Un
grupo de nazarenos se fuma un cigarro mientras descansa de la primera parte de
la procesión. Alguno de ellos hace un comentario gracioso. Todos ríen. Uno
escupe un ‘Me cago en Dios’ sin venir a cuento. Acto seguido tira la colilla al
suelo, la apaga con la puntera de su zapatilla y se dispone a cargar de nuevo
la imagen del Cristo junto con sus compañeros. En cierto momento del recorrido,
cuando mecen el paso al ritmo de la marcha que toca la banda de música, imagino
que se le escapa una lágrima. Puede que sea por el dolor de las andas clavadas
en su hombro. Puede que sea la falta de sueño o el cuerpo resacoso que le va
pidiendo ya una caña. O puede simplemente que le embargue la emoción del
momento. Da igual, porque nadie lo ve. Lleva oculto el rostro debajo de su
capirote de penitente. Ni él ni ninguno de los nazarenos que cargan esa imagen
pisan una iglesia durante el resto del año; la última vez que fueron a misa
debió ser el día de su primera comunión. Pero la Semana Santa es sagrada. Que
nadie les quite su paso del Cristo. Por él MA-TAN. A duras penas recuerdan cómo
se rezaba el Padre Nuestro, el antiguo, claro, porque el nuevo ni les suena.
Pero son capaces de entonar con gran devoción la letra completa de la versión
de ese gran hit que es el ‘Novio de la muerte’ y que siempre interpreta la
banda en los grandes momentos del desfile.
Hablo
de mi
pueblo, que es lo que conozco. Pero seguro que esta escena costumbrista
vale para cualquier otro lugar en el que se vive intensamente la Semana Santa. En
cada casa hay como mínimo una túnica de cofrade y una mantilla con su
correspondiente peineta. En esta época se procesiona sí o sí; puedes participar
en el desfile, acompañarlo por todo su itinerario o verlo en distintos puntos
del recorrido buscando atajos. Lo suyo también es visitar iglesias y conventos
en los que solo entras un día al año. Resulta obligado hacer fotos. Las mismas
fotos de siempre y desde los mismos puntos. De manera que, pasado el tiempo, cuando
revisas tu archivo ya no sabes cuándo fueron tomadas.
No
digo que no haya gente profundamente católica que la viva desde la fe con todo
el sentimiento, pero la Semana Santa trasciende la simple celebración religiosa
y para otras muchas personas es más que eso. Es una arraigada tradición
cultural. Una ocasión para despertar el sentido de pertenencia a algo más
grande: su pueblo, su cofradía, su grupo de cargadores. Es una fiesta popular. Un
reclamo turístico. Una excusa para encontrarte con amigos. Una oportunidad para
comer torrijas y huevos de pascua. Así que al final, el verdadero milagro es
que durante una semana convivan en armonía lo religioso y lo pagano, que
compartan escenario de manera natural el creyente y el ateo.
El
problema es cuando en medio de este batiburrillo una situación confusa disparan
la polémica. Me refiero, por ejemplo, a esa orden de la ministra Mª Dolores de
Cospedal por la que la bandera española ondeará a media asta en el Ministerio
de Defensa y los cuarteles militares desde este Jueves Santo para recordar
la muerte de Jesucristo. El Defensor del Pueblo ha alertado sobre su dudosa
conveniencia por eso de que estamos en un estado aconfesional, pero la
ministra ha defendido que forma parte de nuestra cultura. Convendría saber
dónde colocar la línea de hasta dónde puede y debe participar el Estado en
determinadas manifestaciones populares. La misma ministra asistía hoy en
Málaga, junto con algunos otros miembros del Gobierno aficionados a hacer penitencia en los ritos
semanasanteros, a uno de los actos procesionales que levanta más pasiones en este país y
que tiene como protagonistas a los legionarios.
Es lógico que algunos no entiendan que representantes del ejército de un estado
aconfesional participen tan activamente -hasta el punto de convertirse en el
auténtico reclamo- en un acto religioso, aunque sea de la confesión
mayoritaria. Veo también que varios guardias civiles con su tricornio brillante
acompañan la imagen de Jesús el Pobre en procesión por las calles de Madrid.
Eso me recuerda que en mi pueblo agentes de policía vestidos de gala flanquean
la imagen del Cristo yacente cuando desfila la noche del Viernes Santo. Y así vienen
haciéndolo desde que tengo memoria, independientemente del color de los
alcaldes de cada momento.
Tan
poco apropiada se me antoja una bandera a media asta en las dependencias de
Defensa recordando la pasión y muerte de Cristo como la presencia de miembros
de las fuerzas
y cuerpos de seguridad del estado en los desfiles procesionales. Aunque seguro
que todo esto se la trae al pairo a los que a estas horas disfrutan de la Semana Santa en cualquier rincón del
país. Están a otra cosa.
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