Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

sábado, 26 de noviembre de 2022

El espectáculo poco edificante de ver cómo atacan a Montero

Puede caerte mejor o peor, resultarte más o menos simpática, discrepar en lo político, incluso parecerte que le falta o le sobra lo que hay que tener para ejercer el cargo de ministra, pero atacar a Irene Montero por su relación personal con un hombre es de todo punto miserable y retrata a quien emplea esa munición.

“Su único mérito es haber estudiado en profundidad a Pablo Iglesias”, le dijo la diputada de Vox Carla Toscano desde la tribuna del Congreso, así, con dos ovarios y poca cortesía parlamentaria. Los políticos ignoran de manera temeraria que exhibiendo ciertos comportamientos en el Parlamento dan un peligroso ejemplo a la calle, ya suficientemente alborotada y deseosa de encontrar una coartada en las salidas de tono de sus representantes públicos. 

Que el ataque provenga de otra mujer a mí me cortocircuita el cerebro, por lo de la sororidad y tal en pleno siglo XXI. Creemos que hemos avanzado, pero no. Hay quien sigue poniendo en cuestión la valía de las mujeres y buscando en su trayectoria alguna mano masculina que explique cómo ha llegado a situarse en determinadas posiciones. Trasladado esto a la política, no encuentro nada más reaccionario que recurrir, a falta de hilvanar argumentos de más peso, a las insinuaciones sexuales y al insulto personal para desacreditar a una mujer. ¡Ojo! Sea del color que sea el que dispare el vómito. Porque sí, a mí tampoco se me olvida que desde el otro extremo también se ha azotado a base de bien.

Pero hoy quiero detenerme en esa persona a la que se ataca sin piedad en la vida real, parlamentaria y virtual de este país: la Ministra de Igualdad. Su historial como ‘pimpampum’ por su feminismo beligerante es amplio, unos principios que enarbola sin reprimirse y que le han granjeado el odio de una parte de la población que no se corta en dedicarle todo tipo de perlas. Esa agresividad contra Montero se ha exacerbado a raíz de las primeras reducciones de condena de violadores conocidas tras la aprobación de la Ley de garantía integral de la libertad sexual, conocida como ley del ‘solo sí es sí’.

Esta ley nació para introducir el consentimiento expreso en las relaciones íntimas y eliminar del Código Penal la distinción entre abuso y agresión. Es decir, desde su entrada en vigor todo acto que atente contra la libertad sexual de otra persona sin su consentimiento es una agresión sexual. Esa era la principal novedad en el ordenamiento jurídico. Las víctimas ya no tienen que demostrar que han sufrido violencia o que se han resistido para acreditar una agresión. Su impulso vino por el clamor popular motivado por la sentencia de la manada que consideró abuso sexual la violación múltiple a una joven en los Sanfermines porque no se resistió.

Irene Montero (Foto: Ministerio de Igualdad)

El caso despertó preocupación en el Ministerio y por eso sus responsables se pusieron manos a la obra para diseñar una modificación legislativa que evitara futuras sentencias similares. Desde el principio quedó bien claro que no había un ánimo punitivo, sino un simple interés por dar cobertura a comportamientos contra la integridad sexual que hasta ahora no se consideraban delito o lo eran de manera leve. De hecho, la ley estableció una horquilla progresiva de penas que crecen con cada agravante y donde se contempla cada una de esas conductas. 

Con este cambio, la nueva ley redujo las penas máximas y mínimas en algunos casos. Cuando eso ocurre, los tribunales abren un proceso de revisión de sentencias porque los condenados tienen derecho a beneficiarse de la modificación si las penas por su delito son más favorables. No así al contrario, es decir, una condena no puede aumentar a posteriori porque haya un cambio legal que perjudique al condenado.

Cuando se ha reformado en anteriores ocasiones el Código Penal, se ha incluido lo que llaman una disposición transitoria en la que se especifica qué pasa con los casos sentenciados con arreglo a la normativa anterior si van a verse afectados por la nueva. En este caso se podía haber introducido una que evitara la reducción de penas, pero no se hizo. Según la ministra, la última disposición transitoria redactada con la reforma del Código Penal de 1995 ya establece que no se puede rebajar una condena firme de cárcel si se encuentra dentro de la nueva horquilla legislativa, con lo que la jurisprudencia creada a partir de ella debería ser suficiente para que los magistrados no revisaran a la baja las penas.

Sin embargo, salta a la vista que algunos magistrados no lo han interpretado así. Por eso, quizá habría sido conveniente, como apuntan algunos juristas, haber creado una nueva disposición transitoria específica para evitar males mayores, por eso de que más vale pecar de precavido que quedarse corto.

Haya habido error técnico o no, en cualquier caso, no es de recibo echarle el muerto en exclusiva a Igualdad, cuando ni Justicia ni todos los estamentos por los que pasó esta ley consideraron necesaria la citada disposición transitoria y, con su venia, dieron por hecho que la jurisprudencia marcaría el proceder de los tribunales. En el caso del Parlamento, solo PP y Vox rechazaron apoyarla porque alegaron que dejaba indefensos a los hombres. Como vemos, de momento no se conocen casos de indefensión, más bien al contrario.

Evidentemente el objetivo de Irene Montero con esta ley no era que se pudieran rebajar las penas de abuso a menores, así que no tiene sentido cargar contra ella y su Ministerio por ese resquicio que deja la ley para favorecer que un puñado de agresores sexuales pidan revisión de su condena. 

Joven, de Podemos, hecha a sí misma, con una carrera y un master, que no reniega de su pasado como empleada en una tienda de supermercado, aunque la insulten llamándola 'cajera', de lágrima fácil, amiga del lenguaje ultrainclusivo... Entiendo que para muchos resulte tentador echarle la culpa de todo, hasta del asesinato de Kennedy. Pero no se pasen.

Lo único que se le puede reprochar a la ministra de Igualdad es su cerrazón en no solucionar el desaguisado retocando la ley cuando resulta evidente que hay quien está malinterpretando el objetivo final de la reforma normativa. Ni siquiera sería admitir un error. Más bien facilitarle el trabajo a los jueces.

sábado, 12 de noviembre de 2022

Disfrutar lo privado y defender lo público

Al actor Luis Tosar se le ha ocurrido grabar un vídeo en el que apoya la manifestación de este domingo en Madrid en defensa de la Sanidad pública y le ha caído la del pulpo.

