Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

lunes, 23 de septiembre de 2019

No entiendo por qué sigo yendo a comer al Vips

Cada vez que salgo de un restaurante de la cadena Vips me prometo a mí misma no volver. En más de una ocasión, incluso, me he propuesto compartir de manera extensa a través de internet mis impresiones sobre este establecimiento de restauración. Pero siempre, por un motivo u otro, cuando llegaba a casa el cabreo se había diluido y lo poco que quedaba del proyecto de crítica demoledora terminaba deslizándose por el desagüe del lavabo mientras me cepillaba los dientes. Pero esta vez sí que sí. No porque haya sido más grave que otras veces, sino porque por fin he sido consciente de mi gran incongruencia: a pesar de la colección de episodios para no dormir que he vivido en Vips, sigo yendo a comer o cenar a esta cadena de restaurantes al menos una vez por semana. ¿Por qué? ¿Será el precio, ligeramente más barato que en otros restaurantes, y los descuentos y promociones que tenemos los socios del Club Vips? ¿Será su amplio horario de cocina, de la apertura al cierre? ¿Será la dependencia que genera la comida rápida? ¿O será la puñetera costumbre, aderezada con el punto masoquista que debo tener? Quién sabe.



Os cuento mi última experiencia. Sábado, 21:40 horas, aforo mínimo para lo que suele ser habitual. Un cumpleaños infantil de unos diez comensales y unas siete mesas más con una media de cuatro clientes por grupo. Nosotros somos dos. Para empezar, esperamos unos tres minutos en el atril de la entrada donde indica que te pares hasta que te asignen mesa. Cuando por fin alguien repara en nosotros, una camarera que vive la vida a mitad de revoluciones por minuto que la media nacional nos conduce a una mesa sin recoger. En el local hay un montón de espacio vacío, mesas preparadas con su servicio y todo, pero solo Dios y ella saben por qué decide instalarnos ahí. De pie, a su lado, esperamos que retire todo lo que queda sobre la mesa. Luego da varias pasadas con una bayeta húmeda antes de señalarnos que nos sentemos sobre unos sofás en los que han caído plásticos, migas y otros restos de la comida anterior. Soplo y golpeo el asiento para que desaparezcan, porque no me apetece salir de allí con manchas de grasa en el culo. Los residuos van a parar al suelo junto con el resto de basura que se ha ido acumulando desde la hora de apertura. Tampoco soporto sentarme a una mesa marcada por el recorrido de las pasadas de una bayeta húmeda que va de mesa en mesa y que el camarero guarda en el bolsillo del delantal. Pero hago de tripas corazón.

Minutos después nos coloca dos manteles individuales de papel con las cubiertos y las servilletas y nos da una carta. Tenemos bastante claro lo que queremos así que casi ni la abrimos y esperamos pacientemente a que nos tome nota. Mi acompañante es intolerante al gluten y se sabe de memoria la breve oferta para celíacos. Pedimos unos nachos sin gluten para compartir, más un flatbread de pollo para él y una quesadilla de jamón y queso para mí. Para beber, una cerveza sin gluten y una Alhambra Reserva 1925. A pesar de que la comanda no puede ser más sencilla, a nuestra camarera le cuesta un poco anotarla. No encuentra las opciones en la pantalla del dispositivo donde marca el pedido. Debemos corregirle que no es cerveza sin alcohol, sino sin gluten. Anota sin alcohol y sin gluten, así que hay que aclarárselo de nuevo. Nos pregunta si queremos que saque toda la comida a la vez y le decimos que sí.

Un repartidor de Glovo con su casco y su mochila está plantado al lado de la puerta de la cocina, suponemos que esperando algún encargo. No podemos evitar preguntarnos a quién se le puede antojar algo del menú de Vips para que se lo lleven a casa. Divagando sobre el asunto esperamos unos diez minutos hasta que aparece otra camarera con la cerveza Alhambra en una mano y una copa en la otra. No es que yo tenga mucho mundo, pero creo que las bebidas de una misma mesa deben llevarse sobre una bandeja y servirse a la vez. Pero, en fin… Diez minutos después, viendo que no viene la cerveza sin gluten, nos disponemos a reclamarla. Nuestra camarera debe adivinarlo porque desaparece por la puerta de la cocina y reaparece instantes después con ella.

