Ha llegado a las librerías españolas “Madres arrepentidas” (Reservoir Books, 2016), un ensayo escrito por la socióloga israelí Orna Donath, que recoge testimonios en primera persona de mujeres que han sido madres y que confiesan que se arrepienten de haber dado ese paso hasta el punto de que -aseguran-, si tuvieran una oportunidad de rebobinar, probablemente no tendrían hijos. La polémica, como os podéis imaginar, está servida. Escuchar en boca de una madre que adora a sus retoños, pero que no los habría tenido de saber cómo afectaría a su carrera, suena casi a sacrilegio. Habrá quien piense que una mujer así es un monstruo egoísta. Y esa confesión tan descarnada, una aberración. Por eso lo más valioso de este trabajo es que en él suenan en voz alta por primera vez confesiones íntimas que la mujer suele callar precisamente por no parecer una bestia sin corazón.
Asegura la autora que a las mujeres se nos impone la maternidad. Y tiene razón. Es nuestro sino. Nos viene marcado de serie. Nuestro mismo género nos lo impone. La sociedad lo espera de nosotras. Nacemos para dar vida y perpetuar la especie. De hecho, cuando una mujer no puede quedarse embarazada despierta lástima y hay quien tiende a pensar que está incompleta. Mención aparte merecen las mujeres que toman la decisión personal de no traer niños a este mundo y que son cuestionadas e interrogadas por ello constantemente. Por cierto, nada de esto sucede cuando es un hombre el que no puede o no quiere ser padre.
Desde niñas, quizá de manera subliminal, todas crecemos con la idea de que un día seremos como nuestras madres. En mi caso yo experimenté un proceso de menos a más: en mi infancia comencé por no querer tener hijos, luego al crecer proyecté embarcarme en la aventura pero en solitario, para finalmente un día, de repente, cuando la edad ya empezaba a pesar como una losa, dar el paso antes de que se me pasara el arroz. No creo que llegara a meditarlo profundamente y tengo mis dudas sobre si la elección la tomé yo o es que ya me tocaba.
Alguna vez me he planteado qué habría sido de mi carrera profesional si no me hubiera dejado llevar por el instinto maternal. Desde luego tengo claro que ser madre frenó las pocas posibilidades que me surgieron de prosperar laboralmente, aunque sospecho que no habría sido mucho más afortunada sin hijos. Probablemente habría dedicado más tiempo al trabajo, me habría quemado más, quizá me habría tenido que comer más marrones, puede que aún siguiera con el culo pegado a la misma silla… pero eso nunca lo sabré. Yo en particular no me arrepiento. Es más, si volviera atrás, seguramente habría tenido algún otro diablillo más… Y eso a pesar de las noches sin dormir, las películas que me he perdido, los viajes que he dejado de hacer, los polvos que no he podido echar, las cenas a las que he renunciado, la vida social que no he tenido, el tiempo que me han robado…
También he de confesar que comprendo bien a las madres arrepentidas, sobre todo cuando mis hijos desobedecen, cuando sus hormonas les convierten en armas de destrucción masiva, cuando no escuchan, cuando responden chulescos, cuando retan, cuando se ponen hirientes, cuando se transforman y no les reconozco… entonces me desquician y pienso ‘puede que esto no sea para mí’.
Su padre en cambio sí declara abiertamente, y sin que nadie le juzgue, que esto de la paternidad no es para él y que, de haber sabido lo que se encontraría, nunca habría tenido niños, ni se habría casado… Supongo que se refiere a casarse conmigo.
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