Los que no entienden el concepto ‘libertad de expresión’, salvo cuando son ellos los que opinan, han utilizado una imagen del actor saliendo de una clínica privada, donde su pareja había dado a luz, para tacharle de hipócrita por reivindicar la Sanidad pública sin utilizarla.

Este episodio me ha hecho recordar cuando en mi urbanización todos los amantes del pádel consiguieron aprobar que la Comunidad destinara un dineral a remodelar las pistas con un suelo especial e instalar iluminación para poder utilizarlas también cuando anochecía. Yo no juego al pádel ni nunca voy a disfrutar esas instalaciones, pero pagué religiosamente mi derrama para que el vecindario pudiera pelotear todo lo que quisiera.

También me han venido a la cabeza esos edificios antiguos sin ascensor en los que han conseguido instalar uno salvando la oposición de algún vecino reticente. Porque, a pesar de que, tal y como estipula la Ley de Propiedad Horizontal, todos los propietarios están obligados a pagar los gastos y las reparaciones, siempre sale alguno que se niega a aportar, aunque viva en el segundo piso y tarde o temprano lo vaya a utilizar. Sin embargo, los propietarios del bajo dan la sorpresa mostrando total predisposición a afrontar los gastos, a pesar de que podían vivir sin ascensor perfectamente. Entienden que se trata de un beneficio para el vecindario y una mejora que revaloriza el edificio.

Que Luis Tosar defienda algo tan valioso y sagrado como un servicio público es lo lógico. Todos deberíamos hacerlo, independientemente de que lo usemos o no, de que lo necesitemos o no, de que seamos más o menos afortunados, de nuestra posición social y económica. Todos deberíamos defender que nuestros impuestos se inviertan en bienes públicos para el beneficio común y que perdure el estado del bienestar.

Confesad: si vosotros tuvierais la oportunidad de saltaros las listas de espera contratando un seguro de salud privado, ¿dejaríais de preocuparos por cómo funciona la Sanidad pública de vuestro país?

Si pudierais pagarles a vuestros hijos una educación privada elitista, ¿os la traería al pairo lo que pasara en las escuelas públicas?

Si estuvierais tan podridos de pasta que sintierais la necesidad de rodearos de seguridad privada para ganar en tranquilidad, ¿os daría igual lo que el Estado invirtiera en Policía y servicios de emergencia?

Si habéis contestado a todas estas preguntas con un sí, debo suponer que solo os interesa vuestro bienestar y que sois partidarios de bajar impuestos, invertir menos en servicios públicos y que cada uno se pague la ‘vidorra’ que pueda asumir. ¿He acertado? Si es así, entonces es evidente que no tenéis nada que ver con Luis Tosar.

sábado, 8 de octubre de 2022

Tradiciones y evolución

Cuando tenía 18 años me vine a estudiar Periodismo en Madrid. Previamente mi madre estuvo sondeando a sus conocidos para saber qué alojamiento podía resultar el más conveniente para ‘independizarme’ por primera vez. Descartado el piso compartido, porque era “muy pronto”, y el colegio mayor, demasiado caro, mi progenitora optó por buscarme acomodo en una residencia femenina de monjas trinitarias recomendada por otras religiosas de mi pueblo.

Aquel palacete sobrio de arquitectura franquista en la calle Altamirano de Madrid se convertiría en mi casa durante los primeros tres cursos. Al cuarto aproveché la estampida de otras cuatro residentes con las que había hecho buenas migas para abandonar el orden de la orden e instalarme con ellas en un piso en Isaac Peral, donde se acabaron los horarios de cierre, de comidas o de luz y la megafonía para avisar de las llamadas telefónicas. Y, lo mejor, no venían tunos a cantarnos el ‘Clavelitos’.

Lo siento, pero lo de la tuna universitaria siempre me ha provocado urticaria. Esos tipos con aspecto de haber repetido varios cursos, embutidos en bombachos cortos de terciopelo y ataviados con capa, representan para mí el antídoto de la lujuria.

Una noche se presentó una tuna a rondarnos a la puerta de la residencia. Buena parte de las chicas se asomaron a las ventanas excitadísimas con aquella inesperada presencia masculina que nos sacaba de la monotonía estudiantil y presionaron a las monjas para que dejaran entrar a los tunos en el recinto. “Solo un ratito”. No hubo que rogarles mucho. Imagino que a Sor Inés y al resto de religiosas se les hacía también el culo Pepsicola con la visita. Al final la tuna trasladó el recital al comedor de la residencia en un episodio del que solo guardo en la memoria la vergüenza que me dio.

Frente a las ‘Trinis’ no teníamos un colegio mayor masculino con colegiales que nos insultaran. Nos bastaba con el exhibicionista que merodeaba por la manzana y al que siempre terminábamos viéndole sin querer lo que llevaba debajo de la gabardina.

Sin embargo, aunque nuestra residencia femenina estaba fuera del radio de acción de los alojamientos estudiantiles de la Ciudad Universitaria, sí conocí el ambiente de los colegios mayores. No solo durante las fiestas a las que fuimos invitadas, sino también por anécdotas que circulaban en el ambiente universitario y contaban unos y otras.

En toda aquella etapa no recuerdo que nadie me llamara puta y si lo hubiera hecho, aunque fuera en broma, no lo habría dejado pasar. Hay palabras gruesas que son inaceptables y reducir a “tonterías de adolescentes” su uso para referirse a una chica trivializa las faltas de respeto y el machismo. Ya está bien de echar mano del ‘puta’ como insulto contra una mujer en cualquier momento y por cualquier motivo. Por lista, por estrecha, por digna, por harta, por difícil… Muchos hombres, y algunas mujeres también, solo saben canalizar su frustración azotando con esa palabra.

De todo aquello han pasado más de 30 años y sospecho que nada ha cambiado en estos alojamientos estudiantiles gestionados por órdenes religiosas. Hace un tiempo nos reencontramos aquellas ‘Trinis’ que compartimos piso y al pasar por la calle de la residencia entramos para ver si todo seguía igual. Y sí. Hasta quedaban algunas monjas de entonces. Incluso nos cruzamos por los pasillos con algunas chicas que podíamos ser nosotras con 30 años menos.


