Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

Mostrando entradas con la etiqueta Madrid. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Madrid. Mostrar todas las entradas

martes, 20 de agosto de 2024

Decepcionada con la visita gratuita al Monasterio de las Descalzas Reales

Llevaba tiempo sintiendo curiosidad por conocer el interior del Monasterio de las Descalzas Reales, un palacete enorme ubicado en pleno centro de Madrid, por donde paso cada día para ir a trabajar. Allí nació en el siglo XVI Juana de Austria, la hija menor del emperador Carlos V, y allí descansa su cuerpo. Pertenecía al tesorero de su padre y tras su regreso de Portugal, donde fue princesa, decidió instalarse allí y convertirlo en un monasterio de monjas clarisas. Hoy en día siguen viviendo allí una decena de religiosas que se enclaustran unas horas al día en una zona del monasterio mientras Patrimonio Nacional realiza visitas guiadas por el resto del complejo.

Alguna tarde vi que se formaban colas a la puerta del convento. Coincidía en miércoles o jueves. Luego supe que eran las franjas en las que la visita era gratuita, lo que te permitía ahorrarte los 8 euros de la entrada.

Hace unos días, aprovechando que estaba de vacaciones, allí me presente media hora antes de la hora de apertura confiando en que no hubiera mucha gente y pudiera entrar. Unas 25 personas aguardaban en las pocas sombras que había frente a la puerta. Se habían ido dando la vez unas a otras e hice lo propio. Precisamente ese es uno de los principales inconvenientes de esas visitas gratuitas, que no se puede reservar el tramo horario en el que deseas acudir a través de la página web de Patrimonio Nacional, como ocurre con las entradas de pago. Sería una manera de asegurarte que podrás entrar y ahorrarte una cola de espera que no te garantiza que accedas. El caso es que durante media hora bajo un sol de justicia y con más de 30 grados soporté la espera viendo cómo iba creciendo el número de visitantes que, como yo, aspiraban a conocer el palacio sin que nos costara un euro.

Hasta que no dieron las 4 de la tarde en el campanario del convento no se abrió la puerta. Para entonces ya habíamos abandonado las sombras en las que nos habíamos estado refugiando de una insolación segura y habíamos formado una fila delante de la entrada. Los primeros visitantes empezaron a entrar al recinto mientras crecía el rumor en la fila de quienes esperábamos turno de que cada visita estaba limitada a 20 personas. Y así fue. Cuando casi nos iba a tocar el turno, un amable caballero que luego resultó ser el guía nos informó de que la visita de las 16:00 horas estaba completa y que esa tarde solo habría otra más a las 17:00 horas. Ante la sorpresa y las quejas de los que nos habíamos quedado con la miel en los labios, el tipo alegó que solo estaban disponibles dos guías, solo se permitían las visitas guiadas y que no podían hacer otra cosa. La sola idea de tener que esperar una hora más bajo el sol se me hacía muy dura. Casi estaba a punto de tirar la toalla cuando afortunadamente se nos informó de que a los siguientes de la cola se nos daría una entrada con la que se reservaba nuestro acceso en la siguiente visita. Al menos podíamos irnos a tomar un café o recuperar el ánimo en algún establecimiento con aire acondicionado mientras hacíamos tiempo.

Llegada ya la hora, accedimos al convento donde nos aconsejaron que, mientras se incorporaba todo el grupo, nos sentáramos en una sala para coger fuerza “porque la visita dura una hora y es toda de pie”, nos explicó una mujer que nos daba la bienvenida. En contra de lo que podría pensarse, los muros del convento no aislaban de la temperatura exterior, así que en el interior hacía tanto calor como fuera. Los abanicos echaban humo entre los 18 afortunados que finalmente decidimos quedarnos, incluidos dos pobres niños. “Pueden darles agua para beber, porque hace mucho calor en el monasterio y esta mañana se nos desmayó un pequeño”, añadió la ‘amable’ empleada. Para rematar y hundir en la miseria a quienes iban con ganas de ir al baño, se adelantó a su pregunta y sentenció: “Aquí no hay lavabos, quien lo necesite que vaya a los de El Corte Inglés”. Una de las personas del grupo comentó que precisamente era lo que había hecho ella antes de que comenzara la visita y que le había tocado esperar una cola de 15 minutos. “¿Para mear?”, preguntó tan asombrada como desinhibida la empleada de Patrimonio Nacional.

Por fin apareció la guía que nos había tocado en suerte, una mujer estirada, que se limitó a recitar como un papagayo nombre de pintores y años, que apenas aportó datos o anécdotas que nos ayudaran a conocer la historia del convento y que, en cambio, no hacía más que llamar la atención con tono robótico a los visitantes que se acercaban demasiado a las verjas de pan de oro o que, para no desvanecerse, se sentaban en “bancos históricos”. Llegó a montarle bronca al padre de un niño que llevaba un pequeño ventilador porque pensaba que estaba bebiendo algo que no era agua. Previamente nos dejó bien claro que no quería salir en ninguna de nuestras fotografías y que nos abstuviéramos de disparar cuando ella estaba explicando. Todo esto deambulando tras ella por corredores y salas asfixiantes por la alta temperatura y lo recargado de sus paredes, repletas de cuadros, tapices y arte sacro, mientras un guardia de seguridad nos pisaba los talones para asegurarse de que no tocábamos nada.

La visita resultó larga, pesada, aburrida e incómoda. Salvo la monumental escalera principal del edificio, de estilo renacentista español, decorada con pinturas murales del siglo XVII, el resto me dejó fría (es un decir). Ni siquiera me sentí conmovida con los majestuosos tapices colgados en la sala donde antiguamente se ubicaban las celdas de las monjas. Entre otras cosas por la temperatura. No podía dejar de pensar en las monjas asfixiadas en verano y congeladas en invierno. Dudo que con esas temperaturas se puedan conservar de manera adecuada piezas tan valiosas. Quizá Patrimonio Nacional podía plantearse instalar algún sistema de climatización en esas partes del monasterio.

Ignoro si la visita de pago incluye la iglesia del monasterio, donde reposan los restos de Alfonso, Gonzalo y Francisco de Borbón. Desde luego, la versión ‘gorrona’ no. De hecho, veo que la de 8 euros dura alrededor de una hora y cuarto, mientras que esta no llegó (afortunadamente) a la hora, de modo que imagino que nos escatimaron rincones destacados del edificio. Es igual. No creo que en esas condiciones y con esa guía hubiera soportado más tiempo de visita.

sábado, 8 de octubre de 2022

Tradiciones y evolución

Cuando tenía 18 años me vine a estudiar Periodismo en Madrid. Previamente mi madre estuvo sondeando a sus conocidos para saber qué alojamiento podía resultar el más conveniente para ‘independizarme’ por primera vez. Descartado el piso compartido, porque era “muy pronto”, y el colegio mayor, demasiado caro, mi progenitora optó por buscarme acomodo en una residencia femenina de monjas trinitarias recomendada por otras religiosas de mi pueblo.

