Tuve
la suerte, el placer y el honor de compartir un estudio de radio con Alfredo
Pérez Rubalcaba hace muchos, muchísimos años. Allá por el 96 o el 97. Fue en el
programa Déjate Besar, que conducía Jorge
Albi en la extinta Onda 10, la entonces cadena musical de Onda Cero Radio.
No me atrevería a atribuirme el papel de copresentadora, porque eso sería mucho
decir. Más bien tenía una tarea organizativa en la trastienda de aquel caótico
universo y aparecía de vez en cuando en antena para dar réplicas algo
racionales a las disquisiciones filosóficas y oníricas de Albi.
El
programa era básicamente musical, aunque contaba con colaboradores que presentaban
secciones de todo tipo, donde lo mismo se hablaba de fútbol que de restaurantes
o comics. De vez en cuando también había entrevistas. Por lo general, los que
pasaban por allí eran cantantes y grupos de promoción discográfica, pero
puntualmente invitábamos a otros personajes que nos resultaban interesantes.
Uno
de los colaboradores de Déjate Besar era Nacho Goya, un tipo bonachón cuya
hermana Pilar estaba casada con Rubalcaba. Aprovechando la coyuntura, Albi le
pidió que utilizara el parentesco para convencerle de que viniera al programa.
A mí aquello me pareció una temeridad. Yo que procedía de la “radio seria” no
concebía que un político como él, que había sido ministro, aunque en aquel
momento fuera un simple diputado en la oposición, perdiera el tiempo acudiendo
a un programa tan loco como aquel. Pero resulta que aceptó y allí se presentó.
Descubrimos
a un gran conversador, rápido de mente, inteligente y divertido, cercano y
amable. Nunca tuve la sensación de que nos tratara con condescendencia, por eso
de estar en una emisora musical de chichinabo y que el nuestro no fuera el
programa de Iñaki Gabilondo. Más bien al contrario. Nos trató de tú a tú,
participó activamente en la entrevista, habló de lo divino y lo humano, y nos
hipnotizó por completo con ese movimiento de manos que le acompañaba al expresarse, y que convirtió en gag televisivo José Mota en un especial de Nochevieja, y con esa manera que tenía de contar las cosas.
Y es
que a Rubalcaba daba gusto escucharle. Era un magnífico orador. Argumentaba
como nadie. Cuando hablaba, brillaba. Y el resto no podía hacer otra cosa mejor
que callar y seguir su discurso embobado. La retórica parlamentaria española
perdió todo su lustre cuando él abandonó la primera línea de la política. Suya
es la frase llena de retranca “En España enterramos muy bien”, que resumía las numerosas
muestras de apoyo que recibió tras su renuncia, una sentencia llena de ingenio
de las muchas que le hicieron célebre, como aquella con la que rechazó la oferta
de la editorial Planeta para escribir sus memorias: “Lo que puedo contar no
interesa y lo que interesa no lo puedo contar”, dijo.
Hace
justo un año le escuchaba en una de sus últimas entrevistas, en el programa Más
de Uno, de Onda Cero, con Alsina. Hablaba del fin de ETA, uno de sus mayores
empeños durante su etapa en el Gobierno. Cuando acabó, no pude evitar mensajear a
Carlos. De tanto en cuanto le doy la tabarra sobre la radio, por los viejos
tiempos. Le imploré que fichara a Rubalcaba para el programa, ahora que estaba liberado del yugo de la política y era un simple profesor de Química. “No se deja”, me dijo. Lástima que ya no haya manera de
insistir.
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