Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

sábado, 30 de enero de 2021

No contéis conmigo para lapidar al Rubius

No conozco a nadie que disfrute pagando impuestos. ¿Os imagináis a alguien sucumbiendo a la arrebatadora excitación de ver entre los movimientos de su cuenta bancaria, por ejemplo, el cargo del IBI? ¿O a un contribuyente eligiendo la opción menos favorable de su declaración de la renta porque le pone cachondo? No digo que no exista, que de todo hay, pero no suele ser frecuente en este país donde todavía te preguntan eso de “¿La factura con IVA?”. 

Aunque soy muy de soñar despierta, me reconozco incapaz de imaginarme ganando un sueldo de 6.000 euros al mes. Tampoco me arriesgo a afirmar con rotundidad si, en ese hipotético y más que improbable caso, me molestaría que la Agencia Tributaria se quedara la mitad. Supongo que sí, como a cualquiera, aunque esté claro que con 3.000 euros tendría más que suficiente para mantener mi austero estilo de vida en pandemia. La única certeza que atesoro es que esta circunstancia concreta no me empujaría a emigrar. Debería haber algo de más peso que solo la posibilidad de duplicar el saldo de mi tarjeta oro para hacerme abandonar el lugar donde tengo mi vida. 

El caso es que no queda otra que pagar. El argumento siempre es el mismo: "Hacienda somos todos" y cada uno tenemos que aportar en función de nuestros ingresos para sostener el país, construir infraestructuras o costear servicios para el ciudadano, como la sanidad y la educación públicas. Al final, vendido así, parece que recibimos más de lo que damos. 

A pesar de todo, no seré yo quien critique al Rubius. En mi modesta opinión, el único error que ha cometido ha sido contar que se iba a mudar a Andorra. ¿Qué necesidad había de desvelar públicamente sus intenciones? ¿Es que va a cambiar algo el contenido que ofrece a través de Youtube o Twitch? No. Sus seguidores van a seguir viendo sus vídeos o directos, y la escenografía seguirá siendo la misma, una habitación que podría estar en Madrid, Oslo, Andorra o Castelflorite

Si hubiera omitido ese pequeño detalle que pertenece a su vida privada y es totalmente legal, por cierto, ahora no estaría siendo objeto de un desproporcionado linchamiento público, ni se habría orquestado esta operación de acoso y derribo, por otra parte, muy de este país. 


Qué queréis que os diga. El youtuber está en su derecho de cambiar su país de residencia por el motivo que considere. Por estar más cerca de sus colegas, buscar tranquilidad, conseguir mejores condiciones de vida o pagar menos impuestos. Faltaría más. Lo mismo que han emigrado a otros países un montón de jóvenes sobradamente preparados en busca de una oportunidad laboral que no encontraban aquí. Os recuerdo que España tiene un 40% de paro juvenil, casi triplica la media europea. 

Los que salimos perdiendo con la marcha de todos ellos, también del Rubius, somos el resto, los que nos quedamos. España no se puede permitir el lujo de dejar escapar el talento, en el campo que sea, porque es un activo para el país. Y sí, aunque a algunos os caigan como una patada en el estómago, más por envidia que por otra cosa, y otros no entendáis este fenómeno, lo único cierto es que cuantos más youtubers multimillonarios tengamos cotizando en el país, mayores ingresos reportarán a las arcas públicas. Y eso es riqueza para todos

A lo mejor lo que había que plantearse es cómo podemos retener al Rubius y al resto de jóvenes youtubers que han cambiado España por Andorra. Y también cómo conseguir que regresen todos los jóvenes sanitarios, ingenieros e investigadores españoles que un día dejaron este país en busca de una oportunidad y se han asentado en Reino Unido, Alemania, Francia o EEUU, donde sí les ofrecieron un presente y un futuro. Ahora los necesitamos a todos más que nunca.

miércoles, 13 de enero de 2021

La pandemia no nos ha hecho mejores, ni Filomena tampoco

Claro que no estábamos preparados para esto. Nos habían avisado, pero nadie podía imaginar la gran nevada que se nos venía encima con el paso de Filomena. Deberíamos haber sabido interpretar lo de la "alerta roja". El problema es que hemos desvirtuado el sentido de esa palabra y ese color. 