Aquel palacete sobrio de arquitectura franquista en la calle Altamirano de Madrid se convertiría en mi casa durante los primeros tres cursos. Al cuarto aproveché la estampida de otras cuatro residentes con las que había hecho buenas migas para abandonar el orden de la orden e instalarme con ellas en un piso en Isaac Peral, donde se acabaron los horarios de cierre, de comidas o de luz y la megafonía para avisar de las llamadas telefónicas. Y, lo mejor, no venían tunos a cantarnos el ‘Clavelitos’.

Lo siento, pero lo de la tuna universitaria siempre me ha provocado urticaria. Esos tipos con aspecto de haber repetido varios cursos, embutidos en bombachos cortos de terciopelo y ataviados con capa, representan para mí el antídoto de la lujuria.

Una noche se presentó una tuna a rondarnos a la puerta de la residencia. Buena parte de las chicas se asomaron a las ventanas excitadísimas con aquella inesperada presencia masculina que nos sacaba de la monotonía estudiantil y presionaron a las monjas para que dejaran entrar a los tunos en el recinto. “Solo un ratito”. No hubo que rogarles mucho. Imagino que a Sor Inés y al resto de religiosas se les hacía también el culo Pepsicola con la visita. Al final la tuna trasladó el recital al comedor de la residencia en un episodio del que solo guardo en la memoria la vergüenza que me dio.

Frente a las ‘Trinis’ no teníamos un colegio mayor masculino con colegiales que nos insultaran. Nos bastaba con el exhibicionista que merodeaba por la manzana y al que siempre terminábamos viéndole sin querer lo que llevaba debajo de la gabardina.

Sin embargo, aunque nuestra residencia femenina estaba fuera del radio de acción de los alojamientos estudiantiles de la Ciudad Universitaria, sí conocí el ambiente de los colegios mayores. No solo durante las fiestas a las que fuimos invitadas, sino también por anécdotas que circulaban en el ambiente universitario y contaban unos y otras.

En toda aquella etapa no recuerdo que nadie me llamara puta y si lo hubiera hecho, aunque fuera en broma, no lo habría dejado pasar. Hay palabras gruesas que son inaceptables y reducir a “tonterías de adolescentes” su uso para referirse a una chica trivializa las faltas de respeto y el machismo. Ya está bien de echar mano del ‘puta’ como insulto contra una mujer en cualquier momento y por cualquier motivo. Por lista, por estrecha, por digna, por harta, por difícil… Muchos hombres, y algunas mujeres también, solo saben canalizar su frustración azotando con esa palabra.

De todo aquello han pasado más de 30 años y sospecho que nada ha cambiado en estos alojamientos estudiantiles gestionados por órdenes religiosas. Hace un tiempo nos reencontramos aquellas ‘Trinis’ que compartimos piso y al pasar por la calle de la residencia entramos para ver si todo seguía igual. Y sí. Hasta quedaban algunas monjas de entonces. Incluso nos cruzamos por los pasillos con algunas chicas que podíamos ser nosotras con 30 años menos.


Todo este rollo que os he soltado viene a cuento, como ya supondréis, del vídeo viral que muestra a los estudiantes universitarios del Colegio Mayor masculino Elías Ahuja de Madrid ‘rebuznando’ sandeces machistas con coreografía desde las ventanas de sus habitaciones contra sus vecinas del Colegio Mayor femenino Santa Mónica, unas chicas que no se sienten ofendidas por sus vecinos a los que defienden porque consideran una tradición que llamen así su atención a diario e, imagino, también que de vez en cuando las insulten y avisen de que las van a follar. Están tan acostumbradas a que les dediquen esas ‘perlas’ que son incapaces de discernir entre la broma y lo inaceptable.

Alguien debería hacerles ver que las palabras no son inocentes, que el propósito de una broma debe ser que haga gracia y que no todas las tradiciones por el hecho de ser costumbre deben perpetuarse. El lanzamiento de una cabra desde un campanario en Manganeses de la Polvorosa se prohibió en el año 2000 por constituir un innecesario maltrato animal. Y la tradición milenaria y dolorosa de vendar los pies de las niñas chinas de clase alta para limitar su crecimiento normal y distinguirlas del resto se eliminó a principios del siglo XX.

Antiguas estudiantes del Colegio Mayor Santa Mónica han confirmado que efectivamente este lamentable espectáculo que ahora ha trascendido no ha sido una anécdota puntual, sino que lleva practicándose años. Incluso con intercambio de improperios desde ambos ‘bandos’, como si fuera un ritual de apareamiento del National Geographic. 

Lo preocupante es que todo siga igual porque quiere decir que en esa pequeña burbuja no se ha evolucionado al ritmo que ha avanzado el resto de la sociedad. Es más, puede que lo que se esté experimentando en algunos de esos reductos es una involución, un retroceso hacia mucho más atrás en el tiempo, hasta el Pleistoceno.

domingo, 7 de marzo de 2021

O jugamos todos o pinchamos la pelota

Vaya por delante que no está el horno para bollos. Ahora que parece que remontamos frente al Covid, no es momento de tirar todo por la borda aglomerándonos en manifestaciones el 8M. Las mujeres que defendemos la igualdad tenemos un montón de maneras alternativas de celebrar esta fecha y reivindicar lo que queda por hacer. Desde enfundarnos la camiseta morada y pasearla todo el día allá por donde vayamos, hasta utilizar nuestras ventanas, virtuales y reales, para recordarles a todos que somos esa otra mitad de la población sin la que el mundo no funciona. 

Yo había descartado por completo asistir a una manifestación organizada por el Día Internacional de la Mujer. Y como yo, estoy convencida de que muchas más, por simple responsabilidad individual. Pero ni a esta movilización ni a otra. Puntualizado esto, también os digo que seríamos perfectamente capaces de mantener las mínimas medidas de seguridad si asistiéramos a cualquier acto conmemorativo de esta fecha al aire libre. Así que no entiendo por qué hay que prohibir las múltiples concentraciones populares de menos de 500 personas que se habían convocado en Madrid con motivo de este día, alguna de ellas incluso en una plaza acotada y con todas las medidas de seguridad. 

Pixabay

Solo espero que esta decisión de la Delegación del Gobierno, avalada por la Justicia, siente precedente y en adelante no se autoricen tampoco protestas de otro signo. De lo contrario, resultaría difícil de entender. Como decía aquel, o jugamos todos o pinchamos la pelota. 

Comprendo el desconcierto y el malestar de muchas mujeres ante esta decisión. Si no recuerdo mal, en lo que va de año hemos visto manifestarse en Madrid a hosteleros, trabajadores afectados por ERTE, negacionistas, neonazis, riders, pensionistas, contrarios al encarcelamiento de Hasel, defensores de la sanidad pública y algunos más que me dejo para no resultar pesada. La mayoría de estas convocatorias han sido autorizadas y eso que, en ciertos casos, su propio leitmotiv no era otro que cuestionar las normas sanitarias. 
 
