El Ayuntamiento de Madrid, a petición popular, va a luchar contra el despatarre masculino. De momento se va a empezar por alertar a los escarranchados a través de pegatinas que estarán bien visibles en los autobuses de la EMT. Todo con el fin de que aquellas personas con tendencia a repanchigarse con las piernas bien separadas, invadiendo el terreno natural de sus vecinos de asiento, desistan de tan molesta costumbre.
Por lo general suelen ser hombres, que se escudan en sus atributos para no sentarse correctamente. Pero no es un problema de presión testicular, lo corroboran los expertos, es básicamente un no saber estar, un abuso y una falta de respeto hacia quienes te rodean. Y esto –creo yo- no tiene que ver con el género o la huella genética; también existen casos de féminas invasoras de espacio común, aunque son pocas, más que nada porque las mujeres, sobre todo si vamos con falda, preferimos cruzar las piernas o juntarlas, así que ocupamos la mitad.
El despatarre, o manspreading, como lo llaman los anglófilos ilustrados, es más común de lo que creéis y resulta particularmente molesto en verano. Decidme si no os ha llegado a pasar eso de ir en pantalón corto, sentaros en el metro y que en el asiento de al lado otro viajero, también con atuendo estival, separe sus extremidades y pegue su muslo sudoroso al vuestro en un contacto indeseado que violenta a la más pintada. Igual de asqueroso que cuando en hora punta te toca hacer equilibrios al lado de un pasajero poco dado a la higiene y tu nariz queda a la altura de su axila.
El despatarre es un despiporre aquí y en todo el mundo. No somos los primeros ni seremos los últimos que tengamos que recurrir a pictogramas para que algunos individuos entiendan de qué va convivir. Otra cosa es que sean capaces de descifrar lo que quiere decir el dibujo y entender que va con ellos. Hay múltiples ejemplos de falta de urbanidad en espacios de uso colectivo donde están bien indicadas las reglas del juego y todavía te encuentras gente que hace caso omiso. Me refiero, por ejemplo, a esos que ponen los pies encima del asiento que tienen delante, ya sea en el metro, el autobús y hasta en el cine, y cuando osas pedirles que te dejne utilizarlo, tienes la sensación de estar arruinándoles el día. O los que depositan la bolsa de basura fuera del contenedor en vez de arrojarla dentro, una tarea nada complicada de ejecutar, basta con levantar la tapa. O esos conductores que ocupan dos plazas de aparcamiento, así los coches contiguos no les rozan el suyo al abrir la puerta. O los que siguen dejando encendido el móvil en el teatro a pesar de los continuos avisos sonoros previos a la función que piden lo contrario, y luego, por culpa de Murphy y su ley, suena bien alta una llamada en el mejor momento de la trama.
Podría seguir desgranando ejemplos y seguro que vosotros también, pero tampoco quiero abusar. Solo una cosa más dirigida a quienes se han tomado a chufla este movimiento: os aseguro que va más allá de la simple anécdota. Y nada tiene que ver con los micromachismos. Reflexionen.
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