Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

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miércoles, 10 de enero de 2018

La prensa en papel se queda en pelotas

Mi padre era lector de Interviú. Durante mucho tiempo estuvo comprando la revista y conservando cada ejemplar. No solía dejarlo a mano, por eso de que en la portada había una mujer desnuda. Pero cuando sus hijas empezamos a crecer, ya fue inevitable que surgieran comentarios sobre aquel material que consumía papá y que nos parecía, como mínimo, guarrillo. Con las secuelas de una infancia marcada por los dos rombos de la tele, de vez en cuando hojeaba a escondidas alguno de los números con la sensación de estar haciendo algo prohibido.


Recuerdo haber interrogado a mi padre sobre las razones que le movían a comprar esa revista con tías en pelotas. No daba el perfil de viejo verde y me resultaba inconcebible imaginarlo entregado a la contemplación recreativa de esos cuerpos desnudos. Sobre todo porque no ocultaba su afición. Leía la revista abiertamente, con naturalidad pero un punto de discreción, doblándola sobre sí misma cuando llegaba al final de una página impar. Me decía que le gustaban los reportajes de investigación, los artículos de denuncia y las columnas políticas. La típica excusa. Pero era verdad. Devoraba cada número que caía en sus manos y no adquiría otra revista hasta que no terminaba de leer esa. A veces alternaba con Cambio 16, Tribuna o Tiempo, otros semanarios sin el aliciente de los desnudos femeninos, sino con pura información de actualidad política y económica.

Por aquel entonces yo era una cría que no alcanzaba a entender por qué mezclaban en una misma publicación tetas y textos sesudos, y sobre todo por qué esas mujeres se prestaban a posar sin ropa en la portada de una revista. Es obvio que por dinero, pero me costaba imaginarme a mí en esas circunstancias, por mucha necesidad que me apretara. En todo caso, las veía como mujeres libres que decidían vender su desnudo, por lo general a un alto precio. Nadie las obligaba. Así que, si se sentían seguras, liberadas y sin pudor, bien por ellas. Si no les incomodaba la sola idea de que su foto fuera manoseada por un puñado de pajilleros, perfecto. Con el tiempo fui comprendiendo que muchas de esas mujeres que mostraban sus vergüenzas en las páginas de Interviú lo hacían para evitar que se publicaran otras fotos robadas por algún paparazzi en las que no se las veía tan favorecidas. Ya que alguien iba a enriquecerse a su costa, que también les tocara a ellas un pellizco. Este juego de mercadear con carne fresca se convirtió en un rentable negocio en el que todos los implicados salían ganando. 

Hace cuatro décadas, cuando veía la luz Interviú, este país salía del letargo de un largo periodo de represión en todos los sentidos, también sexual. Así que con la transición y la apertura hubo quien se tiró de lleno a la piscina erótica. Interviú no era la única; en el escaparate del kiosko al lado de casa podíamos ver perfectamente alineados los últimos números de Playboy, Lib, Penthouse, Macho y otras revistas cuyo nombre no recuerdo y que florecieron como hongos en aquella época del destape. Eso sí, el celoso kioskero se encargaba de cubrir convenientemente las zonas más sensibles de sus portadas. Tanto que ni golpeando el cristal los salidos de mi pueblo conseguían desprender la solapa censora, mucho más eficaz que Facebook con los pezones.

Ahora que se anuncia el final de Tiempo y de Interviú, surgen algunas voces que, sin dejar de lamentar que desaparezcan dos medios de comunicación, no pueden evitar lanzar dardos sobre esta última cabecera, por haber sustentado su negocio en la cosificación de la mujer y utilizarla como reclamo. No tengo memoria de que existieran por aquel entonces agrios debates sobre machismo o feminismo. Como mucho se hablaba de liberación. En todo caso yo personalmente nunca he visto como víctimas a las mujeres –y hombres, que también los ha habido- que cada lunes nos sorprendían en bolas al lado de titulares sobre corrupción, escándalos y crímenes resueltos. De hecho, ser portada de Interviú te daba caché y en los 80 grandes artistas de la época se apuntaron a lucir palmito. 

Interviú vendía sexo y buen periodismo, probablemente más de lo segundo que de lo primero. E igual que con el dilema del huevo y la gallina, no sabría precisar si era el tirón sexual el que permitía financiar las investigaciones periodísticas de calidad o era el buen oficio el que servía para atraer mitos eróticos a su portada con los que se aseguraban agotar la tirada.

