Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

jueves, 25 de enero de 2018

15 expresiones de la nueva jerga adolescente que deberías conocer

Paradojas de la vida. Cuando tienes un bebé deseas que crezca y aprenda a hablar rápido para poder comunicarte más fácilmente con él y no solo guiarte por sus berridos o tu intuición. Pero, tras unos años de cierta armonía, cuando llega a la adolescencia, esa etapa en la que resulta crucial entenderse, sucede un hecho insólito: compruebas que tu hijo y tú habláis idiomas diferentes. Entonces te preguntas en qué momento esa criatura a la que enseñaste a decir ‘mami’, ‘caca’ y ‘agua’, decidió incorporar a su lenguaje extraños términos que tú ignoras, con el único y maquiavélico propósito de dificultar tu comprensión y marcar distancias entre su mundo y el tuyo.

Supongo que yo hacía lo mismo cuando tenía 14 o 15 años. No lo recuerdo nítidamente porque desde los 80 ha llovido mucho, pero sí me acuerdo de expresiones como ‘dabuti’, ‘macizo’, ‘me piro’, ‘guay’ y muchas otras que utilizaba en aquella época a todas horas y debían descolocar igualmente a mis progenitores.

Llevo tiempo recopilando algunas de las expresiones de la jerga adolescente que mis hijos cuelan con frecuencia en nuestras conversaciones y he decidido compartirlas con vosotros, pensando que os serían de utilidad si tenéis niños en esa etapa crítica o encaminándose a ella. Incluso si no sois padres, asimilar todos estos conceptos puede aproximaros a esta nueva generación en cuyas manos dejaremos la responsabilidad de generar nuestras futuras pensiones. Aquí tenéis 15 expresiones del diccionario adolescente que deberíais conocer si queréis entenderles:

1.-Clavar el visto: Se refiere a las comunicaciones por Whatsapp. En concreto cuando envían un mensaje y el interlocutor lo lee pero no les contesta. Queda constancia de que lo ha visto por los dos tics marcados en azul y les cabrea que no haya una respuesta inmediata, porque interpretan ese silencio como indiferencia del que les ‘clava el visto’.

2.-No me trolees: Es lo mismo que no me vaciles, no me provoques. Deriva de la jerga de internet y alude a la práctica habitual del trol, ese usuario que tiende a crear polémica en un foro o comunidad virtual.

3.-Es una prank: Es una coña. Como muchos de los términos que están adoptando ahora los chavales, procede del inglés y se puso de modo por vídeos virales en Youtube que basan todo su éxito en mostrar bromas pesadas.

4.-Montar bardo: Armar lío, montar follón, liarla parda. Discutir acaloradamente o pelearse.

5.-No renta: Como habréis adivinado, porque es bastante evidente, se podría traducir como no merece la pena, no trae cuenta o no es rentable.

6.-Shippear: Viene a ser implicarse emocionalmente en la relación sentimental de una pareja, es decir, alcahuetear, querer o desear emparejar a dos personas que consideran que están hechas la una para la otra y vivir intensamente el romance como espectador. Para que el shippeo sea redondo inventan una palabra que mezcla los nombres de ambos. Por ejemplo, de Silvia y Alberto surgiría 'Silverto' o 'Alvia'.

7.-Ser boque: Significa no haberse liado nunca con nadie, que a estos niveles se asimila a no haberse dado nunca un morreo. A pesar de que mi hija me lo discute, entiendo que el término procede de boquerón, en concreto de una expresión más antigua que el hilo negro, ‘estar boquerón’, con la que se daba a entender que esa persona no tenía demasiado éxito en el tema amoroso.

8.-Qué cringe (pronunciado crinch): Lo dicen de alguien que les da vergüenza ajena porque creen que se pone en evidencia.

9.-Hay salseo: Hay líos, romances, cotilleos. Todo apunta a que la expresión procede del mítico programa de televisión ‘Salsa Rosa’.

10.-Frienzonear: Viene de ‘frienzone’ o zona de amistad, que es donde queda la relación entre dos personas cuando una tiende a enamorarse y la otra no. Normalmente 'frienzonea' la que no tiene interés en implicarse sentimentalmente y suelta eso de ‘solo como amigos’.

