Blog personal de Ángela Beato. Escribo lo que siento. Digo lo que pienso. Procura no tomarme demasiado en serio.

Mostrando entradas con la etiqueta menstruación. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta menstruación. Mostrar todas las entradas

sábado, 14 de mayo de 2022

Tener o no tener la regla

Fui una afortunada. La regla nunca me dolió más de la cuenta. Como mucho, alguna molestia puntual que combatía con analgésicos. Nada que no fuera compatible con mi vida cotidiana, primero en clase y luego en el trabajo.

Más engorro suponía para mí tener que hacer cien viajes al baño uno de esos días para asegurarme de que las ‘barreras de higiene femenina’ contenían mis coágulos y la hemorragia no traspasaba mi ropa. Siempre escondiendo disimuladamente en el bolsillo el tampón o la compresa, no fuera a ser que alguien supiera que estaba “en esos días”.

Luego en el baño, tocaba ocultar bien el cuerpo del delito en el cubo de basura, cuando lo había. Porque si no, había veces que terminabas envolviendo en papel higiénico el residuo y metiéndolo en el bolsillo hasta que encontrabas una papelera donde deshacerte de él. Menudas gilipolleces.

Afortunadamente en ese aspecto hemos evolucionado. Al menos las mujeres. Hoy las chicas comparten con naturalidad y sin eufemismos que están con el periodo, hablan maravillas de ese invento sostenible que es la copa menstrual y se ríen de los señoros que saben de todo, también del ciclo, pero se imaginan la sangre de color azul, porque así aparece en los anuncios de compresas.

La noticia de que el Gobierno va a asegurar por ley que las mujeres con reglas dolorosas puedan cogerse una baja laboral en esos días me ha sorprendido. Creía que ya existía una incapacidad temporal por dismenorrea sin que eso nos haya estigmatizado laboralmente a las mujeres. Estaría bueno que un médico pudiera prescribir descanso a un trabajador por migraña, esguince o lumbago y no por una patología que ni empastilladas permite a algunas ponerse en pie.

Me hacen gracia aquellos que están echando cuentas de lo que le va a costar al país estas bajas por tener la regla y hacen números contando a todas las mujeres. Señores, la regla es un coñazo, pero no todas las mujeres se van a coger dos o tres días de baja al mes coincidiendo con su sangrado. Solo lo harán aquellas para las que el médico prescriba un tiempo de reposo porque se encuentran tan mal que ni un tío cachas aguantaría los dolores.

El estatuto de los trabajadores establece dos días por el fallecimiento, accidente o enfermedad graves, hospitalización o intervención quirúrgica sin hospitalización que precise reposo domiciliario, de parientes hasta el segundo grado de consanguinidad o afinidad.El permiso será de cuatro días cuando la persona trabajadora necesite desplazarse.

Mi padre estuvo varias veces hospitalizado fuera de mi lugar de residencia y nunca me cogí ningún permiso. Le visité en un viaje relámpago y regresé para seguir trabajando. Es más, murió un sábado de carnaval de hace 16 años, fui a su entierro y el lunes estaba en mi puesto de trabajo tratando de no pensar en su pérdida.

He vivido tres mudanzas, siempre en fin de semana, así que no me he beneficiado del día de permiso por traslado de domicilio habitual que corresponde a cualquier trabajador.

A lo que no renuncié fue a los 15 día libres por matrimonio, que sumé a mis vacaciones de verano y mis días libres para pegarme dos meses de ensueño. Os aseguro que de haber sufrido menstruaciones incapacitares, habría reducido ese permiso y canjeado el resto por días sueltos para quedarme en casa maldiciendo el hecho de ser mujer.

Publicaba en Twitter una compañera que el mejor invento para las mujeres sería algo para dejar de tener la regla. Ya existe. Es la menopausia. Y os aseguro que si a un empresario le das a elegir entre una trabajadora que pueda pedirse una baja por menstruación dolorosa y otra mayor de 50, no creo que tuviera dudas sobre a quién contratar.

domingo, 26 de septiembre de 2021

Feminismo sangrante

Hay nueva polémica en las redes. En realidad, no deja de ser una anécdota si miramos a nuestro alrededor. El centro cultural Medialab-Prado que depende de Madrid Destino, empresa pública del Ayuntamiento de Madrid, tiene un grupo de trabajo denominado ‘Gente que sangra’ cuya función es ser “una red abierta e inclusiva de divulgación y aprendizaje menstrual”. Fue creado para organizar actividades que creen “un espacio de sororidad en torno a la menstruación” y, de paso, mantengan vivo el “activismo contra el heteropatriarcado”. Uno de sus talleres, ofertado con motivo del Día de la Visibilidad Menstrual, instruía sobre la confección de compresas de tela reutilizables.
Aunque han pasado tres meses, ha sido ahora cuando se ha prendido la mecha en Twitter. Algunas asociaciones feministas lo han considerado, por hacer un juego de palabras, ‘sangrante’. Critican la denominación ‘Gente que sangra’ porque consideran que ofende a las mujeres, las invisibiliza y las anula, cuando recuerdan que es precisamente por ser mujeres por lo que tienen el periodo durante una buena parte de su vida, es decir, que solo las mujeres menstrúan. Hoy en día esta afirmación, circunscribir la regla a las féminas, se considera tránsfobo, porque se excluye a los hombres trans.