El protocolo que siguen cuando se trata de menús sin gluten es muy particular. Para empezar están obligados a ‘marcar’ al comensal intolerante con un mantel azul que le distinga, algo que, por cierto, nuestra camarera se salta en este caso, porque se olvida, le da pereza o no le sale del higo. El protocolo también indica que, por ‘seguridad’, solo una persona se encargue de servir lo que va a comer el celíaco, así que hemos vivido casos en los que toda la mesa había terminado su plato y aún no había llegado la comida sin gluten. No es distinto esta vez. Se me pasa por la cabeza que quizá el servicio sería más rápido si se lo encargáramos al repartidor de Glovo, que se había ido con su pedido y ha vuelto a recoger uno nuevo.

Cerca de media hora después de encargar la comanda aparecen los nachos y la quesadilla, pero ni rastro del flatbread. Lo achacamos a que quizá el protocolo exige sacar el principal sin gluten después de acabar el entrante sin gluten. Pero, ¡oh, sorpresa! Cuando estamos dando cuenta de los nachos –por cierto, demasiados Doritos para tan poca salsa de queso- aparece la camarera diciendo: “Disculpen pero me dicen en la cocina que ya no queda flatbread, se nos ha acabado”. Nos lo suelta más de 30 minutos después de haberlo pedido. Esto es un flatbread, para que valoréis la dificultad de improvisarlo.



Tenemos la tentación de no sugerir una alternativa, pero como hay hambre optamos por el clásico Vips Club sin gluten. Viendo que la cosa se va a alargar más todavía, empiezo a comer mi plato para que no se enfríe. Por cierto que el sistema de calentamiento de los ‘manjares’ de esta cadena también resulta inquietante. Todavía me acuerdo de haber comido allí alguna croqueta que echaba humo por fuera y estaba helada por dentro. Pondría la mano en el fuego, y creo que no me quemaría, por que la mayoría de los platos que ofrecen en su carta y su menú son de quinta gama, es decir, no se cocinan al momento en sus instalaciones sino que ya vienen envasados en raciones individuales y listos para consumir, solo hay que regenerarlos antes de emplatar y servir.

Una de las comensales del sofá próximo al nuestro decide levantarse a perseguir a la camarera en vista de que nadie va a cobrarles. A pesar de que es sábado noche y la gente no suele tener prisa, verse obligado a esperar para pagar resulta bastante irritante.

Diez minutos más tarde, casi terminada mi quesadilla, llega el Vips Club sin gluten con ese aspecto deprimente que le caracteriza. Una vez, de hecho, hicimos una foto comparativa entre ambas versiones y son sensibles las diferencias, como podéis apreciar aquí.


Cuando le pedimos a la camarera unos sobrecitos de ketchup, mahonesa y mostaza, nos trae un porta salsas que no es el azul marcado con la señal de sin gluten. Le alertamos del error y dice que da igual porque los sobres son los mismos. Nos extraña dado que en anteriores ocasiones nos han puesto el otro dispensador y hemos comprobado que, por ejemplo, la mahonesa es de marca distinta e incluye información específica al respecto. El encargado aparece de pronto con el porta salsas correcto comentando que no está seguro de si contienen o no gluten, pero que le parece que se pueden consumir las dos y que en todo caso se va a enterar. Le indicamos, sin acritud, que la celiaquía no es una broma.

La aventura termina cuando pedimos la cuenta porque ya nos queremos ir de allí y la camarera se justifica, sin que nadie se lo pida, diciendo que esa noche tienen muchos pedidos ‘take away’ y que por eso ha sido todo un poco caótico.

