solo a la educación privada o concertada. Atendiendo a la petición de algunas familias, la APA del colegio público en el que estudiaban mis hijos ofreció hace unos años la posibilidad de implantar un modelo de uniforme voluntario. Y la respuesta que obtuvieron fue sorprendente. Numerosos padres se interesaron por la propuesta y sospecho que en su decisión inconscientemente había mucho de imagen. Admitidlo, cuando veis a niños vestidos de uniforme, lo primero que pensáis es que van a un buen colegio de pago. ¿A que sí? No en si los padres renuncian a devanarse los sesos cada mañana a la hora de elegir la ropa con la que irán al colegio.

Todos somos distintos, cada uno con su propìa personalidad, y nuestro atuendo también contribuye a crear la imagen que queremos dar de nosotros mismos. Cuando veo a mi hija y a sus amigas comprarse la misma camiseta, cuando me cruzo con familias cuyos hijos van vestidos exactamente igual o, lo que es peor, cuando comparten adultos y niños el mismo modelo, como si los padres buscaran un ‘mini-yo’…  me da urticaria. Aunque más rabia me da coincidir en un lugar público con alguien que lleva puesta la misma ropa que yo en ese momento, algo muy fácil teniendo en cuenta que siempre son las mismas tiendas de las mismas cadenas las que acaparan todas las zonas comerciales.

Qué manía con ser iguales. Si en la diversidad está la gracia. Creo que uniformarnos nos hace perder la singularidad para convertirnos en parte de un grupo. Dejemos el uniforme para los bomberos, la policía, los equipos de emergencia, los jugadores del mismo equipo de fútbol o el personal de un establecimiento comercial, para que cualquiera que los necesite los identifique claramente. Pero uniformar a los escolares, a mi entender, es innecesario. Que vayan con vaqueros, pantalón de tergal, chándal o falda, si les da la gana, no porque lo disponga el uniforme establecido.

sábado, 11 de mayo de 2019

Rubalcaba

Tuve la suerte, el placer y el honor de compartir un estudio de radio con Alfredo Pérez Rubalcaba hace muchos, muchísimos años. Allá por el 96 o el 97. Fue en el programa Déjate Besar, que conducía Jorge Albi en la extinta Onda 10, la entonces cadena musical de Onda Cero Radio. No me atrevería a atribuirme el papel de copresentadora, porque eso sería mucho decir. Más bien tenía una tarea organizativa en la trastienda de aquel caótico universo y aparecía de vez en cuando en antena para dar réplicas algo racionales a las disquisiciones filosóficas y oníricas de Albi.

El programa era básicamente musical, aunque contaba con colaboradores que presentaban secciones de todo tipo, donde lo mismo se hablaba de fútbol que de restaurantes o comics. De vez en cuando también había entrevistas. Por lo general, los que pasaban por allí eran cantantes y grupos de promoción discográfica, pero puntualmente invitábamos a otros personajes que nos resultaban interesantes.

Uno de los colaboradores de Déjate Besar era Nacho Goya, un tipo bonachón cuya hermana Pilar estaba casada con Rubalcaba. Aprovechando la coyuntura, Albi le pidió que utilizara el parentesco para convencerle de que viniera al programa. A mí aquello me pareció una temeridad. Yo que procedía de la “radio seria” no concebía que un político como él, que había sido ministro, aunque en aquel momento fuera un simple diputado en la oposición, perdiera el tiempo acudiendo a un programa tan loco como aquel. Pero resulta que aceptó y allí se presentó.


Descubrimos a un gran conversador, rápido de mente, inteligente y divertido, cercano y amable. Nunca tuve la sensación de que nos tratara con condescendencia, por eso de estar en una emisora musical de chichinabo y que el nuestro no fuera el programa de Iñaki Gabilondo. Más bien al contrario. Nos trató de tú a tú, participó activamente en la entrevista, habló de lo divino y lo humano, y nos hipnotizó por completo con ese movimiento de manos que le acompañaba al expresarse, y que convirtió en gag televisivo José Mota en un especial de Nochevieja, y con esa manera que tenía de contar las cosas.

Y es que a Rubalcaba daba gusto escucharle. Era un magnífico orador. Argumentaba como nadie. Cuando hablaba, brillaba. Y el resto no podía hacer otra cosa mejor que callar y seguir su discurso embobado. La retórica parlamentaria española perdió todo su lustre cuando él abandonó la primera línea de la política. Suya es la frase llena de retranca “En España enterramos muy bien”, que resumía las numerosas muestras de apoyo que recibió tras su renuncia, una sentencia llena de ingenio de las muchas que le hicieron célebre, como aquella con la que rechazó la oferta de la editorial Planeta para escribir sus memorias: “Lo que puedo contar no interesa y lo que interesa no lo puedo contar”, dijo.