En esa línea se sitúa el planteamiento inclusivo de los impulsores de estos talleres que invitan a participar a “todas aquellas personas dispuestas a compartir su vulnerabilidad, identidades no binarias, mujeres autoidentificadas mujeres y varones cis con ganas de escuchar", señala literalmente su presentación. 

Una parte del feminismo, el llamado ‘clásico’, defiende que la menstruación es un proceso biológico exclusivo del género femenino y que son muchos años los que las mujeres llevan defendiendo que no se considere sucio ese aspecto de su biología ni se oculte lo específico de su sexualidad, algo a lo que creen que conduce este tipo de términos genéricos. 


Sin ánimo de entrar en esta guerra, yo iría a la raíz de la cuestión. Es decir, el nombre ‘Gente que sangra’. Admitamos que la elección de esa denominación es fallida. En realidad, todos sangramos. Por la nariz, por una herida o por la menstruación. Y de todos ellos, lógicamente, las personas que podrían estar más interesadas en la fabricación de compresas serían las que tienen la regla. De modo que, a mi entender, sería más apropiado ‘Gente que menstrúa” o “Personas menstruantes”, expresiones que ya emplean en estos círculos, aunque una parte del feminismo siga pensando que también deshumanizan e insultan, porque siguen borrando de esa realidad a la mujer. Al final, este nuevo feminismo tan inclusivo parece provocar el efecto contrario. Por incluir a una minoría, excluye a la mayoría y hay quien cree que se convierte en el mejor aliado del machismo. 

Aunque lo que me extraña es que el debate no se haya centrado en el tema del taller, la fabricación casera de compresas reutilizables. Ahí sí que me pinchan y no sangro. Será una práctica todo lo ecofriendly que quieran, pero nos retrotrae a la época de nuestras abuelas, que una vez al mes se pasaban los días lavando a mano paños higiénicos. Tanto tiempo tratando de avanzar para ahora volver a retroceder. Asumo que el uso de compresas y tampones genera un exceso de residuos que no benefician al medio ambiente, pero si es por eso, merece mayor promoción como producto de higiene íntima la copa menstrual, que da libertad a quien la lleva, no condena a hacer constantes coladas y a la larga resulta más económica. 

No quiero terminar sin mencionar a las mujeres menopáusicas que se han sentido agraviadas con este asunto. Algunas se preguntaban:” Y las que ya no sangramos, ¿qué somos?”. Yo les contestaría: Afortunadas.

lunes, 25 de febrero de 2019

La excepción que confirma la regla

Ni Green Book, ni Roma, ni Bohemian Rapsody, ni Lady Gaga. La noticia de esta última edición de los Oscar es que ha sido premiado un corto documental titulado Period. End of Sentence, en nuestro país renombrado como Una revolución en toda regla. Aborda el tabú de la menstruación, un problema dramáticamente amplificado en un país como la India, donde las mujeres son impuras una vez al mes sin saber por qué. Tener la regla implica dejar de poder hacer cosas básicas y a la vergüenza de “estar con esos días” se suma la falta de acceso a productos de higiene femenina, como compresas, tampones o copa menstrual, que te ayuden a sobrellevar medianamente tu situación. Hacer un corto sobre cómo un grupo de mujeres consigue salvar este pequeño “inconveniente” aprendiendo a fabricar sus propias compresas, y de paso salir de la pobreza, significa dar luz a esta realidad. Y que la Academia de Hollywood lo premie con un Oscar es el altavoz que necesitaba para denunciar una situación que en el siglo XXI sigue condenando a la desigualdad a la mitad de la población.

Se hacen películas y documentales para denunciar el racismo, la homofobia, la pobreza, el machismo, la desigualdad, el maltrato, el narcotráfico, la discriminación, la delincuencia… pero es la primera vez que se presenta un argumento tan poco fotogénico: la regla. En pocas películas aparece una protagonista con el periodo. No, las heroínas no menstruan. Imagina a la mujer policía deteniendo una persecución para cambiarse de tampón. Tampoco suele haber escenas con las protagonistas dobladas por el dolor de ovarios. Como mucho, se incluyen en el guión comentarios irónicos que asocian el mal carácter de las féminas a su ciclo menstrual. Eso es lo único que el cine sí reproduce de la vida real.

Si no lo vemos en el cine, si no lo normalizamos como algo natural, seguiremos manteniéndolo como un tabú y viéndolo como algo asqueroso que le pasa cada mes a la mujer. Por eso aún en la vida real la jóvenes siguen sacando de manera disimulada del bolsillo un tampón cuando tienen que ir al baño a cambiarse. Y para no ser objeto de pitorreo, se cubren el culo cuando se les desborda tanto el flujo que manchan su pantalón. Y cuando a una chica se le cae de la mochila una compresa en su bolsita y un compañero de clase se la encuentra en el suelo, la mira espantado y le da patadas como si fuera un elemento radiactivo.