Todo este rollo que os he soltado viene a cuento, como ya supondréis, del vídeo viral que muestra a los estudiantes universitarios del Colegio Mayor masculino Elías Ahuja de Madrid ‘rebuznando’ sandeces machistas con coreografía desde las ventanas de sus habitaciones contra sus vecinas del Colegio Mayor femenino Santa Mónica, unas chicas que no se sienten ofendidas por sus vecinos a los que defienden porque consideran una tradición que llamen así su atención a diario e, imagino, también que de vez en cuando las insulten y avisen de que las van a follar. Están tan acostumbradas a que les dediquen esas ‘perlas’ que son incapaces de discernir entre la broma y lo inaceptable.

Alguien debería hacerles ver que las palabras no son inocentes, que el propósito de una broma debe ser que haga gracia y que no todas las tradiciones por el hecho de ser costumbre deben perpetuarse. El lanzamiento de una cabra desde un campanario en Manganeses de la Polvorosa se prohibió en el año 2000 por constituir un innecesario maltrato animal. Y la tradición milenaria y dolorosa de vendar los pies de las niñas chinas de clase alta para limitar su crecimiento normal y distinguirlas del resto se eliminó a principios del siglo XX.

Antiguas estudiantes del Colegio Mayor Santa Mónica han confirmado que efectivamente este lamentable espectáculo que ahora ha trascendido no ha sido una anécdota puntual, sino que lleva practicándose años. Incluso con intercambio de improperios desde ambos ‘bandos’, como si fuera un ritual de apareamiento del National Geographic. 

Lo preocupante es que todo siga igual porque quiere decir que en esa pequeña burbuja no se ha evolucionado al ritmo que ha avanzado el resto de la sociedad. Es más, puede que lo que se esté experimentando en algunos de esos reductos es una involución, un retroceso hacia mucho más atrás en el tiempo, hasta el Pleistoceno.

lunes, 15 de agosto de 2022

El último viaje en familia

Acabo de regresar de un viaje de siete días en coche con mis hijos y su padre por Francia y Bélgica. El objetivo era llegar a un concierto de Coldplay en Bruselas. Así que con esa más que atractiva excusa, trazamos un itinerario desde Madrid que incluía dos ‘escalas’ previas en puntos estratégicos que los adultos deseábamos visitar, tres noches en la capital belga con excursiones a ciudades próximas y regreso con otras dos paradas turísticas camino de casa.

Quienes me siguen en redes sociales, principalmente en Instagram, ya habrán tenido oportunidad de ver a diario imágenes de esta road movie en la que nos hemos embarcado. También apreciarán que en ninguna aparecemos nosotros. Por varias razones. La principal es que siempre encuentro otros motivos más fotografiables que yo misma y mi prole. También ha pesado el hecho de que uno de los viajeros es muy celoso de su intimidad y se niega a aparecer en las redes, al menos en las mías. También evita los selfies y los posados familiares, aunque su destino sea el archivo fotográfico personal. Afortunadamente, de vez en cuando le enternecemos y se digna a concedernos el privilegio de compartir con nosotros alguna instantánea.

Debo confesar que este miembro de la expedición, mi hijo, a cinco meses de su mayoría de edad, ha viajado obligado por contrato después de una dura negociación. Sí, creedme. Lo que a mí a sus 17 años me habría parecido un sueño hecho realidad -ver mundo, aunque fuera con mis padres-, a él le parecía un fastidio. Y aunque firmó que no boicotearía la aventura, la rúbrica no le comprometía a disfrutarla. De modo que no ha apreciado nada de lo que hemos visitado y ha dejado claro que no entendía por qué teníamos que hacer tantos kilómetros si todo lo que estábamos viendo en vivo y en directo estaba disponible en internet.

Nada más pasar la frontera experimentó un ataque de españolidad que le ha llevado a pasarse los siete días menospreciando cada monumento que veíamos, comparándolo con lo que teníamos en España. Solo se ha mostrado algo más motivado para mofarse de nuestra manera de hacernos entender en otro idioma, supervisar como un notario el modo en que nos desenvolvíamos en un país extranjero y transmitirnos permanentemente cómo le hacíamos pasar vergüenza ajena. Aunque su hermana mayor está más centrada y es de más fácil convivencia, sufrió también sus arrebatos, imagino que por efecto contagio o por el caldo de cultivo que iba sembrando su hermano y que terminó arrastrándonos a todos en algún momento.

Playa de Dunkerque

Que no haya compartido imágenes familiares de este viaje no significa que no existan, pero os las ahorro porque no reflejan la realidad. Puede que dentro de muchos años, cuando se hayan ido diluyendo en nuestra memoria los recuerdos que ahora conservamos aún nítidos, quizá lo evoquemos como algo idílico, igual que ahora le parecería a cualquiera que revisara sin contexto los vídeos y fotos que guardamos en el móvil.

Nadie diría que dos minutos antes de posar estábamos discutiendo por cualquier gilipollez, igual que en casa pero a 1.500 kilómetros. O con la irritación que provoca el hambre, porque no encontrábamos un restaurante en el que nos dieran mesa después de las 9 de la noche. O hartos de buscar, y no encontrar, productos sin gluten. O jodidos porque el hotel elegido en aquella parada no tenía ni ascensor ni aire acondicionado ni secador. O sintiéndonos víctimas de xenofobia en aquel restaurante donde el camarero se negó a interactuar en otro idioma que no fuera francés y se divirtió a nuestra costa con otros clientes. O preocupados por si el barrio en el que nos alojábamos no era el más recomendable al caer la noche. O debatiendo acaloradamente sobre los distintos itinerarios para llegar a nuestro destino que nos sugería a cada uno Google Maps. O con un cólico de gases después de atiborrarme a patatas fritas belgas con salsa de queso. O agotados tras una noche sin dormir demasiado porque la única que sigue teniendo el tamaño adecuado para una habitación cuádruple soy yo. O fastidiados ante la posibilidad de perdernos el comienzo del concierto de Coldplay por tener que hacer una cola de media hora para usar un retrete portátil.

De las cuatro personas que hemos compartido esta road movie, dos han manifestado claramente su intención de no repetir juntos una nueva experiencia viajera y las otras dos me temo que asumimos que probablemente este ha sido el último viaje en familia.