No es necesario buscar movilizaciones reivindicativas. Basta con salir a la calle para encontrar concentraciones incompatibles con la salud pública. Hace dos días, primer viernes de marzo, en los aledaños de la Basílica del Cristo de Medinaceli en Madrid se formaron largas colas de fieles esperando a entrar en el recinto, pese a que el besapiés y demás celebraciones estaban suspendidas por el coronavirus. Pero "la tradición es la tradición", alegaban.

También había colas en otra puerta, la del Teatro Barceló, donde se agolpaban los chavales para entrar a una sesión de discoteca sin discoteca. No hay que ir muy lejos de allí para encontrarse también un gentío en fiestas y zonas de bares y terrazas. 

Por no centrarme solo en el ocio, mezclarse con el populacho a hora punta en andenes de Metro y estaciones de Cercanías para ir a trabajar parece también un ejercicio poco saludable, pero no queda otra. 
 
Ayer mismo, los exámenes de acceso a la escala básica de la Policía Nacional, aplazados por la pandemia, congregaron en el interior de un pabellón de Ifema en Madrid a 3.800 opositores

Sin embargo, anoche se celebró la gala de los Goya, con los candidatos desde su casa y un show reducido a la pareja de presentadores acompañados por un puñado de entregadores de premios alejadísimos entre sí. Por cierto, este año el 41% de los nominados a los Goya han sido mujeres. Todo un récord. Y por primera vez una mujer ha ganado en la categoría de mejor Dirección de Fotografía. No se me ocurre mejor manera de celebrar el 8M. Y esa no hay quien la prohíba.

sábado, 20 de febrero de 2021

Resistir hasta que se cansen

He visto un vídeo de Betevé, el canal de televisión de Barcelona, que refleja muy gráficamente el momento que vivimos y que incluso podría ser interpretado como una metáfora de por dónde podría pasar la solución a la violencia en las calles

En la imagen aparecen varios de los alborotadores de estas guerrillas urbanas que durante las últimas noches han provocados disturbios en distintos puntos del país tras la entrada en prisión del rapero Pablo Hasel. Están en una calle de la capital catalana e intentan sin éxito derribar una jardinera. Por mucho que la zarandean, en solitario o en equipo, la jardinera se mantiene anclada al suelo y no hay quien la tumbe. 

El vídeo dura 35 segundos e ignoro si el intento desesperado por destrozar ese elemento es previo al momento en que alguien le dio a grabar, aunque sospecho que no. Estoy convencida de que los chavales fueron incapaces de llegar siquiera al minuto de empeño, una actitud muy a tono con la vida actual, donde impera la filosofía de la inmediatez, el deseo satisfecho al instante, el “lo veo, lo quiero”. Cualquier cosa que implique un esfuerzo extra, una dedicación, un sacrificio o un proceso lento, se desecha, deja de ser interesante, no merece la pena perder el tiempo en ella. 

No he podido evitar fijarme en el gesto final de uno de los derrotados por la jardinera. Ese que se rendía ante la evidencia de que aquel elemento del mobiliario urbano estaba más enraizado en la ciudad que él mismo, pero evitaba asumir su suspenso en 1º de Vandalismo. Y me ha dado por pensar que quizá ahí está la clave. La democracia sería esa jardinera. Si está bien anclada, soportará cualquier embestida. El resto es resistir y esperar a que los que la atacan se cansen. 

Imagen de Pablo Hasel en uno de sus vídeos

Por cierto, yo tampoco creo que Pablo Hasel deba estar en prisión, por muchas barbaridades que diga en sus rapeos, tuits y entrevistas. En alguna ocasión he hablado en este blog sobre las canciones que sonaban en los bares de mi pueblo allá por los años 80, que coreábamos y bailábamos a pesar de lo delirante de sus letras. Que yo recuerde, ninguna de las bandas de rock radical vasco que firmaban esos temas, desde La Polla Records a Eskorbuto o Kortatu, terminaron en un proceso judicial ni esas letras nos incitaron a cometer ningún delito. 

Otra cosa es que después de enaltecer el terrorismo y sembrar odio, Hasel haya reincidido y desafiado al Código Penal rociando de lejía a un periodista y amenazando a un testigo. Debería entender que la violencia ni sale gratis ni es la solución, por muy amargado y frustrado que esté. Lo único que ha ganado, eso sí, es que ahora su nombre suene más de lo que han sonado y sonarán nunca sus canciones. 

Aún así, defiendo el derecho de los que no piensan como yo, porque no se han informado o porque les pierde la pasión antisistema, a salir a manifestarse y exigir que dejen libre a Hasel. Ahora, también espero que sean conscientes de que insultar, escupir y arrojar botellas a los policías que vigilan las protestas dista bastante de considerarse defensa propia. Las ideas tampoco se defienden quemando contenedores, reventando lunas, saqueando comercios o atizándole a un ‘madero’ con un adoquín. Más bien se desinflan.

Imagino que algunos pueden sentirse tentados de aprovechar el barullo para comprobar si la descarga de adrenalina que experimentan con los videojuegos en su habitación es similar a la lucha real en la calle. Si lo hacen, habrán cruzado la línea entre la realidad y la ficción. Pasarán al lado oscuro de verdad y se arriesgarán a ser detenidos y acabar mal. No podrán alegar que ejercían su libertad de expresión. Ese derecho no se ejerce lanzando piedras, sino argumentos.

miércoles, 13 de enero de 2021

La pandemia no nos ha hecho mejores, ni Filomena tampoco

Claro que no estábamos preparados para esto. Nos habían avisado, pero nadie podía imaginar la gran nevada que se nos venía encima con el paso de Filomena. Deberíamos haber sabido interpretar lo de la "alerta roja". El problema es que hemos desvirtuado el sentido de esa palabra y ese color. 

Lo de “la nevada del siglo” que anunciaban los meteorólogos también era bastante gráfico, pero después de tantos “partidos del siglo” la expresión ya ha perdido su fuerza. En estos tiempos estamos tan acostumbrados a excesos, exageraciones y fakes, que nos hemos inmunizado frente al peligro y relativizamos cualquier barbaridad y, por extensión, cualquier alarma.

Los avisos eran claros pero las propias autoridades no los vieron o no quisieron verlos. Probablemente por no alarmar y, mucho más, me temo, por lo impopular de imponer a la población otro confinamiento, esta vez por la amenaza climatológica. A ver quién era el valiente que dictaba un decreto que ordenara el cierre de empresas y establecimientos comerciales y la prohibición de circular por las carreteras después de las seis de la tarde del viernes 8 de enero, hora a la que comenzaba la alerta roja en Madrid. Seguro que le caía un recurso judicial y algún magistrado consideraba que la medida vulneraba los derechos fundamentales de los ciudadanos. 

De hecho, Filomena parece habernos hecho olvidar durante unos días que el festín navideño ha vuelto a disparar la incidencia de casos de Covid en lo que ya es la tercera ola, pero nadie se atreve a mencionar la idoneidad de otro encierro.