Después de que la joven realizadora Rayka Zehtabchi recibiera su Oscar al mejor cortometraje documental, la noticia en Twitter encontraba numerosas reacciones positivas, celebración general y aplausos. Pero entre la algarabía, también se colaban comentarios como estos:

“Eso solo confirma la tendencia de alabar todo lo que se considera políticamente correcto”

“Estos progres haciendo películas co..ju..das”.

“Son películas para satisfacer a las feminazis y sus pensamientos retrógrados”.

“Desde luego....la locura se instala...donde estuvo Cary Grant o Bette Davis”.

“Para cuándo un corto sobre dolor de huevos...?”.

“No puedo creer que una película que hable de la menstruación gane un Oscar”.

Ya sé que son una minoría, pero sus comentarios me llevan a pensar que quizá convendría seguir haciendo películas sobre la regla para que dejen de ser una excepción.


viernes, 2 de septiembre de 2016

Peajes biológicos y sociales que debes pagar por ser mujer

Soportar la regla cada mes durante unos cuarenta años de tu vida, exceptuando los momentos en que la maternidad te permite olvidarte del tema o decides ponerte un DIU medicalizado.

Aguantar la carga hormonal y todo lo que conlleva un embarazo, si es que decides ser madre.

Sufrir los dolores del parto, con su episotomía, sus curas posteriores, sus mastitis y sus entuertos.

Para, al final de tu vida fértil, padecer los sofocos, angustias, ahogos y demás efectos secundarios de la menopausia.

Y todo esto mientras socializas, sacas adelante a una familia, mantienes una casa y tratas de realizarte profesionalmente, si te dejan.

Una mujer a lo largo de su existencia no hace más que experimentar situaciones poco placenteras y superar obstáculos y dificultades, siempre de manera discreta, sin que trascienda. Y mientras tanto, ¿a qué se enfrentan ellos? ‘A ellas’, pensará algún gracioso... Hay algo que no me cuadra. 

He olvidado un factor importante dentro de esta ecuación: la belleza. Además de todo eso, tenemos que maquillarnos y depilarnos para resultar atractivas y agradables a la vista y el tacto, cuidar nuestro cuerpo, sacarnos partido, no desentonar… ser eso que se llama femeninas.

Hace unos días era noticia Anne Igartiburu porque se desmaquillaba en directo durante la presentación de su programa de corazón en TVE. Lo hacía solidarizándose con Alicia Keys, que apareció en la gala de premios de la MTV con la cara lavada y de nuevo tuvo que justificarse y explicar que el decidir ir sin pintar no significaba que estuviera en contra del maquillaje. De un tiempo a esta parte ha surgido un movimiento entre las celebrities -#NoMakeUp o Sin maquillaje- defendiendo que la belleza no está en el artificio y que se puede prescindir de esa dictadura del carmín y la sombra de ojos y mostrarte natural y estupenda. 

En cuanto al vello corporal, el colectivo feminista Amatista inició este verano una campaña a través de las redes sociales -#MiVelloMisNormas- reivindicando el derecho de las mujeres a decidir si quieren o no depilarse y a desterrar los complejos de aquellas que se sienten observadas y juzgadas por lucir pelos en axilas y piernas, o tener el pubis muy poblado. Porque, aunque ahora los hombres han añadido voluntariamente esa preocupación a su escasa lista de peajes biológicos, nadie cuestiona o señala con el dedo a los hombres peludos.

Ambos movimientos, aunque anecdóticos, sirven para reflexionar sobre lo complicado que nos resulta ser mujeres. A los ya naturales inconvenientes que llevamos de serie por el simple hecho de haber nacido hembras, debemos añadir… 

-Demasiadas imposiciones sociales

-Demasiados cánones de belleza 

-Demasiadas cargas

-Demasiadas exigencias

-Demasiada esclavitud

Sería estupendo que cada una pudiera hacer lo que quisiera. Si se ve fantástica sin darse brochazos, no verse obligada a ello; y si se siente más a gusto ocultando pequeñas imperfecciones con la cosmética, que sea por su propia elección. Lo mismo que la depilación, ese engorro al que -estoy segura- nadie se somete por placer. Salvo los métodos efímeros que cortan el pelo a ras de la piel y duran pocos días, el resto de sistemas para librarse del vello corporal conllevan buena carga de sufrimiento, así que no creo que nadie disfrute arrancándoselo. Por eso, sería genial que no fuera el qué dirán el que moviera a ninguna mujer a depilarse, sino el propio goce –como es mi caso- de acariciarse la piel y sentirla suave. Es como la polémica sobre el burkini, en la que hasta ahora me había resistido a opinar. Agradezco que ninguna tradición, ley moral, ideología o religión me impida elegir la manera en que debo ir vestida a la playa; nada, ni siquiera el irremediable pudor que se me despierta al exhibir mi cuerpo imperfecto, me va a privar de disfrutar de ese momento tan sano y placentero que experimentas al notar la brisa marina, el agua salada, la arena fina y el calor del sol en el cuerpo solo cubierto por un bikini.