En momentos como estos me planteo profundamente mi oficio de
periodista. A raíz del asesinato del niño Gabriel Cruz,
asistimos de nuevo a la habitual histeria colectiva. Dentro de esta olla a
presión en que se convierte la sociedad española cuando ocurre algo fuera de lo
común, se mezclan bulos, rumores y juicios de valor sin argumentos sólidos,
difundidos a través del móvil por ciudadanos anónimos, junto con el trabajo a
destajo de los medios de comunicación, que se vuelcan en dar cobertura al
suceso y, a fuerza de tener que rellenar por narices horas de televisión o
ganar clics en sus ediciones digitales, terminan siendo arrastrados por el
vocerío popular mientras ofrecen datos no siempre convenientemente
contrastados. Ya sabéis, cosas de las prisas y las ganas de contarlo antes que
nadie para enganchar audiencia. Así pasa lo que pasa. Y luego el lector no sabe
a qué atenerse.
¿En qué quedamos? ¿Creemos a un diario o a otro? ¿Actuó sola o no? En fin...
Todos somos más o menos viscerales cuando nos impacta la
vida, lo que nos lleva a reaccionar de manera irracional y exagerada. Pero es
que además a la mayoría nos gusta cotillear, queremos saber cuanto más, mejor y
sentimos especial atracción por los detalles escabrosos de los sucesos. Así que
unos y otros, a uno y otro lado, generamos la tormenta perfecta. Las redes
cargan contra la detenida, se contagia
el odio, se analiza su pasado, surgen conocidos que pierden el culo por un
minuto de tele, se buscan familiares a quienes torturar, salen los racistas y antirracistas, los misóginos y las feministas, los retro y los modernos, las
izquierdas y las derechas… y en medio de este crepitar incontrolable, aparecen los
políticos llevando a su terreno la fatalidad mientras los medios soplan para
avivar un poco más el fuego. Por ejemplo, yo me pregunto:
-¿Qué necesidad hay de ir a Burgos a preguntar sobre la
detenida a los vecinos del edificio donde residía o a los clientes que tuvo en
la carnicería que regentaba? ¿Es que saber si daba los buenos días en la
escalera o servía la ternera con una sonrisa puede ayudar a comprender los
hechos?
-¿Qué necesidad hay de apostarse en la puerta de la casa donde
vive la hija de la detenida, que bastante cruz tiene ya, y contribuir a provocarle una crisis
nerviosa con la masiva presencia de cámaras y reporteros
apuntando con sus alcachofas?
-¿Qué necesidad hay de multiplicar el dolor de todas las víctimas
de manera tan gratuita?
-¿Qué necesidad hay de escarbar públicamente en el pasado de
la detenida hasta dar con un drama tan grande como es la muerte de su hija de
cuatro años en 1996, cuando el juez archivó el suceso y fue considerado una
caída accidental desde una ventana? Si la policía quiere revisar el caso, que
lo haga, pero conjeturar es peligroso, cruel y, por supuesto, poco profesional.
-¿Qué necesidad hay de dar pábulo a la cantidad de disparates
que circulan por las redes sociales y dejar caer como dato de interés para tu
audiencia, por ejemplo, el posible paso de la detenida por un club de alterne?
-¿Qué necesidad hay de empezar a publicar los resultados filtrados
de la autopsia del niño cuando no existe una declaración oficial al respecto y
el caso está bajo secreto de sumario?
-¿Qué necesidad hay de elucubrar sobre el móvil que ha llevado
a la presunta autora a cometer el crimen antes de que ella misma lo confiese?
-¿Qué necesidad hay de adornar la información sobre el caso
con la opinión de un experto
en gestos para analizar el comportamiento de la mujer antes de ser detenida,
un psicólogo para hablar sobre cómo se sufre con la pérdida de un hijo o un médico
intensivista para que explique detalladamente cómo es la muerte por estrangulamiento?
No hay ninguna necesidad, salvo la de rellenar tiempo y
espacio con aportaciones e hipótesis de dudoso gusto y convertir en
espectáculo un drama con víctima infantil. Estoy segura de que se puede ofrecer
una información veraz, completa, rigurosa, e incluso aséptica, centrándose en
lo estrictamente noticioso, aunque no participes en la carrera por las primicias
y exclusivas.
La madre
de Gabriel se manifestaba públicamente este lunes pidiendo, en memoria de su hijo, que
no se extendiera el odio y no se hablara de la detenida. La afectada
más directamente por este drama ha tenido que ser la que haya puesto un poco de cordura y
sensatez en todo este sinsentido. Y, como veis, este es el caso que se le ha hecho.
Hace 25 años el crimen de las niñas
de Alcásser hizo aflorar lo peor de la profesión: el sensacionalismo disfrazado
de interés general, o lo que es lo mismo, el periodismo basura. Ese detritus
está latente y de vez en cuando se escapa su hedor coincidiendo con fatalidades
como el asesinato de Diana Kerr o ahora el de Gabriel Cruz.
Es en casos como estos cuando me surge la misma duda: quizá
yo no he nacido para este oficio. A lo mejor por eso estoy en paro y no
haciendo guardia a la puerta de un club de alterne para ver si sale alguien que
conociera a la detenida.
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