Comida rápida, de quinta gama y calidad mejorable, mínima variedad, servicio deficiente, higiene nula, tiempo de espera excesivo para la poca elaboración de los platos… Lo dicho, no entiendo por qué sigo empeñándome en ir a esta cadena de restaurantes.

miércoles, 18 de septiembre de 2019

10 razones para verle el lado positivo a una nueva cita electoral

Ahora os imagino cabreados. Resulta hasta cierto punto lógico que os sintáis presos de un bajonazo. Algo deprimidos incluso. Seguramente alterados. No es para menos. Cuatro elecciones generales en cuatro años es demasiado. No hay cuerpo que lo resista. Ni país que pueda salir adelante con esta parálisis. Porque el bloqueo institucional nos mantiene con los mismos Presupuestos, los del popular Cristobal Montoro, prorrogados por segunda vez, dado que con todo este galimatías el calendario electoral no permite aprobar a tiempo otros para 2020. Y porque el poco trabajo que se haya podido abordar estos meses en las distintas Comisiones va a quedar en nada cuando las iniciativas parlamentarias tramitadas decaigan automáticamente a la vez que se disuelven las Cortes.



Estaréis pensando inevitablemente en el dineral que nos va a costar la gracia. No solo por el gasto que supone organizar unas nuevas elecciones, cerca de 140 millones de euros que, por cierto, el Gobierno deberá conseguir mediante la aprobación de un crédito. También en la pasta que se nos va a esfumar en finiquitos de sus señorías tras la disolución de las Cortes, como ya sucedió hace seis meses, después de haber trabajado casi nada y menos. Desde el 21 de mayo de 2019 en que se constituyó la Legislatura hasta el “día D” habrán pasado cuatro meses, con un verano de por medio, poco productivos para el país. No así para los bolsillos de estos servidores públicos.

Mención aparte merecen los presidentes del Congreso y el Senado. Por los servicios prestados durante solo los cuatro meses que han ejercido como tercera y cuarta autoridad del Estado, tras el Rey y el presidente del Gobierno, se han ganado el derecho a cobrar una pensión compensatoria del 80% de su sueldo durante el tiempo que han cumplido su misión. Esto estaría condicionado a no recibir otra retribución del Estado, de modo que si planean seguir como parlamentarios deberían renunciar, como hizo en su día Patxi López. Además, independientemente de su decisión, disponen durante cuatro años de escolta y coche oficial.

No he citado entre las cosas que os remueven las entrañas el célebre kit tecnológico que al inicio de cada legislatura la Cámara entrega a los diputados; ya sabéis, un iPhone, un iPad -el último modelo en ambos casos, naturalmente- y la instalación de línea ADSL gratis en su domicilio, si lo desean y no cuentan con ella. Menos mal que algunos la rechazan. Afortunadamente al final de cada Legislatura han de devolver los aparatitos o comprarlos a un módico precio. Con tantas elecciones seguidas, si yo fuera alguno de los que repiten, haría negocio en Wallapop con los gadgets antiguos.

Al margen del dinero, seguro que soportar una nueva campaña electoral no os parece la idea más atractiva. Volver a tener las farolas decoradas con banderolas que os recuerden las caras de los culpables de esta situación, los carteles machando las ciudades y pueblos, los políticos todo el santo día dando entrevistas en los medios, como si no pasara nada más en el mundo… Seguro que es el escenario menos apetecible. Por no ir más allá, al día después, al "todos hemos ganado", a la enésima ronda de consultas, a las nuevas negociaciones...

Como me niego a que todo esto os amargue la vida, le he estado dando vueltas hasta encontrar 10 razones para verle el lado positivo a una nueva cita electoral. Aquí van:

1.-Dad gracias por vivir en una democracia. Podremos volver a decirles a los políticos qué es lo que queremos. No sé si de manera más clara, como pedía Pedro Sánchez, pero seguro que sí de manera más contundente. Este es un país libre. Que cada uno haga lo que quiera, que se reafirme en su voto, que lo corrija o que castigue con su indiferencia.