11.-Tirar ficha: Sería algo así como probar suerte para ver si ligan. En resumen, intentar camelarse a alguien con el propósito de buscar rollo.

12.-Pásame el vapo: Se lo dicen los amigos que comparten cigarrillo electrónico. Porque la moda ahora es vapear. Tienen la creencia errónea de que fumar con un vapeador es más sano que el tabaco, así que el más listo consigue uno, le echan una solución química que a saber lo que contiene y van pasándoselo como si fuera un porro.

13.-Qué circa: Se dice de alguien que hace el payaso. Se utiliza en femenino independientemente de que se aplique a hombre o mujer.

14.-Vasto/mazo: Utilizan indistintamente cualquiera de estas dos palabras cuando quieren expresar ‘mucho’. Por ejemplo: ‘Mola vasto’ o ‘Duele mazo’.

15.-Qué ladras: Expresión muy habitual que emplean cuando no les gusta lo que están oyendo. Sería el equivalente, salvando las distancias, a ‘¡qué coño dices!’.

Como estoy empeñada en entender a mis hijos, prometo seguir ilustrándome en este campo y compartir mis nuevos hallazgos en futuras entregas. 

viernes, 19 de enero de 2018

Yo sí entiendo la campaña #NoSeasAnimal

Imaginad que lo que vais a ver no son extractos encadenados de películas de ficción, sino situaciones reales del día a día.



¿Qué os pasa por el cuerpo cuando veis esto? ¿Vergüenza? ¿Apuro? Probablemente os chirríe y os parezca, como a mí, algo pasado de moda. Puede que, independientemente de vuestro género, no concibáis que algo así pueda suceder hoy en la vida real. Tampoco os avergoncéis si os ha hecho gracia. Es lo que pretenden todas esas películas, caricaturizar una realidad bochornosa y, aunque no lo parezca, cuestionarla a través de la risa. El problema es cuando algún hombre no capta la ironía y cree que imitar esos ramalazos es divertido e incluso agradable para la mujer que los padece.

Hubo un tiempo en que se llevaba el piropo. Era algo muy español. Todo un arte. Las mujeres estaban acostumbradas a que los hombres alabaran su apariencia. Cierto es que los caballeros eran más educados con las damas y el mensaje quedaba diluido o refinado por el envoltorio. Ese tiempo ya pasó. Las mujeres han evolucionado y ya no esperan que las silbe cualquiera por la calle. Pero son muchos años de convivir con esa práctica tan arraigada, de modo que a algunos hombres les está costando más evolucionar. En lo único que han experimentado algún cambio o avance es en el nivel del piropo, mucho más soez y menos inocente que en sus orígenes.

Pensando en frenar a ese espécimen, la Junta de Andalucía ha lanzado una campaña con el lema #NoSeasAnimal en la que trata de ridiculizar esos comportamientos machistas para erradicarlos. 


Como era de esperar tratándose de un tema tan sensible, no todo el mundo ha acogido favorablemente la campaña. Y, sinceramente, creo que los argumentos en contra están cogidos con papel de fumar. No hay más que volver a visionar esos minutos de piropos cinematográficos para captar el sentido y la necesidad de esta acción.

Que tu pareja, un compañero, un amigo o alguien de confianza te diga que estás estupenda, que tienes muy buena cara, que cada día estás más joven o que conservas el culo respingón de siempre no es el concepto de piropeo rancio del que estoy hablando –a nadie le amarga un dulce-. Esos cumplidos estarían al mismo nivel que otros halagos que también recibimos gustosamente de quienes nos conocen, por ejemplo los que elogian nuestra capacidad de trabajo, nuestro esfuerzo o nuestro talento.

Pero ninguno de estos piropos tiene nada que ver con lo que esa campaña pretende denunciar. Aquí lo que se reprueba es el atrevimiento de esos hombres que, sin conocer de nada a unas mujeres, murmuran palabras soeces a su paso; grupos de tíos que compiten por ver quién dice la mayor grosería cuando una chica se les pone a tiro; machitos que se creen muy ingeniosos dedicándoles a las féminas chistes guarros. Esa es 'la fauna' que sale en el vídeo de la campaña de la Junta de Andalucía. Si verse reflejados en esas imágenes sirve para que hagan un esfuerzo por controlarse, nos harán un favor a todos. Y les aseguro que es posible. Que se fijen en nosotras.

