Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

lunes, 8 de julio de 2024

Cortar el cordón

Se dice que los hijos deberían venir con un manual de instrucciones bajo el brazo. Suelen emplear esta expresión los padres primerizos desbordados por su nueva condición. Ignoran entonces que esa fase no es la peor y que van a necesitar, en adelante y cada día, altas dosis de paciencia, consuelo y comprensión en su labor de progenitores.

Cuando uno decide tener un hijo adquiere una enorme responsabilidad y un férreo compromiso. Algo le obliga a proteger a esas criaturas, cuidarlas y acompañarlas en su desarrollo y lo hace como buenamente puede, se le ocurre o le aconsejan. Y así el resto de su vida. Aunque sus retoños hayan crecido y ya no le vean como figura de autoridad ni punto de referencia, algo le empuja a seguir diciéndoles machaconamente lo que es bueno o malo para ellos.

Así que un día tu hijo te retará, cuestionará cada una de tus órdenes, se saltará prohibiciones, romperá reglas y menospreciará principios plenamente asentados hasta entonces en el seno familiar. No sabrás si lo hace por el simple placer de llevarte la contraria o por tantear hasta donde puede tensar la cuerda y tus nervios. 

Un verano decidirá exponerse al sol sin protección a pesar de tus recomendaciones y se quemará. Y le dirás que al menos se aplique crema hidratante para aliviar el destrozo y no lo hará precisamente porque se lo has dicho tú.

Le echará mahonesa y ketchup a todas las comidas, a pesar de que le insistes en que debería hacer un uso puntual de esas salsas y no convertirlo en costumbre si no quiere seguir la estela de sus ancestros y que le aflore una diabetes. “Ya soy mayor de edad, si quiero matarme, me mato”, tendrás que oír de su boca.

Llenará un día la nevera con bebidas energéticas sobre las que le has advertido en múltiples ocasiones por su alto contenido de cafeína y azúcar, y cuando le pidas explicaciones, te recordará que tú no te privas de tu vinito y tu caña de vez en cuando.

Le insistirás en que vaya al dentista a su revisión anual, como lleva haciendo cada año desde que le salieron todos los dientes definitivos, para comprobar que todo está en orden y que no ha heredado el bruxismo de su padre, y te dirá que ya irá cuando lo crea conveniente.

Se machacará en el gimnasio para desarrollar sus músculos por encima de lo que a tu entender resulta estético y querrá tomar todo tipo de mierdas para que ese levantamiento de peso obtenga rápidos resultados, por mucho que le aconsejes frenar.

Perderá soberanamente el tiempo mirando chorradas por internet en vez de dedicarlo a su formación para el futuro y cuanto más se lo reproches menos caso te hará.

Y por fin un día, después de muchos desvelos, entenderás que a esas alturas no puedes hacer más de lo que ya has hecho y que no queda otra que cortar el cordón umbilical que os conectaba, confiar en que conserve algún poso de los valores que has ido inculcándole a lo largo de su vida y que eso, en momentos críticos, marque la diferencia y le salve de sí mismo.

sábado, 2 de marzo de 2024

Jodie Foster y las demás "avejentadas y feas"

Carlos Boyero la ha vuelto a armar. A pesar de estar, como quien dice, en retirada, su colaboración semanal en el programa de la Cadena SER ‘La ventana’, opinando sobre películas y series, le permite seguir pontificando sobre algo tan subjetivo como el arte cinematográfico. Sin embargo, el motivo de la polémica esta semana no ha sido tanto su crítica profesional sobre la última temporada de ‘True detective’ como su manera de referirse a su protagonista, Jodie Foster.

“Mira que quiero yo a Jodie Foster desde que era una niña y aquí no me gusta ni verla ni oírla. Está como avejentada... Es que ya es muy mayor, pero digamos que hay gente que envejece de una forma y otra de otra. Y a mí, aquí, yo creo que hay planos que la maquillan para que esté más fea", suelta sin despeinarse un señoro de 70 años, cara de cráter y aspecto de oler como poco a rancio, sobre una mujer de 61 que está interpretando un papel de jefa de Policía en Alaska.

Debo confesar que no he visto la serie, pero sí a la actriz en pantalla interpretando este papel porque el padre de mis hijos se ha tragado cada capítulo y, accidentalmente, me he topado con alguna escena cuando iba a lo mío. Cosas de la convivencia. Al principio me costó reconocerla. Luego me llamó la atención lo natural de su caracterización y terminé viéndome reflejada en su personaje por el triste cabello que compartimos. Ninguna de estas reflexiones las verbalicé.