Resulta estéril discutir ahora por lo que se hizo mal antes de la llegada de la gran nevada cuando lo prioritario, creo yo, es centrarse en solucionar cuanto antes los efectos del temporal. Que la nieve para un rato está bien, pero más de un día se hace pesada.

En el municipio en el que resido las redes sociales están que echan humo por la gestión del Ayuntamiento en esta crisis, en particular por la lentitud en la retirada de la nieve de calles y calzadas para poder recuperar la movilidad. Pero no es el único. La crítica frente a la mayoría de administraciones públicas es generalizada. 

La realidad es que las autoridades no dan abasto con los medios de que disponen para recuperar la normalidad. La estrategia común está siendo liberar en primer lugar las vías principales y las que conducen a hospitales y centros esenciales. Sin embargo, de nada sirve si en tu calle tienes un metro de nieve y no puedes llegar a esos ejes, no ya con tu vehículo, ni siquiera andando, a no ser que te excite el riesgo y la aventura de caminar sobre placas de hielo por las bajas temperaturas.

Somos un país sin tradición de nevadas de este calibre en cotas medias y bajas, así que lógicamente los recursos no se invierten en medios suficientes para afrontar escenarios como el que ahora tenemos en la Comunidad de Madrid. Y no hablo solo de las administraciones públicas. ¿Quién tiene una pala en su casa

Es lo que más he echado de menos estos días. Al margen de un todoterreno, por supuesto. Por eso el domingo no me quedó más remedio que tirarme al patio de mi urbanización con una bandeja de horno para tratar de liberar de nieve un sendero desde mi portal a la puerta de la calle, ante el cachondeo del personal que me miraba como si me hubiera dado un brote sicótico. Menos mal que se me unió otra vecina armada con una tabla de cortar. No era tan grande y resistente como mi herramienta anti-Filomena, pero resultó perfecta para el trabajo fino. 

Por cierto, han pasado tres días y todavía tengo agujetas en lugares del cuerpo que no sabía que pudieran doler: las palmas de las manos, los dedos, los antebrazos, los laterales del cuello, las lumbares… Imagino que si viviera en Quebec, Helsinki o Fargo ya estaría acostumbrada y no acusaría tanto el esfuerzo. Incluso tendría todo lo necesario para moverme con desenvoltura en este ambiente, igual que mis vecinos. 

Porque si de algo me ha servido esta experiencia es para comprobar la cantidad de gente del barrio que guarda en sus trasteros esquíes, tablas de snowboard, raquetas, trineos y la ropa más adecuada para pasar el día en la nieve. Yo que antes del temporal ya me veía fuera de lugar en el vecindario, ahora directamente me he sentido como una intrusa en Baqueira.

sábado, 19 de septiembre de 2020

No tengo ni idea de cómo se frena una pandemia

Con el comienzo del mes de septiembre, mi trabajo ha pasado a ser semipresencial, con lo que un par de veces por semana tengo que desplazarme hasta mi oficina, en plena Gran Vía de Madrid, desde la ciudad dormitorio en la que vivo a 21 kilómetros de la gran ciudad. Para llegar hasta allí utilizo el transporte público. Primero un autobús interurbano y luego el metro. 

Soy afortunada, mi entrada al trabajo no coincide con la hora punta, en la que es materialmente imposible mantener ningún tipo de distancia con nadie, así que hasta ahora estoy pudiendo evitar sentarme codo con codo con algún extraño. Sí, todos llevamos mascarilla y, por lo general, la mayoría bien puesta. Además, procuro ir con las manos limpias y echarme gel hidroalcohólico cuando termino los dos trayectos. Nunca se sabe si la barra en la que me agarro para no caer en los frenazos la ha tocado algún asintomático. Luego trato de mantener las distancias con el resto de pasajeros con los que me cruzo por los pasillos del suburbano y las aceras de la calle, pero es complicado porque no depende solo de uno. El otro día en unas escaleras mecánicas, por cada peldaño que yo bajaba para separarme de la persona que iba detrás de mí, demasiado cerca para mi gusto, ella bajaba también otro. Y así estuvimos hasta que llegamos al final. 


Cuando escucho decir que el transporte público es un lugar seguro y que hasta ahora no se ha podido documentar ningún brote asociado, no puedo evitar preguntarme cómo están tan seguros. No puedo creer que ninguno de los positivos que están aflorando como setas últimamente en Madrid no haya usado un autobús o un metro en los días previos. Me gustaría saber cómo detectan que el origen del contagio se encuentra en un lugar y no en otro. Si yo ahora diera positivo en Covid y tuviera que aportar al rastreador de turno el nombre y teléfono de las personas con quienes he tenido contacto esta semana solo sería capaz de mencionar a mis conocidos; pero imagino que todos los desconocidos que han ido conmigo en los cuatro autobuses y cuatro vagones de metro en los que he viajado deberían también ser alertados, algo materialmente inviable ni con un millón de rastreadores. 

Entre esos viajeros seguro que había alguno que reside en Usera, Puente de Vallecas, Villaverde o en cualquiera de las zonas en las que desde este lunes la Comunidad de Madrid va a restringir la movilidad. Ellos podrán seguir saliendo de su territorio confinado si van a estudiar o a trabajar. Y eso harán, porque hay personas para quienes su disyuntiva vital es Covid o hambre. 

El día que conocíamos las nuevas restricciones, la presidenta regional manifestaba su preocupación porque en Madrid 1.500 personas se habían saltado en los últimos tres días la cuarentena a la que están obligados por contagio de coronavirus o por contacto estrecho con un positivo. 

Entre esas personas imagino que hay trabajadores precarios que no pueden permitirse faltar al trabajo porque de ello depende el pan de sus hijos. Ni siquiera se atreven a plantear a su jefe la situación por miedo a que les eche. Y probablemente aciertan. No todos los empresarios acogen de buen grado las bajas inesperadas en la plantilla y menos sin que medie una enfermedad que impida trabajar. 

Quienes no guardan la cuarentena quizá no son conscientes de que ponen en riesgo al resto de la gente o, si lo son, no ven otra alternativa que arriesgarse a ser una bomba vírica. En otros casos se saltan el protocolo sanitario por puro desconocimiento. Por no hablar de que muchos de ellos puede que vivan en casas pequeñas con hijos, parejas, padres, en un espacio reducido donde resulta imposible mantener un aislamiento preventivo del resto de los convivientes. 

La cifra de 1.500 ‘irresponsables’ que mencionaba la presidenta regional puede ser solo la punta del iceberg, porque no hay rastreadores suficientes como para controlar que todos y cada uno de los ‘cuarentenados’ están cumpliendo. 

No tengo ni idea de cómo se frena una pandemia. Para eso están los expertos epidemiólogos. Yo solo sé mirar y hacerme preguntas.

viernes, 9 de junio de 2017

El despatarre y otros despiporres

El Ayuntamiento de Madrid, a petición popular, va a luchar contra el despatarre masculino. De momento se va a empezar por alertar a los escarranchados a través de pegatinas que estarán bien visibles en los autobuses de la EMT. Todo con el fin de que aquellas personas con tendencia a repanchigarse con las piernas bien separadas, invadiendo el terreno natural de sus vecinos de asiento, desistan de tan molesta costumbre. 