El concierto, bien, gracias. De hecho, yo me apunto a seguir haciendo turismo musical. Y que venga quien quiera. 

lunes, 1 de agosto de 2022

Un cúmulo de despropósitos

Confieso que cuando estoy en la playa o en la piscina no puedo evitar observar al resto de bañistas y compararme con ellos. Suelo envidiar los cuerpos antes llamados ‘perfectos’ y ahora denominados ‘normativos’. Sin embargo, me anima comprobar que la mayoría de las anatomías son como la mía, ‘imperfectas’, con grasa, celulitis, estrías, kilos de más concentrados en la línea de flotación, partes fofas, ausencia de abdominales, signos de la edad… y me trato de autoconvencer de que, visto lo visto, no estoy tan mal para lo que se ve por ahí.

Así que cuando me desplazo de la toalla al agua, voy meneando mis imperfecciones muy digna imaginando que el resto de bañistas se harán las mismas pajas mentales que yo. O no. Quizá solo los que lucen cuerpos esculturales. Puede que nadie mire a nadie y yo sea la única que a veces se pregunta por qué los cánones de belleza coinciden solo con las características de una minoría privilegiada de la población.

Sea como sea, desde que el mundo es mundo, las playas están llenas de mujeres y también hombres, gordos, flacos, jóvenes, viejos, altos, bajos, depilados, sin depilar, con y sin discapacidad. Diversidad total. Y sí, puede que alguien te mire, para maravillarse o para consolarse, pero la vida sigue. Nadie impide el paso a nadie y, por lo general, nadie suele hacer nada por incomodar al otro. Y digo por lo general, porque hace poco unos imbéciles descerebrados llamaron gorda a gritos desde un coche a una amiga de mi hija de 18 años que iba andando por la calle. Aún hoy sigo preguntándome qué lleva a alguien a hacer algo tan ruin.

El caso es que estos episodios ocurren porque cafres hay en todas partes y tienen el talento de dejar a algunas personas hechas polvo. Por eso el Instituto de las Mujeres del Ministerio de Igualdad debió pensar que podía ser útil una campaña reivindicativa de la diversidad de cuerpos sin complejos. Así es como nació la fallida ‘El verano también es nuestro’. Pero a veces las buenas intenciones conducen a un fiasco. Sobre todo cuando se carece de experiencia o se quiere ser tan original que se descuida la ejecución.

Estas cosas pueden pasar si te arriesgas a contratar a un creativo poco profesional, nada habituado a que su trabajo sea escrutado al milímetro, que desconoce algo tan básico como que no todos los tipos de letra son de uso gratuito y que piensa que puede utilizar imágenes de personas reales con derechos de autor y ‘dibujarlas’ sin pedir permiso.

Eso es lo que ha ocurrido con esta campaña. El organismo oficial encargó a una marca activista contra la gordofobia un cartel-anuncio para sensibilizar contra los estereotipos de género basados en los cánones de belleza femeninos. La idea era que la campaña transmitiera la idea de que todas las mujeres podemos disfrutar libremente de la playa sin sentirnos incómodas ni ser el centro de las miradas por detalles de nuestro físico. Arte Mapache fue la empresa que se encargó del proyecto por el módico precio de 4.490 euros. Detrás de esta marca se encuentra alguien que se define como "diseñadora audiovisual, artista multidisciplinar, activista antigordofóbica y experta en la autogestión".

Si su objetivo era que la campaña se hiciera viral lo han conseguido, pero por un cúmulo de despropósitos que demuestran principalmente falta de solvencia.


Para empezar, Arte Mapache empleó una tipografía que no es de uso libre pero sin hacer las gestiones pertinentes para su utilización. Y lo que es más grave, en la ilustración que le encargaron no se limitó a crear unos personajes, sino que “se inspiró” -como ella ha admitido- en imágenes de mujeres reales que utilizó sin hacérselo saber a las protagonistas. Para rizar el rizo, a una de ellas, con discapacidad en su vida real, la trasladó a la ilustración sin su prótesis, sino con una pierna corriente, y le pintó vello. Y ha utilizado la cabeza de una doble mastectomizada para colocársela en un cuerpo con solo un pecho. Por redondear el despropósito, la fotógrafa de la imagen con derechos de autor ha montado en cólera por lo que considera un robo.

En un mundo globalizado como este era cuestión de tiempo que las mujeres que habían “inspirado” la creatividad se enteraran de que aparecían en una campaña institucional del Gobierno de España. Más si el anuncio en cuestión ya había sido objeto de debate sobre el sentido y la utilidad de la campaña.

El bochorno que siente cualquiera al leer las reacciones de las agraviadas debe haberse multiplicado en un ‘tierra trágame’ en el caso de la propia creativa, cuya incompetencia ha quedado patente. Ya ha pedido disculpas y explicado que trata de resolver el entuerto con las mujeres que aparecen en el cartel. Pero el daño ya está hecho y este caso la va a marcar y perseguir profesionalmente de por vida.

No se libran del bochorno -ni de los ataques- en el Instituto de las Mujeres y el Ministerio de Igualdad, aunque en su defensa debo decir que en estos casos una supervisión del trabajo previa a la difusión no resulta suficiente. Tampoco hubiera tenido mucho sentido interrogar a la diseñadora sobre los detalles de la ejecución, cuando se da por hecho que se la ha contratado porque es capaz de afrontar un trabajo de estas características sin meter a su contratador en un lío.

En este escenario, la única solución sería cortar por lo sano y retirar la campaña, pero de poco serviría cuando ya ha viajado por la red y ha salido hasta en los telediarios. Así que, como siempre, habrá que dejar que el tiempo traiga el olvido y que, al menos, los responsables institucionales que hicieron el encargo hayan aprendido algo de esta tremenda cagada.

lunes, 4 de julio de 2022

Comentarios de altura

Trabajo en un periódico digital. Mi labor básicamente es encargarme de la portada en el turno de tarde. Eso supone estar pendiente de cualquier última hora informativa mientras edito y jerarquizo los contenidos que aparecen en la página principal del diario.

Entre mis cometidos también está moderar los comentarios de los lectores. Es decir, leerlos y decidir si acepto su publicación o la rechazo. Este ejercicio es a ratos entretenido y siempre muy revelador. Terminas identificando a un puñado de asiduos que opinan de las principales noticias y detectando por sus palabras de qué pie cojean cuando aplauden o censuran medidas. Incluso cuando se enzarzan en discusiones entre ellos.

Las normas de uso indican claramente que “no está permitido verter comentarios contrarios a la ley o injuriantes” y que el medio se reserva el derecho a eliminar los mensajes que considere fuera de tema. A pesar de ello, cada día me veo obligada a rechazar numerosas opiniones con insultos, descalificaciones y bromas hirientes contra los políticos de los que se habla en cada noticia.