Creo recordar que mi conviviente sí mencionó algo sobre el aspecto de la Foster, un tipo de comentario que suele hacer sobre mujeres que alguna vez consideró ‘sex-symbols’ y que el cruel paso del tiempo ha privado de esa etiqueta. Suele escocerme escucharle en esos términos porque siento que, si piensa eso de una 'celebrity', a saber qué se está callando sobre la decadencia de quien duerme junto a él. También me fastidia porque no suelo escuchárselos con tanta frecuencia a propósito de hombres que van haciéndose mayores. Debe ser que ellos nunca envejecen mal.

Boyero no es el único que se ‘traumatiza’ cuando descubre que una mujer icónica empieza a reflejar los efectos de la edad, signo inequívoco de que está viva. Son muchos los hombres que, todavía hoy, cultivan la fea costumbre de criticar públicamente el físico de las mujeres maduras, famosas y anónimas, aunque ninguno de ellos, curiosamente, suela destacar por su extraordinaria belleza o perfección estética.

Para Boyero (y los demás), lo ideal sería que Jodie Foster (y las demás) mantuviéramos el aspecto de treintañeras de por vida, con cada cosa en su sitio, sin arrugas en la cara, flacidez en el vientre y celulitis en los muslos que nos afean y delatan todo lo que hemos vivido. En definitiva, que fuéramos eternamente deseables para alegrarles la vista y que el mundo, su mundo, siguiera siendo maravilloso.

domingo, 14 de enero de 2024

Ahora o nunca

Conservo grupos de Whatsapp y canales de Telegram por encima de mis posibilidades. Confieso que sufro una especie de Diógenes en su variante digital. Se me desbordan en el teléfono móvil los vídeos y fotos que he hecho o recibido y no he borrado, casi tanto como los grupos de mensajería instantánea en los que me han metido o he creado y de los que nunca me he salido. Muchos de ellos tienen poca o nula actividad. Como mucho un “feliz año” con efecto dominó cuando manda el calendario o un “hay que quedar” que nunca fructifica.

En la mayoría de los casos ni siquiera recordaría el propósito de los chats si no fuera por su nombre: ‘Reunión’, ‘Cenamos el viernes’, ‘Elecciones 4M’, ‘Atrapa un millón’... En algunos de ellos lamentablemente hay miembros que incluso han fallecido. Hace poco saqué tiempo para eliminar grupos de cumpleaños escolares creados para concretar detalles del regalo y la fiesta en los que ya solo quedaba yo, lógico, una década después de la celebración y con el homenajeado ya en la universidad.



Con este historial a mis espaldas, resultaba de lo más normal que añadiera a mi basura digital un nuevo canal de Telegram en el que me han incluido sin pedirlo. De manera inesperada, semanas atrás, apareció un mensaje de un remitente desconocido. Al abrirlo descubrí que era un canal abierto que ofrecía consejos de bienestar, nutrición y belleza para mujeres cincuentonas. Al ampliar la imagen identifiqué a la mamá de una antigua compañera de colegio de mi hijo y exvecina. Imagino que conservaba mi número de aquella época y debió considerar que mi perfil me convertía en candidata a recibir ese tipo de coaching. No digo yo que no.

Podía haberme salido del canal, pero me he resistido. Desde entonces me han llegado recetas keto, información sobre las propiedades del ácido acético, los beneficios de los adaptógenos, instrucciones sobre cómo hacer bálsamo labial natural casero, la explicación sobre qué es el teff e ideas sobre alimentación antiinflamatoria. Todo muy interesante, la verdad. Aunque lo que me ha resultado más sorprendente, al margen de que alguien me haya incluido en su red sin apenas tener trato durante años, es su evolución profesional. La situaba trabajando como ingeniera en una multinacional de consultoría e ingeniería y de repente reaparecía transformada en coach de nutrición y buenos hábitos. Sospecho que debe compaginar ambas facetas y que quizá la proximidad de los 50 le ha hecho replantearse la vida y dedicarle más tiempo a una actividad que le hace más feliz que el empleo que le da de comer.