Por lo general suelen ser hombres, que se escudan en sus atributos para no sentarse correctamente. Pero no es un problema de presión testicular, lo corroboran los expertos, es básicamente un no saber estar, un abuso y una falta de respeto hacia quienes te rodean. Y esto –creo yo- no tiene que ver con el género o la huella genética; también existen casos de féminas invasoras de espacio común, aunque son pocas, más que nada porque las mujeres, sobre todo si vamos con falda, preferimos cruzar las piernas o juntarlas, así que ocupamos la mitad.

El despatarre, o manspreading, como lo llaman los anglófilos ilustrados, es más común de lo que creéis y resulta particularmente molesto en verano. Decidme si no os ha llegado a pasar eso de ir en pantalón corto, sentaros en el metro y que en el asiento de al lado otro viajero, también con atuendo estival, separe sus extremidades y pegue su muslo sudoroso al vuestro en un contacto indeseado que violenta a la más pintada. Igual de asqueroso que cuando en hora punta te toca hacer equilibrios al lado de un pasajero poco dado a la higiene y tu nariz queda a la altura de su axila.

El despatarre es un despiporre aquí y en todo el mundo. No somos los primeros ni seremos los últimos que tengamos que recurrir a pictogramas para que algunos individuos entiendan de qué va convivir. Otra cosa es que sean capaces de descifrar lo que quiere decir el dibujo y entender que va con ellos. Hay múltiples ejemplos de falta de urbanidad en espacios de uso colectivo donde están bien indicadas las reglas del juego y todavía te encuentras gente que hace caso omiso. Me refiero, por ejemplo, a esos que ponen los pies encima del asiento que tienen delante, ya sea en el metro, el autobús y hasta en el cine, y cuando osas pedirles que te dejne utilizarlo, tienes la sensación de estar arruinándoles el día. O los que depositan la bolsa de basura fuera del contenedor en vez de arrojarla dentro, una tarea nada complicada de ejecutar, basta con levantar la tapa. O esos conductores que ocupan dos plazas de aparcamiento, así los coches contiguos no les rozan el suyo al abrir la puerta. O los que siguen dejando encendido el móvil en el teatro a pesar de los continuos avisos sonoros previos a la función que piden lo contrario, y luego, por culpa de Murphy y su ley, suena bien alta una llamada en el mejor momento de la trama.

Podría seguir desgranando ejemplos y seguro que vosotros también, pero tampoco quiero abusar. Solo una cosa más dirigida a quienes se han tomado a chufla este movimiento: os aseguro que va más allá de la simple anécdota. Y nada tiene que ver con los micromachismos. Reflexionen.

miércoles, 10 de agosto de 2016

15 cosas que podemos hacer en Madrid sin gastar un solo euro

Este año estoy pasando buena parte del verano en Madrid, disfrutando de unas vacaciones low cost, -irme a las Bahamas cuando estoy cobrando la prestación por desempleo se me antojaba obsceno-. De modo que trato de sentirme turista sin cruzar fronteras, aprovechando las múltiples posibilidades que ofrece una ciudad como esta para entretenerse sin soltar un solo euro. Ayer mismo, por ejemplo, visitamos la Casa Museo de Lope de Vega, un fabuloso rincón que aún se conserva, muy bien remozado, en la calle de Cervantes. He pensado que no estaría mal compartir con vosotros mi recopilación de planes gratuitos que se pueden realizar en la capital, al margen, por supuesto, de los clásicos paseos por la Puerta de Alcalá, Cibeles, Neptuno, la plaza Mayor, el kilómetro 0 o la Gran Vía. Aquí tenéis 15 cosas que podemos hacer en Madrid sin gastar dinero:

1.-La Casa Museo de Lope de Vega encabeza esta lista. El recorrido por las distintas estancias y el jardín dura una media hora. Durante la visita te cuentan la historia del lugar, te acercan a la figura del autor de 'Fuente Ovejuna' y te ayudan a hacerte una idea de cómo vivió sus últimos años allí. El plan resulta también muy entretenido para los niños por las anécdotas de la época que narran los guías. Hay que reservar la visita previamente por teléfono, aunque no suelen tardar mucho en dar la cita.





2.-El Palacio de Cibeles, sede del Ayuntamiento de Madrid, tiene un espacio cultural conocido como CentroCentro. En el vestíbulo del antiguo edificio de Correos hay una zona de descanso en la que, además de poder sentarte resguardado del calor, puedes leer la prensa, navegar por internet gracias a su wifi abierta e incluso ver las diversas exposiciones que ofrece. La visita al mirador es gratuita todos los primeros miércoles de mes.


3.-Los centros comerciales encierran muchas posibilidades. Yo destacaría la Tienda Apple de la Puerta del Sol, la Casa del Libro en Gran Vía y la Fnac de Callao. En el caso de la primera, puedes toquetear todos su productos, consultar la prensa digital en un IPad, juguetear con el último modelo de Iphone o soñar con un Mac de pantalla infinita... que por eso no te cobran. Tampoco por asistir a los talleres que organizan para sacarle partido a sus gadgets. En el caso de la Casa del Libro, gracias a su wifi, su climatización y, por supuesto, su amplio catálogo bibliográfico que puedes ojear libremente, no hay paraíso mejor para un lector. De la Fnac se podría decir lo mismo, aunque ampliado a otros ámbitos como la música, el cine y los videojuegos. Además suelen ofrecen actividades culturales abiertas y gratuitas.


4.-Matadero de Madrid. Este espacio cultural municipal, centro de creación contemporánea, ofrece durante el mes de agosto La Plaza en Verano, un ciclo de conciertos gratuitos a la fresca, las noches de los viernes y sábados. El resto del año suele organizar igualmente numerosas citas culturales abiertas a todo el público. 





5.-Hay un montón de Museos que se pueden visitar por el morro, aunque no sean tan de relumbrón como el Prado, el Reina Sofía o el Thyssen. No obstante, estos también tienen días y horas en las que abren sus puertas para todo el mundo: la colección permanente del Museo del Prado es gratis de lunes a sábado a partir de las seis de la tarde y hasta el cierre, mientras que domingos y festivos la veda se abre a las cinco. En el caso del Museo Reina Sofía, los días de entrada gratuita son el lunes de 19 a 21, de miércoles a sábado de 19 a 21 y los domingos de 13:30 a 19. En cuanto al Museo Thyssen-Bornemisza‎, la gratuidad es los lunes de 12 a 16 horas, pero se restringe a amigos del museo, menores de 12 años, miembros del Consejo Internacional de Museos y desempleados; esta última condición –la de estar en paro- permite también la entrada gratuita al Palacio Real de lunes a jueves de 18 a 20 horas durante esta época, un derecho que tienen también los ciudadanos de la Unión Europea, residentes y portadores de permiso de trabajo en dicho ámbito y los ciudadanos iberoamericanos. 