Algunos también dirigen sus perlas contra el medio porque -dicen- se nos ve el plumero. Lo curioso es que coinciden en la apreciación tanto los que nos acusan de ser de derechas como los que nos encuentran demasiado escorados a la izquierda.

Más me preocupan los lectores que tienen por costumbre referirse a Isabel Díaz Ayuso, José Luis Martínez-Almeida, Mónica García, Pedro Sánchez y demás servidores públicos con apelativos de todo menos cariñosos. Y siempre con un nivel de agresividad preocupante. Como si solo se pudiera opinar insultando.

La práctica me ha permitido adquirir cierta soltura en la moderación de comentarios. Ya no dudo cuando encuentro un improperio. Lo borro de inmediato. En cambio hay otros mensajes que me generan un conflicto interno porque, aunque directamente no recurren al insulto y hasta derrochan ingenio, van cargados de mala baba.

Algunos juegan con los dobles sentidos, como esos que llaman a la presidenta de la Comunidad de Madrid IDA sembrando la duda de si será por sus iniciales o porque la están llamando loca. O los que se refieren a la líder de Más Madrid en la Asamblea como MEMA, utilizando su eslogan presentación de campaña de MÉdica y MAdre, aunque suene a otra cosa.


Entre los faltones sin insulto directo se encuentran los que aluden al físico de los mencionados en la información. Los últimos que recuerdo son unos que bromeaban con una imagen que publicábamos de los alcaldes de Madrid y Kiev. Aparecían estrechándose las manos tras firmar un acuerdo de hermanamiento entre ambas ciudades y la diferencia de altura entre ambos era más que evidente, 2 metros contra 1’63 a favor el ucraniano. Me parecía un chiste inapropiado y gratuito, así que no autoricé los comentarios con la mofa, pero tampoco los eliminé del sistema; los dejé en el limbo, para que la siguiente redactora encargada de la portada por la mañana decidiera qué hacer.

Valoro el gesto de interactuar con un medio de comunicación. Los usuarios que leen una información en cualquier periódico y se toman la molestia de escribir un comentario sobre lo leído tienen mucho mérito. Se agradece comprobar que hay alguien del otro lado consumiendo el producto de nuestro esfuerzo. Pero si lo más inteligente que pueden comentar de un servidor público es su estatura, su peso, su pelo o su atuendo, me decepcionan. Se me ocurren muchas otras razones para cuestionar a Almeida, que si mide más o menos, algo que, por otra parte, ni está en su mano solucionarlo ni afecta a su papel como regidor municipal.

miércoles, 8 de junio de 2022

Risas en el telediario

Usuarios de Twitter celebran una pieza del telediario de Antena 3 del pasado sábado 4 de junio sobre la ruptura del futbolista Gerard Piqué y la cantante Shakira. Particularmente aplauden a su autor, Jose Larrea, para quien algunos tuiteros piden un aumento de sueldo por su “maravilla”.



La ‘gracia’ de la información es que emplea pedazos de canciones de Shakira alusivos a la trayectoria sentimental de la pareja para contar el desenlace de la relación. Lo que se entiende por un vídeo ingenioso, más digno de Youtube, TikTok o cualquiera de esos reels que circulan por redes sociales que de un informativo en una cadena de televisión convencional. Y precisamente creo que es eso, estar fuera de lugar, presentarse como una anomalía dentro de la información seria, lo que ha hecho brillar el trabajo del reportero. 

Tengo mis dudas de que un telediario tradicional deba incluir este tipo de ‘gracias’. Tampoco creo que la separación de Piqué y Shakira tenga la suficiente entidad como para colarse en la escaleta de un informativo. Más bien encajaría en un programa de corazón, sociedad o variedades. 

Eso no quiere decir que no valore lo que se consigue introduciendo este tipo de material gamberro en un formato clásico: la repercusión en otros canales de comunicación y la atracción de nuevos públicos poco habituados a ver un telediario. 


Quiero creer que ese es el objetivo del editor de ese informativo al arriesgarse a emitir algo así. Quizá es un visionario. Puede que simplemente asuma la realidad. Y es que hoy en día la gente ya no ve la televisión para saber qué pasa, sino que consume la información que le llega por redes sociales. Y competir con eso manteniendo el formato del siglo XX es una batalla perdida. 

Seré una antigua, pero cuando yo elijo a las tres de la tarde un informativo de televisión, lo hago buscando noticias relevantes, seriedad y rigor en la presentación, incluso originalidad en la factura y el montaje. Y cuando me pide el cuerpo cachondeo, también sé dónde buscar. Y no es en el telediario. Quizá es que me estoy haciendo vieja. Me temo lo peor. En breve estaré llamando a las noticias ‘el parte’.

sábado, 14 de mayo de 2022

Tener o no tener la regla

Fui una afortunada. La regla nunca me dolió más de la cuenta. Como mucho, alguna molestia puntual que combatía con analgésicos. Nada que no fuera compatible con mi vida cotidiana, primero en clase y luego en el trabajo.

Más engorro suponía para mí tener que hacer cien viajes al baño uno de esos días para asegurarme de que las ‘barreras de higiene femenina’ contenían mis coágulos y la hemorragia no traspasaba mi ropa. Siempre escondiendo disimuladamente en el bolsillo el tampón o la compresa, no fuera a ser que alguien supiera que estaba “en esos días”.

Luego en el baño, tocaba ocultar bien el cuerpo del delito en el cubo de basura, cuando lo había. Porque si no, había veces que terminabas envolviendo en papel higiénico el residuo y metiéndolo en el bolsillo hasta que encontrabas una papelera donde deshacerte de él. Menudas gilipolleces.

Afortunadamente en ese aspecto hemos evolucionado. Al menos las mujeres. Hoy las chicas comparten con naturalidad y sin eufemismos que están con el periodo, hablan maravillas de ese invento sostenible que es la copa menstrual y se ríen de los señoros que saben de todo, también del ciclo, pero se imaginan la sangre de color azul, porque así aparece en los anuncios de compresas.

La noticia de que el Gobierno va a asegurar por ley que las mujeres con reglas dolorosas puedan cogerse una baja laboral en esos días me ha sorprendido. Creía que ya existía una incapacidad temporal por dismenorrea sin que eso nos haya estigmatizado laboralmente a las mujeres. Estaría bueno que un médico pudiera prescribir descanso a un trabajador por migraña, esguince o lumbago y no por una patología que ni empastilladas permite a algunas ponerse en pie.