Semanas después, una notificación en Linkedin me descubría un caso muy parecido. Según el mensaje, el padre de otro antiguo amigo de la infancia de mi hijo, compañero de su equipo de fútbol, cumplía tres años en una empresa distinta a la que lo asociaba. Hacía tiempo que le había perdido la pista al separarse los caminos de nuestros respectivos retoños. El caso es que le recordaba como CEO y fundador de una consultoría financiera, pero ahora figura en una productora de artes escénicas. Tirando del hilo digital encontré su cuenta profesional en Instagram en la que se presentaba como cantante. Nunca habíamos intimado lo suficiente como para saber si esa afición la traía de serie o un buen día, al llegar a los 50, quiso darle un giro a su vida.

Al ver estas dos transformaciones me ha dado por pensar que los 50 son una especie de ‘ahora o nunca’. Son esa barrera psicológica que centrifuga a quien la alcanza hasta el punto de sentirse empujado a comenzar una nueva vida, la que siempre hubiera querido vivir, pero en la que no se enfocó porque la fecha de caducidad no se veía tan próxima ni tan real. Es como si de repente fueras consciente de que la vida son dos días y no puedes andar desperdiciándolos, así que te planteas sacarte las espinitas clavadas. A unos les da por el coaching emocional. A otros por correr maratones o practicar deportes extremos. Hay quienes prueban suerte con alguna pasión hasta entonces frustrada, por lo general relacionada con el arte. Y buena parte se apuntan a vivir nuevas experiencias, lo que incluye un amplio abanico que va desde lanzarse al enoturismo a volverse a enamorar como un adolescente.


Como en todo, generalizar es un error. Todo lo anterior le suele ocurrir solo a los valientes, a los que no temen que sus actos aceleren el final, a quienes no tienen sentido del ridículo, a los que se imponen a la rutina de la propia vida, a quienes se arriesgan a abandonar la comodidad del trabajo de 8 a 3 y con ello a no cotizar lo necesaria para que les quede una pensión de jubilación decente, a los que asumen que quizá les rompan el corazón y a quienes no les asusta poder equivocarse.

También hay algunos que llegan a los 50 y siguen vegetando, tan felices, como si nada.

sábado, 30 de septiembre de 2023

Nano jr, ejemplo de un sistema que cojea

Me topé por casualidad con el vídeo de David, conocido en TikTok como Nano jr, en el que se dirigía a los chavales de buena familia que lo tienen todo y no aprovechan las oportunidades.

@nano.jr10

Se me da muy mal hacer este tipo de vídeos,pero creo que se me a entendido bien.

♬ sonido original - NanoJr

En cuanto terminé de verlo, lo compartí con mis hijos de 18 y 20 años. Pensaba que quizá si se lo decía alguien como ellos, que hable su mismo lenguaje, se darían cuenta de lo afortunados que son y de lo agradecidos que debían sentirse, y pasarían a venerarnos a su padre y a mí.

Nada de eso ocurrió. De nada sirvió el alegato del chico humilde de 22 años que saca adelante a su familia con mucho sacrificio y dos trabajos, que lo mismo le regala unas zapatillas a su hermana que le paga la manicura a su madre que repone el aceite de la despensa familiar.

Ese crudo testimonio que tantos likes ha conseguido en redes sociales y que ha impresionado sobremanera a las televisiones hasta convertir a este tiktoker en héroe mediático juvenil a base de pasearlo de plató en plató, no ha calado ni un poquito en el ánimo de mis ‘retoños’ y sospecho que tampoco en los que son como ellos. “Trabajar tanto, quita, quita”, debieron pensar.

Que conste que cuando se lo puse como ejemplo buscaba que lo imitaran solo en su discurso de respeto y gratitud hacia su familia, no en lo de dejar de estudiar y buscarse dos trabajos para sacarnos adelante.

Porque, que un chaval abandone el instituto a los 16 años, como Nano, para ponerse a trabajar y alimentar a su familia, no debería ser normal. Un chaval de 16 años debería estudiar y seguir formándose en aquello que le guste o para lo que crea que está dotado. Un chaval de 16 años debería ser consciente de la vulnerabilidad familiar, sí, y ayudar en lo que pueda, también, pero no sacrificar su educación y su diversión adolescente porque los adultos responsables de su casa no sean capaces de cubrir sus necesidades básicas y el escudo social haya fallado.