2,-Los partidos tendrán la oportunidad de refinar sus listas y desprenderse de algunos fichajes que no les han dado más que problemas por su incontinencia verbal a través de Twitter. De algo ha servido este breve legislatura, como banco de pruebas.

3.-Una nueva cita con las urnas ofrece oportunidades laborales. Algunos medios de comunicación refuerzan sus plantillas, las compañías dedicadas a los sondeos contratan encuestadores y hasta los propios partidos recurren a ayuda externa. En 2011, a través de Adecco se buscaron desde azafatas hasta técnicos de sonido, pasando por repartidores de propaganda o expertos en el montaje de escenarios.

4.-La campaña electoral también nos regala grandes momentos para alimentar las redes sociales. Esos vídeos virales, esos debates con golpes de efecto, esos actos  demenciales que les organizan los jefes de campaña a los candidatos… todo es carne de meme. La diversión está asegurada. Y más comenzando en una noche de Halloween y concentrándose en una semana.

5.-¿Y si le da tiempo a Íñigo Errejón a regresar a la política nacional ampliando la oferta de formaciones de izquierda, fracturándose más el voto en esa ala y arañándole escaños a su antiguo amigo Pablo Iglesias? Apasionante.

6.-Volveremos a sentir la emoción de “a ver si nos toca la lotería”, pero de otro sorteo, el que suelen hacer los Ayuntamientos para encontrar ciudadanos que ocupen los puestos de presidentes y vocales de las mesas en cada uno de los colegios electorales. Quién no sueña cuna experiencia así… Si no sois de esos, podéis ir pensando en excusas por si os toca el gordo.

7.-Con lo que nos gusta a los españoles la fiesta, el 10 de noviembre podremos disfrutar de otra… “La fiesta de la democracia”. Con todo lo que ello conlleva: su jornada de reflexión, su cañita después de pasar por las urnas, la noche electoral vivida en las emisoras de radio como si fuera el carrusel deportivo, el pactódromo de Ferreras…

8.-Imaginad ese momento impagable en el que hipotéticamente se diera un resultado idéntico al de hace seis meses. Seguro que no cambiaríais por nada -o casi nada- mirar sus caras y escuchar sus discursos cerca de la medianoche.

9.-Y algo todavía mejor. Suponed que la sentencia del juicio por el referéndum ilegal del 1 de octubre condena a los políticos catalanes presos. No me digáis que no tenéis curiosidad por ver cómo gestiona el todavía presidente en funciones, Pedro Sánchez, la anunciada reacción visceral de los independentistas. ¿Citará en la Moncloa a todos con los que ha sido incapaz de negociar para que le apoyen en la aplicación de un 155? Sin mencionar esa patata caliente de la petición de un posible indulto. ¿Cómo lo afrontaría el líder socialista estando en campaña? Lo dicho, apasionante.

10.-He dejado para el final lo más importante: Era la 13ª Legislatura. Los supersticiosos lo barruntábamos. ¿Qué esperabais? Mejor que haya acabado pronto.


domingo, 15 de septiembre de 2019

Novatos del mundo, ¡levantaos!

Seguramente habréis visto el vídeo. Interior de una habitación en un Colegio Mayor de Madrid, el Diego de Covarrubias, perteneciente a la Universidad Complutense. Un chico y una chica frente a frente. Ambos tienen en una mano lo que parece merengue o nata. Varios chavales estan presentes observando y esperando su turno. De repente el chico le da una bofetada a la chica con la mano repleta de dulce. Se escucha un ruido seco. Es tan violento el golpe que la desestabiliza y durante unos segundos queda fuera de juego. Ni siquiera grita del tremendo dolor que la torta le ha tenido que provocar. Todos, hasta el agresor, se echan la mano a la boca entre sorprendidos y acojonados. Él mismo da la impresión de pensar, “Me he pasado”. Alguien grabó el vídeo, lo hizo circular por redes sociales, se hizo viral y ha servido para volver a encender el recurrente debate sobre las novatadas en el que nos enfrascamos al comienzo de cada curso. Aunque esta vez ha tenido alguna repercusión más.


