El instituto en el que
estudian mis hijos nos manda una circular informando sobre unos talleres de
sexualidad que se van a impartir este próximo mes de mayo. El mensaje añade que
si no queremos que los niños asistan, se lo comuniquemos al tutor. No entiendo
qué motivos podrían tener unos padres para privar a sus hijos de formarse en
ese aspecto, pero cuando se menciona esa opción debe ser porque se han dado
casos de quejas por instruir a los chavales sobre sexo. En pleno siglo XXI, con
el panorama que tenemos, sorprende que todavía haya padres temerosos e incómodos
con la idea de que sus hijos de 13 años puedan aprender algo tan primordial. Lo
más triste es que probablemente sus hijos ya hayan visto porno por internet.
Ese es el verdadero problema. En vez de recibir la información de manera
controlada, de una fuente de confianza, en un ambiente adecuado, esos críos dan
por bueno lo que han visto en la pantalla de su smartphone. Piensan que ya
saben todo lo que hay que saber sobre sexo y en realidad son unos analfabetos
sexuales, al mismo nivel que aquellos a los que les tocó vivir en los tiempos
en que no se hablaba de esas cosas.
Históricamente
en este país hemos recibido una muy deficiente educación sexual y, aunque el
sexo ya no es un tabú y se habla de ello con naturalidad, todavía ahora
seguimos cojeando. Pensemos en los analfabetos sexuales adultos que las únicas
instrucciones que han recibido a ese respecto son los primerísimos primeros
planos de las películas X, un género que solo ha evolucionado rizando el rizo,
elevando su dureza y el nivel de dificultad en posturas, variedades, accesorios…,
pero donde el papel de la mujer sigue siendo tan pasivo como siempre. Los que
han aprendido de sexo viendo esos peliculones no son conscientes de que el
porno es mentira, es cine, ficción, es una especie de consolador para provocar
la excitación del espectador, solo o acompañado, pero no un Pantone que establezca usos y costumbres amatorias.
No
seré yo quien juzgue a nadie por tratar de emular a los maromos que ve en la
pantalla, pero sí le recuerdo a quien decida jugar a este juego –y este es un principio básico de cualquier educación sexual- que para que jueguen y se diviertan
dos (o tres, o cuatro…) debe ser de común acuerdo, con los cinco sentidos, y
sin violentar, forzar o intimidar a nadie. Si esta última condición no se
cumple, no es sexo, ni consentido, ni con sentido, es un atentado contra la
libertad sexual, una agresión con todas las letras. Porque, que me perdonen los
legisladores y los juristas, un abuso sexual, por muy pequeño que sea, para mí es
una agresión. Que alguien, conocido o desconocido, te sobe una teta, te agarre
el culo o te suelte una ordinariez echándote el aliento, yo lo considero ya una
agresión. Así que entenderéis que para mí todo lo que sufrió la víctima de La
Manada fue mucho más que un abuso sexual con prevalimiento, más que una agresión, fue un pedazo de violación múltiple como la
copa de un pino.
Uno
de los magistrados de la Audiencia de Navarra que juzgó este caso en primera
instancia emitió un voto particular por el que pedía la absolución de los
acusados. Para él no fue más que sexo en un ambiente de jolgorio. Me lo imagino
visionando las grabaciones realizadas por La Manada y disfrutando de lo lindo.
Ignoro si es o no asiduo consumidor de porno, pero lo que no cabe duda es que vio
las imágenes con alma de crítico cinematográfico, poniendo especial interés en
la interpretación femenina. “Innegable expresión relajada, sin asomo de rigidez
o tensión”, lo que “impide sostener cualquier sentimiento de temor, asco,
repugnancia, rechazo, negativa, desazón, incomodidad”. “Está claro que dolor
usted no sintió”, llegó a comentarle a la víctima en el juicio. En cambio no veo
por ninguna parte que interrogara a los acusados sobre esa fijación por meter sus
penes, uno detrás de otro, en la boca a la chica, y penetrarla vaginal y
analmente en varias ocasiones. Tampoco he oído en ninguna tertulia de actualidad si llegó a
preguntarles sobre su nivel de gozo o si la escasa participación de la fémina
en la fiesta les puso más o menos cachondos.
