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Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

domingo, 7 de marzo de 2021
O jugamos todos o pinchamos la pelota
sábado, 27 de febrero de 2021
Qué importa lo que diga Victoria Abril sobre la pandemia
La actriz se ha ganado a pulso todo el reconocimiento de los críticos, el público y la profesión. Aunque luego en las entrevistas y en los discursos deje brotar la mala leche que lleva dentro. No creo que sus salidas de tiesto le pillen a nadie por sorpresa. Fuera del set de rodaje y de la pantalla grande, Victoria Mérida Rojas siempre ha tenido un carácter muy particular. Impertinente, marisabidilla, por no decir sobrada, antipática, borde, maleducada, visceral, excéntrica, insoportable… Todos estos calificativos encajan con la mujer que proyecta cuando no está representando ningún personaje. Y a esa lista hay que añadirle ahora el de ‘cuñada’ negacionista. Bueno, nadie es perfecto y cada uno tiene lo suyo.
A mí no me ha escandalizado lo que ha dicho Victoria Abril sobre la pandemia. Ese discurso no es nuevo. Lo comparten muchos otros ciudadanos que cuestionan la Covid-19, las medidas sanitarias, las vacunas exprés y las restricciones adoptadas para combatir el virus. La diferencia es que esos ciudadanos anónimos no tienen unos preciosos minutos de atención mediática para esparcir sus teorías sin fundamento. Pero ni ellos ni la actriz tienen ninguna autoridad como líderes de opinión en esa materia específica. El problema es que alguien pueda adoptar como propias esas ideas tan descabelladas y dar crédito a quien las verbaliza por el simple hecho de ser un personaje popular.
sábado, 20 de febrero de 2021
Resistir hasta que se cansen
He visto un vídeo de Betevé, el canal de televisión de Barcelona, que refleja muy gráficamente el momento que vivimos y que incluso podría ser interpretado como una metáfora de por dónde podría pasar la solución a la violencia en las calles.
En la imagen aparecen varios de los alborotadores de estas guerrillas urbanas que durante las últimas noches han provocados disturbios en distintos puntos del país tras la entrada en prisión del rapero Pablo Hasel. Están en una calle de la capital catalana e intentan sin éxito derribar una jardinera. Por mucho que la zarandean, en solitario o en equipo, la jardinera se mantiene anclada al suelo y no hay quien la tumbe.
El vídeo dura 35 segundos e ignoro si el intento desesperado por destrozar ese elemento es previo al momento en que alguien le dio a grabar, aunque sospecho que no. Estoy convencida de que los chavales fueron incapaces de llegar siquiera al minuto de empeño, una actitud muy a tono con la vida actual, donde impera la filosofía de la inmediatez, el deseo satisfecho al instante, el “lo veo, lo quiero”. Cualquier cosa que implique un esfuerzo extra, una dedicación, un sacrificio o un proceso lento, se desecha, deja de ser interesante, no merece la pena perder el tiempo en ella.
No he podido evitar fijarme en el gesto final de uno de los derrotados por la jardinera. Ese que se rendía ante la evidencia de que aquel elemento del mobiliario urbano estaba más enraizado en la ciudad que él mismo, pero evitaba asumir su suspenso en 1º de Vandalismo. Y me ha dado por pensar que quizá ahí está la clave. La democracia sería esa jardinera. Si está bien anclada, soportará cualquier embestida. El resto es resistir y esperar a que los que la atacan se cansen.
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Imagen de Pablo Hasel en uno de sus vídeos |
Por cierto, yo tampoco creo que Pablo Hasel deba estar en prisión, por muchas barbaridades que diga en sus rapeos, tuits y entrevistas. En alguna ocasión he hablado en este blog sobre las canciones que sonaban en los bares de mi pueblo allá por los años 80, que coreábamos y bailábamos a pesar de lo delirante de sus letras. Que yo recuerde, ninguna de las bandas de rock radical vasco que firmaban esos temas, desde La Polla Records a Eskorbuto o Kortatu, terminaron en un proceso judicial ni esas letras nos incitaron a cometer ningún delito.
Otra cosa es que después de enaltecer el terrorismo y sembrar odio, Hasel haya reincidido y desafiado al Código Penal rociando de lejía a un periodista y amenazando a un testigo. Debería entender que la violencia ni sale gratis ni es la solución, por muy amargado y frustrado que esté. Lo único que ha ganado, eso sí, es que ahora su nombre suene más de lo que han sonado y sonarán nunca sus canciones.