La Universidad ha expulsado a los protagonistas del vídeo, el chico que da la bofetada y la chica que la recibe, ambos, por cierto, compañeros, amigos y novatos. Han recibido la misma pena, quince días fuera del Colegio Mayor hasta que la institución investigue lo sucedido y decida qué hacer. No hay que ser Sherlock Holmes ni Hércules Poirot ni Colombo para saber que los dos chavales participaban en un rito iniciático de esos que los veteranos organizan para “ayudar a integrarse” a los nuevos en los Colegios Mayores. Sí, ambos participaron “voluntariamente” en la prueba. Y entrecomillo la palabra porque nadie se presta voluntario a agredir o ser agredido, salvo que la alternativa sea peor. Por ejemplo, que te aislen, que sufras represalias o que te queden pesadillas para el resto de tu vida sobre ese año en el que empezabas a volar fuera del nido y a tomar tus propias decisiones.

En el juego participaban muchos más novatos, aunque sus tortazos no debieron ser tan espectaculares visualmente hablando, por lo que o no hay grabación o el vídeo no daba la talla para ser viralizable, así que se han librado de la sanción. También se han ido de rositas los veteranos que seguramente organizaron esa “fantástica velada”. Veteranos que, por cierto, alguna vez en su vida fueron también novatos y sufrieron esa misma situación. Pero, en vez de empatizar, deciden seguir fomentando esas prácticas, quizá porque en su fuero interno buscan venganza por lo que a ellos un día les hicieron. Y así, año tras año, seguimos perpetuando una siniestra cadena.

La Universidad justifica la medida disciplinaria diciendo que “Las novatadas están prohibidas en la Complutense y por eso los estudiantes implicados voluntariamente en el desagradable incidente han sido expulsados a la espera de la resolución de la inspección servicios de la Universidad”. Los implicados… No me hagan reír. Me da la impresión de que había más implicados que no han tenido que hacer la maleta. Y termina el mensaje con un “No lo permitas”. Muy propio, por eso sanciona a los pobres novatos, por permitirlo, por pasar por el aro y prestarse a ser denigrados por quienes hoy duermen tranquilamente en sus habitaciones del Colegio Mayor donde se realizó el rito iniciático sin que los responsables del centro fueran capaces de detectarlo, ni evitarlo, ni disculparse por ello ante las víctimas.

Aunque, ahora que lo pienso, quizá la estrategia de la universidad para parar esta animalada no se limite a palabrería y haya decidido ir más allá. En vista de que no son capaces de atajar la cuestión por el lado de los fuertes, hacer reaccionar a los débiles a golpes y a sanciones. A ver si esto les sirve para plantarse y decir “Hasta aquí hemos llegado”. “Ya está bien”. No estaría mal pensado... 

¡Novatos del mundo, hagamos que termine la dictadura del veterano! Negaos a exponeros de esa manera. Enfrentaos a las novatadas. No son graciosas. Pasad de los ritos iniciáticos. Despojaos del miedo. Cambiad las cosas y arriesgaos a que os hagan el vacío. Bienvenidas sean la exclusión y la marginación. Si sois muchos, ya no estaréis excluidos, seréis un buen puñado de marginados. Los excluiréis a ellos, a los del rebaño. Sé que cuando uno llega nuevo a cualquier lugar quiere ser aceptado, cuanto antes mejor, pero no a cualquier precio. No paguéis ese peaje. La integración en el grupo no se consigue prestándose a pasar por gilipolleces como nadar desnudo en una fuente congelada, tragar litros de alcohol con un embudo, exhibirse por zonas muy transitadas en ropa interior o romperse la cabeza a bofetones. La integración es otra cosa. Y no es mala manera de empezar a integrarse denunciando a los abusadores. Vejar y humillar no es una tradición. Que no imperen ni la ley del más fuerte ni la del silencio. Y ya puestos, esto podríamos extenderlo a todos los ámbitos de la vida. A ver quién es el primer valiente.