Me hacen gracia aquellos que están echando cuentas de lo que le va a costar al país estas bajas por tener la regla y hacen números contando a todas las mujeres. Señores, la regla es un coñazo, pero no todas las mujeres se van a coger dos o tres días de baja al mes coincidiendo con su sangrado. Solo lo harán aquellas para las que el médico prescriba un tiempo de reposo porque se encuentran tan mal que ni un tío cachas aguantaría los dolores.

El estatuto de los trabajadores establece dos días por el fallecimiento, accidente o enfermedad graves, hospitalización o intervención quirúrgica sin hospitalización que precise reposo domiciliario, de parientes hasta el segundo grado de consanguinidad o afinidad.El permiso será de cuatro días cuando la persona trabajadora necesite desplazarse.

Mi padre estuvo varias veces hospitalizado fuera de mi lugar de residencia y nunca me cogí ningún permiso. Le visité en un viaje relámpago y regresé para seguir trabajando. Es más, murió un sábado de carnaval de hace 16 años, fui a su entierro y el lunes estaba en mi puesto de trabajo tratando de no pensar en su pérdida.

He vivido tres mudanzas, siempre en fin de semana, así que no me he beneficiado del día de permiso por traslado de domicilio habitual que corresponde a cualquier trabajador.

A lo que no renuncié fue a los 15 día libres por matrimonio, que sumé a mis vacaciones de verano y mis días libres para pegarme dos meses de ensueño. Os aseguro que de haber sufrido menstruaciones incapacitares, habría reducido ese permiso y canjeado el resto por días sueltos para quedarme en casa maldiciendo el hecho de ser mujer.

Publicaba en Twitter una compañera que el mejor invento para las mujeres sería algo para dejar de tener la regla. Ya existe. Es la menopausia. Y os aseguro que si a un empresario le das a elegir entre una trabajadora que pueda pedirse una baja por menstruación dolorosa y otra mayor de 50, no creo que tuviera dudas sobre a quién contratar.

sábado, 9 de abril de 2022

Si yo fuera comisionista

Leyendo en qué se gastaron la comisión millonaria los empresarios que hicieron negocio con la pandemia en el Ayuntamiento de Madrid, me he dado cuenta de que no tengo madera de rica.

Con los seis millones de euros que, según la querella de la Fiscalía Anticorrupción, se llevaron Luis Medina y Alberto Luceño por conseguir mascarillas, guantes y test para la ciudad procedentes de una empresa malaya, se compraron un yate, tres relojes Rolex, una vivienda y varios vehículos de alta gama entre los que había un Ferrari, un Lamborghini, un Aston Martin y varios Mercedes.

La única inversión que veo razonable en lo que parece una carta a los Reyes Magos es la vivienda. Cuando hago cada semana la Primitiva y fantaseo con que me tocan unos millones, siempre pienso en mudarme a una casa mayor, tampoco demasiado, pensando en que luego me tocaría limpiar más. Porque así somos los de la clase media, que cuando imaginamos nuestra vida más acomodada, no soñamos con que tendremos personal de servicio.

Pero en mi lista de deseos nunca aparecen yates, ni relojes de marca, ni coches de alta gama. Como mucho, ese Audi o Tesla con el que uno se limita a soñar, porque a algunos nos suele parecer obsceno gastarnos en un coche lo mismo que nos costaría una casa en la España vaciada.

Esta que os escribe se gastaría la comisión en pagar los recibos del gas y la electricidad, la letra del coche y los impuestos. En viajar a destajo sin rastrear vuelos low cost ni hacer búsquedas en Booking filtrando por los hoteles más baratos. En elegir el menú de los restaurantes guiándome para mi apetito y no por mi cartera. En visitar periódicamente al fisio para mantener a raya mis contracturas y por ‘chapa y pintura’ por placer y para reconocerme en el espejo. En vestir ropa buena, de esa que te sienta como un guante y dura más de una temporada. En llenar la cesta de la compra con productos saludables sin mirar el precio. En suscribirme a todos los periódicos y plataformas de streaming. En ir al cine aunque no sea el día del espectador, sentarme en la mejor butaca para ver los últimos musicales y no perderme ni un concierto, aunque con lo que cuesta una entrada se pudiera pagar una pensión no contributiva. Incluso en compartir mi buena suerte con aquellos que son más desafortunados. Y, sobre todo, en dejar de trabajar o hacer cualquier cosa solo por obligación. En definitiva, en disfrutar realmente de los pequeños placeres de la vida.

Ahora que lo pienso, para ser comisionista y enriquecerte de forma fraudulenta en una situación tan crítica como la de la pandemia hay que valer. Como mínimo resulta imprescindible carecer de escrúpulos, y yo de eso, para bien o para mal, ando sobrada.

domingo, 30 de enero de 2022

El festival que nadie quería

Ilusos. Pensabais que estaba en vuestra mano decidir la canción que representaría a España en el festival de Eurovisión. ¿Dónde se ha visto? El pueblo mandando sobre la tele pública que pagamos todos. ¡Venga, hombre!

Pero, tranquilos, no es culpa vuestra. Quien os ha engañado lo ha hecho muy bien, con una estrategia muy depurada. Os hizo creer que era posible y picasteis el anzuelo. Comenzó por inventarse el lema ‘El festival que quieres’ y lo tomasteis al pie de la letra. Para distraer la atención, permitió competir a una canción feminista sobre mamás y mamas y a todo un himno folk gallego que gritaba “no hay fronteras”. Montó dos semifinales y una final de un renacido Festival de Benidorm, os animó a gastaros la pasta votando por vuestros favoritos a través de teléfonos de pago y dejó que el entusiasmo popular hiciera el resto.

Pobres. Habéis sido arrastrados al espejismo de que, por primera vez, sin contar a Chiquilicuatre, RTVE podría apostar en Europa por algo nuevo, transgresor y con mensaje, y lo celebrasteis, porque la España actual es distinta y diversa, la conforman diferentes sensibilidades y ha evolucionado tanto como el propio festival de Eurovisión, aunque la televisión pública no haya reparado en ello. 