Imagino que algunos pueden sentirse tentados de aprovechar el barullo para comprobar si la descarga de adrenalina que experimentan con los videojuegos en su habitación es similar a la lucha real en la calle. Si lo hacen, habrán cruzado la línea entre la realidad y la ficción. Pasarán al lado oscuro de verdad y se arriesgarán a ser detenidos y acabar mal. No podrán alegar que ejercían su libertad de expresión. Ese derecho no se ejerce lanzando piedras, sino argumentos.
sábado, 30 de enero de 2021
No contéis conmigo para lapidar al Rubius
miércoles, 13 de enero de 2021
La pandemia no nos ha hecho mejores, ni Filomena tampoco
Claro que no estábamos preparados para esto. Nos habían avisado, pero nadie podía imaginar la gran nevada que se nos venía encima con el paso de Filomena. Deberíamos haber sabido interpretar lo de la "alerta roja". El problema es que hemos desvirtuado el sentido de esa palabra y ese color.
Lo de “la nevada del siglo” que anunciaban los meteorólogos también era bastante gráfico, pero después de tantos “partidos del siglo” la expresión ya ha perdido su fuerza. En estos tiempos estamos tan acostumbrados a excesos, exageraciones y fakes, que nos hemos inmunizado frente al peligro y relativizamos cualquier barbaridad y, por extensión, cualquier alarma.
Los avisos eran claros pero las propias autoridades no los vieron o no quisieron verlos. Probablemente por no alarmar y, mucho más, me temo, por lo impopular de imponer a la población otro confinamiento, esta vez por la amenaza climatológica. A ver quién era el valiente que dictaba un decreto que ordenara el cierre de empresas y establecimientos comerciales y la prohibición de circular por las carreteras después de las seis de la tarde del viernes 8 de enero, hora a la que comenzaba la alerta roja en Madrid. Seguro que le caía un recurso judicial y algún magistrado consideraba que la medida vulneraba los derechos fundamentales de los ciudadanos.
De hecho, Filomena parece habernos hecho olvidar durante unos días que el festín navideño ha vuelto a disparar la incidencia de casos de Covid en lo que ya es la tercera ola, pero nadie se atreve a mencionar la idoneidad de otro encierro.
Resulta estéril discutir ahora por lo que se hizo mal antes de la llegada de la gran nevada cuando lo prioritario, creo yo, es centrarse en solucionar cuanto antes los efectos del temporal. Que la nieve para un rato está bien, pero más de un día se hace pesada.
En el municipio en el que resido las redes sociales están que echan humo por la gestión del Ayuntamiento en esta crisis, en particular por la lentitud en la retirada de la nieve de calles y calzadas para poder recuperar la movilidad. Pero no es el único. La crítica frente a la mayoría de administraciones públicas es generalizada.
La realidad es que las autoridades no dan abasto con los medios de que disponen para recuperar la normalidad. La estrategia común está siendo liberar en primer lugar las vías principales y las que conducen a hospitales y centros esenciales. Sin embargo, de nada sirve si en tu calle tienes un metro de nieve y no puedes llegar a esos ejes, no ya con tu vehículo, ni siquiera andando, a no ser que te excite el riesgo y la aventura de caminar sobre placas de hielo por las bajas temperaturas.
Somos un país sin tradición de nevadas de este calibre en cotas medias y bajas, así que lógicamente los recursos no se invierten en medios suficientes para afrontar escenarios como el que ahora tenemos en la Comunidad de Madrid. Y no hablo solo de las administraciones públicas. ¿Quién tiene una pala en su casa?
Es lo que más he echado de menos estos días. Al margen de un todoterreno, por supuesto. Por eso el domingo no me quedó más remedio que tirarme al patio de mi urbanización con una bandeja de horno para tratar de liberar de nieve un sendero desde mi portal a la puerta de la calle, ante el cachondeo del personal que me miraba como si me hubiera dado un brote sicótico. Menos mal que se me unió otra vecina armada con una tabla de cortar. No era tan grande y resistente como mi herramienta anti-Filomena, pero resultó perfecta para el trabajo fino.
Por cierto, han pasado tres días y todavía tengo agujetas en lugares del cuerpo que no sabía que pudieran doler: las palmas de las manos, los dedos, los antebrazos, los laterales del cuello, las lumbares… Imagino que si viviera en Quebec, Helsinki o Fargo ya estaría acostumbrada y no acusaría tanto el esfuerzo. Incluso tendría todo lo necesario para moverme con desenvoltura en este ambiente, igual que mis vecinos.
Porque si de algo me ha servido esta experiencia es para comprobar la cantidad de gente del barrio que guarda en sus trasteros esquíes, tablas de snowboard, raquetas, trineos y la ropa más adecuada para pasar el día en la nieve. Yo que antes del temporal ya me veía fuera de lugar en el vecindario, ahora directamente me he sentido como una intrusa en Baqueira.