Cuando quedo con otras mujeres hablamos de todo un poco, también de hombres. Si el tono de la conversación es desenfadado, no faltan los chistes de carácter sexual, ni tampoco los comentarios subidos de tono sobre algún adonis especialmente atractivo que pase cerca, siempre en voz baja, naturalmente, para que el interesado no pueda escuchar la grosería. Pero nunca hemos llamado su atención a voces, ni elogiado abiertamente partes de su anatomía. No piropeamos a ningún pibonazo desconocido. ¿Queréis saber por qué? Por educación, porque podría incomodarle, porque sería ridículo, porque no nos sale, porque no hacemos aquello que no nos gusta que nos hagan, porque llevaríamos el juego demasiado lejos y porque si queremos lío, hay muchas otras maneras menos traumáticas de probar suerte. Y, sobre todo, porque somos seres racionales y usamos la cabeza.

viernes, 12 de enero de 2018

Catherine Deneuve me ha recordado al 'tocón de las verbenas'

Hay un tipo baboso en mi pueblo al que apodamos ‘el tocón de las verbenas’. Se especializó en aprovechar las fiestas populares para arrimarse a las jovencitas con la excusa de bailar. En el fondo lo que pretendía era sobarlas. El hombre debe andar ahora por los ochenta y ha perdido facultades, pero hará más de tres décadas se presentaba en los bailes con aire de donjuán de medio pelo, echaba un vistazo a la plaza, seleccionaba a sus presas, se aproximaba sigiloso y las asaltaba súbitamente. Igualito que un depredador en cualquiera de las entregas de ‘El hombre y la tierra’. Mientras se amarraba a las caderas de sus víctimas en aquella vomitiva ceremonia del cortejo, escupía piropos casposos pensando que así las féminas no le rechazarían, pero podían contarse con los dedos de las manos las veces que consiguió llegar más allá del primer par de compases de un pasodoble.

Todo el mundo en el pueblo conocía a este tipejo. Todos y todas sabíamos a lo que iba. Así que las chicas intentábamos evitarle, incluso le hacíamos frente llegado el caso, mientras que los chicos se reían de las situaciones disparatadas que desencadenaba. Es cierto que alguno debía verse en la obligación de defender nuestro honor y frenaba con amenazas las aspiraciones de aquel cerdo, pero era más numeroso el grupo de aquellos que quitaban hierro al asunto. Decían que era inofensivo y que teníamos que considerarlo un cumplido, que era síntoma de que ‘estábamos buenas’.

No era un hombre atractivo, más bien todo lo contrario; era bajo y rechoncho, rústico a más no poder, un tipo soez, un patán maleducado y básico que desconocía las mínimas normas de urbanidad y tampoco sabía cómo relacionarse de manera correcta con las mujeres. Ninguna chica estaba interesada en seguirle la corriente, de modo que forzaba unos trances incómodos y humillantes para sus víctimas. La cosa nunca pasó a mayores, que yo sepa, y él no dejó de intentarlo en cada verbena.

Ya sé que ese mierda no era un violador, pero que alguien me explique por qué hemos de soportar nosotras a tipos así en nuestra vida. No es justo que, por el simple hecho de ser mujer, tengas que estar expuesta a que invadan tu espacio íntimo y personal para magrearte el culo o rozarte el pecho. Lo de aquel desgraciado no era flirteo. No había juego de seducción, ni galantería torpe que valga. Los términos seducción, flirteo y galantería nada tenían que ver con lo que hacía 'el tocón de las verbenas' de mi pueblo.

