Soportar la regla cada mes durante unos cuarenta años de tu vida, exceptuando los momentos en que la maternidad te permite olvidarte del tema o decides ponerte un DIU medicalizado.
Aguantar la carga hormonal y todo lo que conlleva un embarazo, si es que decides ser madre.
Sufrir los dolores del parto, con su episotomía, sus curas posteriores, sus mastitis y sus entuertos.
Para, al final de tu vida fértil, padecer los sofocos, angustias, ahogos y demás efectos secundarios de la menopausia.
Y todo esto mientras socializas, sacas adelante a una familia, mantienes una casa y tratas de realizarte profesionalmente, si te dejan.
Una mujer a lo largo de su existencia no hace más que experimentar situaciones poco placenteras y superar obstáculos y dificultades, siempre de manera discreta, sin que trascienda. Y mientras tanto, ¿a qué se enfrentan ellos? ‘A ellas’, pensará algún gracioso... Hay algo que no me cuadra.
He olvidado un factor importante dentro de esta ecuación: la belleza. Además de todo eso, tenemos que maquillarnos y depilarnos para resultar atractivas y agradables a la vista y el tacto, cuidar nuestro cuerpo, sacarnos partido, no desentonar… ser eso que se llama femeninas.
Hace unos días era noticia Anne Igartiburu porque se desmaquillaba en directo durante la presentación de su programa de corazón en TVE. Lo hacía solidarizándose con Alicia Keys, que apareció en la gala de premios de la MTV con la cara lavada y de nuevo tuvo que justificarse y explicar que el decidir ir sin pintar no significaba que estuviera en contra del maquillaje. De un tiempo a esta parte ha surgido un movimiento entre las celebrities -#NoMakeUp o Sin maquillaje- defendiendo que la belleza no está en el artificio y que se puede prescindir de esa dictadura del carmín y la sombra de ojos y mostrarte natural y estupenda.
En cuanto al vello corporal, el colectivo feminista Amatista inició este verano una campaña a través de las redes sociales -#MiVelloMisNormas- reivindicando el derecho de las mujeres a decidir si quieren o no depilarse y a desterrar los complejos de aquellas que se sienten observadas y juzgadas por lucir pelos en axilas y piernas, o tener el pubis muy poblado. Porque, aunque ahora los hombres han añadido voluntariamente esa preocupación a su escasa lista de peajes biológicos, nadie cuestiona o señala con el dedo a los hombres peludos.
Ambos movimientos, aunque anecdóticos, sirven para reflexionar sobre lo complicado que nos resulta ser mujeres. A los ya naturales inconvenientes que llevamos de serie por el simple hecho de haber nacido hembras, debemos añadir…
-Demasiadas imposiciones sociales
-Demasiados cánones de belleza
-Demasiadas cargas
-Demasiadas exigencias
-Demasiada esclavitud
Sería estupendo que cada una pudiera hacer lo que quisiera. Si se ve fantástica sin darse brochazos, no verse obligada a ello; y si se siente más a gusto ocultando pequeñas imperfecciones con la cosmética, que sea por su propia elección. Lo mismo que la depilación, ese engorro al que -estoy segura- nadie se somete por placer. Salvo los métodos efímeros que cortan el pelo a ras de la piel y duran pocos días, el resto de sistemas para librarse del vello corporal conllevan buena carga de sufrimiento, así que no creo que nadie disfrute arrancándoselo. Por eso, sería genial que no fuera el qué dirán el que moviera a ninguna mujer a depilarse, sino el propio goce –como es mi caso- de acariciarse la piel y sentirla suave. Es como la polémica sobre el burkini, en la que hasta ahora me había resistido a opinar. Agradezco que ninguna tradición, ley moral, ideología o religión me impida elegir la manera en que debo ir vestida a la playa; nada, ni siquiera el irremediable pudor que se me despierta al exhibir mi cuerpo imperfecto, me va a privar de disfrutar de ese momento tan sano y placentero que experimentas al notar la brisa marina, el agua salada, la arena fina y el calor del sol en el cuerpo solo cubierto por un bikini.
No hay comentarios:
Publicar un comentario