A un
guionista de la serie ‘Allí abajo’, Sergio V. Santesteban, se le ocurrió
publicar un tuit chistoso
sobre los andaluces y le han lapidado en la plaza pública de Twitter. Han
llegado incluso a pedir su despido. La propia productora que le tiene
contratado en un primer momento le afeó su conducta y alguno de los actores de
la serie también se sumó a la turba que cargó contra él. Al final tuvo que
borrar el tuit y lamer la mano que le da de comer. La broma era la siguiente:
"La
primera vez que escuché la Salve Rociera pensé que el estribillo decía:
"Leo, leo, leo, leo, leo, leo”, pero luego caí en que era una canción
andaluza y eso no podía ser".
Vamos,
que con una indirecta muy directa llamaba incultos o iletrados a los andaluces.
¿Es un chiste gracioso? Para mi gusto no. Yo diría que es más bien un chiste
malo, pero esto del humor es muy subjetivo y personal. Aunque en mis venas
corre algo de sangre andaluza por parte de abuelo materno, no llega al punto de
ofenderme ni hacerme odiar al tipo que escribió la gracia. Es más, no creo que haya
cometido ningún sacrilegio como para pedir un escarmiento. Sobre todo porque ni
es el primero ni el único que ha probado suerte con ese tipo de chistes.
En
este país, y yo diría que en todos, las bromas sobre nacionalidades y
territorios son corrientes. Esos chistes que empiezan con lo de “Esto es un
inglés, un francés, un alemán y un español” son más viejos que el hilo negro.
Seguro que recordáis alguno repleto de esterotipos en el que se presenta al
inglés como borde prepotente, al francés como cursi y estirado, al alemán como
cuadriculado y al español como un listo vividor. En aquellos lugares donde
siempre ha existido rivalidad entre pueblos vecinos se cuentan los mismos
chistes en uno y otro lado pero variando el nombre del tonto del chiste.
Dependiendo de quien lo cuenta, el tonto es de uno u otro pueblo. De modo que
los piques se resuelven a golpe de chascarrillo exagerado, igual que entre
hombres y mujeres, yernos y suegras, altos y bajos, gordos y flacos... Son chistes
con más o menos gracia que buscan, por un lado, arrancar una sonrisa y, por
otro, provocar al que se siente aludido. Y ni todo un tsunami de defensores de
lo políticamente correcto va a cambiarlo.
En
Lepe tienen el estigma de ser protagonistas de muchos de los chistes sobre
bobos y cabezones, y ahí los tenéis soportando estoicamente el estigma. Pero no
son los únicos. Los catalanes están hartos de escuchar chistes sobre su
tacañería y los vascos hastiados de que les pinten como bestias. Y no te digo
lo que nos pasamos con los chinos, los italianos o los argentinos.
Probablemente los españoles también seremos carne de cañón para los graciosos
de otras nacionalidades.
Lo
más sano, inteligente y seguro suele ser empezar por reírse de uno mismo. Os
habréis fijado que cuando un andaluz bromea sobre los andaluces nadie se ofende
ni pone una pega, por muy radical que sea el chascarrillo. Y pasa lo mismo cuando un catalán se ríe de los catalanes, un
vasco de los vascos e incluso una persona con discapacidad de las personas con
discapacidad. Es como si tuvieran bula por escupir sobre sí mismos. Ese parecía
ser el secreto de una serie como ‘Allí abajo’, que basa su éxito en explotar los
tópicos territoriales y el contraste entre el norte y el sur, entre Euskadi y
Andalucía, desde dentro. Sus guionistas están curtidos en esos argumentos,
aunque midan al máximo los chistes para no herir susceptibilidades. Está visto
que solo se pueden utilizar esos atajos de humor costumbrista dentro de una
ficción o en la vida real analógica, pero no en el patio de Twitter donde, por
cierto, siempre habrá alguien ofendido.
Desengañaos.
La culpa de esta nueva tormenta no es de los monologuistas, humoristas,
tuiteros y guionistas de comedia más o menos torpes, que no valoran
convenientemente las consecuencias de sus bromas o que, por el contrario, se
divierten tomándole el pulso a la red. La culpa es de Twitter. Aunque no lo
parezca, en Twitter no hay sentido del humor. Si en los 90 hubiera habido
Twitter, el señor Barragán no habría durado ni dos programas de No te rías que es peor.
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