Que conste que no estoy traumatizada por este pájaro, pero una noticia me ha hecho recordarle. Me refiero al manifiesto firmado por artistas e intelectuales francesas cuestionando los movimientos Me tooTime’s up surgidos en Hollywood a raíz el escándalo Weinstein. Se quejan de que lo que empezó como una denuncia contra la violencia sexual que sufren las mujeres en la industria del cine y otros ámbitos profesionales está derivando en un ‘puritanismo sexual’. Defienden que “la seducción insistente y torpe no es un delito, ni la galantería una agresión machista” y que el feminismo exacerbado está condenando prácticas masculinas inocentes propias del juego romántico. Es una pena que la mezcla de conceptos nos haga perder el foco de lo realmente importante y una triste gracia que las mujeres terminemos peleando entre nosotras. Lo peor es que este ruido no hace más que perjudicarnos a nosotras mismas y ralentizar el avance femenino que, mal que les pese a algunos, es ya imparable.

Ni todos los hombres son abusadores en potencia ni hay que banalizar los comportamientos y actitudes machistas, por mucho que obedezcan a la torpeza de un pobre diablo. No se si Catherine Deneuve habría firmado el manifiesto de haber conocido al 'tocón de las verbenas'. Considerar intolerable que un hombre te sobe sin tu consentimiento y denunciarlo no es ser una puritana sexual. Y claro que puede resultar excesivo llamar acosador a alguien que elogia reiteradamente tu aspecto o insiste en invitarte a salir pese a recibir constantes negativas. Ahora que está tan mal vista la equidistancia, me temo que es el único punto en el que deberíamos situarnos todas para entender, hacerles entender y entre todos cambiar las cosas de una vez.

miércoles, 10 de enero de 2018

La prensa en papel se queda en pelotas

Mi padre era lector de Interviú. Durante mucho tiempo estuvo comprando la revista y conservando cada ejemplar. No solía dejarlo a mano, por eso de que en la portada había una mujer desnuda. Pero cuando sus hijas empezamos a crecer, ya fue inevitable que surgieran comentarios sobre aquel material que consumía papá y que nos parecía, como mínimo, guarrillo. Con las secuelas de una infancia marcada por los dos rombos de la tele, de vez en cuando hojeaba a escondidas alguno de los números con la sensación de estar haciendo algo prohibido.


Recuerdo haber interrogado a mi padre sobre las razones que le movían a comprar esa revista con tías en pelotas. No daba el perfil de viejo verde y me resultaba inconcebible imaginarlo entregado a la contemplación recreativa de esos cuerpos desnudos. Sobre todo porque no ocultaba su afición. Leía la revista abiertamente, con naturalidad pero un punto de discreción, doblándola sobre sí misma cuando llegaba al final de una página impar. Me decía que le gustaban los reportajes de investigación, los artículos de denuncia y las columnas políticas. La típica excusa. Pero era verdad. Devoraba cada número que caía en sus manos y no adquiría otra revista hasta que no terminaba de leer esa. A veces alternaba con Cambio 16, Tribuna o Tiempo, otros semanarios sin el aliciente de los desnudos femeninos, sino con pura información de actualidad política y económica.

Por aquel entonces yo era una cría que no alcanzaba a entender por qué mezclaban en una misma publicación tetas y textos sesudos, y sobre todo por qué esas mujeres se prestaban a posar sin ropa en la portada de una revista. Es obvio que por dinero, pero me costaba imaginarme a mí en esas circunstancias, por mucha necesidad que me apretara. En todo caso, las veía como mujeres libres que decidían vender su desnudo, por lo general a un alto precio. Nadie las obligaba. Así que, si se sentían seguras, liberadas y sin pudor, bien por ellas. Si no les incomodaba la sola idea de que su foto fuera manoseada por un puñado de pajilleros, perfecto. Con el tiempo fui comprendiendo que muchas de esas mujeres que mostraban sus vergüenzas en las páginas de Interviú lo hacían para evitar que se publicaran otras fotos robadas por algún paparazzi en las que no se las veía tan favorecidas. Ya que alguien iba a enriquecerse a su costa, que también les tocara a ellas un pellizco. Este juego de mercadear con carne fresca se convirtió en un rentable negocio en el que todos los implicados salían ganando. 

