Recuerdo que cuando era una cría me fascinaba una mujer de mi pueblo a la que llamaban ‘la millonaria’ porque le había tocado la lotería. Jugaba a imaginar qué debía sentir siendo dueña de una cuenta corriente tan saneada. Nunca supe el dinero que ganó y si me lo dijeron no lo recuerdo. Por aquella época aún existía la peseta y a mi a partir de seis ceros todo me parecía una fortuna. El caso es que, cuando no estaba ausente por vacaciones, situación que se repetía con cierta frecuencia, la veía con sus pieles, paseando tan altiva, bien agarrada a su bolso, que no podía evitar envidiarla con la ingenua envidia de una cría aún sin maldad, y no por las pieles, que nunca me han gustado, sino por el halo de misterio que la rodeaba. El resto de la población sí le profesaba una inquina más evidente, supongo que por tener la desfachatez de restregarnos su riqueza, felicidad y buena suerte. Si hubiera desaparecido con la pasta creo que se lo hubieran tomado mejor. A los tres días se habrían cansado de elucubrar y ya estarían despellejando a otro. Ahora a la millonaria, por lo que me cuentan, ya no le deben quedar millones, pero sí mala leche.
Me he acordado de ella a propósito de la cantidad de mala leche que también fluye por las redes sociales cuando el fundador de Inditex se convierte en noticia por ser el hombre más rico sobre la faz de la tierra, aunque sea durante unos segundos, como ocurre periódicamente. Las fluctuaciones de la bolsa inclinan de uno u otro lado de la balanza el título y unas veces se lo lleva Amancio Ortega y otros, Bill Gates, el señor Microsoft.
El caso es que esta etiqueta de Rey Midas provoca sarpullido y úlcera gastroduodenal en algunos, que rápidamente sacan la pluma a pasear y le tildan de explotador de menores, abusador, empresario negrero, fabricador de prendas en países tercermundistas con sueldos miserables y en condiciones infrahumanas, ladrón de diseños, etc… Mientras, hay otra facción en las antípodas de esta -en este país ya sabéis que somos expertos en organizarnos en bandos contrarios- que argumenta como una letanía que el señor Amancio Ortega es un empresario hecho a sí mismo, que de una humilde tienda de batas levantó todo un imperio y que su vida sigue siendo un ejemplo de trabajo, austeridad, honradez y discreción. Como tengo comprobado que los extremos te alejan de la claridad que aporta situarse en el punto intermedio, que es donde te encuentras a la distancia perfecta para vislumbrar ambos lados, no me alineo ni con una ni con otra de las caballerías, porque a todas les encuentro un pero. Lo que es una evidencia es que, como todo empresario, el dueño de Inditex buscará que sus negocios vayan bien y se habrá rodeado en su equipo de todo tipo de expertos en distintos ámbitos, especialmente financieros, que estudiarán cuándo, donde, cuánto y de qué manera debe manejar su imperio, siempre dentro de la ley o aprovechando los resquicios que deja la ley, para que la inversión resulte rentable. Luego, ya sea por su forma de ser o porque desgrave, Ortega hace sus obras benéficas y dona parte de sus beneficios a la caridad, como creo que haría cualquiera que estuviera podrido de dinero, a nada que tuviera un poquito de corazón, y que, por supuesto, no quisiera crearse mala conciencia.
Lo curioso es que los que ponen a parir al hombre más rico del mundo y defienden que se ha enriquecido a costa de pisotear a otros, no tienen remilgos en utilizar productos que supuestamente están fabricados por empresas que realizan las mismas prácticas –business is business-, y no le hacen ascos a unas Nike, unas Adidas o un Iphone. Coherencia, por favor. Entiendo la animadversión, por no llamarlo odio, que despiertan tipos que se han hecho millonarios robando al prójimo, defraudando, saltándose las leyes o aprovechando su puesto de servicio público para enriquecerse de manera irregular. Pero no con aquellos que simplemente por suerte, herencia o por manejar bien sus finanzas se han montado en el dólar.
Y ya, el colmo de los colmos, es comprobar que algunos de los más críticos con el mundo empresarial en general y con el hombre más rico del mundo en particular, no andan lo que se diría muy pelados. Más bien todo lo contrario, van amasando su fortuna particular sin mucho plan empresarial, ni expansión alguna, ni tampoco generando demasiado empleo. Que esa es otra, uno de los mayores avances para la democracia en este país, la transparencia en la política -eufemismo para justificar que el Congreso publique la declaración de bienes de los diputados de esta legislatura, donde se incluye todo su patrimonio-, de momento para lo que está sirviendo es para cotillear lo que ganó cada líder el año pasado, lo que sacan algunos haciendo de tertulianos en la tele, los pisos y coches que poseen o los ahorrillos que les quedan en la cuenta corriente. Y, ya de paso, para dar estopa, porque de eso se trata. Si tienes, porque tienes. Si no tienes, porque algo esconderás. Y siempre habrá alguien envidiando al rico y deseando estar en su lugar, aunque no se atreva a confesarlo. ¡Ah! Y, si es posible, sin dar un palo al agua.
Porca miseria...
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