Lo de “la nevada del siglo” que anunciaban los meteorólogos también era bastante gráfico, pero después de tantos “partidos del siglo” la expresión ya ha perdido su fuerza. En estos tiempos estamos tan acostumbrados a excesos, exageraciones y fakes, que nos hemos inmunizado frente al peligro y relativizamos cualquier barbaridad y, por extensión, cualquier alarma.

Los avisos eran claros pero las propias autoridades no los vieron o no quisieron verlos. Probablemente por no alarmar y, mucho más, me temo, por lo impopular de imponer a la población otro confinamiento, esta vez por la amenaza climatológica. A ver quién era el valiente que dictaba un decreto que ordenara el cierre de empresas y establecimientos comerciales y la prohibición de circular por las carreteras después de las seis de la tarde del viernes 8 de enero, hora a la que comenzaba la alerta roja en Madrid. Seguro que le caía un recurso judicial y algún magistrado consideraba que la medida vulneraba los derechos fundamentales de los ciudadanos. 

De hecho, Filomena parece habernos hecho olvidar durante unos días que el festín navideño ha vuelto a disparar la incidencia de casos de Covid en lo que ya es la tercera ola, pero nadie se atreve a mencionar la idoneidad de otro encierro.

Resulta estéril discutir ahora por lo que se hizo mal antes de la llegada de la gran nevada cuando lo prioritario, creo yo, es centrarse en solucionar cuanto antes los efectos del temporal. Que la nieve para un rato está bien, pero más de un día se hace pesada.

En el municipio en el que resido las redes sociales están que echan humo por la gestión del Ayuntamiento en esta crisis, en particular por la lentitud en la retirada de la nieve de calles y calzadas para poder recuperar la movilidad. Pero no es el único. La crítica frente a la mayoría de administraciones públicas es generalizada. 

La realidad es que las autoridades no dan abasto con los medios de que disponen para recuperar la normalidad. La estrategia común está siendo liberar en primer lugar las vías principales y las que conducen a hospitales y centros esenciales. Sin embargo, de nada sirve si en tu calle tienes un metro de nieve y no puedes llegar a esos ejes, no ya con tu vehículo, ni siquiera andando, a no ser que te excite el riesgo y la aventura de caminar sobre placas de hielo por las bajas temperaturas.

Somos un país sin tradición de nevadas de este calibre en cotas medias y bajas, así que lógicamente los recursos no se invierten en medios suficientes para afrontar escenarios como el que ahora tenemos en la Comunidad de Madrid. Y no hablo solo de las administraciones públicas. ¿Quién tiene una pala en su casa

Es lo que más he echado de menos estos días. Al margen de un todoterreno, por supuesto. Por eso el domingo no me quedó más remedio que tirarme al patio de mi urbanización con una bandeja de horno para tratar de liberar de nieve un sendero desde mi portal a la puerta de la calle, ante el cachondeo del personal que me miraba como si me hubiera dado un brote sicótico. Menos mal que se me unió otra vecina armada con una tabla de cortar. No era tan grande y resistente como mi herramienta anti-Filomena, pero resultó perfecta para el trabajo fino. 

Por cierto, han pasado tres días y todavía tengo agujetas en lugares del cuerpo que no sabía que pudieran doler: las palmas de las manos, los dedos, los antebrazos, los laterales del cuello, las lumbares… Imagino que si viviera en Quebec, Helsinki o Fargo ya estaría acostumbrada y no acusaría tanto el esfuerzo. Incluso tendría todo lo necesario para moverme con desenvoltura en este ambiente, igual que mis vecinos. 

Porque si de algo me ha servido esta experiencia es para comprobar la cantidad de gente del barrio que guarda en sus trasteros esquíes, tablas de snowboard, raquetas, trineos y la ropa más adecuada para pasar el día en la nieve. Yo que antes del temporal ya me veía fuera de lugar en el vecindario, ahora directamente me he sentido como una intrusa en Baqueira.