Hace justo un año le escuchaba en una de sus últimas entrevistas, en el programa Más de Uno, de Onda Cero, con Alsina. Hablaba del fin de ETA, uno de sus mayores empeños durante su etapa en el Gobierno. Cuando acabó, no pude evitar mensajear a Carlos. De tanto en cuanto le doy la tabarra sobre la radio, por los viejos tiempos. Le imploré que fichara a Rubalcaba para el programa, ahora que estaba liberado del yugo de la política y era un simple profesor de Química. “No se deja”, me dijo. Lástima que ya no haya manera de insistir.



miércoles, 1 de mayo de 2019

Gracias, de corazón


La noticia de que Iker Casillas ha sufrido un ataque al corazón me ha recordado que tenía un asunto pendiente que contaros y que, en parte, está relacionado con lo poco que me prodigo por aquí últimamente.

El viernes 12 de abril, Viernes de Dolores, para más señas, mi madre sufrió un infarto de miocardio. Llevaba unos días con molestias que nunca llegó a identificar como síntomas de un fallo cardíaco. Más bien le parecía estar padeciendo alguna patología digestiva. De modo que estuvo soportando con estoicismo casi una semana lo que ella consideraba una serie de episodios de ardor en la boca del estómago, que decidió combatir con manzanilla. Y es que erróneamente tendemos a pensar que el infarto es solo cosa de ellos, cuando, según el Instituto Nacional de Estadística, en realidad mueren más mujeres que hombres a causa de problemas cardiovasculares.

Ese mismo día, cuando mi madre se dirigía a ver la procesión unas horas antes del susto, se sintió algo fatigada y lo achacó al cansancio propio de la caminata.  Pero cuando ya estaba con sus amigos a la puerta de la iglesia de San Julián, en Toro, esperando que sacaran a ‘La Dolorosa’, fue más que consciente de que algo no iba bien. El dolor iba en aumento. Notaba una opresión en el tórax que la atravesaba el cuerpo hasta la espalda. Sentía como si algo la aplastara y le impidiera respirar con profundidad. Pensó que sentándose cesaría esa terrible sensación, pero no. Aquello iba en aumento y al insoportable dolor físico se sumó la vergüenza de estar llamando la atención y quitándole el protagonismo del momento a la virgen. Puede estar tranquila. Los medios de la zona no recogieron el incidente. Por no hablar del miedo, mejor dicho, el pavor que –supongo- la invadió al pensar si aquello sería el final. Afortunadamente hoy, todavía con algo de miedo en el cuerpo, puede contarlo gracias a la intervención de un montón de personas a las que quiero mencionar y agradecer públicamente su ayuda.



GRACIAS…

-Al médico y la enfermera que se encontraban entre el público congregado a las puertas de la iglesia y que, sin que nadie reclamara su presencia, no dudaron en acercarse a ella en cuanto notaron que se sentía mal. Con el simple gesto de tomarle el pulso en la muñeca, detectaron de inmediato la gravedad de su estado.

-A quien llamó a una ambulancia para dar el aviso de la emergencia.

-A la voluntaria de Cruz Roja que ofreció su coche y la trasladó cuando comprobaron que la ambulancia no podía llegar porque los accesos a la zona estaban cerrados a causa de la procesión.

-A los profesionales que estaban en urgencias del centro de salud, que en primer lugar aliviaron su terrible dolor y luego tramitaron rápidamente su traslado al Hospital Clínico Universitario de Valladolid para que le salvaran la vida en su excelente unidad de hemodinámica. Afortunadamente la 'España vaciada' cuenta con servicios sanitarios punteros, aunque estén a 70 kilómetros de distancia y tengas que encomendarte al cielo y a la buena gente para llegar vivo hasta allí.

-A los profesionales que la trasladaron en ambulancia desde Toro hasta Tordesillas.

-A los profesionales que les tomaron el relevo en Tordesillas y la trasladaron en otra ambulancia distinta, mejor equipada, desde allí hasta Valladolid.

-A los profesionales que la estaban esperando en el Hospital Clínico de Valladolid e inmediatamente le practicaron con éxito un cateterismo para implantarle dos stent que dilataran su arteria obstruida.

-A los profesionales de la UVI del centro sanitario que la cuidaron esas primeras horas cruciales posteriores a la intervención.

-A los profesionales de la ambulancia que la trasladaron una vez estabilizada al Hospital Virgen de la Concha de Zamora.

-A los profesionales de la UVI del Hospital de Zamora que la mimaron durante un día más.

-A los profesionales que, pasado el riesgo inicial, la atendieron en la habitación 2320 de la planta de Cardiología otros tres días hasta darle el alta de este centro hospitalario.

-A los que ofrecieron sus casas cerca de ambos hospitales, por si necesitábamos alojamiento. Cuando tienes un familiar ingresado lejos de casa, la logística es complicada.

-A todos los que llamaron por teléfono para interesarse por la salud de mi madre y nos transmitieron su más sincera preocupación.

-A sus amigos que la acompañaron desde el principio, en especial a Vicente y a su hija Carmen, que son como un tío y una hermana para mí, que se comportaron como una familia con ella y que no la abandonaron ni un momento en todo este trasiego, hasta que pudo ir llegando su otra familia a tomarles el relevo.

A todos, de CORAZÓN, muchísimas gracias.