Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

viernes, 28 de junio de 2019

Entrevistar al diablo

El punto de discusión sobre la entrevista a Arnaldo Otegi en el Canal 24 horas de TVE no es si un ser repugnante tiene derecho a utilizar el altavoz de una televisión pública, sino si lo que dice puede tener valor periodístico e interés para la audiencia. Es evidente que los responsables de la cadena han interpretado que sí lo tiene –y la audiencia parece haberles dado la razón-, a pesar de que nada de lo que diga Otegi nos va a sorprender. Es un tipo instalado en el odio, anclado en una realidad paralela, un tacticista trilero del eufemismo que practica solo la empatía con quienes están de su lado.


En el historial de Otegi no figuran delitos de sangre, aunque siempre ha presentado una marcada tendencia a hacer apología del terrorismo. Además se le atribuyó su implicación en varios secuestros que le llevaron ante el juez; cumplió su pena por uno de ellos y quedó absuelto del resto. Ha pasado seis veces por la cárcel y algunas de sus condenas han sido anuladas por tribunales superiores. En marzo de 2016 terminó de cumplir los diez años de su última condena por intentar reconstruir la ilegalizada Batasuna. Digamos entonces que prácticamente ha equilibrado "el debe y el haber" y su cuenta con la justicia está ya a cero, salvo por el pequeño detalle de que el líder de Bildu está inhabilitado y no puede presentarse a unas elecciones ni ocupar un cargo público hasta 2021. En cualquier caso, el partido en el que milita es legal a todos los efectos, así que nada impediría que cualquiera con cierto interés pudiera entrevistarle. Por lo tanto, lo ínico que habría que cuestionarse es si el criterio periodístico de los responsables de la televisión pública está más o menos fino.

En mi caso, la espectadora/oyente/lectora que llevo dentro no tiene ningún interés en lo que vaya a decir Otegi. Es un tipo que me aburre soberanamente como personaje de entrevista porque da siempre los mismos titulares despreciables. A parte, claro está, de provocarme una enorme repulsión por haber pertenecido a ETA y seguir justificando su existencia y resistiéndose a condenar las más de 850 vidas arrebatadas por la banda terrorista.

En mi opinión, hace falta mucho más que una entrevista para blanquear a alguien como Arnaldo Otegi o a ETA. Una entrevista no balquea. Si está bien hecha, es la mejor herramienta para poner en evidencia las carencias y las virtudes –si es que las tiene- del entrevistado. El problema es cuando lo que se le hace no es una entrevista, sino lo que se conoce como “un masaje” a mayor gloria del entrevistado. Preguntar para escuchar la respuesta que ya conoces no tiene sentido. Hay que interrogar sobre lo que el entrevistado esconde y no debería ocultársele a la opinión pública.

Hay en el mundo millones de personas interesantes por sus ideas o sus logros a las que merecería la pena conocer en profundidad. Existen un montón de seres humanos, tanto anónimos como populares, susceptibles de protagonizar un diálogo periodístico de enjundia. Incluso la actualidad convierte en entrevistables a individuos de dudosa catadura moral. Asesinos, violadores, ladrones, estafadores, políticos corruptos... Pienso en los miembros de La Manada, en los asesinos de Marta del Castillo o en el mismísimo Rodrigo Rato. Lo siento, pero como periodista me gustaría entrevistarles a todos, entre otras cosas para preguntarles por qué y, sobre todo, para que se retraten ante la audiencia. De hecho entrevistaría hasta al mismísimo diablo, si eso sirviera para que los que le venden su alma se dieran cuenta de lo equivocados que estaban.


viernes, 14 de junio de 2019

Tenemos un problema y no queremos verlo

Recientemente la Red Jóvenes e Inclusión Social y la Universitat de Illes Balears presentaban los, a mi entender, muy reveladores resultados de un estudio sobre el consumo de pornografía online entre los jóvenes. No sé a vosotros, pero a mí saber que uno de cada cuatro chicos consume porno antes de los 13 años me deja helada. La edad de primera visualización se ha adelantado a los 8 años, no por la precocidad de los críos de ahora, sino por el puñetero móvil. A esa edad ya les dejamos manipular dispositivos digitales que les dan acceso a Internet donde ya no es ni necesario teclear en Google la palabra “Sexo”; accidentalmente, sin buscarlo, puede aparecer cualquier reclamo con ese tipo de contenido. Así que si te descuidas, el mismo día de la Comunión del chaval, después de recibir a Dios y tocar el cielo, puede enredar el diablo justo cuando estrenan el Xiaomi que les ha regalado la abuela e ir derechitos al infierno.


No es una cuestión de mojigatería. Veo normal que, a partir de ciertas edades, los críos se interesen o busquen ese tipo de contenido por puro placer o por curiosidad. El problema es cuando su única fuente de información sobre sexo es esa, vídeos en internet, y no cuentan con otra voz autorizada, cercana, fiable, que les pueda aconsejar. Alguien que les diga, por ejemplo, que el amor y el sexo son dos cosas distintas que nada tienen que ver, pero que unidas pueden convertir la experiencia en algo memorable. O explicar lo más básico, que lo que ven en la pantalla es ficción, cine para adultos, que por lo general sigue patrones no demasiado edificantes, de dominación del hombre sobre la mujer, y desarrolla unas dinámicas que no deben normalizar, porque poco o nada se corresponden con la realidad más común en una “primera vez” o con cualquier relación íntima satisfactoria sin cámaras.