6.-Las grandes zonas verdes de Madrid son otro lugar en el que pasar el rato sin gastar. Ver a locos de Pokemon Go persiguiendo muñequitos con su móvil por el Parque del Retiro puede ser muy divertido, lo mismo que observar a quienes ocupan las barcas que navegan por el estanque. El Palacio de Velázquez y el Palacio de Cristal, ambos en el mismo recinto, también se pueden visitar gratis. Hay otras áreas verdes imprescindibles además de, por supuesto, la Casa de Campo. Yo recomiendo en particular el coqueto Parque del Capricho, en la Alameda de Osuna, y su búnker de la guerra civil, abierto al público desde el pasado mes de mayo. Para entrar en el parque no hay problema, hay acceso libre dentro del horario de apertura, pero para el búnker hay lista de espera, por eso de la novedad. 


7.-Andén 0 es el Centro de Interpretación del Metro de Madrid. Para conocer la historia del suburbano madrileño se pueden visitar de manera gratuita la Nave de Motores de Pacífico y la Estación de Chamberí, dos de los lugares más insólitos de la capital. Ahora la estación está puntualmente cerrada por obras hasta noviembre, pero merece la pena esperar a su reapertura para retroceder en el tiempo. 




8.-Hay Fundaciones muy activas y generosas. La Fundación Canal tiene una importante actividad cultural y sus salas de exposiciones suelen acoger interesantes muestras. Ahora mismo, por ejemplo, está a punto de concluir una dedicada a Vivian Maier, una niñera que alternó esta ocupación con su oculta pasión por la fotografía. A su muerte se encontró un material fantástico que la ha convertido en todo un fenómeno y referente de la fotografía de calle. Tengo que verla. El Espacio Fundación Telefónica es otro de esos lugares de visita ineludible cuando uno pasea por la Gran Vía, porque sabe que siempre encontrará propuestas culturales atractivas. Igual que La Casa Encendida, de Fundación Montemadrid, donde también en verano sigue programando exposiciones, música o cine.



9.-Las Fiestas populares son un filón, porque suelen incluir mucho entretenimiento de calle y cosas que ver sin sacar la cartera. San Cayetano, San Lorenzo y La Paloma en agosto te permiten pasearte por Lavapiés y Las Vistillas, ver bailar chotis y atreverte incluso a mover el culo tú mismo en una verbena, sobre todo después de consumir limonada gratis. 






10.-La Bolsa de Madrid se puede visitar gratuitamente previa solicitud. Sí, habrá quien considere poco atractiva una visita al parqué madrileño, pero con lo loco que está el IBEX últimamente quizá el plan sea hasta entretenido. Profesionales de esta institución guían a los visitantes y les explican tanto la historia del edificio como los intríngulis del mercado de valores.






11.-El Congreso de los Diputados. Salvo en agosto, el resto del año te puedes presentar con tu DNI todos los sábados de 10:30 a 12:30 horas, acercarte por la verja de la Carrera de San Jerónimo y cruzar los dedos para que no haya mucha gente. Cada media hora y en número no superior a 25 personas se va pasando. El inconveniente o ventaja, según se mire, es que los visitantes no se cruzarán esos días con ningún diputado. En el caso del Senado también se puede visitar de manera gratuita y con guía, previa solicitud, siempre que la actividad parlamentaria lo permita, de lunes a viernes, a las 10, 11, 12 y 13 horas, excepto en agosto y otras vacaciones.





12.-Madrid Río. Es la herencia que dejó Gallardón y hay que admitir que la Ribera del Manzanares ganó con el soterramiento de la M-30. Hay parques con tirolinas, columpios y toboganes a lo largo de este espacio, que viene a medir unos 10 km y que incluye fuentes, chorros y muchos puentes, viejos y nuevos. Si quieres aprovechar para pedalear, calzarte los patines o correr, beneficiarás también a tu salud.







13.-El relevo solemne y el cambio de guardia en el Palacio Real. Dicen que es todo un espectáculo. Participan más de 400 personas y 100 caballos que escenifican el relevo tal y como se hacía en tiempos de los reyes Alfonso XII y Alfonso XIII, con la parafernalia de entonces. El espectáculo incluye un concierto de la Unidad de Música de la Guardia Real.





14.-La Biblioteca Nacional ofrece visitas exprés a este templo de sabiduría que recibe y conserva ejemplares de todos los libros publicados en España. El itinerario incluye la escalinata exterior, el zaguán, la escalera principal, el Salón Italiano y la Sala de Patronato. Las Salas de Exposiciones y el Museo de la Biblioteca, donde se realizan diversas exposiciones y actividades culturales, son de libre acceso.


15.-Los Mercados de Madrid ya no son esos lugares donde vas a buscar la pescadilla y el cuarto de kilo de chopped; ahora se han reconvertido en 'gastrolugares' de encuentro de lo más chic que merece la pena visitar, siempre que seamos capaces de mantener los jugos gástricos a raya. De no ser así, el plan ‘no gastar un euro’ se irá a la basura. El Mercado de San Miguel, el de San Antón o Platea, son de los más frecuentados y a ellos yo particularmente les sumaría la Gourmet Experience de El Corte Inglés de Callao, en la última planta del edificio, desde donde se tienen unas vistas inigualables de Madrid. Y gratis… siempre que no termines picando y decidas darte un capricho, sobre todo si atardece y la puesta de sol te invita a quedarte un rato más largo saboreando el momento.







miércoles, 6 de julio de 2016

Del 'Día sin Bañador' a la moda internacional de comer en bolas

El Ayuntamiento de Madrid autoriza que se celebre el 'Día sin Bañador' en las piscinas de la capital, si es que los gestores de estas instalaciones lo estiman oportuno y reciben peticiones al respecto. Ya el año pasado la Asociación para el Desarrollo del Naturismo lo solicitó y se celebró en la piscina de Lago, en la Casa de Campo, una jornada denominada 'Día del Bañador Opcional', para regocijo de los aficionados a tirarse de bomba sin que ningún trozo de tela sujete ni pechos ni glúteos ni pene. 


En Londres han abierto un restaurante donde te permiten comer desnudo para disfrutar -dicen- de una experiencia multisensorial. Se llama The Bunyadi. Podríamos pensar que es una minoría excéntrica la que le ve el punto a esto de comer en cueros y arriesgarse a tener que sacudirse las migas del vello púbico pero, a tenor del número de reservas recibidas, parece que abundan los nudi-gurmets.

En Tokio este mes dan un paso más allá. Van a abrir The Amritaun restaurante nudista, el primero de Japón, en el que además se reservan el derecho de admisión solo a gente que esté en su peso y con poca flacidez. Una báscula en la entrada para pesar a los comensales impedirá tomar un solo bocado a quienes tengan kilos de más o lleven incorporado el flotador, un casting en toda regla para evitar que los físicamente afortunados tengan que padecer la visión de seres imperfectos que les amarguen el menú.