Que un joven de 22 años, como Nano, se vea obligado a tener dos empleos para mantener el núcleo familiar no debería ser digno de admiración y no “es lo que toca”, por mucho que lo repita. Que un joven de 22 años trabaje una media de 13 horas al día para cobrar dos sueldos que den un respiro a su familia es muy respetable, pero no debería ser ejemplo de nada. Que un joven de 22 años entregue su vida a dos empleos precarios repartiendo paquetes por el día para Amazon y sirviendo comidas por la noche en un VIPS no parece el ideal laboral para nadie, ni joven ni viejo, ni a corto ni a largo plazo.

Me diréis que hay jóvenes poco interesados en estudiar y deseosos de entrar en el mercado laboral a cualquier precio, sin que eso sea un drama. Y yo os diré que en realidad se trata de una anomalía fruto del fracaso de un sistema que se muestra incapaz de motivar a esos chavales y retenerlos en las aulas hasta descubrir cuál es su talento y prepararlos para brillar profesionalmente.

Lo paradójico es que el sistema también fracasa con quienes permanecen en el redil educativo hasta completar su formación. Cuando salen al mundo real se dan de bruces contra un modelo económico falto de oportunidades para ellos, que les condena a la precariedad y a la imposibilidad de aventurarse fuera del nido familiar.

Al final, mientras nadie lo remedie, por uno u otro camino, el destino para toda una generación parece ser el mismo: malvivir.

lunes, 21 de agosto de 2023

Besos robados

He estado revisando las imágenes de la celebración y entrega de trofeos posterior a la victoria de la Selección Española en el Mundial de Fútbol Femenino para comprobar si el presidente de la RFEF Luis Rubiales también le había plantado un beso en los morros a su querido amigo Jorge Vilda, el entrenador del combinado ganador del campeonato, pero he visto que no. Se limitó a fundirse con él en un estrecho abrazo, pero nada de robarle un pico.

Ese gesto tan íntimo lo reservó para la jugadora Jennifer Hermoso, también “gran amiga”, ha justificado, y con la que ignoro si suele tomarse esas confianzas en el día a día. Llego a la conclusión de que no tras escuchar las palabras de la deportista contemplando el vídeo del momento en el que el eufórico máximo representante de la Federación de Fútbol, después de abrazarla como una lapa, sostenía su cabeza entre las manos y juntaba sus labios por sorpresa y sin posibilidad de que ella pudiera esquivar el gesto. “No me ha gustado”, aclaró la futbolista sobre el incidente, aunque después quisiera quitarle importancia y le siguiera la corriente al ‘ladrón de besos’ cuando, en vez de disculparse por su comportamiento, bromeó con el revuelo causado.

Nadie ni nada prohíbe las muestras de afecto que provoca el éxtasis de un momento así. La propia reina Letizia abrazó muy cariñosa a todas y cada una de las futbolistas que subían a recoger su medalla y terminó saltándose el estricto protocolo que suele rodear a los ‘royals’ botando con las campeonas, algo que los espectadores interpretamos como natural. No resulta difícil comprender la efusividad en las celebraciones tras un logro de estas características, pero es que lo de Rubiales fue totalmente innecesario e improcedente. Estoy segura de que Jenni Hermoso se habría sentido perfectamente felicitada, honrada y agradecida por el presidente de este organismo con un simple abrazo y dos besos en las mejillas, sin necesidad de ese gesto tan invasivo y sin consentimiento previo.

Que algún medio deportivo haya bromeado comparándolo con el beso de Casillas y Carbonero es vomitivo y dice mucho de los patrones que siguen vigentes en el mundo del deporte, en particular, y en la sociedad, en general. No sé si caen en la cuenta de que comparan una relación sentimental con una laboral.

¿O es que acaso conciben que el gerente de su empresa les felicite por su buen trabajo con un pico, por mucha confianza que haya entre ellos? Yo no. Lo consideraría una intrusión inaceptable. Soy, por tanto, una de esas a las que Rubiales ha calificado de “idiotas” por cuestionar lo que este individuo define como “muestra de cariño sin importancia” o “un pico de dos amigos celebrando algo”. Yo prefiero definirlo como una ‘machirulada’.

Lo peor es que estemos desviando el foco del gran triunfo del fútbol femenino español por dedicarle tiempo a este personaje al que le parece algo natural y espontáneo ir por la vida robando besos a mujeres, eso sí. Porque no recuerdo haberle visto en una situación similar con jugadores. Quizá es que darles picos a hombres para celebrar le parece una mariconada.

Por cierto, parece que Rubiales se ha disculpado porque "es lo que toca". No ha entendido nada.