Desde el principio, dio la impresión de que la organización del Benidorm Fest tenía clara la canción que debía representarnos. No les culpo. Yo misma, en una primera escucha de las preseleccionadas, me fijé en la propuesta de Chanel. Más festivalera, imposible. Parecía la baza con más posibilidades de coronarse en Turín el 14 de mayo. Pero es cierto que ese tipo de show ya está muy trillado. Así que no deja de ser una opción pasada de moda, por mucho que utilice expresiones, ambientes y tópicos instalados en la banda sonora de nuestros días por culpa de hits latinos que triunfan entre el populacho.


No sé qué papel haremos en Eurovisión con SloMo, una canción cuyo título no alude a ningún embutido sino a la expresión 'cámara lenta' en inglés. Su intérprete, además de hacer gala de una impresionante preparación física para ser capaz de cantar a la vez que se menea más que una profesora de zumba, entona frases tan profundas como “siempre toy ready pa romper caderas, romper corazones” o “Apenas hago doom doom con mi boom boom y le tengo dando zoom zoom”. Mayor superficialidad, imposible. Quién va a querer enviar a Europa mayores profundidades, dirán los jefes de la tele pública. Aunque si rascas te quede el regusto amargo de estar trasladando el mensaje a nuestro entorno de que España no ha pasado de pantalla y sigue anclada en el estereotipo casposo de la mujer que vuelve loquitos a los “daddies”.

Creo que RTVE se ha equivocado. Y no me refiero tanto a la canción elegida como al engaño a un público que había recuperado el interés por este certamen gracias al formato y las canciones en liza. El jurado profesional, con un peso del 50% de la puntuación, no tenía ningún sentido en esta fase del proceso cuando ya se había hecho una criba previa de las casi 900 propuestas que respondieron a la convocatoria abierta en septiembre por RTVE. Ahí es donde, en todo caso, procedía su asesoramiento para que no hubiera ‘sorpresas’ y cualquiera de las 14 canciones seleccionadas pudiera ser una digna representante de la cadena pública en el festival. 

Pero la elección final debía haber quedado en manos de la audiencia que, en definitiva, es la que ha convertido en un éxito televisivo el Benidorm Fest con un 21% de cuota de pantalla y 3 millones de espectadores. De esta forma sí habría sido el festival que todos queríamos. Porque, aunque también aquí aparecieron las dos Españas, encarnadas en los fans de Rigoberta Bandini y los de Tanxugueiras, por primera vez no se enfrentaban, sino que, ganara quien ganara de las dos atrevidas propuestas, el resultado habría hecho sentirse satisfechos a uno y otro bando. Y eso es más de lo que ha conseguido nada ni nadie en este país.

sábado, 22 de enero de 2022

Mayores digitales

Mi octogenaria madre es usuaria de Facebook desde hace siete años y medio. Le abrí una cuenta y le di una clase práctica al verla animada a ‘modernizarse’ en vista de que la mitad del pueblo estaba en esa red social donde había oído que se intercambiaba mucha información que ella se estaba perdiendo.

El miedo a lo nuevo y desconocido le hizo mantener al principio un perfil bajo. Solo entraba para ver lo que otros publicaban. Pronto las peticiones de amistad empezaron a abrumarla. Pero, una vez aleccionada sobre lo que significaba aceptar a alguien como amigo, empezó a manejarse con soltura en esta red. Poco a poco fue atreviéndose a dar a ‘me gusta’, dejar comentarios, felicitar cumpleaños, subir fotos e incluso compartir alguna publicación sin mayores sobresaltos, salvo una vez que su escasa o nula afición al cine para adultos le hizo creerse un post de coña en el que le atribuían talento científico y un doctorado en Harvard al actor porno el ‘niño polla’. La sangre no llegó al río y su reputación quedó intacta porque alguien de su círculo, con más mundo, la alertó del escandalazo y eliminó la publicación espantada.

También se maneja bastante bien con el Whatsapp y sus emojis. Pertenece a numerosos grupos, algunos demasiado activos, tanto que ha aprendido a silenciarlos. Durante el confinamiento se aficionó a las videollamadas y, aunque al principio nos obsequiaba con planos detalle de su oreja o su nariz, enseguida le vimos la cara completa y ahora no tiene nada que envidiarle a cualquier instagramer o tiktoker. También le ha cogido el gusto a contestar mensajes con notas de voz, así que cuando vas con prisa activas el x1.5. ¡Bendito botón de velocidad de reproducción!

Además del móvil, le regalamos una tablet. De este modo, con una pantalla de mayores dimensiones, le resulta más cómodo conectarse a internet para enterarse de las noticias, ver películas, leer libros, jugar al Candy Crush, consultar si le han ingresado la pensión o pedir cita a través de la aplicación de su tarjeta sanitaria. No penséis que todo es idílico. También pierde la paciencia en alguna ocasión cuando el dispositivo no responde a sus expectativas. Entonces nos lanza un SOS. Yo diría que más o menos ha asimilado conceptos como los datos, la wifi, los megas o los gigas, aunque de vez en cuando pregunte que cuántas ‘gemas’ le quedan. Si mi padre levantara la cabeza no creería cuánto ha avanzado el mundo y cómo se ha adaptado su viuda a todas esas modernidades.

Os cuento esto al hilo de una petición de firmas iniciada en Change.org hace unas semanas por Carlos San Juan, un hombre de 78 años que se siente apartado por los bancos y reclama atención humana en estas entidades a las que acusa de haberse olvidado de las personas mayores. Lamenta que no paran de cerrar oficinas, hay menos personal, horarios más ajustados y que muchas gestiones solo se pueden hacer en el cajero, por internet o mediante tecnologías que los mayores no saben manejar.

Los miles de firmas obtenidas y la repercusión social de su queja han llegado a oídos del Gobierno que ha dado un mes de plazo a las patronales del sector para que revisen su protocolo con el fin de garantizar la inclusión financiera de los mayores y asegurar su acceso de los servicios financieros.

Que la banca ya no es la que era resulta evidente. Y los damnificados somos todos, no solo los mayores. Quién no ha estado en una cola para hacer una gestión en la caja de un banco y llegadas las 10 o la 11, dependiendo de la entidad, el empleado ha dejado de atender sin importarle los clientes pendientes ni el tiempo que llevaban esperando. Yo misma, sin ir más lejos, sufrí algo parecido hace unos meses cuando necesitaba pagar unas tasas, un trámite que solo se puede realizar de manera presencial en ventanilla. De modo que cualquier mejora que se pueda hacer en ese campo repercutirá en todos.