En ambos casos los usuarios llegan vestidos hasta el local y en el interior se despojan de todas sus prendas, incluido el móvil, y esa sí que es una prueba de fuego para aquellos que se sienten desprotegidos sin su smartphone. Una de las mayores dudas que se me planteaba al conocer la existencia de estos dos negocios de restauración era escatológica y ya la he despejado: en el caso del restaurante de Londres cada comensal se sienta sobre un cojín higiénico desechable, mientras que en el de Tokio los clientes se verán obligados a levar una ligera y minúscula prenda de papel cubriendo sus partes pudendas. Aún así, imagino los pelos que se puedan desprender del pecho y de los genitales, las gotas de sudor resbalando por el canalillo, las axilas o las ingles…, las pelusillas del ombligo, el olor a pies… y en general todas aquellas secreciones que la indumentaria nos ahorra contemplar. 

No tengo nada contra la desnudez, de hecho un cuerpo sin ropa bien proporcionado, con sus músculos dibujados, me parece muy erótico y sensual. Vamos, que en una situación de relax, estando mínimamente receptiva, me pone hasta un poco cachonda. Menos mal que la excitación en las féminas no es tan evidente... En cuanto a mi vida cotidiana, en casa están aburridos de verme lucir palmito, y como hace mucho que superé la adolescencia, no me cubro pudorosa cuando alguien entra en el baño en medio de mi aseo o me sorprende en pleno proceso de cambio de ropa. Es cierto que en los vestuarios públicos de centros deportivos voy a tiro hecho y me quedo en bolas solo el tiempo estrictamente necesario, no me paseo exhibiendo cuerpazo, ni me regodeo masajeándome de manera concienzuda como hacen otras después de la ducha. 

Respeto a los nudistas. Les admiro incluso. Además confieso que he experimentado la placentera sensación de bañarme en el mar desnuda y que luego los rayos del sol me sequen el culo, pero ha sido en privado o muy en petit comité, no a la vista de cualquiera, ni en pandilla, donde impepinablemente y sin poderlo evitar tiendo a mirar y comparar. Recuerdo una vez en Budapest, de viaje con mi amiga Chus, que decidimos visitar unos baños típicos, un spa tradicional húngaro solo para mujeres. En la entrada descubrimos que para acceder había que hacerlo completamente desnuda. Así que, por no parecer unas paletas, dejamos el bañador en la mochila, nos quitamos la ropa y nos adentramos en aquel escenario que parecía el sueño de un viejo onanista. A los diez minutos en remojo, después de haber inspeccionado todo el ‘género’, convenimos que estábamos muy bien -mejor que las húngaras- y comenzamos a relajarnos, algo a lo que ayudó el masaje final, pese a que no fue especialmente suave. Fue toda una experiencia, aunque sigo pensando que me siento más cómoda con un bikini que cubra mi subdesarrollado pecho y una parte de mis sobredimensionados glúteos.

En fin, que no me esperen en The Bunyadi, The Amrita, ni en ninguna de las piscinas que celebren el 'Día sin Bañador'. No sabría comportarme con naturalidad. Y si coincido accidentalmente con algún amante del naturismo practicando tan sana afición, que me disculpe si me pilla mirándole no precisamente a los ojos o percibe que pierdo el hilo de la conversación. En algunas situaciones me cuesta concentrarme. No puedo evitarlo. Será que lo he probado poco...


lunes, 23 de mayo de 2016

Se necesita dependienta de 18 años

Este cartel está pegado en la puerta de una copistería de Madrid. Lo he visto esta misma mañana y me ha llamado la atención, principalmente por la manera en que el empresario acota la búsqueda para cubrir un puesto de trabajo en su establecimiento concretando la edad y el género de la persona que quiere contratar. Afortunadamente en el letrero no se mencionan detalles sobre el físico de la candidata -por ejemplo que esté buena-, algo que ya no me sorprendería...

Me pregunto por qué el responsable de este negocio requiere exactamente una mujer y de esa edad. Puede que para manejar las máquinas fotocopiadoras las chicas nos demos más maña. En cuanto a los 18, quizá es que busca la edad mínima para no incurrir en un delito de explotación infantil. O simplemente ha pensado que el colectivo de mujeres jóvenes es el que tiene más necesidad de ser contratado. A lo mejor ha especificado ese número porque considera que a esa edad la experiencia laboral es mínima, por no decir nula, lo que significa que aún es pronto para haber sufrido el síndrome de burnout, vamos, que las empleadas de 18 no suelen sentirse todavía quemadas por el trabajo, sino más bien todo lo contrario, tienden a estar más frescas que una lechuga y acatan sin rechistar cualquier orden que reciban de un superior. Eso supone un lugar de trabajo en paz, algo que suelen valorar mucho los empresarios.


Imagino a las chicas de 17 años que pasan por allí, ven el cartel y sueñan con el día que cumplirán los 18, no tanto por alcanzar la mayoría de edad y con ella poder conducir, votar o beber alcohol legalmente, sino por presentarse en el centro de reprografía con el DNI entre los dientes, dispuestas a pelear por el puesto. Me pregunto también qué pasará cuando la afortunada que finalmente sea elegida, cumpla los 19. ¿A la calle? Quién sabe. Puede que se canse antes y no haya necesidad de traumatizar a nadie.

Pensándolo bien, el anuncio podría ser simplemente una estrategia de marketing perfecta. Lo que se llama vulgarmente utilizar a la trabajadora como un reclamo. Si tiene 18 años lo más probable es que sea estudiante de primer curso de alguna carrera y que tenga amigos estudiantes que necesitan encuadernar trabajos o fotocopiar montañas de apuntes. Y ¿dónde van a ir a buscar estos servicios? Pues a la copistería donde trabaja su amiga.

¡Madre mía! Lo que da de sí un letrero con seis palabras. O lo que me cunde a mí. Voy a tener que hacérmelo mirar. 


sábado, 2 de abril de 2016

Cuánto vale un espectáculo

Ayer acompañé a mi hija al espectáculo 'The Next Step Wild Rythm Tour'. Está basado en una serie canadiense de Disney Channel que ficciona un reality show sobre los bailarines de una academia que pasan duras pruebas y compiten en concursos de danza. Mi hija se había enganchado a esta serie que ocupó la parrilla tras el fin de otra serie juvenil, la argentina 'Violetta', a la que también se enganchó… 

Compramos la entradas hará cuatro meses, en cuanto salieron -hay que darle algún incentivo para seguir siendo buena chica- y ya solo quedaban de las caras, así que me la envainé y pagué 45 euros del ala por cada una de las dos. Eso sí, eran en primera fila, eso es lo único que agradecí ayer, que nos daban acceso directo a lavabos no masificados, algo sumamente importante cuando vas con menores.