Hace cuatro décadas, cuando veía la luz Interviú, este país salía del letargo de un largo periodo de represión en todos los sentidos, también sexual. Así que con la transición y la apertura hubo quien se tiró de lleno a la piscina erótica. Interviú no era la única; en el escaparate del kiosko al lado de casa podíamos ver perfectamente alineados los últimos números de Playboy, Lib, Penthouse, Macho y otras revistas cuyo nombre no recuerdo y que florecieron como hongos en aquella época del destape. Eso sí, el celoso kioskero se encargaba de cubrir convenientemente las zonas más sensibles de sus portadas. Tanto que ni golpeando el cristal los salidos de mi pueblo conseguían desprender la solapa censora, mucho más eficaz que Facebook con los pezones.

Ahora que se anuncia el final de Tiempo y de Interviú, surgen algunas voces que, sin dejar de lamentar que desaparezcan dos medios de comunicación, no pueden evitar lanzar dardos sobre esta última cabecera, por haber sustentado su negocio en la cosificación de la mujer y utilizarla como reclamo. No tengo memoria de que existieran por aquel entonces agrios debates sobre machismo o feminismo. Como mucho se hablaba de liberación. En todo caso yo personalmente nunca he visto como víctimas a las mujeres –y hombres, que también los ha habido- que cada lunes nos sorprendían en bolas al lado de titulares sobre corrupción, escándalos y crímenes resueltos. De hecho, ser portada de Interviú te daba caché y en los 80 grandes artistas de la época se apuntaron a lucir palmito. 

Interviú vendía sexo y buen periodismo, probablemente más de lo segundo que de lo primero. E igual que con el dilema del huevo y la gallina, no sabría precisar si era el tirón sexual el que permitía financiar las investigaciones periodísticas de calidad o era el buen oficio el que servía para atraer mitos eróticos a su portada con los que se aseguraban agotar la tirada.

En sus páginas leí aterrorizada cada uno de los espantosos detalles del crimen de los Marqueses de Urquijo, me reí reconociendo a Carrillo con peluca, flipé viendo a Roldán en calzoncillos y me conmoví con ese drama que fue la intoxicación por el aceite de colza adulterado.

El Grupo Zeta ha anunciado que dejará de publicar ambas revistas por no poder sostener durante más tiempo las importantes pérdidas que han generado, unos siete millones de euros en los últimos cinco años. Decimos adiós a otros dos medios de comunicación tradicionales, viejos, que la gente ya no compra. Es la crisis del papel en los tiempos de Internet. En el caso de Interviú, además, se rebela su incapacidad de competir con la ingente cantidad de porno gratis disponible en Internet ni con el nuevo modelo de periodismo digital, ese en el que los reporteros ya no se pasan la jornada pateando la calle fuera de la redacción, merodeando por comisarías y bares en busca de una buena historia, manchando de polvo sus zapatos y de tinta sus dedos índice y pulgar. Ahora el oficio se practica pegado a un ordenador o un móvil, rastreando las redes sociales, husmeando en el barro de Twitter para convertir un hilo en noticia, una conversación en debate o un tuit fallido en la excusa perfecta para exigir dimisiones.

Qué queréis que os diga. Que cierren dos medios de comunicación es una mala noticia para los periodistas (los que se quedan sin trabajo y los que vemos reducida la lista de posibles destinos laborales) y también para la sociedad, que es menos libre cuanto menos variada es la oferta de fuentes de información a las que tiene acceso. Pero en este caso, visto el panorama, como diría Napoleón, una retirada a tiempo es una victoria.

miércoles, 3 de enero de 2018

Discutir por la cabalgata, toda una tradición de Reyes

Uno de los recuerdos de mi infancia, que no me han borrado ni la edad ni los fallos de mi disco duro mental, tiene que ver con la noche de Reyes. Me estoy remontando a finales de los años 70 del siglo pasado. En Toro, mi pueblo, por aquel entonces solían ser empleados municipales fácilmente reconocibles quienes encarnaban a Melchor, Gaspar y Baltasar. Como en la mayoría de pueblos y ciudades de España, al que le tocaba meterse en la piel de Baltasar le sometían a un incómodo proceso de teñido a base de betún porque, naturalmente, no era negro de verdad. No tenían “de eso” en la plantilla del Ayuntamiento ni tampoco en el padrón.