Desde mi punto de vista, y sin haber profundizado mucho más en el tema, magistrado y acusados comparten un supino analfabetismo sexual, aunque canalizado de distinta manera. Pensando
en ellos y en todos los analfabetos sexuales, voy a dar cinco claves para aprender a distinguir
el jolgorio y regocijo sexual de lo que, según la sentencia, sucedió en aquellos Sanfermines:
-Para que lo de Pamplona hubiera sido un jolgorio sexual todos habrían acordado usar preservativo, máxime si tenemos en cuenta que se acababan de conocer, en particular ella, por mucho que solo tuviera 18 años y un buen nivel de alcohol en sangre. Hay cosas con las que no se juega, y no me estoy pensando solo en un embarazo no deseado, sino en evitar el contagio de cualquier enfermedad de transmisión sexual. En este caso los penetradores no dieron opción.
-Para
que lo de Pamplona hubiera sido un jolgorio sexual, alguno de los cinco folladores tendría que haberse dignado a preguntarle a la fémina si disfrutaba, si le hacían daño,
si tenía predilección por alguna postura en concreto, si quería probar otra cosa… Por si no lo sabíais, una buena parte de las mujeres somos lo que se llama clitoridianas, llegamos al orgasmo con la estimulación del clítoris. Y me parece a mí que allí nadie perdió el tiempo en esos menesteres, ni siquiera la interesada participó activamente en su propio placer. En general no le dieron mucha conversación, se limitaron a ensartarla por todos los orificios de su cuerpo.
-Para
que lo de Pamplona hubiera sido un jolgorio sexual, ella se habría atrevido a
hacer comentarios picantes, con alguna frase estilo porno popular, del tipo "qué pedazo de rabo tienes", "dame más, dame más" o similar. En cambio los únicos sonidos que emite la víctima parecen ser gemidos de dolor.
-Para
que lo de Pamplona hubiera sido un jolgorio sexual, todos los participantes habrían
discutido sobre la idoneidad de grabar un vídeo de recuerdo con los mejores momentos de
ese encuentro íntimo. Ocultárselo a una parte está muy feo, hasta el punto de
que un jolgorio sexual puede concluir en el momento en que el inocente
descubre la faena. En ese portal de Pamplona creo que nadie le consultó a la
víctima si quería que la convirtieran en una estrella del cine porno amateur.
-Y por último, para
que lo de Pamplona hubiera sido un jolgorio sexual, los participantes habrían
intercambiado teléfonos al final de la sesión por si les apetecía repetir. Ya sabéis, lo de "Si
alguna vez bajas por Sevilla…”, “Si alguna vez subís por Madrid…”. Eso sería lo
más lógico. Siempre, claro está, que hubiera sido una experiencia sexual consentida,
divertida y memorable. Algo que sospecho no tuvo nada que ver con lo que se
vivió en aquel portal, al menos para la única mujer que había en esa melé.
Visto lo visto, ante
la posibilidad de que legisladores y juristas no atinen con lo que las mujeres reclamamos a raíz de este caso, yo abogo por acabar con el analfabetismo sexual mediante un arma
tremendamente efectiva, la educación sexual impartida desde la infancia y adolescencia. Para que los chicos/hombres entiendan que lo único que pedimos las chicas/mujeres es poder salir solas por la calle, llevar una minifalda o un escote, tomar unas copas de más si se tercia, llegar a casa después de anochecer, darle conversación a un
desconocido, negarnos a hacer algo que nos incomoda o decidir cómo vivir nuestra
sexualidad…, todo esto sin poner en riesgo nuestra integridad. Sin miedo a que
en nuestro camino se cruce un tipo enfermo, incapaz de gestionar su apetito
sexual, que confunda las señales y vea permiso donde solo hay amabilidad. Sin miedo a que nos asalte, que si nos resistimos, nos mate y que si nos dejamos
hacer, se vaya de rositas porque parecía que estábamos gozando. ¿Es tanto pedir? Yo creo que no.
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