El espectáculo, en el Palacio Municipal de Congresos de Madrid, fue lo que yo entiendo por un camelo. Para empezar no estaban todos los artistas principales del elenco, solo media docena más alguno secundario de refuerzo. Debieron bailar unos doce números musicales entre coreografías grupales, tríos y duetos. El resto del tiempo se consumió en canciones con música pregrabada interpretadas por un par de jóvenes soseras a los que el escenario se les quedaba grande. También nos tragamos vídeos de la serie y sus actores protagonistas, y asistimos a diálogos absurdos del presentador con un público cuya media de edad debía rondar los 9 años. Solo diré que hubo un espacio para que los fans interrogaran a los bailarines sobre lo que quisieran y una niña, que a esas horas debería haber estado ya en la cama, le preguntó a uno de ellos si sabía nadar. Por cierto, ese fue el momento más original de toda la gala. Ese y la coreografía que trataron de enseñarnos y que mi hija me impidió practicar como el resto del aforo abochornada ante la posibilidad de que me pusiera en ridículo y, por extensión, también a ella. Con lo bien que he bailado yo toda mi vida... Aprovecho para dejaros aquí unos vídeos con alguno de los números musicales de la noche, que al menos me sirva de algo haberlos grabado.







No está mal, ¿no? Si yo no reniego de la danza, que me encanta, ni cuestiono el nivel de los bailarines, lo que me pareció fue un espectáculo muy pobre calidad-precio, diseñado sin duda a la medida de un público entregado y poco exigente, la audiencia infantil de Disney Channel. Y de lo malo-malo, yo solo me tuve que gastar la pasta en dos entradas, pero vi familias de cinco miembros. Echad cuentas.
   
Nunca he visto en directo a los Rolling Stones, algo de lo que ya pueden presumir hasta los cubanos. El último concierto que soy consciente de haber disfrutado de una artista al que deseaba ver -y sin niños de por medio- fue el de Fito Páez hace seis años en un teatro de la Gran Vía de Madrid. Creo que nunca en mi vida me he gastado 45 euros en una entrada para un espectáculo -por suerte el trabajo me ha permitido hartarme de conciertos por la patilla-, así que el bluff de ayer lo consideraría un fiasco, un tirar el dinero, si no fuera por haber visto a mi hija temblar como una hoja, gritar con cada pirueta y saltársele las lágrimas al ver a esta pandilla de bailarines dar volteretas sobre el escenario del Palacio de Congresos. Todo ello aún más amplificado después de que le dijera que en ese mismo lugar se había celebrado la ceremonia de los Goya y que justo en su asiento había estado sentada Belén Rueda. Con lo poco fetichista que soy yo y vaya si he parido una fanática.

domingo, 20 de marzo de 2016

Cuando la vida decide dónde situar el umbral del honor

“Ojalá nos humillen así todos los días”. Lo dice una de las seis mendigas rumanas que se han hecho famosas a raíz del lamentable espectáculo que ofrecieron esta semana unos hinchas del PSV cuando bebían cerveza en la plaza mayor de la capital haciendo tiempo hasta el encuentro de su equipo contra el Atlético de Madrid, ese que ganaron los de Cholo en los penaltis. Los hooligans se entretuvieron denigrando un rato a unas mujeres que practicaban la mendicidad en este punto turístico lanzándoles monedas y haciéndolas bailar y flexionarse al ritmo de olés. 


En ese bochornoso rato las mujeres ganaron más dinero que en todo el mes, alguna incluso llegó a los 40 euros gracias a la lluvia de céntimos que les lanzaron los holandeses, cuando normalmente no sacan más de 5 euros al día. Así que cuando una pasa necesidad, está viuda y tiene ocho hijos a los que alimentar, se ríe de la vergüenza… ¿Vergüenza? ¿Qué es eso? Alguien me dijo una vez que el orgullo no da de comer. Es realmente revelador cómo las circunstancias personales pueden modificar nuestro umbral del honor. 

Estas gitanas tienen entre 19 y 40 años y ya han vivido más que cualquiera de nosotros. Engañadas en su país, víctimas de las mafias, malviviendo en chabolas o literalmente debajo de un puente, extorsionadas y obligadas a pagar parte de lo que obtienen por mendigar –o sustraer al descuido, también- para saldar una deuda por su viaje a España, con todo lo que llevan a sus espaldas, lo de menos es bailar un poco o agacharse para recoger el botín aprovechando la visita de una pandilla de holandeses con ganas de divertirse. No creo siquiera que sepan ni les importe que el escándalo haya llegado a todos los rincones del planeta, incluidos los Países Bajos, y que el equipo de fútbol de Eindhoven vaya a tomar medidas, o que la Fiscalía de Madrid haya anunciado que investigará el suceso. Lo único que piensan estas mujeres es “Ojalá nos humillen así todos los días”.


miércoles, 2 de diciembre de 2015

A 70 por la boina

Si en Madrid mencionas la palabra “boina”, probablemente enciendas la mecha de una acalorada discusión sobre si las medidas impulsadas por el Ayuntamiento sirven para algo y si los avisos por la crisis de polución se están gestionando informativamente de manera correcta. 

En París, 150 jefes de estado y de gobierno de otros tantos países discuten sobre cómo alcanzar una alianza internacional que frene el cambio climático. Esta Cumbre del Clima llega después de 20 años de negociaciones y con la idea de que si no se hace nada las consecuencias serán catastróficas para el planeta. Hay que empezar por comprometerse a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero para elaborar el protocolo que sustituirá a partir de 2020 al de Kyoto (que algunos países se pasaron por el arco del triunfo). Pero los intereses económicos pesan tanto que los acuerdos no se adivinan fáciles. 



En esta cita está representada China, la potencia más contaminante del mundo y en cuya capital, Pekín, sus vecinos llevan padeciendo tres días seguidos una contaminación tan brutal que casi no ven la luz del sol. Allí no es que haya una boina, es que directamente conviven con una densa niebla oscura que les impide ver más allá de sus narices.

El hombre está trastornando los mecanismos del clima de la Tierra de tal manera que en adelante podremos registrar temperaturas globales récord, según el Servicio Meteorológico del Reino Unido (Met Office). Esto podría traducirse en fenómenos meteorológicos extremos que terminarían elevando el nivel del mar. La organización científica Climate Central ha presentado una recreación sobre cómo quedarían emblemáticos lugares del planeta si en 2100 la temperatura hubiera aumentado entre 2 y 4 grados.



Y mientras en Madrid ponemos el grito en el cielo cuando el Ayuntamiento, por los altos índices de contaminación, limita a 70 km por hora la velocidad a la que pueden circular los vehículos por la M-30 y los accesos a la capital y restringe el aparcamiento en el centro. Activar este plan es algo que no comprenden los conductores que lo consideran un fastidio y reclaman que al menos el transporte público sea gratuito, cuando seguro que si lo fuera los que se quejan no lo tomarían. Lo triste es que a nadie parecen importarle los evidentes los efectos de la polución sobre la salud, que recoge el consistorio en su página web y que igualmente no se cansa de pregonar la Organización Mundial de la Salud.

Deberían saber los madrileños que hay otras ciudades donde todavía se lo toman más en serio. Así que, si el argumento sanitario no les convence, quizá les consuele saber que podría ser peor.