Creo recordar que aparecían montados en caballos y que les acompañaba un séquito discreto de grandes y pequeños, ataviados con ropas brillantes, coloridas y muy horteras, y cuyos rostros también me resultaban familiares. La verdad es que me daba igual. Nada de la puesta en escena me importaba. Yo lo que quería era recolectar caramelos, cuantos más mejor, y recordarle a gritos a Gaspar qué era lo que le había pedido. El caso es que después del desfile –y aquí llega lo que sí quedó grabado a fuego en mi mente infantil-, los Reyes Magos y sus pajes entraban en la sucursal del Banco de Bilbao y entregaban personalmente los regalos a los hijos de los empleados de esa oficina. El resto de los niños los mirábamos envidiosos a través de las puertas de cristal sin comprender por qué ellos disfrutaban de tan alto privilegio y nosotros no. Con el tiempo entendí. Y así fue como empecé a dejar de creer.


Desde que me estrené como tía y luego como madre, me ha tocado revivir a la fuerza la magia de la noche de Reyes. Durante 12 años consecutivos hemos tenido que ver in situ alguna de las cabalgatas que recorren la zona noroeste de Madrid -Las Rozas, Las Matas, Boadilla, Majadahonda, Pozuelo-, todas siempre muy pintorescas, como cualquier otra cabalgata de barrio. Nunca faltan zancudos, malabaristas, saltimbanquis, batucadas, grupos de peñas populares, niños disfrazados de superhéroes, clubes deportivos, asociaciones culturales, bailarines, bandas de música, animales, carrozas de personajes de la tele, vehículos patrocinados por negocios locales y hasta algún camión de bomberos. Porque hace frío y suenan villancicos, si no pensarías que estás en un desfile de las fiestas patronales. Da igual. Todos esos personajes, que son puro anacronismo si te empeñas en enfocar de manera purista la celebración, no dejan de jugar un papel de simples subalternos, teloneros de atrezo que te lanzan una lluvia de caramelos para amenizarte la espera hasta que llegan los realmente importantes: los Magos de Oriente. Entonces, cuando pasan, animas a tus hijos a que griten bien fuerte, para que Melchor, Gaspar y Baltasar les escuchen desde sus tronos, qué quieren de regalo y ellos te miran como pensando “Mi madre debe ser la única imbécil que no se ha dado cuenta de que esos no son los Reyes Magos de verdad”.

Sinceramente, no creo que sumar a esa miscelánea una carroza por la diversidad en la que vayan una drag queen, una bailarina de cabaret y una cantante de hip-hop con pijamas de peluche, vaya a alterar demasiado una cabalgata como la de Puente de Vallecas, que es la que este año protagoniza la polémica. Se está convirtiendo en todo un clásico eso de provocar puntualmente un conflicto a cuenta de la llegada de los Reyes Magos. Tampoco me parece que forme parte de una operación perfectamente planificada para acabar con las tradiciones religiosas, ni una manera sibilina de adoctrinar al público menudo. No pienso siquiera que ponga en peligro la ilusión infantil, por otra parte, a prueba de bomba, en vista de la numerosa artillería que insistimos en lanzarles los adultos sin pararnos a pensarlo.

A los niños no les importa si los Reyes van con la vestimenta clásica y capas de terciopelo o con diseños que parecen salidos del fondo de armario de Agata Ruiz de la Prada. Les da igual si son mujeres las que se esconden bajo la barba postiza o el tufillo del casting para seleccionar el séquito real. Pero si los adultos seguimos insistiendo en utilizar este tipo de celebraciones para reivindicar cada uno lo suyo, entonces sí terminaremos obligándoles a perder la inocencia y las cosas de los mayores les provocarán jaqueca antes de tiempo.

Haced un esfuerzo, echad la vista atrás y acordaos de vuestra infancia. Entonces recordaréis lo que realmente quieren los niños: Ellos quieren luces, música, caramelos, chocolate con roscón, que les toque la sorpresa e irse a la cama pronto para que los Reyes les dejen cuanto antes los regalos junto a sus zapatos. Y yo también.