Sin embargo, no creo que la frustración de los mayores se solucione ampliando el tiempo y los empleados de banca que les ayuden a hacer las gestiones y les eviten aproximarse a las nuevas tecnologías. Al contrario, lo más operativo en mi opinión sería demostrarles a los mayores todo lo bueno que pueden encontrar en la red. Es decir, adiestrarles en su uso, ayudarles a descubrir sus ventajas y enseñarles cómo sacarles partido.

Imagino que cuando aparecieron las primeras lavadoras despertarían en nuestras abuelas los clásicos recelos, acostumbradas como estaban a lavar a mano. Pero no renunciaron a ese magnífico avance que les hacía la vida más fácil. Ni a todos los inventos que fueron surgiendo a lo largo de los años.

Si por el hecho de ser mayores presumimos que estas personas no van a estar interesadas en progresar o disfrutar como el resto de ciudadanos de las oportunidades que nos brinda la tecnología, entonces sí estaremos dejándolas atrás, dándolas de lado. En una sociedad en permanente transformación, los mayores también tienen que ser capaces de digitalizarse. Con naturalidad, como un juego, sin presiones. Internet forma parte de la época que les ha tocado vivir, aunque ya les pille en retirada. Y si se sienten superados por innovaciones que parece que solo asimilan sin trauma los nativos digitales, además de instruirles a su ritmo, quizá también la tecnología debería trabajar en ser todavía más intuitiva.

domingo, 16 de enero de 2022

Carnaza

No voy a alimentar más el debate sobre algo que el ministro de Consumo, Alberto Garzón, no dijo porque no tiene sentido y no merece la pena. Las polémicas artificiales construidas sobre ‘carnaza’ que unos dicen que alguien dijo pero que en realidad no dijo son de primero de propaganda política y ofenden al sentido común del ciudadano que quiere escuchar, sabe leer y entre las virtudes que le adornan puede presumir de comprensión lectora.

Dicho esto, prefiero plantearos una cuestión a los que os gusta la carne y la consumís habitualmente. Si pudierais elegir entre estas dos opciones, decidme qué preferiríais comer:

1.-Carne de un animal que ha pasado sus últimos años de vida correteando libremente por una granja o una explotación de ganadería extensiva, alimentándose con pasto y productos naturales y supervisado con mimo en su crianza. 

2.-Carne de un animal que ha estado hacinado en una macrogranja, sin casi poder moverse, con otros cientos de su especie, engordado a la fuerza y a gran velocidad mediante piensos baratos procedentes terceros países para su rápida ‘puesta a punto’ y sin casi contacto con ningún humano, dado que la instalación está totalmente tecnologizada. 


Yo particularmente elegiría siempre la primera carne, aunque quizá mis ahorros me bajarían de la nube de una bofetada y me harían elegir la carne que puedo pagar, la segunda, que resulta más barata porque el producto final llega al lineal del supermercado más rápido y con menos coste para el dueño del negocio. Quienes han cargado contra el ministro dicen que la calidad del producto es la misma. Permitidme que lo dude. Si así fuera no habría diferencia de precio. 

Según el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), la ternera procedente de ganadería extensiva es un 30% más cara y el pollo casi un 70%. La pena es que solo adivinemos el tipo de carne que comemos cuando miramos el precio, porque la ley no obliga a incluir en el etiquetado de qué tipo de granja procede lo que nos comemos. Lo más que llegamos a saber es si es pollo de corral. Ahí es donde vendría bien que se centrara el señor ministro. 

Desengañémonos. Para cubrir las necesidades nutricionales de carne de toda la población no bastan las explotaciones del primer modelo. Lo ideal sería contar solo con ganadería extensiva, sí, pero no produce lo suficiente. Solo un 5% de la carne que consumimos viene de esas granjas de vacas, corderos, cerdos o pollos felices. Así que, salvo que de aquí a corto plazo proliferen las impresoras 3D que fabriquen a lo bestia proteína lo más parecida posible a lo que sería un chuletón, tenemos que permitir el modelo intensivo, pero bien regulado y ejecutado, nada que ver con el industrial que practican esa especie de factorías de carne que conocemos coloquialmente como macrogranjas, aunque sea un término que no aparece recogido en ninguna ley. Ahí también podía poner el ojo el ministro Garzón, en trabajar en una legislación y unos controles que evitaran las malas prácticas en ese tipo de explotaciones ganaderas. 

Os planteo una última cuestión a los carnívoros que defendéis el modelo de las macrogranjas, si es que hay alguno entre quienes lean esto. ¿Os gustaría que os instalaran una de esas explotaciones de 4.000 cerdos al lado de casa con todo su impacto ambiental? Imaginad convivir con sus olores, con la contaminación de los acuíferos por los purines y las emisiones a la atmósfera de amoníaco procedente de esta mezcla de orines y excrementos de tantos animales juntos. 

Algunos pueblos de la España rural y vacía han permitido el asentamiento de estas explotaciones en sus términos municipales con la esperanza de obtener buenos ingresos y revitalizar la economía de la zona. Pero al final la realidad se impone y el ayuntamiento termina pagando el arreglo de los caminos destrozados por el continuo paso de camiones, los trabajadores del pueblo siguen desempleados porque esas factorías apenas necesitan mano de obra y el fuerte hedor termina atrayendo a más moscas que turistas. Eso sí, lo que no les falta a los residentes es carne de cerdo estresado. 

Lo más delirante es que antes de esta ya cansina polémica todos los partidos rechazaban las macrogranjas, igual que el ministro. El propio PP se ha opuesto a este modelo de ganadería industrial en una treintena de municipios españoles. Y Castilla-La Mancha, una comunidad autónoma gobernada por el PSOE, con un presidente que también se lanzó al lodazal contra Garzón, acaba de aprobar una moratoria para no instalar macrogranjas hasta 2025. Los propios dueños de explotaciones de ganadería extensiva, el modelo ideal para el ministro y para el resto del arco parlamentario, son los más perjudicados por la ganadería industrial y los primeros en remarcar que es insostenible, pero se han visto arrastrados a este debate ficticio y, ya que les han puesto en el foco, quieren aprovechar para conseguir cariño y ayudas tras años de pasarlas canutas. 
 
Entonces, si todos estamos de acuerdo, ¿dónde está la polémica? A ver si va a ser porque hay unas elecciones autonómicas en Castilla y León el 13 de febrero.