¿Os habéis preguntado alguna vez por qué las conversaciones sobre asuntos sexuales siguen provocando risas, ira, discusión, controversia…? Se llama inmadurez. Cuando seamos capaces de hablar de sexo sin ruborizarnos, sin descender al fango y echar mano del chascarrillo soez, de las exageraciones o del insulto, de una manera natural, como quien habla de su juanete, la cicatriz de una apendicitis o su dermatitis seborreica, entonces habremos superado la fase infantil en la que estamos instalados.
Hoy es el Día del Orgullo Gay y mientras unos defienden su libertad para amar y mantener relaciones sexuales con las personas que quieran, hay quien recibe esta fecha con urticaria. Las banderas del arco iris que enarbolan unos provocan acidez de estómago en quienes desde hace algunos días van comprobando cómo balcones oficiales, moscas de la tele, marcas comerciales y hasta el cupón de la ONCE van tiñéndose de todos los colores para significarse, aprovechar el tirón comercial del evento o, simplemente, parecer muy enrollado.
Madrid tiene el honor de ser este año sede mundial de la celebración del WorldPride, con todo lo que eso conlleva de visibilización a gran escala e ingresos. Así que el alboroto gay habitual por estas fechas se ha multiplicado, lo que a su vez amplifica las distintas maneras de afrontar la homosexualidad. Hay gente que sigue viéndola pecaminosa, enfermiza y ‘contra natura’ y que considera unos pervertidos a quienes se declaran gays. Y gente que sufre por no poder hablar abiertamente de lo que siente, cohibida por lo que esa confesión podría desatar. Al final todo se reduce a la herencia recibida -aquí sí que sí-, a una manera mojigata y poco sana de afrontar la sexualidad marcada por una educación católica tradicional que a fuerza de repetir siglo tras siglo este anatema, ha sembrado en la mente colectiva, particularmente la de las personas de mayor edad, el rechazo hacia este colectivo.
A mí no me importa la condición sexual de la gente que conozco, con la que hablo, me cruzo o coincido. Cuando me presentan a alguien, no me interesa conocer su modo de desenvolverse en el amor o el sexo, prefiero saber antes su nombre y a qué se dedica en la vida, encontrar temas interesantes de conversación e intuir que se trata de una buena persona. Y no creo que nadie deba ir mostrando su tendencia sexual como si fuera su carta de presentación: ‘Hola soy fulanito y soy gay’. Igual que no vamos diciendo el resto ‘Hola, qué tal. Soy tu nueva vecina y te aviso que soy muy hetero’. Nunca he entendido tanto empeño en querer sacar del armario a la fuerza. Que cada uno actúe con naturalidad. Que respete y se haga respetar.
Creo y espero que las futuras generaciones sepan gestionar mejor que las nuestras este tipo de cuestiones. Que no variemos la manera de tratar a alguien cuando descubrimos que no es heterosexual. Que cambiemos la manida expresión ‘lo normal’, por ‘lo más común’. Que se destierre el insulto ‘maricón’ del vocabulario pensado para hacer daño y la violencia contra el distinto o el que no se ajusta a la idea socialmente establecida. Y que deje de recurrirse a los mismos tópicos para definir a estas personas, porque os aseguro que no por pertenecer al colectivo LGTBI te han tocado más papeletas para ser libertino y promiscuo. También los heterosexuales pueden llegar a ser muy ‘viva la virgen’. Y en cuanto a la pluma, que tanto molesta particularmente a los que no entienden la diversidad, conozco a muchos heterosexuales excesivos en sus maneras y modales, exhibicionistas y gesticuladores a los que nadie les recrimina. Somos distintos, cada uno de su padre y de su madre, y la riqueza reside precisamente en toda esa variedad. La aceptación y el respeto al que no es como tú debería ser la norma.
Como decimos cada vez que conmemoramos el Día de la Mujer, el día que no haya que salir a la calle para celebrar el Orgullo Gay será que hemos madurado. Entonces sí que será un orgullo. Hasta entonces, que salga quien quiera a celebrar, independientemente de su orientación sexual y aunque solo sea por el efecto contagio que generan el ambiente, el desmadre y el buen rollo. Quien quiera disfrazarse, que lo haga. Quien quiera besarse subido a una carroza o unos tacones, que lo haga también. Y al que le incomode o le moleste, incluidos los gays discretos, contrarios a la exaltación de la homosexualidad o el exceso de pluma, que no miren.
Hace algunos años escribí una novelita de amor gay, una comedia de enredos con la que disfruté mucho y en la que volqué más o menos lo que acabo de apuntar y que se resume en cuatro palabras: vive y deja vivir. Cada vez que llega esta fecha me acuerdo de ella. Si la queréis leer, está disponible en Amazon por poco más de un eurito.
Aunque la palabra orgullo no me termina de gustar por su principal acepción en el diccionario de la RAE (Arrogancia, vanidad, exceso de estimación propia, que a veces es disimulable por nacer de causas nobles y virtuosas), hoy es un día para no andarse con menudencias y desear a todos los que creen en la libertad y la riqueza de la diversidad un Feliz Día del Orgullo.
Siempre encestando ¡¡¡Enhorabuena!!!.Buscaré en Amazon tu novelita.
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