Cuando escucho algunas voces contrarias a los talleres de educación afectivo-sexual que se ofrecen en los institutos me llevan los demonios. Suelen ser los mismos padres que se arrogan la potestad de ser ellos mismos quienes decidan cuándo, cómo y qué enseñarles a sus hijos sobre este “espinoso” tema, pero nunca encuentran el momento. En el fondo porque piensan que lo que no se verbaliza, no existe, y que sus hijos están mejor viviendo en la ignorancia. Los ignorantes son ellos si no se dan cuenta de que no pueden ponerle puertas al campo y que sus hijos, con o sin su colaboración, van a terminar hablando de sexo, viéndolo y probándolo. Será con los amigos, los compañeros de clase o en solitario, pero buscarán respuesta a sus dudas. Precisamente uno de los datos que aportaba el estudio antes mencionado es que el 70% de los jóvenes dice haber recibido una educación afectivo-sexual "insatisfactoria" y la mayoría acude a amistades o a Internet para resolver dudas. De modo que si dejas que sea el entorno el que les oriente, te arriesgas a que la cosa se te escape de las manos y terminen más desorientados.

Y luego, cuando creen que ya lo han aprendido todo, cuando encaran la veintena con el convencimiento de que ya saben todo lo que hay que saber y que son más listos que nadie, adoptan conductas sexuales de riesgo y se pillan una sífilis o una gonorrea. Sí, porque otros datos que hacía públicos el Ministerio de Sanidad español estos días tenían que ver  con la relajación en el uso del preservativo y el aumento alarmante entre los jóvenes de casos de enfermedades de transmisión sexual que se creían ya erradicadas. Olvidado el miedo al sida, en muchos casos nunca conocido, mezclado con el consumo de sustancias, como alcohol y drogas, que les hacen perder la percepción del riesgo, los jóvenes quieren gozar plenamente, piel con piel, y lo del condón se lo impide. Y en vista de que los contenidos audiovisuales que escupe la red no suelen dar ejemplo en ese aspecto, van al “aquí te pillo, aquí te mato” sin demasiados preliminares ni, en muchas ocasiones, protección alguna, sus consumidores terminan con la entrepierna en carne viva.


Todo está conectado. De hecho, según otro estudio que conocíamos estos días, casi la mitad del material porno que circula en la red contiene agresiones verbales y casi un 89% muestra agresiones físicas. Mucho más demoledor es conocer que el vídeo porno más visto de Internet recrea una brutal violación en grupo. Luego nos echamos las manos a la cabeza al conocer el triste final de una empleada de Iveco que se suicidó cuando una grabación propia de contenido sexual que había compartido con una antigua pareja empezó a circular de whatsapp en whatsapp por los móviles de sus compañeros. Montamos un par de días de debate para juzgar a todas las partes, a una por grabarse en esa tesitura y por enviarlo, al otro por gestionar el despecho de manera tan infame, y al resto por babosear y compartirlo. Pero enfriado el asunto, ya nos hemos olvidado. Tenemos un problema y no queremos verlo.

domingo, 9 de junio de 2019

Por 25 pesetas cada una

Era sagrado. Los viernes en casa se veía el Un, dos, tres. Después de cenar, nos sentábamos toda la familia frente al televisor en blanco y negro. Éramos seis y no teníamos sofá, solo dos pequeños sillones de escay y una butaca alta reservada para la abuela. El resto eran sillas. Así que yo prefería verlo tirada en el suelo, desde una posición inferior, como adorando aquel artefacto mágico.
Jugábamos a ser más listos que los concursantes.
-“Por 25 pesetas cada una, ciudades españolas que empiecen con la letra S, como por ejemplo Sevilla. Un, dos, tres, responda otra vez”.
-“Sevilla, Salamanca, Soria, Segovia, Santander… “.
-“¡Campana y se acabó!”
-“Son cinco respuestas acertadas por 25 pesetas cada una, 125 pesetas”.

Antes que a Mayra Gómez Kemp con su risa contagiosa, recuerdo al primero de sus presentadores, Kiko Ledgard, famoso por algunas de sus excentricidades, como llevar varios relojes de muñeca. Inolvidable también Don Cicuta, y la voz de los supertacañones. Cómo obviar a las bellas azafatas con sus enormes gafas redondas sin cristales, calculando lo ganado o presentando a los concursantes: “Conchita y Pepe, son amigos y residentes en Madrid”. Desde entonces todos éramos amigos y residentes en alguna parte.

Yo era un mico con una edad de solo una cifra y vivía intensamente el concurso, desde la parte de preguntas y respuestas, hasta la eliminatoria que ponía a prueba la habilidad de las dos parejas que menos habían acertado. Aunque el espectáculo llegaba con la subasta, donde el premio más codiciado solía ser “un fabuloso apartamento en Torrevieja (Alicante)”, ciudad que se convirtió en el paraíso para el imaginario colectivo. Los concursantes también se volvían locos cuando les tocaba un coche, siempre un Seat, que no supimos si era rojo, verde o azul hasta que llegó el color a las 365 líneas.

En mi memoria permanecen indelebles la calabaza Ruperta, tan temida por los concursantes pero que a mí me resultaba muy simpática; el “hemos venido a jugar”, pronunciado por alguno de los participantes justo antes de quedarse con la tarjeta que escondía un asco de premio; el “hasta aquí puedo leer” de Mayra que dejaba a los finalistas con la miel en los labios, a punto de descubrir la pista que les debía ayudar a elegir el mejor regalo; o los gags cómicos de Bigote Arrocet, Ozores, Raúl Sender, la Bombi…

Cuando en la tele solo había dos canales, no se medían tanto las audiencias y nadie imaginaba que algún día existirían Netflix o Internet, el recientemente fallecido Chicho Ibáñez Serrador inventó un entretenimiento que ha dejado honda huella, no solo en la historia de la creación televisiva en este país, sino también en la memoria de los que podemos presumir de haber tenido una infancia y recordarla gracias a Chicho.