Hay un tipo baboso en mi pueblo al que apodamos ‘el tocón de
las verbenas’. Se especializó en aprovechar las fiestas populares para
arrimarse a las jovencitas con la excusa de bailar. En el fondo lo que
pretendía era sobarlas. El hombre debe andar ahora por los ochenta y ha perdido
facultades, pero hará más de tres décadas se presentaba en los bailes con aire
de donjuán de medio pelo, echaba un vistazo a la plaza, seleccionaba a
sus presas, se aproximaba sigiloso y las asaltaba súbitamente. Igualito que un
depredador en cualquiera de las entregas de ‘El hombre y la tierra’. Mientras
se amarraba a las caderas de sus víctimas en aquella vomitiva ceremonia del
cortejo, escupía piropos casposos pensando que así las féminas no le rechazarían,
pero podían contarse con los dedos de las manos las veces que consiguió llegar más
allá del primer par de compases de un pasodoble.
Todo el mundo en el pueblo conocía a este tipejo. Todos y
todas sabíamos a lo que iba. Así que las chicas intentábamos evitarle, incluso
le hacíamos frente llegado el caso, mientras que los chicos se reían de las
situaciones disparatadas que desencadenaba. Es cierto que alguno debía verse en
la obligación de defender nuestro honor y frenaba con amenazas las aspiraciones
de aquel cerdo, pero era más numeroso el grupo de aquellos que quitaban hierro
al asunto. Decían que era inofensivo y que teníamos que considerarlo un
cumplido, que era síntoma de que ‘estábamos buenas’.
No era un hombre atractivo, más bien todo lo contrario; era
bajo y rechoncho, rústico a más no poder, un tipo soez, un patán maleducado y
básico que desconocía las mínimas normas de urbanidad y tampoco sabía cómo
relacionarse de manera correcta con las mujeres. Ninguna chica estaba interesada en
seguirle la corriente, de modo que forzaba unos trances incómodos y humillantes
para sus víctimas. La cosa nunca pasó a mayores, que yo sepa, y él no dejó de intentarlo
en cada verbena.
Ya sé que ese mierda no era un violador, pero que alguien me
explique por qué hemos de soportar nosotras a tipos así en nuestra vida. No es justo que, por el simple hecho de ser mujer, tengas que estar expuesta a que invadan tu
espacio íntimo y personal para magrearte el culo o rozarte el pecho. Lo de aquel desgraciado no era flirteo. No había juego de seducción, ni
galantería torpe que valga. Los términos seducción, flirteo y galantería nada
tenían que ver con lo que hacía 'el tocón de las verbenas' de mi pueblo.
Que conste que no estoy traumatizada por este pájaro, pero
una noticia me ha hecho recordarle. Me refiero al manifiesto
firmado por artistas e intelectuales francesas cuestionando los movimientos Me too
y Time’s up surgidos en Hollywood a raíz el escándalo Weinstein. Se quejan
de que lo que empezó como una denuncia contra la violencia sexual que sufren
las mujeres en la industria del cine y otros ámbitos profesionales está derivando en un
‘puritanismo sexual’. Defienden que “la seducción insistente y torpe no es un
delito, ni la galantería una agresión machista” y que el feminismo exacerbado
está condenando prácticas masculinas inocentes propias del juego romántico. Es
una pena que la mezcla de conceptos nos haga perder el foco de lo realmente
importante y una triste gracia que las mujeres terminemos peleando entre
nosotras. Lo peor es que este ruido no hace más que perjudicarnos a nosotras
mismas y ralentizar el avance femenino que, mal que les pese a algunos, es ya imparable.
Ni todos los hombres son abusadores en potencia ni hay que banalizar los comportamientos y actitudes machistas, por mucho que obedezcan a
la torpeza de un pobre diablo. No se si Catherine Deneuve habría firmado el manifiesto de haber conocido al 'tocón de las verbenas'. Considerar intolerable
que un hombre te sobe sin tu consentimiento y denunciarlo no es ser una puritana sexual. Y claro que puede resultar excesivo llamar acosador a alguien que elogia reiteradamente tu aspecto
o insiste en invitarte a salir pese a recibir constantes negativas. Ahora que está tan mal vista la equidistancia, me temo que
es el único punto en el que deberíamos situarnos todas para entender, hacerles
entender y entre todos cambiar las cosas de una vez.
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