En sus páginas leí aterrorizada cada uno de los espantosos detalles del crimen de los Marqueses de Urquijo, me reí reconociendo a Carrillo con peluca, flipé viendo a Roldán en calzoncillos y me conmoví con ese drama que fue la intoxicación por el aceite de colza adulterado.

El Grupo Zeta ha anunciado que dejará de publicar ambas revistas por no poder sostener durante más tiempo las importantes pérdidas que han generado, unos siete millones de euros en los últimos cinco años. Decimos adiós a otros dos medios de comunicación tradicionales, viejos, que la gente ya no compra. Es la crisis del papel en los tiempos de Internet. En el caso de Interviú, además, se rebela su incapacidad de competir con la ingente cantidad de porno gratis disponible en Internet ni con el nuevo modelo de periodismo digital, ese en el que los reporteros ya no se pasan la jornada pateando la calle fuera de la redacción, merodeando por comisarías y bares en busca de una buena historia, manchando de polvo sus zapatos y de tinta sus dedos índice y pulgar. Ahora el oficio se practica pegado a un ordenador o un móvil, rastreando las redes sociales, husmeando en el barro de Twitter para convertir un hilo en noticia, una conversación en debate o un tuit fallido en la excusa perfecta para exigir dimisiones.

Qué queréis que os diga. Que cierren dos medios de comunicación es una mala noticia para los periodistas (los que se quedan sin trabajo y los que vemos reducida la lista de posibles destinos laborales) y también para la sociedad, que es menos libre cuanto menos variada es la oferta de fuentes de información a las que tiene acceso. Pero en este caso, visto el panorama, como diría Napoleón, una retirada a tiempo es una victoria.

lunes, 5 de junio de 2017

Cuando interesarse por la cultura a los 11 está mal visto

La revista Tiempo dedica su última portada a la princesa Leonor con un titular que ha dado mucho que hablar. Parece ser que la niña a sus 11 años lee a Stevenson y Carroll, y le gusta el cine de Kurosawa. Al conocer tales revelaciones, rápidamente el populacho tuitero ha comenzado a competir por ver quién hace la broma más graciosa al respecto. Vale que las películas del japonés Kurosawa a simple vista echan para atrás, o mejor, no se parecen a las que suele demandar la infancia. Pero leer ‘La isla del tesoro’ o ‘Alicia en el país de las maravillas’ es lo mínimo que se espera de un niño que se inicia en la literatura. Así que tampoco es para tanto. Resulta que criticamos que los niños quieran ser youtubers, que se tiren todo el día colgados de la Play, o que las niñas den el salto de ñoñas a lobas en un clic, pero un día encontramos un ejemplo de lo que deberíamos considerar admirable y también tiramos piedras.


Los niños son lo que ven en casa, lo que maman de sus padres, lo que les inculcan sus mayores; si a unos niños desde pequeños les lees cuentos antes de dormir, les llevas a la biblioteca, les animas a elegir un libro para su cumpleaños y a que te cuenten qué les ha parecido, probablemente crearás en ellos un hábito que durará toda su vida. Si en una casa hay gusto por el cine, se establece la costumbre de ver películas con frecuencia, de todo tipo y estilo, y se comentan entre todos, los pequeños de la casa considerarán un hábito más el de ver cine. Lo mismo ocurrirá si desde su más tierna infancia visitan museos y exposiciones o les llevas a conciertos. Está en manos de quienes educan a esos mocosos que evolucionen hacia más o menos becerros a través de la cultura. Cierto es que algunas veces el crío te sale poco motivado, con una vida interior a la que te cuesta acceder y que ni chantajeándole consigues sembrar nada en él. Pero entonces lo que hay que cuestionarse es si la estrategia que estás utilizando con él es la adecuada o debes replanteártela. 

En cualquier caso, a todos aquellos que se mofan públicamente de esa niña para, de paso, atacar a la madre a la que -imagino- atribuyen los ramalazos culturetas de la criatura, debería darles vergüenza. Mejor, lean a Stevenson y Carroll, vean ‘Dersu Uzala’ (El cazador) y entonces, al menos, ya estarán en igualdad de condiciones.